Bertha Zúniga Cáceres, hija de la defensora del pueblo lenca Berta Cáceres y actual coordinadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), visitó la Argentina para participar del 36º Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No binaries que se realizó en Bariloche. No es la primera vez que está en el país: en 2017 viajó a Resistencia, Chaco, para formar parte de este evento único en el mundo para los feminismos. En las conversaciones mantiene un tono tranquilo, pero certero: Bertha habla, pero también escucha con atención. Cada tanto estalla de risa después de recordar alguna anécdota con sus compañeros de militancia o su familia.
En junio de 2022, la justicia de Honduras condenó a 22 años y medio de cárcel a Roberto David Castillo Mejía, por su participación como coautor del delito de asesinato de la activista ambiental. En los primeros días de noviembre serán las sesiones correspondientes a los juicios contra los asesinos materiales que participaron en el crimen. No obstante, desde el COPINH, señalan que hay una negativa por parte de la Fiscalía de Honduras de perseguir a los autores intelectuales del crimen de Cáceres. Por eso, demandan la conformación de un grupo de investigación internacional e independiente que permita llegar a la verdad.
— En una entrevista reciente hablaste sobre la necesidad de que los pueblos indígenas tengan autonomía, ¿cuáles son las dificultades para la autodeterminación de los pueblos en Honduras?
El principal desafío nos queda a los propios pueblos que construimos espacios de resistencia. Esto implica elevar nuestras capacidades organizativas y clarificar nuestras propias utopías. Tenemos que tener muy claro qué es lo que queremos, y cuáles son esos sueños que movilizan nuestro trabajo organizativo cotidiano. Por otro lado, también hay dificultades se relacionan con los intereses y las afectaciones que vienen por fuera de las comunidades y los territorios. En el COPINH, el primer problema se relaciona con el Estado. Hay un desconocimiento muy grande de los territorios que habitamos. Los pueblos vivimos allí hace siglos, pero no tenemos documentos que nos permitan demostrar que esas tierras son nuestras. Esto posibilitó la entrada de proyectos extractivos y facilitó que los terratenientes se apropien de las tierras pertenecientes a las comunidades indígenas. Muchos de los problemas que tenemos con las empresas y los intentos de privatización de los bosques, no los tendríamos si nuestros territorios estuviesen protegidos.
— ¿Cómo te imaginás esas utopías que vos mencionabas antes?
A veces pensamos que el sueño de una personas es, en realidad, el sueño de todas las comunidades, y eso hay que ponerlo en común. Por eso, antes de plantear las utopías, es importante dialogar sobre cómo nos imaginamos una Honduras diferente en la que no se violenten los derechos humanos. Muchas veces normalizamos las violencias, y no es imposible ver más allá.
Un proceso de autonomía implicaría la protección de nuestros territorios a nivel jurídico. Además conlleva la necesidad de pensar en una educación que responda a los intereses y la necesidades de las comunidades. El problema del sistema educativo es que funciona como un arma ideológica que va borrando nuestra cultura como parte de un pueblo indígena que enseña a discriminar a otros por ser diferentes, y que opera en función de convertirnos en máquinas al servicio del capitalismo. La educación es un espacio en disputa, y algo similar ocurre con la salud y la cultura. Creo que las utopías deben movilizarnos como pueblo lenca, pero también tienen que estar conectadas con la realidad que viven otros pueblos.
— ¿Cuáles son las demandas que movilizan a las mujeres del pueblo lenca?
Uno de los temas centrales fue la participación política de las mujeres del pueblo lenca. Muchos de los liderazgos de las últimas décadas fueron masculinos, y eso, de alguna manera, desdibuja los proyectos, los sueños y la forma de organización de las mujeres. Por eso mismo, tenemos que elevar la voz, y darnos el tiempo y el espacio para construir nuestros propios procesos organizativos comunitarios. Además es urgente que erradiquemos la violencia en todos los sentidos. Hay mucha violencia doméstica y sexual hacia las niñas, adolescentes y mujeres en general. Esos son los temas que nos siguen movilizando.
Entre el pueblo lenca, las mujeres nos ocupamos de reproducir nuestra cultura, y de garantizar que no se pierda ni se olvide. Si perdemos nuestra identidad como pueblo, habremos perdido la lucha territorial.
— El vínculo de los pueblos indígenas con el Estado fue siempre muy problemático, ¿creés que existe la posibilidad de un equilibrio entre ambos?
