[LATFEM DESDE CHIAPAS] Las luces artificiales se apagaron y el campamento quedó iluminado con las miles de velas que sostenían en sus manos las mujeres zapatistas, formadas en dos filas infranqueables alrededor de uno de los templetes de madera. Las encapuchadas se habían parado en silencio una al lado de la otra y habían armado con sus cuerpos una hilera arriba y otra abajo. Habían encendido cada vela con otra vela, porque si lo hacían con fósforos se consumían rápido y con encendedor se descomponían. La gran mayoría de la multitud no había percibido sus movimientos sigilosos que terminaron en una coreografía colectiva de abrazo y bienvenida a las más de 8 mil mujeres de otros mundos. Habían llegado hasta este rincón rodeado de montañas verdes y puro cielo en el Caracol 4 llamado “Torbellino de Nuestras Palabras”, en la región tojolabal-tzeltal de Las Cañadas, dentro de uno de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) que el Google Maps señala como el Estado de Chiapas, uno de los que más población indígena concentran en México.
“Sigamos iluminando más países y más mundos donde el capitalista neoliberal no logre apagar nuestras luces”, se escuchó desde los parlantes del escenario principal en la voz de una jovencita encapuchada. La lectura y el ritual daban por terminada la jornada inicial del “Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de mujeres que Luchan” el 8 de marzo. Después vino el baile con música zapatista, batucada colombiana y cumbia argentina. Las llamas de las velas en la noche chiapaneca fueron mucho más que una postal romántica y poderosa. Iluminaron para las asistentas una certeza: la utopía feminista existe y es zapatista. El verdadero internacionalismo feminista quedó plasmado en ese doble llamamiento de llamas y palabras. “¡Sin mujeres no hay revolución!”, dice una de las canciones de las bandas de rock de encapuchadas, Dignidad Rebelde. Tampoco hay revolución si no nos encontramos para iluminarnos cara a cara y con ese mismo fuego hacer arder al patriarcado “hasta que no queden más que cenizas”, según leyeron las insurgentes.
Mientras en al menos 60 países muchísimas otras marchaban o empujaban distintas acciones en el marco del Segundo Paro Internacional de mujeres, lesbianas, travestis y trans, en la comunidad utópica terminaba una narración colectiva que duró toda una jornada. De todas las formas posibles e imaginables las anfitrionas compartieron la historia de su lucha desde antes del levantamiento de 1994 a esta parte: con comunicados, lecturas, obras de teatro, poesías, performance, sus tradicionales bordados y hasta con partidos de fútbol donde las relatoras contaban el desarrollo futbolístico y arengaban a las mujeres. En cada acción estuvo narrada su visión de mundo y la forma en la que impugnan al sistema capitalista y al patriarcal todos los días con conquistas, contradicciones, desafíos y limitaciones. Un feminismo en el que se intersectan verdaderamente el género, la clase, la raza, como forma de pensamiento, de organización colectiva y vida comunitaria.
“Bienvenidas mujeres del mundo”, anunciaba el pasacalle de entrada al portón que separaba los mundos de afuera de la ciudadela utópica. “Aquí solo para mujeres”, “Prohibido entrar hombres” decían otros dos carteles más abajo. Algunas asistentas sacaban sus celulares o cámaras de las mochilas para registrar los carteles. A pesar de que a simple vista parecía enunciar un mensaje binario y excluyente de la diversidad, también hubo lesbianas y trans aunque no estuvieran nombradas en el cartel. “Aquí no entra el capitalismo”, señalaba uno de los tantos murales coloridos del predio. Y la prohibición de hombres parecía ir más allá del biologicismo e impugnar una cultura: “Aquí no entra el machismo”. Una persona trans mexicana barbuda abrió la discusión entre las organizadoras. “Claro que puedes entrar, pero a la primera actitud de vato (varón) te tendrás que ir”, le dijeron.
El prejuicio de un encuentro “mujeril” se derrumbó en el discurso de apertura cuando la Insurgenta Erika dijo: “Aquí no importa la edad, si son casadas, solteras, viudas o divorciadas, si son de la ciudad o del campo, si son partidistas, si son lesbianas o asexual o transgénero o cómo se diga cada quien, si tienen estudios o no, si son feministas o no. Todas son bienvenidas y, como mujeres, zapatistas, las vamos a escuchar, las vamos a mirar y les vamos a hablar con respeto”.
