En la plaza San Martín de la ciudad de Rosario, un grupo de activistas, referentes de colectivos LGTTBIQ+ y autoridades locales y provinciales (tod*s con barbijos), se reunieron y propusieron, con autorización municipal, izar la bandera del Orgullo junto a la Argentina. Fue el 28 de junio, Día Internacional del Orgullo. De manera inesperada, se presentaron cuatro varones adultos, vestidos con insignias militares, que se oponían al izamiento de la bandera del orgullo, llamándola “un trapo” esgrimiendo que ésta “faltaba el respeto” al símbolo patrio. Estas personas no se identificaron como parte de ninguna organización civil, política o político partidaria. Aunque no impidieron que el acto se llevara adelante, decidieron durante su desarrollo quedarse a un lado observando la escena en una actitud intimidatoria. A pesar de esto, se logró que las banderas se izaran juntas y flameen en el mástil de la plaza durante todo el día, pero bajo resguardo de la Guardia Urbana Municipal con motivo de evitar incidentes. En este caso La asociación de Ex Combatientes de Rosario aclaró no haber sido partícipe de los hechos.
Ese mismo día, en Mar del Plata, en la también céntrica plaza San Martín, un grupo reducido de militantes y autoridades locales izaron la bandera del Orgullo siguiendo lo dispuesto por la ordenanza municipal 23.280. A las horas, unos ocho varones, haciendo referencia a la Constitución Nacional y a la superioridad de los símbolos patrios frente a cualquier otro, descolgaron la bandera. Dicho grupo estaría relacionado con la nacionalista Asociación de Veteranos Defensores de Malvinas (Avedema). El Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas de Mar del Plata, en un comunicado del mismo 28 de junio, declaró no haber sido parte de los sucesos y repudiaron el accionar.
En esta seguidilla de episodios, el que tuvo mayor trascendencia fue sin dudas en la ciudad de Córdoba, donde en el mástil del parque Sarmiento, autoridades gubernamentales junto a referentes LGTTBIQ+ de la ciudad colocaron una placa conmemorativa e izaron la bandera del Orgullo días previos al 28 de Junio. El 27 de junio se viralizó un video en donde 2 varones y una mujer intentaban bajar la bandera del arco iris, argumentando ser ex combatientes de Malvinas. Al día siguiente cerca de 300 personas se aglomeraron frente al mástil en defensa de sostener allí la bandera multicolor como había sido autorizado institucionalmente, frente a otro grupo que demandaba su desplazamiento y la restauración de la bandera Argentina. Fue en Córdoba donde los calores de la protesta subieron, siendo la placa colocada en el mástil destrozada, habiendo empujones y forcejeos, una persona del colectivo LGTTBIQ+ agredida, y posteriores acciones y denuncias legales.
En Córdoba, el grupo se identificó como parte de la organización política de derecha Renacer y el Movimiento Dignidad Nacional que, haciendo uso político de autoidentificarse como veteranos de Malvinas, publicaron el 28 de junio se su página de Facebook “Hoy pudimos acompañar a los Veteranos de guerra de Malvinas que se manifestaron en el corazón de la ciudad de Córdoba por el ultraje a nuestra bandera llevado adelante por el intendente de nuestra ciudad de Córdoba”, y el 30 del mismo mes redoblaron la apuesta afirmando en la misma red social: “LA COLECTIVIDAD GAY AMENAZA DE MUERTE A NUESTROS VETERANOS DE GUERRA DE MALVINAS. Esto es la ideología de género, esto es lo que van a meter en la cabeza a cada uno de nuestros hijos y nietos. La lucha del mal contra el bien se ha desatado ningún argentino puede quedar indiferente”. Ese fin de semana personas que se oponían al izamiento de la bandera del Orgullo portaron gran cantidad de banderas argentinas y también algun*s de ell*s pañuelos celestes contra la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
Ahora bien, para entender en profundidad estos hechos, tal vez necesitamos mirar más allá de lo sucedido. La política de los símbolos ha sido históricamente utilizada como instrumento para traccionar sentidos y crear una semiótica de la identificación y la pertenencia. Y una forma de canalizar esta política ha sido a través de manifestaciones iconográficas que se vuelven anclaje y expresión de aquel sentimiento, creando y potenciando emociones comunes hacia adentro, y representaciones hacia el afuera con los múltiples objetivos que esto puede tener dentro de los cuales, uno de los principales, podría ser la búsqueda por el reconocimiento.
