Chile: los desafíos para cambiar la historia

Gabriel Boric asumió hace un mes la presidencia de Chile el 11 de marzo. Sin la ciudadanía que lo llevó en una elección histórica por el nivel de participación a La Moneda, no habrá transformación posible. Cuánto de la visión de Boric, de su proyecto y de las transformaciones que la ciudadanía exige bastante implacablemente colisionará de frente con la historia de Chile, con sus instituciones encadenadas al modelo económico y con las trabas que ya se hacen presentes en la gestión. La presentación de su Gabinete a fin de enero fue uno de los primeros gestos en busca de transformar la narrativa de la autoridad en Chile. Es un gabinete diverso, intergeneracional, con pluralidad política, pero no plurinacional. Andrea Guzmán analiza los desafíos que enfrenta Chile.

Como figura política y como personaje, es innegable que la historia de Gabriel Boric ha sido algo extraordinario de presenciar a través de los años: lo vimos surgir en las masivas protestas universitarias de 2011 como dirigente estudiantil, concretar una coalición política junto a sus compañeros, asumir como diputado, firmar un acuerdo por un Plebiscito ciudadano para una Convención Constitucional y luego convertirse en el Presidente más joven de la historia de Chile. Cumplió 36 años días antes de asumir el cargo y para sus contemporáneos, por ende, la épica de su storytelling también ha sido grande: desde sus salidas en bermudas a comprar su sándwich favorito después de ser electo, pasando por su pasado muy reciente de metalero -y todo el material que aquello dejó en redes para la posteridad- hasta los memes y homenajes que le han regalado desde Sonic Youth a C. Tangana. Es justo decir que, al menos en la historia reciente, ninguna figura política en Chile generó la expectativa y el optimismo festivo de esta última elección. El cambio en la narrativa del país es enorme, por momentos obnubila, por lo tanto también es justo decir que los desafíos son absolutamente abrumadores para una presidencia con altísimas expectativas en la región, y para una ciudadanía que eligió con un récord de participación histórica en las urnas pero que fácilmente podría desencantarse.

Gabriel Boric no la tiene fácil: sin mayoría parlamentaria, con un congreso fragmentado, una oposición de derecha que siempre ha sido cohesionada y con una izquierda tradicional que, si bien permanece en relativo consenso, en algún momento de lisergia llegó a decir que se plantearía como oposición. Quizás una de las grandes interrogantes de este gobierno es, bueno, ni más ni menos, qué podrá efectivamente hacer Gabriel Boric en su período. Cuánto de su visión, de su proyecto, y de las transformaciones que la ciudadanía exige bastante implacablemente desde que copó las calles en 2019, colisionará de frente con la historia de Chile, con sus instituciones encadenadas al modelo económico y con las trabas que ya se hacen presentes en la gestión. La semana pasada, de hecho, un evento fue bien gráfico de la colisión: si bien, uno de los bastiones discursivos del nuevo gobierno es su compromiso con los derechos humanos, un joven de 19 años fue baleado por Carabineros en una de las primeras marchas hacia La Moneda desde el cambio de mando. La poderosísima fractura con instituciones como esta, la de Carabineros -que está en entredicho hace años por sus atribuciones desmedidas, su secretismo y su escisión del mundo civil- es solo una muestra. Eventos como esos podrían fácilmente habilitar una desconexión con la ciudadanía.

Por la intensidad y el ajetreo parece muchísimo más, pero el Gobierno de Gabriel Boric lleva apenas unos días en sus funciones, desde el 11 de marzo. La presentación de su Gabinete a fin de enero, que además fue en el Museo de Historia Natural, acorde con su prerrogativa de acercar el gobierno a las ciencias, fue uno de los primeros gestos en busca de transformar la narrativa de la autoridad en Chile. Los gestos, en realidad han sido varios desde que Boric asumió el cargo: tan pequeños como relajar los protocolos y no usar corbata en los eventos oficiales, y tan significativos -y sin poca polémica adjunta- como referirse a la zona de la Araucanía como Wallmapu, que es la forma en la que los Mapuche se refieren a sus tierras ancestrales y que desde octubre y hasta el fin del gobierno de Piñera permaneció en estado de excepción.