Alejandra era una de las encapuchadas encargadas de la entrada junto a dos milicianas. “Aquí no distinguimos raza, religión, cómo habla o cómo se viste, si son transgénero o no. No vamos a distinguir porque somos todas mujeres que sufrimos. Todas, pues, podemos hablar sobre cómo nos maltratan”, explicó en una charla con LATFEM y la periodista feminista colombiana Catalina Ruiz-Navarro (Volcánica). “Este encuentro es para que puedan expresar y compartir. Y puedan hacer lo que quieran: los hombres no están aquí. Nunca hemos hecho eventos donde no entraran hombres. Si entran puede ser que alguna de las compañeras que vienen puede tener pena (vergüenza) o miedo de expresar lo que sienten”, desarrolló.
Cuando se atravesaba el portón de ingreso, las participantes encontraban un lugar seguro único, donde si se perdía una niña, hija de alguna asistenta, la preocupación era mínima. En el país donde 7 mujeres son víctimas de femicidio por día, se denuncia cada hora más de un caso de violación promedio y hay un aumento exponencial de niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas, los contornos del caracol -como se llama a las regiones organizativas de las comunidades autónomas zapatista- fueron los límites de una isla segura, libre de la hostilidad y el peligro diario al que sobrevivimos mujeres, lesbianas, travestis y trans.
Cuando se atravesaba el portón de ingreso, las participantes encontraban un lugar seguro único, donde si se perdía una niña, hija de alguna asistenta, la preocupación era mínima. En el país donde 7 mujeres son víctimas de femicidio por día, se denuncia cada hora más de un caso de violación promedio y hay un aumento exponencial de niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas, los contornos del caracol -como se llama a las regiones organizativas de las comunidades autónomas zapatista- fueron los límites de una isla segura, libre de la hostilidad y el peligro diario al que sobrevivimos mujeres, lesbianas, travestis y trans.
Unas 2.500 mujeres zapatistas de todas las edades llegaron desde las cinco Juntas de Buen Gobierno, en las regiones Norte, Selva, Fronteriza y Altos, para garantizar el encuentro: los talleres, el sonido de los escenarios, los elementos para el deporte, la electricidad, el agua, la limpieza del predio y los baños, la leña para paliar el frío de la noche, la comida de las asistentas, la salud y la seguridad. También las acompañaron integrantes de los grupos de apoyo al zapatismo. Las milicianas con sus trajes de fajina verdes y negros con una especie de macana en la mano cuidaban a todas. Se comunicaban entre ellas por walkie talkies. Las insurgentes hasta pusieron mesas de quejas para quienes tuvieran críticas. Las encapuchadas iban de un lado a otro llevando las bolsas de basura, ocupándose del registro de los talleres o de preparar frijoles, arroz, café y tacos. En sus pasamontañas negros algunas llevaban bordado el número del caracol al que pertenecían y una cintita de color que también identificaba su región de pertenencia. Entre ellas, la mayoría hablaba en tzotzil o tsotsil, que es una lengua mayense.
El predio fue un mar de carpas al aire libre y bajo los techos de algunos espacios de madera denominados “dormitorios”. Sobre las canchas de básquet donde se jugaba de día se armaban las tiendas de campaña de noche porque ya no había lugar sobre el monte. El mosaico de carpas de colores es la metáfora exacta para pincelar la diversidad de procedencias, etnias y culturas de las participantes: fueron de 27 Estados mexicanos y 34 países del mundo.
Durante el día se llevaban adelante los conversatorios y talleres de los más variados temas: desde la risa de las mujeres hasta el feminismo decolonial, desde la elaboración de productos de higiene femenina hasta software libre. Se habló de violencias pero también se habló de placer. “No necesitamos permiso para ser libre”, decía gigante uno de los templetes.
No faltó el clásico debate que aún divide a los feminismos históricamente: el trabajo sexual y el planteo abolicionista. Cuando las participantes comenzaron a intercambiar casi a gritos, una mujer encapuchada se paró y les dijo: “tienen que tener paciencia, esto no lo van a resolver en este Encuentro pero se tienen que escuchar y se tienen que tener paciencia”. Cada tanto un taller terminaba con aplausos y gritos de celebración o el habitual golpeteo en la boca.
