Julio Garro, intendente de La Plata y dirigente del Pro, propuso una medida para flexibilizar el aislamiento social obligatorio en su ciudad que en otro contexto podría causar risa. En vez de optar por la opción binaria más neutral posible para cortar por la mitad los permisos diarios de salida, la terminación par o impar del número de documento, como el escorpión de la fábula demostró que la discriminación, el androcentrismo y el desprecio están en su naturaleza. Se despachó con que un día salgan las mujeres y otro, los hombres. Negando así el derecho a la existencia de múltiples identidades.
En pocos días, el 24 de mayo, se celebra el octavo aniversario de la sanción de la Ley de Identidad de Género que colocó a la Argentina en una posición de vanguardia en lo que hace al ejercicio pleno del derecho a las diversidades y disidencias sexuales, en todo el mundo. Sin embargo, el planteo de Garro lleva a preguntarse: ¿qué día podrán salir en la La Plata de Garro las personas de identidad fluida y no binaria?
En todo caso, el repensar la situación generada por la pandemia del coronavirus desde una perspectiva de género, debería servir para reflexionar cómo la situación de mujeres, varones, personas trans no es la misma en confinamiento. A los aún incipientes y provisionales informes que indican un crecimiento elevadísimo de la violencia doméstica contra las mujeres -en Europa, la OMS especula con un crecimiento del 600 por ciento-, ¿el intendente de La Plata pretende agregarle que día por medio las trabajadoras que deben transitar por el espacio público se vean rodeadas por una multitud de varones que salen a estirarse y a pasear?
En otro contexto, lo descabellado de esta propuesta causaría gracia. En el de una sociedad acosada por el fantasma de la enfermedad, el desempleo y la crisis económica, y fastidiada encima por un ya largo encierro, lo que está exhibiendo esta propuesta es un desatino más de la derecha doméstica que apuesta no sólo al fracaso del proyecto popular sino al de la supervivencia misma de la Argentina, dada la extrema gravedad de la situación que atraviesa el mundo.
Por ridículas que sean, estas acciones e ideas no dejan de hacer daño porque destilan un odio que busca desesperadamente construir política sobre cadáveres, como ya lo han hecho en reiteradas oportunidades. Cómo explicar, si no, que destacados personajes que se autodefinen como liberales y libertarios, junto con algunos conspicuos miembros de Juntos por el Cambio, llamen a tocar la cacerola en las calles de ciudades acosadas por el virus para luchar, ¡contra el comunismo! La propuesta de Garro se inscribe en este microclima de odio y ceguera. Son ridículos, sí, Pero matan.