De esta forma, la banderas y cualquier otro signo iconográfico utilizado para la identificación y la configuración de pertenencias, se convierten en un territorio político cuyo sentido se construye históricamente y que, como toda acción de poder, implica la delimitación de un nosotr*s frente a un*s “otr*s” que permanecen por fuera de aquella identificación. Este “otr*” dado puede ser representativo tanto de una subjetividad diferente aunque tal vez sincrética; pero también, debido a que la otredad se constituye ontológicamente como aquello que queda por fuera de las condiciones de posibilidad de inteligibilidad y reconocimiento.
En ese sentido lo sucedido en Argentina en el último Día Internacional del Orgullo LGTTBIQ+ vuelve necesario pensar las disputas de sentidos de este acto, las formas de intervención en el espacio público, la triangulación patria-masculinidad(es)-ex combatientes y la matriz excluyente que esto puede crear, y la necesidad de evitar caer en esencialismos/universalismos a la hora de analizar lo sucedido.
Masculinidades hegemónicas. Patria viene de Padre, Padre viene de sacerdote
Resulta interesante, entonces, pensar cómo la proyección de una masculinidad hegemónica de estilo tradicional intersectada en los cuerpos de los ex combatientes junto al dispositivo de la patria, resulta en una configuración identitaria de “veterano” hegemónicamente masculinizada.
No debemos creer, por esto, que tod*s l*s ex combatientes pueden ser pensad*s de la misma manera. En estos 38 años han conformado un colectivo variopinto y plural que, no obstante, ha estado atravesado por la masculinidad hegemónica, la cual es dinámica y sus formas de manifestarse han variado a lo largo del tiempo.
Por eso, no podemos (ni debemos) concluir de manera generalizada que el dispositivo en cuestión es homogéneo y atraviesa todo este universo por igual. Lo que podemos observar, es que entre sus diversas manifestaciones, una de ellas continúa conectada con las concepciones más tradicionales, militarizadas y atravesadas por una suerte de “deber ser” como defensores de aquel discurso patriótico hegemónico, lineal y casi naturalizado.
De todas las posibles manifestaciones, lo que se vio aquel 28 de Junio es la existencia de un arraigo sólido y cristalizado en parte de los ex combatientes de su construcción identitaria como “héroes y/o defensores de la patria”, ubicándose en un lugar sacralizado (y peligroso) en tanto, como se vió, les permite auto envestirse del “derecho” a accionar en defensa de algo tan abstracto y subjetivo como es la patria.
Este estereotipo de varón parece retrotraernos a la famosa triada conservadora “dios-patria-familia”. En ese sentido, José Manuel Morán Faúndes (2018) propone caracterizar estos activismos como “heteropatriarcales” ya que en el fondo, sus discursos y acciones van orientados a sostener las bases de un sistema normativo heterosexual y patriarcal, centrado en la familia tradicional nuclear, base de reproducción que ha posible el sistema capitalista en el cual estamos inmersxs.

De espacios y estéticas
Por eso nos preguntamos ¿qué sucede cuándo ven ondear por unos pocos días la bandera del orgullo LGBTTIQ+ en el mástil donde ondeaba la bandera celeste y blanca? ¿Qué retórica de sentidos se ponen a prueba? ¿Qué derechos y disputas por la enunciación están teniendo lugar? ¿Quién puede (legítimamente) habitar el espacio de lo público? ¿Y cómo debe hacerse?
No podemos dejar de mencionar el accionar disciplinante de aquellos varones, adultos, blancos que se presentaron en el espacio público el 28 de junio contra el izamiento de la bandera del Orgullo intentando erigirse como propietarios del espacio de lo común, que representa la calle bajo la concepción de poseer el monopolio de la decisión y acción pública por encarnar identidades de ex combatientes de cariz militarizado.
De este modo no solo apelaron a la restricción de libertades a partir de métodos intimidatorios como la observación amedrentadora sino también al terror ante la posibilidad de la utilización de su potencia física corporal
Contemplamos, entonces, una disputa sobre qué modos de vida, reconocibles y encarnados en ciertos cuerpos y estéticas, son hoy legítimamente posibles en el espacio comunitario tras el disciplinamiento devenido ante el quebrantamiento de la heteronorma y el patriotismo.
Cuando se produce un choque contundente entre estéticas y formas de ser. Por un lado, tenemos la impronta estética de los varones conservadores que fueron protagonistas -más allá de la existencia de algunas mujeres- portadores de vestimentas grises, negras, oscuras, monocromáticas, con banderas argentinas, y expresiones de enojo en su rostro,. Por el otro, y en absoluto contraste, tenemos el espíritu festivo que suelen conllevar las marchas del orgullo con su carácter multicolor, carnavalero, de ropas floridas, brillos, escotes, cuerpos semidesnudos, expresiones y gestos de alegría, placer, goce. Una multiplicidad de estéticas reflejo de la diversidad y disidencia.