Hay varios puntos de vista. Muchas personas han planteado que el Estado es, en realidad, el Estado-Nación. No se construyó para reconocer a otras identidades, o para habilitar la autonomía territorial de las comunidades indígenas, así como tampoco puede mantener la pluriculturalidad del multilingüismo, o sostener territorios ricos en bienes comunes de la naturaleza sin que estén al servicio de la explotación. Sin embargo, en este momento, es muy difícil imaginarse un proceso que esté por fuera del Estado, porque nuestros territorios están muy precarizados y los pocos servicios y derechos que se han logrado obtener derivan del Estado. La realidad es que tenemos una dependencia real del Estado, y pensar una vida por fuera de eso sería una utopía difícil. No obstante, la percepción que tenemos del Estado nos permite empatizar con la lucha y las necesidades de otros pueblos indígenas de Honduras con los que compartimos la misma realidad.
— ¿Considerás que existe una identidad común entre los pueblos indígenas de América Latina y el Caribe?
Cada vez que conocemos a un pueblo, nos encontramos con las diferencias y con la diversidad de prácticas culturales. Somos pueblos diferentes en muchos sentidos, pero compartimos las problemáticas y eso es parte de una identidad común. Cuando escuché a las comunidades mapuches contar sobre los desalojos, me di cuenta que su relato era muy similar al de otras compañeras que también fueron sacadas de sus espacios. Hay variaciones, pero las historias suelen ser muy parecidas. Otro elemento de la identidad común es la resistencia. De alguna forma, y a pesar de tantas adversidades —que incluyen enfrentarse a cuerpos de seguridad, es decir, con personas que cuentan con entrenamiento militar para despojarnos de nuestros territorios— hemos encontrado las formas de resistir y de permanecer en los territorios.
— Teniendo en cuenta las diferencias existentes entre los distintos pueblos indígenas, ¿Cómo se articulan las estrategias comunes?
Es muy importante respetar el territorio y los liderazgos. Cada comunidad tiene su territorio y nosotras somos invitadas, aceptar ese lugar es lo que permite que haya respeto. Por otro lado, conocernos, intercambiar y hablar de las resistencias es fundamental. A veces tendemos a analizar la situación como si fuese algo particular, pero al conversar con otros nos damos cuenta de que los problemas son compartidos. Creo que la forma es a través de la lucha activa. Sin embargo, también hay que tener muy presente que nunca se puede suplantar las luchas de otras comunidades, yo puedo solidarizarme, pero no me corresponde suplantar la voz o decidir por ellas. En todo caso, somos canales que permiten elevar la voz de las personas que están en la lucha y en la acción permanente. Esa es una forma de respetar las diferencias.
También creo que es fundamental darle un lugar a las personas que históricamente fueron más discriminadas. Entiendo que el hecho de que el Encuentro pasara a ser Plurinacional tuvo que ver con un proceso de autocrítica que incluye reconocer la propia reproducción de la opresión. No somos perfectos, y cuestionarnos nos da la posibilidad de generar espacios más integradores.
— El mes pasado, Xiomara Castro dio un discurso en la ONU y habló de la importancia de ponerle un freno al extractivismo. Aún así, su gobierno está siendo muy criticado por la falta de implementación de una política ambiental concreta, ¿qué lectura hacen desde el pueblo lenca?
Cuando se dio el Golpe de Estado en Honduras, Berta Cáceres planteó algo muy importante: ella decía que tenemos que refundar el Estado y mantenernos en una movilización permanente, porque independientemente de quién esté en el poder, los poderes económicos, militares y políticos van a seguir operando.
Hay que tener en cuenta que en Honduras hubo un cambio presidencial muy importante porque nosotros veníamos de trece gobiernos de golpismo y post golpismo, y sin embargo este gobierno está enfrentando a los poderes fácticos, aparte de tener muy presente el golpe de Estado. Es parte del fenómeno de la oleada de gobiernos de izquierda. Por lo general son gobiernos que formaron alianzas con sectores de derecha, y que no pueden maniobrar demasiado.
Sin embargo, en Honduras hay varias cuestiones muy problemáticas que el Estado debe abordar. La pastilla del día después es uno de esos temas: a casi dos años del inicio del gobierno de Xiomara, lo único que hemos logrado es la despenalización. La fuerza de los sectores religiosos y de la derecha es muy fuerte, y lograron que la presidenta vetara una ley de Educación sexual integral. Vemos que esas decisiones son muy malas señales en relación a lo que esperábamos. Podemos entender las limitaciones, pero eso no quita que haya una obligación de responder en ciertos puntos muy concretos.