Con una dinámica similar a los Encuentros Nacionales de Mujeres que se realizan en Argentina desde hace 33 años, los tres días se dividieron en jornadas de taller, de arte, deporte pero sobre todo de encuentro, de compartir comidas, charlas, rituales a la Pachamama y fogones. Los talleres y conversatorios desbordaron y algunos tenían filas de de más de 40 minutos. La prioridad era para las anfitrionas que tomaban nota de todo y registraban en vídeo cada taller.
“Esperamos 600 pero agregando un cero son 6 mil”, dijo Yareny a LATFEM, una encapuchada que vendía el café que producen colectivamente en este caracol. “No nos imaginábamos que eran tantas. Nosotras nos sentimos orgullosas porque gracias a este encuentro nos estamos conociendo, nos estamos viendo”, agregó. “A saber cuántas mujeres que luchan llegamos estos días, pero creemos que que podemos estar de acuerdo en que somos un chingo”, dijeron en el discurso de cierre.
Los compañeros zapatistas varones se quedaron en sus caracoles para cuidar los animales, las casas y lxs hijxs. Otros acamparon afuera para garantizar cuestiones mínimas del encuentro. Un contingente de 200 argentinos quiso ingresar al lugar. No los dejaron. Insistieron con que habían venido de lejos. Una de las encargadas de la inscripción se limitó a señalarle el letrero y siguió anotando a la fila infinita de mujeres que querían entrar y armar sus tiendas de campaña. Otros varones llegaron con una olla de café enorme a modo de ofrenda. Tampoco pudieron pasar.
La apuesta a un encuentro separatista permitió poner el acento en que las tareas de crianza, domésticas y de cuidado que aún en el zapatismo recaen con mayor peso sobre espaldas femeninas. “Quedaron afuera para que vean y sientan cómo sentimos nosotras cuando hacemos ese trabajo”, dijo Yareny a LATFEM. “Decidimos que no entraran varones porque valoramos que sean pura mujeres para conocernos y compartirnos y vernos cómo somos. Vinieron muchos que quisieron entrar pero el paso es no. Aquí no hay ningún hombre que se pueda llevar a una niña”, señaló.
La decisión se sostuvo hasta las 20.36 del domingo 11 de marzo cuando la comandanta Miriam con su discurso dio por culminado el encuentro. Y ahí entraron en estampida vestidos para la fiesta y baile de cierre. Para muchas fue un quiebre: la energía cambió. Lxs perrxs ladraron y lxs bebxs que hasta entonces habían convivido casi sin llantos lloraron por el ruido que trajeron los varones con ellos. Hasta algunas chicas se pelearon. Para las feministas indígenas no fue extraño el ingreso masculino: las zapatistas querían compartir con ellos la celebración de haber logrado este primer Encuentro. Algunos de los que entraron buscaban a sus parejas para tomarse selfies.
Un salto de fe
La convocatoria del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional a este primer Encuentro empezó a difundirse el 29 de diciembre de 2017. Un comunicado firmado por las Comandantas Jessica, Esmeralda, Lucía, Zenaida y una niña Defensa Zapatista, invitó a “mujeres que luchan, resisten y se rebelan en contra del sistema capitalista machista y patriarcal”. Apenas dieron una dirección de mail y luego un segundo comunicado.
El llamado hizo “retemblar” las agendas de cada mujer que la vió ¿Cómo hacer para ir? Se activaron todas las redes para llegar hasta aquí en la fecha en la que estaban desde cada múltiple lugar de pertenencias. Un grupo de activistas colombianas vendieron remeras para juntar el dinero para viajar. En Argentina otras organizaron fiestas para reunir los fondos necesarios. Además de las mexicanas, las argentinas fueron mayoría en el campamento y eran identificables en el campamento por sus pañuelos verdes de la Campaña nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito en sus cuellos, mochilas y carpas.
Solo habían circulado dos comunicados y algunas habían confirmado por mail su estadía. Todas se acercaron repletas de expectativas y con poca información sobre lo que ocurriría.
