#EntrevistaSelfie: “Eran todos revolucionarios hasta que la revolución se les metía entre las piernas”

Hace 50 años nacía el Frente de Liberación Homosexual, un espacio pionero en Argentina que agrupó diferentes organizaciones que militaban por los derechos sexuales. Mientras que organizaciones como Montoneros, FAR y ERP se alineaban con los gritos revolucionarios de la época, el FLH se sumó a esas luchas incorporando la liberación sexual. LatFem habló con Jorge Giacosa, que vivió en carne propia la historia de deseos, fracasos y victorias del Frente. Esta es la primera entrega de una nueva sección que abrimos para conocer intelectuales, referentes políticos y de las organizaciones de la cultura queer.

¿Por qué te parece que a 50 años seguimos hablando del Frente de Liberación Homosexual?

—La revolución del FLH fue militar desde la propia identidad como homosexuales y viendo con perspectiva eso era algo para lo que nadie estaba preparado más que nosotros. Con todo respeto, y sin saber los miles de desaparecidos que vendrían después, en ese momento yo sentía que eran todos revolucionarios hasta que la revolución se les metía entre las piernas. Ahí ya no se podía hacer más nada, no nos quería nadie: ni la derecha, ni la izquierda, ni la más izquierda extrema revolucionaria. El manifiesto Sexo y Revolución lo produjo el FLH en el año 73 y realmente es increíble la vigencia que tiene. Y lo otro por lo cual hace que sigamos hablando es que se trata de rescatar otra memoria, porque uno recuerda los 70 y piensa en un proceso militar, pero el principio de los 70 es lo que hoy se conoce como la primavera de Cámpora y pasaban muchas cosas interesantes, fue un despertar. En mi caso también era parte de un movimiento que se dedicaba al arte gráfico, el Taller de Artes Creativas a cargo de Mirtha Dermisache, y en plena dictadura organizamos las Jornadas del color y la forma en el Recoleta, que todavía estaba en construcción. Participaron 18 mil personas. Creo que nos permitían hacerlo porque parecía algo inofensivo la propuesta de hacer pinturas o modelar arcilla. A 50 años seguimos hablando pero ese “seguimos” empieza hace relativamente poco, porque durante muchos años, muchísimos, a nadie le interesó en absoluto la existencia del FLH. 

¿Cómo llegaste al Frente?

—Fue una vez que yo me asumo homosexual, que era lo que nosotros decíamos en aquel momento porque no se usaba gay ni tampoco lo de salir del clóset. Hoy suena un poco clínico dicho así, pero en realidad sólo nos queríamos sacar el “puto” de encima, y me alegra un montón que ahora haya cambiado y se reivindique la palabra puto. A mis veintipocos empecé a entender que no era ningún perverso ni monstruo, después de años de tortura interior y de fantasías de suicidio. Trabajaba en una librería Fausto de la avenida Corrientes y hacía el turno de las cinco de la tarde a la una de la mañana, lo que era genial porque era un desfile. Ahí lo conocí a Manuel Puig, que me dedicó la primera edición de La traición de Rita Hayworth, y trabajaba con el escritor Luis Gusmán, que en ese momento no había manera de que le publicaran su primera novela El frasquito. Un día apareció al local un libro llamado El homosexual y su liberación (de George Weinberg), publicado por editorial Granica, y con semejante título me lo llevé a casa. Ahí me di cuenta de que la gente que más me podía atraer, la que más me interesaba, era la que hacía de esta historia una militancia, la gente que tenía asumida la historia y empezaba a pelear por los derechos de los demás. Lo del FLH era un rumor, una organización que uno sabía que existía pero no había sede, dirección, teléfono, nada oficial. Le pregunté a todo el mundo y después de un tiempo conseguí un teléfono, llamé y me dieron una cita para un sábado a la tarde en una dirección por Devoto. Era la casa de Ernesto Quesurera y estaba Néstor Perlongher, a quien yo desconocía. Ese día fueron dos pibes más que también estaban interesados y después desaparecieron, pero yo quedé de cabeza en Eros, que era el grupo de Perlongher, el más numeroso y el más combativo porque estaba en las calles. Yo soy del ‘48 y esa primera reunión con el Frente fue en 1972, o sea que en ese momento tenía 24 años.