El enemigo externo e interno: la (pan)xenofobia y la (pan)desigualdad
El contexto de pandemia ha venido a agravar los discursos de tinte segregacionista que en el último tiempo han (re)ascendido en la escena pública. De esta manera, el odio se impregna y contagia a nivel social hasta llegar a ocupar los más altos cargos políticos donde se sostienen discursos claramente xenófobos “contra un enemigo externo invisible” al que se debe combatir. Siendo este “enemigo” anclado en la comparación constante entre los países del norte global frente al sur global y los que incluso son parte de los márgenes de la política internacional.
Por otro lado, no solo la pandemia dejó entrever supuestos enemigos externos, sino también internos. Hay vidas que importan más que otras y el Covid-19 lo volvió evidente.
Entre otras, la precariedad de las vidas de la población LGTTBIQ+ y sobre todo de la población travesti-trans cuyo promedio de vida oscila entre los 35-40 años muestra la desidia estatal en garantizar los derechos humanos básicos, la imposibilidad más allá de toda las energías desplegadas por parte de las organizaciones sociales.
Es gracias a las luchas y disputas por los sentidos que la comunidad LGTTBIQ+ logró correr umbrales de posibilidades. Actualmente, pese a encontramos en plena pandemia, al mismo tiempo estamos frente un contexto prometedor, con la creciente creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y con Alba Rueda como subsecretaría de Políticas de Diversidad. Por otro lado el cupo laboral travesti- trans ya es un hecho en muchas provincias y municipios del país e incluso en universidades como la Universidad Nacional de Rosario-aunque su cumplimiento aún deja mucho que desear- y desde fines del mes de junio de este año la Cámara de Diputad*s de la Nación se encuentra debatiendo proyectos legislativos de inclusión laboral y ampliación de derechos para personas travestis y trans.
La bandera, como materialidad visible que invoca una identificación colectiva compartida, en su arrogancia de poder definir amig*s- enemig*s, se encuentra muy presente como recurso iconográfico en nuestra idiosincrasia social, no solo como símbolo patriótico y nacionalista, sino también como recurso estético al cual apelan los equipos e hinchadas de futbol, seguidores de bandas musicales -sobre todo del rock nacional-, símbolo de la protesta social en cuanto indican la pertenencia política-ideológica por ejemplo de quienes están detrás de ella en una marcha.
¿Pero por qué un grupo puede no sentirse identificado con la bandera multicolor? Creemos, que más allá de los significados de la bandera en sí misma, ello reside en los significados adosados a la misma en la disputa de poder por el derecho a aparecer y ocupar el espacio público, disputando la hetero-cisnorma.
Mientras se acciona de manera disciplinar para bajar la bandera del orgullo, que carga consigo los significados del espíritu, la armonía, el arte, la naturaleza, la luz del sol, la curación, la vida y, por supuesto, la sexualidad; nada se dice, o se reflexiona, sobre la bandera celeste y blanca que ha servido de estandarte para borrar las vidas de la población argentina negra de nuestra historia, e incluso hoy arremete contra las identidades marrones y diversas de nuestra sociedad.
Tampoco nada se dice de que, detrás de esa bandera, han sido perseguidas las compañeras travestis y que hoy siguen siendo hostigadas por la violencia policial e institucional. Nada se dice de cómo la bandera celeste blanca, no porque aquellos colores signifiquen eso, sino porque aquellos son los significados de la retórica de nuestra historia, ha servido como instrumento para la dominación y el reparto inequitativo del poder, quién sabrá más de esto que la población originaria víctima del genocidio en el siglo XIX y corrida incluso al día de hoy.
Pero, claro está, tampoco seremos ingenuas de desconocer la enorme potencia positiva de los colores celeste y blanco que, en muchas ocasiones, se ve representada y reflejada en una multiplicación de lazos de solidaridad y afecto, que no duda en ondear junto a la bandera multicolor. Tal vez es un gesto más que noble correrse -al menos por unos días- del lugar hegemónico y central, el más alto y visible del espacio público, luego de haber ocupado ese sitio ininterrumpidamente -aunque con disputas y resistencias- por más de dos siglos.
Reivindicando que el derecho a habitar el espacio público es de tod*s. Para ampliar, criticar y desarmar sus significados históricos para proyectar nuevas condiciones de posibilidad de la bandera celeste y blanca como significante afectivo y fraterno, desterrando el cariz disciplinador de la que se le ha investido.