Cris Cruz, una joven estudiante de arte de 28 años, vino desde Tijuana hasta el aeropuerto de Tuxtla sin saber cómo llegar hasta el caracol. Angélica es de Los Ángeles pero viajó desde San Francisco, donde estudia historia. Las dos se conocieron en el aeropuerto y lograron viajar hasta el lugar con dos periodistas alemanas que arribaron para hacer un documental sobre el encuentro. Desde el espacio feminista Punto Gozadera, en Ciudad de México, viajaron 10 camiones repletos. Las Reinas Chulas, una compañía de teatro-cabaret mexicana, fueron llegando en tandas. Tere López es de Andalucía pero vive en Guadalajara, desde ahí llegó con una amiga española. Lucila Bettina Cruz Velázquez, integrante de la Asamblea de los Pueblos Indígenas del Istmo de Tehuantepec en Defensa de la Tierra y la Territorio, Santa Maria Xadani, Oaxaca vino con un contingente de 15 compañeras del pueblo zapoteco, entre ellas su hija Rosa Marina Flores Cruz. Tres madres de lxs 43 estudiantes normalistas desaparecidxs en Iguala en 2014 también hicieron pie en el encuentro.
“No hay un poder de convocatoria como el de EZLN y en particular de las mujeres zapatistas. Vinimos con esa confianza porque nos hemos formado con el EZLN. Nos toca estar para seguir construyendo”, dijo a LATFEM, Atziri Ávila, integrante de la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en México y del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio.
La candidata
La estrella del encuentro fue María de Jesús Patricio, conocida como Marichuy. Cada vez que atravesaba el predio la vocera del Concejo Indígena de Gobierno una caravana la seguía en procesión. Caminaba con su brazo vendado e inmovilizado por el accidente que sufrió su camioneta el 14 de febrero cuando recorría el desierto de Vizcaíno en Baja California Sur. En el accidente murió Eloísa Vega Castro, de la red de apoyo a los pueblos indígenas. Fue recordada varias veces en los tres días de encuentro.
En octubre de 2017 Marichuy inició su campaña para convertirse en candidata independiente a la presidencia apoyada por el Congreso Nacional Indígena (CNI): una organización fundada el 12 de octubre de 1996 en el marco de la firma de los Acuerdos de San Andrés, conformada por más de cuarenta pueblos, naciones y tribus originarios que radican en todo México, con el objetivo de generar un espacio de solidaridad entre ellos. Los pueblos zapatistas forman parte del CNI. Por primera vez el zapatismo apoyó la construcción de una candidatura presidencial y la representante elegida fue una mujer indígena nacida hace 54 años en la región nahua de Tuxpan, Jalisco. Experta en medicina natural, Marichuy hizo sus estudios secundarios a escondidas porque su padre no quería que fuera a la escuela.
Durante los últimos cuatro meses Marichuy visitó los más diversos pueblos para escuchar a representantes de las sesenta etnias que no tienen representación en la política tradicional mexicana. El 19 de febrero el sueño de una candidata a presidenta indígena se esfumó, al menos por este sexenio. Marichuy no consiguió las 866.593 firmas. Alcanzó apenas el 30 por ciento. No fue por falta de clamor popular sino porque el proceso fue excluyente: el Instituto Nacional Electoral exigía que las firmas fueran recolectadas a través de una aplicación que se descarga en teléfonos celulares de gama media. Además de poner una barrera económica, la tecnología planteaba una limitación técnica: en México todavía hay regiones sin acceso a luz eléctrica. “Todavía estamos en proceso de evaluación”, dijo la vocera a LATFEM mientras caminaba por el predio.
“Una candidata indígena es un orgullo para nosotras porque es la posibilidad de organizar a otras mujeres indígenas y la demostración que nosotras valemos”, dijo Yareny a LATFEM.
La genealogía del encuentro de las mujeres que luchan
Varios meses antes de la emergencia pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en San Cristóbal de las Casas, el pueblo zapatista ya contaba con una Ley revolucionaria de las mujeres: un mandato de la comunidad que posibilita que las mujeres ejerzan sus derechos que data de 1993. A su vez, la mayor Ana María, quizá una figura menos conocida en comparación con las comandantas Ramona o Esther, fue una de las protagonistas del levantamiento. La primera Ley revolucionaria de las mujeres, que luego fue reformada, es un decálogo preciso y exacto que vale la pena repasar:
Primero.- Las mujeres, sin importar su raza, credo, color o filiación política, tienen derecho a participar en la lucha revolucionaria en el lugar y grado que su voluntad y capacidad determinen.