—¿Y qué se sabía del FLH antes de pertenecer? ¿Había alguna información de qué era lo que hacían?

—Más allá del nombre, que me parecía muy interesante lo de la liberación homosexual, no tenía mucha información. El Frente estaba constituido por grupos y grupúsculos. Yo era muy amigo, por ejemplo, de Los Anarquistas, que eran solamente dos. En general no estaba la idea de comunidad homosexual, sino que era una suma de individualidades donde la mayoría pensaba “si pasó desapercibido no me va a ir mal. Total, en privado hacemos lo que se nos canta”. Esa no era la línea del FLH, que era un poco heredero de la revuelta de Stonewall y pensaban que la pelea era lo que te iba a dar el cambio. Nosotros teníamos que lograr insertar nuestras reivindicaciones, que en primera instancia no iban más allá de la derogación de los edictos policiales, un horror que manejó la policía durante muchísimos años y le cagó la vida a mucha gente. Pero además éramos conscientes de la lucha que todo el país estaba llevando adelante y por eso es que el FLH decide aparecer en la Plaza de Mayo el día que sube Cámpora. Esa tarde hicimos la foto más famosa del FLH, con una pancarta que decía “para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”, una frase de la marcha peronista que puesta en nuestras manos cobraba un significado totalmente nuevo y genial. Éramos 15 entre un millón y medio y creo que no nos fue mal ese día porque la plaza era una fiesta, pero después cuando íbamos camino a Ezeiza a recibir a Perón nos la hicieron pagar: estábamos encolumnados y tanto los de adelante como los de atrás se empezaron a alejar para dejar un espacio y no quedar pegados a nosotros.

Con la opresión que había puertas afuera y las razzias en los “bares de ambiente”, ¿el FLH era un punto de encuentro también para lo sexual? 

—Sí, o por lo menos afectuoso cuando se podía. Había cantidad de parejas que se formaron y yo mismo estuve en pareja con Rubén Mettini. Además de la militancia, había cantidad de cosas para juntar fondos y organizábamos fiestas que llamábamos “party”. En uno de esos party que se hizo en una casa en Núñez -que fue una de las pocas veces que lo vi a Héctor Anabitarte, porque el Frente funcionaba por células, digamos, y Anabitarte pertenecía a la organización Nuestro Mundo-, cayeron tres travestis que venían de Polvorines. ¡Yo nunca había visto una travesti! Fue fantástico tomar conciencia de que por pura presencia eran muchísimo más revolucionarias que todo lo que yo pudiera decir, como lo que dice Valeria del Mar Ramírez en la película Sexo y Revolución, que para ellas “la revolución al salir con las tetas a la calle”. Descubrí un submundo que se movía en la ciudad por las suyas y estaba fascinado de haber entrado en el margen de los márgenes, que es lo que me correspondía, porque desde los márgenes se ve todo mucho más claro. La música, el porro, también fueron experiencias muy liberadoras que me permitieron un salto de consciencia. 

Jorge con sombrero de piel junto a Rubén Mettini en unas vacaciones en Bariloche en 1974.

¿Por aquella época Evita ya era un ícono queer?

—No tanto, era más bien la Evita luchadora. En ese momento todos teníamos sobrenombres y había un compañero que se hacía llamar Eva y su novio era Adán, pero no era por Evita. Perlongher también tenía sobrenombre, era Rosa Luxemburgo.

¿Y cuál era el tuyo?

—En un núcleo más íntimo me decían La rebelde de los Anchorena, como se llamaba una telenovela de aquella época. ¡Me cargaban porque venía de Barrio Norte! Mis viejos tenían una fábrica de repuestos para autos que creció cuando nace la industria nacional con el peronismo, pero ellos no eran peronistas, eran más bien socialistas. De hecho recuerdo que yo era chico y cuando derrocaron su gobierno me llevaron a dar vueltas en el auto para festejar.

