Escribir desde la incomodidad y la
tristeza no promete resultados esperanzadores. Pero ayuda a ordenar ideas y dejar
planteadas preguntas en un 8m que ocurre en una etapa nueva.
Digo entonces que escribo desde la incomodidad: no es para mí, no sé si para
muchxs más, un 8m de entusiasmo político, de alegría colectiva, de expectativa
intensa.
Veo converger tres líneas complejas y preocupantes: una incapacidad de reforzar (o al menos ver la importancia de) la autonomía del movimiento feminista en este contexto; una falta de reflexión crítica sobre la forma en la que afecta o cambia el signo o tiene implicancias para ese movimiento la institucionalización: esto es, el devenir funcionarias de las compañeras militantes; y tres, la reacción conservadora de muchas organizaciones que nos cobijaron hasta hace poco, incapaces de ver en el movimiento feminista algo más que la lavada de cara rosa de un ajuste -por otros medios, cargado de otros significados- que no tiene perspectivas claras de detenerse. O bien, en la institucionalización, una forma de destinar compañeras de manera privilegiada a militar feminismo y dejar los otros temas -una vez más- en manos de los compañeros.
Uno: la autonomía del movimiento
Las últimas asambleas feministas en la Mutual Sentimiento, en el barrio porteño de Chacarita, para la organización del 8m dejaron ver la dificultad de llevar adelante una articulación fructífera. Las intervenciones de las compañeras agrupadas dentro del FIT-U resultaron hostiles y una demostración más de su política sectaria a prueba de todo. Llevaron la misma iniciativa que despliegan en sindicatos y facultades a un espacio que fue vaciándose progresivamente por la imposibilidad de diálogo, por la repetición hasta el hartazgo de consignismos vacíos de una infinidad de compañeras, todas parte de un mismo espacio, inmunes a cualquier tipo de interpelación. En el otro polo, la decisión de compañeras, con una afinidad explícita o implícita con el nuevo gobierno, abonaron a que se definiera marchar a Congreso en lugar de hacerlo como siempre a Plaza de Mayo. La lucha por una pronta legalización del aborto fue sostenida como uno de los fundamentos, pero también la noción de que ir a la Plaza podía ser leído como “hacerle un paro a Alberto”. Intentos de que la asamblea resultara una instancia de trabajo colectivo, de definición de agenda de demandas, de itinerancia por distintos territorios para poder construir dicha agenda con la multiplicidad de voces que compone el movimiento, quedaron flotando como murmullos inaudibles, junto con la sensación de desconcierto de algunas compañeras feministas que luego harían un descargo por la violencia hacia la accesibilidad que las prácticas imperantes significaron (se puede encontrar el video de las compañeras de MOSFA – Movimiento de Sordes Feministas Argentina).
Dos: ¿Qué pensamos de la institucionalización?
Una grilla plagada de compañeras se armó en estos días en el CCK con el título de Nosotras Movemos al Mundo, un fragmento de la consigna construida por el movimiento feminista que cuidadosamente dejaba afuera el “ahora lo paramos” con el que rematábamos con medida de lucha huelguística aquella frase.
Una serie de actividades promovidas por el recientemente creado Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidades de todo el país elegía la vidriera de CABA para hacer audibles una serie de debates urgentes y un conjunto de experiencias militantes. Entretanto, nos vamos enterando día a día de una nueva amiga o compañera que llega a espacios institucionales en esta nueva etapa y nos preparamos para conocer finalmente de qué se tratará el proyecto de legalización preparado por Alberto y Vilma Ibarra y por qué será que es mejor o más efectivo que el de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
La pregunta o la necesidad de reflexión crítica no parte desde un lugar purista: no se trata de que el Estado sea tan solo el monopolio del aparato represivo de un territorio o que las instituciones sean el diablo. Una mirada histórica de las militancias políticas puede aportar una perspectiva menos impresionista del asunto, más atenta a cuáles fueron las derivas del movimiento piquetero, de las organizaciones de la economía popular a comienzos de este siglo. La inserción en la gestión no es cooptación, traición, ni siempre o necesariamente bajar las banderas. Pero sí es un cambio de signo, un adentrarnos en otras lógicas. Donde usos instrumentales de nuestras construcciones pueden ser parte de lo que ocurra. Tener presentes esas lógicas, poder prever cuáles pueden ser los efectos en un movimiento que al día de la fecha no llegó a construir los relevos en la calle de las compañeras que se fueron a las instituciones, son tareas que, al menos, es importante poner sobre la mesa. Al igual que pondremos sobre la mesa preguntas sobre recursos, asignación de partidas presupuestarias y las reflexiones sobre si puede la militancia ser trabajo ad-honorem en este contexto.
Tres: entre el FIT y el Frente de Todos, ¿qué (nos) queda?
Las expectativas populares con las que llega el gobierno al poder y los gestos progresistas para nada desatendibles son elementos con los que trabajar para quienes venimos de las militancias políticas de izquierda, feminista y LGTB. La proximidad de la legalización del aborto, tortas, travas, trans, drags en el parlamento y otras instituciones, reflexiones sobre violencia de género, sobre binarismo, entre muchos otros, nos brindan a quienes venimos del sofocante y regresivo macrismo, un poco de aire y esperanza. Las feministas en las organizaciones políticas llegamos arrastrando, además, cansancio. Haber militado en uno de los movimientos más dinámicos en oposición al macrismo, hacerlo, además, dando peleas para transversalizar el feminismo al interior de la propia organización, nos deja un saldo complicado de saturación. La complejidad adicional de esta etapa viene de la mano de los posicionamientos y delimitaciones necesarios, del lugar incómodo e incierto de trazar coordenadas generales sin sectarismos. La veloz institucionalización de buena parte del movimiento feminista pone en alerta a organizaciones políticas que de repente pueden ser capaces de poner bajo la lupa las posiciones flexibles y las articulaciones amplias que las feministas fuimos capaces de construir. Nada peor que responder con conservadurismos a la incertidumbre que un cambio de etapa puede traer aparejado. Cansancios y saturaciones de este tipo son lo que históricamente va dejando compañeras valiosas en el camino.
Ser capaces de mantener una reflexión crítica no implica de ningún modo echar por la borda el capital político acumulado desde el feminismo, desconocer el valor de las compañeras ocupando espacios o el lugar vital de una izquierda no sectaria para seguir imaginando horizontes más allá de lo posible. Es una tarea incómoda pero necesaria para construir también a partir de las dificultades que una nueva etapa significa. Sin macartismo, sin sectarismo, sin backlash misógino, asumiendo que el movimiento feminista no es un mar de sororidad, sino un espacio de disputa político. Espacio del que, de todos modos, aprendimos una cosa o dos sobre politizar lo personal, sobre autocuidado, sobre hacer red para armar coalición. Sobre hacer de la tristeza, la frustración y el fracaso también un lugar político para pensar. Vayan estas líneas desordenadas, salidas de una red social casi obsoleta, para igual no dejar de hacerlo juntas.