Hace 70 años que las mujeres podemos votar en nuestro país. Si bien ya muchas de nuestras antecesoras esgrimían demandas en las calles y los atriles, desde ese momento nuestra presencia en la política institucional fue en ascenso. Nuestra voz en recintos históricamente masculinos es transgresora. Sin embargo, como en todos los ámbitos de la vida, en la política los estereotipos pesan fuerte y nuestra participación por sí misma no desafía el status quo. Un feminismo bajas calorías, que reivindica el lugar de las mujeres en la política pero más parecido al de las damas de beneficencia que al de Juana Azurduy, también está en pugna en estas elecciones.
¿El momento de las mujeres?
Argentina, año 2015. La agenda electoral tuvo una fuerte sacudida que obligó a reparametrar los libretos políticos. Con la consigna Ni Una Menos, la Plaza de los Dos Congresos concentró cientos de miles de personas, en su gran mayoría mujeres, para reclamar contra la violencia machista. El mismo grito se escuchó en diferentes rincones del país. Carteles improvisados a mano convivían con otros más calculados para la foto. Nadie quiso -ni pudo- hacer oídos sordos. El movimiento de mujeres, histórico en nuestro país, irrumpió como nunca en la agenda.
Pocos meses después, en una fórmula con la vicejefa de gobierno porteño, Gabriela Michetti (catequista, dirigente scout, y coordinadora de la Diócesis de Azul), Mauricio Macri logró alcanzar la presidencia cambiando definitivamente la etapa política que había signado nuestro país bajo el gobierno de una mujer elegida mediante el voto popular durante dos mandatos consecutivos. Pero no fue Gabriela el nombre más exitoso de esta elección. La sorpresa fue María Eugenia Vidal, que se convertía en gobernadora del complejo territorio bonaerense.
Desde entonces, el feminismo se manifestó en disidencia con el proyecto político de Cambiemos y protagoniza uno de los movimientos más fuertemente contestatarios contra las políticas neoliberales del actual gobierno. Pero la presencia femenina en política sigue siendo territorio de disputa. El PRO también ha sabido explotar el “rostro bueno” del feminismo. No porque haga cuerpo de las reivindicaciones de ese movimiento, sino porque adopta la legitimidad ganada en las calles del “ser mujer” para desarrollar su política.
Voluntariado femenino
Si rastreamos históricamente los vínculos entre el feminismo y el establishment, lejos de hallar meros antagonismos -como a quienes gestamos un feminismo popular y transformador nos gustaría- podemos observar acá cerquita en el tiempo que tanto desde el vocabulario como incluso desde algunas banderas, en la década del ’90 los proyectos neoliberales construyeron con este una “afinidad electiva”, al decir de Nancy Fraser. Despojados de toda crítica sistémica, buena parte de los feminismos se dedicaron a la crítica cultural e identitaria y empalmaron con la etapa del desarrollo capitalista en un desguace del Estado y la tercerización de sus funciones vía ONGs, donde muchas feministas se colocaron a la perfección.
El PRO nace con esa idiosincrasia. Son ONGs las que le dieron nacimiento, es “la sociedad civil gobernando” la que le dio razón de ser. De ahí surgen las figuras como María Eugenia Vidal, Gabriela Michetti y Gladys González. Mujeres que decidieron comprometerse desde lo social hacia la política institucional. Fundación Creer y Crecer, Grupo Sophia, Fundación Pensar, son algunos de los nombres de las asociaciones que nutren a la dirigencia de Cambiemos. Y las mujeres PRO tienen un pasaje obligado por ellas.
“La gente prefiere que Vidal cuide a sus hijos y no Aníbal Fernández”, se repitió en la campaña de 2015 primero por lo bajo, luego desde megáfonos como el de Jorge Macri, primo del presidente e intendente de Vicente López. Vidal se convertía en la “Heidi” de la política frente a los b(v)arones del conurbano. Madre y esposa, preocupada por lo social, el perfil que construyeron de la poderosa gobernadora bonaerense logró contraponerse al candidato mostrado como patotero y virulento, vinculado a mafias y exponente de “lo viejo” en política. “Mariú” era lo nuevo, era lo sensible y era mujer. Puede mostrarse cercana y comprensiva, casi doméstica. El poder no es un fin, es un llamado a la vocación de servicio cual misión religiosa. Esas son las mujeres PRO.
Mucho ruido, pocas nueces
La segunda candidata a senadora de Cambiemos en provincia de Buenos Aires, Gladys Gonzalez, declaró recientemente en una entrevista de Clarín: “Ningún macho del PJ dio las peleas que está librando Vidal”. Esta imagen, que intenta contraponer la nueva política de María Eugenia con el poder tradicional masculino, es casi un préstamo del feminismo al servicio de un proyecto que poco desea cuestionar al machismo.
Nota al pie: Gladys es la misma diputada que hace algunos años, en ocasión de la aprobación de la ley de Matrimonio Igualitario, afirmaba que “la mamá y el papá es la figura dada por la naturaleza y la vida para que un chico pueda crecer”.
En la provincia donde gobierna Mariú todos los ministerios están encabezados por varones. De un total de 20 cargos, únicamente dos están bajo la dirección de mujeres. La misma proporción encontramos a nivel nacional. Según el Instituto de Proyección Ciudadana “la representatividad femenina es ínfima”: cada nueve hombres hay una mujer en el gobierno argentino.
Esta contradicción, que viene a sembrar serias sospechas sobre la cruzada femenina del PRO, no es la única. El imaginario y la subjetividad feminista crecen en un contexto en el cual la realidad de las mujeres empeora. Los riesgos de apropiación de este imaginario por parte de la derecha, son alarmantes. Porque mientras las técnicas del marketing se muestran eficaces, las políticas públicas y los presupuestos necesarios para combatir las desigualdades entre los géneros se desmantelan y recortan. El reciente índice de brecha salarial publicado por el INDEC lo demuestra: las mujeres somos más entre el sector más pobre de la población, y apenas una ínfima minoría entre aquellos que más ingresos tienen. Y la tendencia va en aumento.
Que el maquillaje no tape el bosque
2017. Misión difícil tiene el PRO a diferencia de los ’90. Salvo unas pocas que se han enrolado en sus filas, las feministas estamos en el bando contrario y más fuertes que nunca. Por primera vez en la historia de forma masiva, cuestionamos nuestro lugar en la producción a la par que en la toma de decisiones. Con el 2001 todavía en la memoria fresca, sabemos que ante el ajuste económico y una situación social que no hace más que agravarse, las mujeres no sólo somos las más precarizadas, sino las primeras en salir a organizarnos y pelear por nuestros derechos.
El PRO ubica a las mujeres en la primera línea de una disputa de sentido en la que el diálogo y el consenso intentan tapar el conflicto político y negarlo, disminuirlo. Como si no existieran entre nosotras debates, diferencias y confrontaciones. Ellas actúan un perfil estereotipado, como las madres dedicadas, las esposas que los varones quisieran tener y que las mujeres deberían ser. Pero en el país del Ni Una Menos y el Paro de Mujeres, se trata únicamente de un burdo intento por tapar los índices de violencia machista, de feminicidios, de desocupación y las diferencias que se acrecientan entre la calidad de vida de varones y mujeres. Ante tanta evidencia, no habrá maquillaje ni edulcorante que salve.