¿En el FLH se sentían dentro del movimiento peronista?

—Había un poco de todo. Yo soy de la generación de universitarios -porque en ese momento había entrado en Antropología-, que entendimos el significado del peronismo. Ya habían pasado los años de “alpargatas, sí. Libros, no”, nosotros éramos otra generación y encontrábamos en el peronismo una vía para enganchar con la fuerza revolucionaria. Yo era peronista realmente, en ese momento a los que nos habíamos sumado con las elecciones de “Cámpora al gobierno, Perón al poder” nos decían “11 de marzo”, porque fue la fecha de las votaciones. Yo apoyaba esa movida, pero en el FLH algunos no quisieron saber nada con ir a la Plaza de Mayo. 

El peronismo estuvo prohibido y su deseo de alguna manera también estaba prohibido. ¿En eso sentían alguna conexión?

—Sí, tal cual. Es un poco lo que pasó en Estados Unidos con Las Panteras Negras y los grupos del Black Power. Eso fue en parte gracias a un argentino que estuvo en el FLH, Juan Carlos Vidal, que hace contacto con Las Panteras Negras y plantea que negros, latinos, el feminismo y todo el movimiento LGBT tenían el mismo enemigo que era el varón blanco machirulo. Vidal junto a Néstor Latrónico formaron el Gay Liberation Front, hay una nota en Moléculas Malucas que recomiendo. Sentíamos conexiones con todo lo que rodeaba al gran movimiento que era el peronismo pero también vivimos una gran decepción con la consigna  “no somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros”. La primera vez que lo escuché fue en la manifestación que fuimos en la embajada de Chile cuando cae Salvador Allende. Era una concentración multitudinaria, de unas 200 mil personas, y habían acusado a la JP de estar infiltrada de homosexuales y drogadictos, así que empezaron con ese canto. Y uno que estaba ahí y conocía a muchos, gente con la que por ahí te habías fumado un porro y habías cogido re bien, pensaba ¿¡Qué hacés cantando eso!? Son cosas que no las podías creer, sentíamos mucha bronca porque eran tus compañeros pero no, pensaban que “la militancia es otra cosa”.

Habiendo participado en un momento tan germinal de lo que fueron los derechos LGBT+, ¿cómo ves a la Argentina y a los activismos hoy en día?

—Por más que haya muchísimo todavía por pelear y cosas por conquistar, viniendo de donde yo vengo no puedo dejar de disfrutar desde lo más hondo todo lo que está pasando. Lo que nosotros buscábamos en aquel momento está conseguido con creces, de manera tal que yo jamás me hubiera imaginado: que en el ámbito del parlamento se hable del matrimonio igualitario, después la Ley de identidad de género sin psiquiatrizar y ahora el cupo trans. Sentirse vanguardia es un placer, nosotros con el FLH fuimos vanguardia en aquel momento pero no llegamos a nada. A la gente le cuesta comprender que nos sintiéramos un fracaso porque hoy el Frente está en el centro de la leyenda, pero en aquel momento nadie nos quería. Hubo que esperar mucho, incluso con la vuelta de la democracia al principio no cambió demasiado porque a nosotros nos persiguió siempre la policía, no fueron los militares. Hoy los jóvenes lo viven tan natural que ni siquiera se calientan de dónde les viene la historia, pero está bien que tomen conciencia, porque otra cosa que aprendí es que en tema de derechos nunca se tiene la vaca atada. La primavera de Cámpora fue un momento histórico, pero las primaveras de la historia terminan de golpe con el invierno, se saltean el verano. El FLH fue una flor más de ese tiempo, una flor pequeñita, de un rosa intenso. Y lo que yo desconocía era la potencia de las semillas que dejaba esa flor. Yo pensé que se había marchitado nada más, sin embargo hoy esas flores cubren el planeta.