— En Honduras, la pastilla del día después fue ilegal por más de diez años y los sectores religiosos tienen mucha fuerza, ¿cómo plantean las luchas vinculadas a género en un país en el que un gran sector de la población está en contra?
Desde las comunidades indígenas siempre decimos que nosotras luchamos por la vida, y en algún momento nos sentimos mal porque escuchamos a gente provida o de derecha decir lo mismo. Entonces comenzamos a hablar de la vida digna, fue una forma de dar vuelta la consigna para no estar en coincidencia con los sectores que avalaron el golpe de Estado.
Solemos hablar del territorio-cuerpo como nuestro primer espacio de resistencia. Así como pedimos que se respete la autonomía de los pueblos para decidir, queremos que se respeten nuestras decisiones sobre el cuerpo.
Las mujeres compartimos opresiones comunes, y desde ese lugar hemos logrado ver que los procesos de nuestras comunidades no son perfectos, y no están libres de violencia. Esto también le ocurre a las mujeres de zonas urbanas con posibilidades económicas muy diferentes a quienes son de los territorios indígenas. Eso nos permite conectar con las problemáticas y generar una resistencia común para conseguir nuevos derechos.
— A pesar de la ola de gobiernos progresistas, la derecha en América Latina y el Caribe avanzó mucho, ¿Qué estrategias se pueden plantear en este contexto?
Son momentos muy difíciles para América Latina, y para el mundo en general. Estamos en un contexto de guerra, y de gobiernos progresistas muy tibios. Por otro lado, hay un crecimiento de las expresiones de derecha y del conservadurismo que se han fortalecido mucho en el último tiempo. Este proceso es transversal a una crisis de idearios, nosotros estamos en lucha, pero hay otras personas que no. En un contexto de crisis económica, mucha gente está concentrada en sobrevivir y se vuelve más individualista. La situación es compleja porque las utopías están desdibujadas.
Como movimiento tenemos la obligación de encontrar nuevos imaginarios que movilicen a las personas en base a lo que sienten que son sus necesidades. En este sentido, hay que reinventar la forma de hacer, decir, y de relacionarnos después de la pandemia. A veces estamos muy atravesados por el robot de las redes sociales y nos olvidamos de los mundos reales o el sentir cotidiano.
— Argentina fue siempre un país en el que la militancia por los derechos humanos tuvo mucha relevancia. Sin embargo, hoy tenemos un candidato presidencial que reivindica la dictadura y niega a los 30.000 desaparecidos, ¿qué lectura hacés del proceso electoral?
Estoy realmente muy preocupada porque no creía que esto fuese posible en Argentina. Creo que el avance de la derecha expresa una crisis de imaginarios, pero también de situaciones muy concretas. No creo que lo que vaya a pasar sea muy favorable para las luchas que venimos sosteniendo. Sin embargo, también puede ser una oportunidad para sopesar las luchas, posicionarlas y encontrar una nueva forma de proponer, porque esa es la alternativa que tiene la población. Seguir apostando por lo menos peor también es un problema.
Confío en la sabiduría de este pueblo. Pienso que se lograron muchos derechos y eso va a servir para que la gente se levante. Quizás ocurra como en Honduras, que cuando fue el golpe de Estado, entendimos que había llegado el momento de organizarnos y fortalecernos para reanimar las luchas y encontrar una alternativa más cercana al pueblo. Los momentos de crisis son también la oportunidad para desafiarse
— En la asamblea de Abya Yala contabas que tu mamá tomó mucho de las luchas de las mapuches, ¿qué te llevás vos del Encuentro Plurinacional y qué te gustaría dejarnos?
La primera vez que participé fue en Chaco, y me había impresionado mucho la autoorganización de cada espacio. Estando en Bariloche, es muy fuerte ver el valor y la determinación de las compañeras mapuches para defender su territorio.
Estar en Argentina a pocos días de las elecciones y ver que hay movilización ante un escenario bastante tremendo es esperanzador. Ver a las personas pensando, luchando, solidarizándose y tejiendo redes es muy valioso. Me preocuparía más si el Encuentro hubiese sido desnutrido. Seguramente no vengan tiempos fáciles, es importante que exista una organización que se plantee como forjarse y enfrentar lo que se viene.
Me gustaría dejarles la certeza de que las luchas se reinventan. Incluso en los momentos más desesperanzadores, los pueblos siempre encuentran la forma de resistir. A veces nos toca sufrir, pero hay que salir fortalecidos de estos procesos. En Honduras lo vivimos mucho, y por eso mismo sabemos que hay maneras de dar batalla y de ampliar nuestros horizontes.