Del duelo, al lenguaje y la memoria

¿Puede haber políticas familiares de la memoria? ¿Para qué las querríamos? ¿Estamos mejor en el silencio o hay que decirlo todo? Parece moral la demanda de poner todo en común, pensar que la transparencia es por sí misma buena. En algunos momentos el olvido se instala y lo que deja son retazos. Esta es una lectura en diagonal de una forma de vida a una forma de lenguaje y viceversa. Nueva entrega de “Vital y móvil”.

Cuando llega el olvido ocurre como con los bordes del fuego al avanzar en la superficie del papel, no deja nada, borra a su paso. Escribo esto y desconfío. El olvido no ocupa lugar, libera espacios que estaban ocupados con memorias. No te das cuenta de que olvidaste. En el caso de mi madre el incendio de los papeles fue a fuego lento -necesito otras metáforas. El olvido de mi madre fue como si primero hubiera borrado los conectores del lenguaje. La imagen es la de un collar sin varios eslabones, con las perlas en el suelo, intentando armar una oración con sentido.

En 2010, más o menos al mismo tiempo que el diagnóstico de Alzheimer de mi madre, Tamara Kamenszain y Silvia Molloy publicaban El eco de mi madre (Bajo la Luna) y Desarticulaciones (Eterna Cadencia). Ambos, en distintos registros van hacia el olvido de sus seres queridas. En ese momento no pude leerlos. Escribió Tamara: 

como mi madre que a veces me trata de usted
y yo me doy vuelta para ver quién soy
la amiga de Sylvia que perdió el voseo
la desconoce hablándole de tú

Yo es otra, era otra para mi madre, ella fue otra en el olvido que nos fue cambiando. Esteban me decía que había podido tener una relación nueva y distinta con su propia madre, que estaba en el mismo trance que la mía -¿que la mía?, ¿que la segunda que fue, la transformada?-. Pero en algún momento el devenir es privativo, como si primero sacaran los conectores, luego la letra e, luego los nombres propios, pero se mantuviera el deseo de comunicar. Luego, al final, ya no quedan significantes disponibles. 

En el verano le pregunté a mi madre si había sido feliz. Me dijo “sí, sí, viajamos por todos lados, gané una beca, siempre juntos, lo vi a Eduardo y dije ‘con él me voy a casar’”. No había hijes en el relato, pero no importa, había sido feliz. También había retenido las palabras que necesitaba hasta el final. De la misma forma mi obsesión frustrada ante ella era encontrar la palabra del chispazo que activara zonas dormidas de la memoria, aún conservadas. Escribe Molloy “No puedo acostumbrarme a no decir “te acordás” porque intento mantener, en esos pedacitos de pasado compartido, los lazos cómplices que me unen a ella. Y porque para mantener una conversación -para mantener una relación- es necesario hacer memoria juntas o jugar a hacerla, aun cuando ella -es decir, su memoria- ya ha dejado sola a la mía”.

¿En qué género caen las perlas cuando se rompe el cordón? “Ese continuo que va de una forma de lenguaje a una forma de vida y de una forma de vida a una forma de lenguaje”, escribe Kamenszain, imprime un ritmo. En mi caso, ese continuo es una aspiración sin sentido por una suerte de cianotipia de la lengua de mi madre. Luego entendí mi error: el ritmo y la forma estaban en su tarareo, en la música, en las melodías nunca olvidadas.

¿Cómo es maternar en el olvido? ¿Existe eso? En algún momento, hace tiempo, dejamos de ser alguien para ella, no solo hijes. Se convirtió en una relación unidireccional, en la que la trato como mi madre, pero para ella la función hija no existe. También dejó de decir yo. Pienso que en mi familia no hay políticas de la memoria. Es el fuego que hemos construido. Tal vez deba decirlo con menos dramatismo, aunque lo del fuego suene mejor, hay ovillos de memoria, hay mantas armadas con retazos, hay rumores y silencios. Pienso qué género es una familia, cómo se sostienen los significantes ahí. Qué pasa cuando alguien sale del juego y no deja las cartas. Siento que es un poco como pasa en las películas cuando alguien llega a una casa abandonada recientemente y se imagina por las pistas qué pasó ahí. Arqueología de la vida de les xadres. Tal vez solo queda la imaginación.