El Gabinete de Gabriel Boric en sí mismo es parte de esta nueva cosmovisión. Son 10 varones y 14 mujeres, expertos y expertas en sus áreas, (esto último no es poco. Parece mentira, pero en Chile la tradición de nombrar masivamente a ingenieros comerciales en cargos políticos es bastante larga). “Esta es la primera vez que un profesor llevará los mandos de esa cartera”, destacó Boric sobre Marco Antonio Ávila, el titular del Ministerio de Educación. Los rostros que lideraron las protestas estudiantiles del 2011, el movimiento donde él surgió como figura política, están representados en sus colegas más cercanos. La ex diputada y ex dirigente estudiantil Camila Vallejo, del partido Comunista, asumió la vocería, Giorgio Jackson, también dirigente de la época, la Secretaría General de la Presidencia, e Izkia Siches -que además obtuvo una gran visibilidad como presidenta del Colegio Médico durante la pandemia en tensión con las medidas adoptadas por Sebastián Piñera-, asumió en el Ministerio del Interior y Seguridad Pública: su primer desafío será reestablecer un diálogo posible con el Wallmapu, que el gobierno ha ordenado desmilitarizar. “Hoy presentamos un Gabinete con mayoría de mujeres y quiero recalcar este hecho, este es un Gabinete diverso, con presencia de personas de provincias, un Gabinete intergeneracional, con pluralidad política y diversos puntos de vista”, dijo Boric, durante el día de la presentación. Justamente, la reunión es diversa pero el factor plurinacional es un gran ausente en su Gabinete, que llega además en un momento de gran efervescencia sobre el tema, y por ello, la deuda que los gobiernos han tenido con los pueblos originarios y la voluntad de rehabilitar un diálogo que parece tener el suyo tendrá que ser protagonista. Por otro lado, quizás una de las grandes tareas de Boric será llanamente proteger la Convención Constitucional, que está en un momento álgido y que en junio se haría efectiva solo después de un plebiscito de salida que se haría por votación popular.

Entre los ministros y ministras del Gabinete, otro de los gestos bien simbólicos fue el de designar a Maya Fernández Allende, la nieta de Salvador Allende, en el Ministerio de Defensa. Por otro lado, en el Ministerio de Hacienda, asumió quien fuera el presidente del Banco Central, nombrado por Michelle Bachelet, Mario Marcel y en Salud, la independiente María Begoña Yarza. Estos últimos podrían ser un buen ejemplo de la estrategia que Boric ha ido cultivando hace tiempo: muchos han bromeado sobre él llamándolo “amarillo”, es decir, un tibio, en contraposición con otras figuras políticas de izquierda. Esta diplomacia bastante cuidada en las decisiones y en la comunicación ha pasado a formar parte de sus marca desde la segunda parte de su campaña presidencial, y por ende, en este gabinete destaca la decisión de incluir personajes de otros sectores de la izquierda tradicional, que no lo acompañaron en las elecciones, y también a figuras políticas independientes que no necesariamente tienen filiaciones totalmente afines. “Hemos conformado este equipo de trabajo con personas preparadas, con conocimiento y experiencia, comprometidos con la agenda de cambios que el país necesita y con la capacidad de sumar miradas, distintas perspectivas y nuevas visiones”, dijo Boric, que entre otras de sus designaciones puede contar a la periodista Antonia Orellana en el Ministerio de la Mujer, a la física Maisa Rojas en el Ministerio del Medio Ambiente y a la abogada Antonia Urrejola en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Gabriel Boric se convirtió en Presidente con un electorado, como en varios países de la región y como parece ser la norma contemporánea, descreído de la política y enfadado con los mecanismos tradicionales, pero que ante la amenaza de la derecha extrema de José Antonio Kast, salió a votarlo de una forma masiva e inédita. Separar discursivamente, por ejemplo, a la migración de la delincuencia y al narcotráfico de las demandas de los Mapuche, o condenar la violencia de la policía, a pesar del poco control que parecen tener sobre el tema, son novedades en el discurso político chileno, cuyas máximas siempre fueron las contrarias; estas son ideas con las que muchos y muchas parece asentir, y sin embargo, la migración, la inseguridad, la delincuencia, la inestabilidad económica, también son problemas reales percibidos por la ciudadanía en su cotidianeidad. La crisis post estallido social, la (con suerte) post pandemia, un mundo en guerra, una economía vulnerable serán protagonistas de este periodo. Y hay una cosa más. El saldo de la violencia policial durante la revuelta de octubre no es menor. Los familiares de presos políticos, víctimas de torturas, lesiones, asesinatos, y las casi 500 personas con ojos mutilados por Carabineros ya se lo dijeron al Presidente: si sus demandas no son escuchadas, los tendrá de vuelta en las calles. Por ende, la certeza es una: el conflicto, y la crisis van a llegar. El mayor desafío para Boric será conservar, al menos un vaho de ese idilio, pero sobre todo intentar una concertación social que le permita avanzar en transformaciones profundas; la ciudadanía ya parece haber demostrado con creces que sin ella no hay acuerdo posible.