Segundo.- Las mujeres tienen derecho a trabajar y recibir un salario justo.
Tercero.- Las mujeres tienen derecho a decidir el número de hijos que pueden tener y cuidar.
Cuarto.- Las mujeres tienen derecho a participar en los asuntos de la comunidad y tener cargo si son elegidas libre y democráticamente.
Quinto.- Las mujeres y sus hijos tienen derecho a ATENCIÓN PRIMARIA en su salud y alimentación.
Sexto.- Las mujeres tienen derecho a la educación.
Séptimo.- Las mujeres tienen derecho a elegir su pareja y a no ser obligadas por la fuerza a contraer matrimonio.
Octavo.- Ninguna mujer podrá ser golpeada o maltratada físicamente ni por familiares ni por extraños. Los delitos de intento de violación o violación serán castigados severamente.
Noveno.- Las mujeres podrán ocupar cargos de dirección en la organización y tener grados militares en las fuerzas armadas revolucionarias.
Décimo.- Las mujeres tendrán todos los derechos y obligaciones que señala las leyes y reglamentos revolucionarios.
Por otra parte, no era la primera vez que se hacía una convocatoria de estas características. La diferencia fue que en esta oportunidad los varones zapatistas no tuvieron ninguna participación. A fines de 2007 y principios de 2008 ya se había realizado una convocatoria similar en el Caracol “Resistencia Hacia un Nuevo Amanecer”, más famoso por su nombre de La Garrucha, Zona Selva Tzeltal. Fue el Tercer Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo denominado:“La Comandanta Ramona y las Zapatistas”, o bien, Primer Encuentro de las Mujeres Zapatistas con las Mujeres del Mundo. En ese entonces los varones estaban en el lugar pero con tareas limitadas: no podían ser relator, traductor, exponente, vocero, ni representar en la plenaria Sólo podían trabajar en: “hacer comida, limpiar y barrer el Caracol y las letrinas, cuidar a l@s niñ@s y traer leña”.
“Nosotras lo vemos diferente al encuentro de 2007 porque en ese entonces había pocas mujeres que contaban sus historias sobre cómo son sus vidas y cómo viven. Ahora vemos que hay cambio, que están emocionadísimas por encontrarse. Yo las veo feliz compartiendo todo lo que traen de afuera, qué viven, cómo sufren, sus análisis, todo. Nos están conociendo a nosotras”, dijo Yareny a LATFEM. “Escuchamos a la voz de algunas mujeres que vienen de afuera, escuchamos como el mal gobierno las explota, las humilla, les dicen cosas a las mujeres que no tienen derecho. De las cinco zonas nos juntamos, platicamos y hasta por fin decidimos que se haga este primer encuentro internacional de las mujeres”, explicó sobre cómo surgió la idea.
Esta convocatoria debe leerse en el contexto internacional de avanzada de las luchas feministas que puede denominarse como una “cuarta ola” con hitos tan diversos como Ni Una Menos en Argentina, el 24A en México, el MeToo y Time´s Up en Estados Unidos y los dos paros internacionales. El encuentro de mujeres que luchan parece ser la respuesta zapatista al feminismo internacional. Mientras en el mundo del “mal gobierno” avanzan las derechas neoliberales y ceo machistas, América Latina y el Caribe es una región gobernada absolutamente por hombres, se feminizan cada vez con más fuerza las resistencias.
“Ellas nos están diciendo: estamos en sintonía, hagamoslo juntas”, analizó Atziri Ávila en diálogo con LATFEM. Asistimos a la crisis del patriarcado como sistema homogéneo y con verdaderos límites de existencia, y al mismo tiempo hay un lugar sustraído de las leyes del sistema patriarcal donde tenemos refugio, una casa segura. “Ojalá tengamos vida para el año que viene y nos volvamos a encontrar”, dijo Yareny. En el documento de cierre las encapuchadas encomendaron a todas la tarea de organizarse en encuentros en sus territorios. Y llamaron a un acuerdo tan básico como “acordemos seguir vivas y seguir luchando, cada quien según su modo, su tiempo y su mundo”. Un feminismo donde quepan muchos feminismos no es más que un feminismo popular.