Julia Mengolini: “La autocrítica solo tiene sentido en clave de futuro”

Presentó su libro “Las caras del monstruo” en Argentina y en España. Como siempre, ya causó algunos debates. Nos sentamos con Julia Mengolini, periodista y directora de Futurock, para pensar la época, el amor y darle una vuelta posible a los feminismos.

Fotos: Sol Avena

Es un día no laborable, pero quienes ejercemos el oficio de periodista no sabemos bien qué es eso. Por eso, Julia Mengolini recibe a Latfem en su casa y antes que nada se disculpa por el desorden que puede haber tras tantos días feriados. La casa, igual, está impecable. Huele bien, es intrigante y está llena de estímulos y de objetos interesantes. Sobre todo, libros. Libros por todas partes, muchas plantas y un piano. Mientras preparamos café y las cámaras, Julia nos cuenta que esta mañana estuvo con Dora Barrancos. Dora es una de las feministas más nombradas en su libro, Las caras del monstruo, publicado hace unos meses bajo Ediciones Futurock, el sello de la radio que fundó y codirige junto a su pareja Federico Vázquez (“Fede es feminista, no aliado: a veces es más feminista que yo”, dirá más adelante) y Matías Messoulam. Futurock, a poco de cumplir diez años, ya es mucho más que una radio. “La diferencia con otros medios que son feministas por definición es que hablan solo de cuestiones de género, y Futu es feminista como por default. Porque nosotros creemos en que existe el patriarcado, en que existe una desigualdad que consideramos que es injusta y que nos atraviesa permanentemente. Entonces todo el tiempo está esa denuncia junto con todas las otras denuncias en nuestro discurso”, dice.

Todavía en la cocina, dririmimos un tema menor: en el libro ella menciona un tuit mío que no le pareció bien. Le digo que es un honor que me haya nombrado, pensé que ni me registraba. Le aclaro que no fue contra ella, me resultó casi moral la polémica sobre el culo de una celebridad, y la liviandad de la red daba para romper la solemnidad con una chapucera. Pero a Julia se le jugaba otra cosa. Leyendo el libro, hablando con ella, lo entiendo. 

Las caras del monstruo es el primer libro de Julia, abogada (aunque no ejerce quizás le deba algo de su capacidad de argumentación a la carrera) y periodista. Trabajó en la Legislatura de CABA y en el Consejo Nacional de las Mujeres antes de empezar su larga trayectoria por los medios. El libro, como ella, tiene una voz inteligente y fresca. Podría parecer una obviedad, pero quien tiene el don de hablar en público como ella no siempre puede llevar eso a una escritura llana, simple, directa que a la vez esté construyendo ideas. Combina la coyuntura y la política con la propia experiencia llevándola de lo individual a lo colectivo.

—El libro tiene seis capítulos bien definidos que abarcan distintos ejes, pero pensando en cuál sería ese motor o esa obsesión creo que tiene que ver con con el fascismo, con la organización del odio. 

—La verdad que no lo había ordenado tan así, pero porque siempre me están preguntando cuál es el monstruo y en realidad son muchas caras. Siempre hago una enumeración que es la pandemia, el patriarcado, las grandes corporaciones, la concentración del dinero, los mandatos de belleza… Pero es verdad que si tuviera que buscar un monstruo, tal vez es ese. Son muchas caras, pero es un solo monstruo: el odio, o la organización política del odio. Una definición que tomo de Daniel Feierstein, aunque creo que él tal vez la tome de otro lado. 

—El amor y la militancia quedan fuera de esa ilación que se despliega en el libro. En la lista de las caras del monstruo no metés por ejemplo al amor romántico o a la presión de tener pareja o a formar familia. Entre todos estos capítulos aparece la militancia del amor como algo muy esperanzador, muy vitalista. ¿Cómo pensás esas prácticas frente a los cuestionamientos de los feminismos, de esos lazos, sobre todo el de las construcciones románticas por un lado y por otro lado de las relaciones dentro de las organizaciones militantes que también fueron complejas y cuestionadas en estos años?

—Totalmente, ahí es al revés. Yo hago una defensa del amor romántico y eso me parece que es medio provocador, ¿no? Creo que en realidad la crítica feminista, en cuanto al amor romántico, tiene que dirigirse un poco al problema de la desigualdad y del abuso de poder. Pero no del amor ni el romance en sí mismo. 

Yo de hecho, creo que, o es una malinterpretación o es un problema epocal que tiene que ver con un individualismo y un liberalismo. Además que todas y todos parecemos haber creído que en realidad era un problema enamorarse. Lo que tenemos que construir en realidad son parejas más honestas, más horizontales, más hermosas. Pero pensar que hay que dejar de enamorarse o que sea un problemaa enamorarse apasionadamente creo que es una cagada e incluso, hasta veo que es algo que hizo mella. Ahora, hay una generación a la que le está costando un montón poder enamorarse. Y me parece que tiene que ver con una cosa como muy liberal, internalizada: la idea de que yo como individuo voy a estar por encima de cualquier otra cosa y voy a anteponer mi deseo a cualquier otra cosa y no pienso sacrificar nada. Me parece una concepción bastante liberal. Te diría que creo que el amor implica un poquito de sacrificio, que también posiblemente venga con dolor, eh? Y me parece que es muy hermoso entregarse a otra persona. No ser dominado por otra persona, pero sí inter-depender de otra persona. No creo que sea la única forma de vivir para nada. Me parece que se puede ser soltero y feliz. No tengo ninguna duda de eso, pero creo que hay como una cosa medio de tenerle terror al compromiso. Para mí el compromiso, ampliando un poco el significante, es lo que nos va a sacar de este quilombo. El compromiso en general, el compromiso con el otro y el otro es un otro enorme que puede ser tu pareja, pero puede ser este todo el resto de las personas.

—Algo que mencionás en el libro es la necesidad de armar comunidad, de que para generar un cambio, una oposición, una resistencia hace falta estar en comunidad. No necesariamente militar en un partido político pero sí organizarse. 

—Hay algo que está en el libro, donde digo que para mí fue revelador cuando descubrí que la forma más sublime de la existencia es diluirse uno mismo. Y ahí meto el juego también de la pepa, que también descubrí que el flash de pepa [LSD] era como diluirse uno mismo en otra cosa. La militancia, la pareja y diluirse uno mismo en el abrazo con los hermanos cuando se murió tu papá, sostenerse en otros. Poder compartir la vida con alguien más, y después criar hijos es un acto de entrega. Y de hecho finalmente esas son formas de construir comunidad.

A mí muchas me preguntan cómo hacés, cómo te bancás el hateo, y yo siempre contesto que es porque siento que tengo una espalda ancha, porque tengo Futurock y entonces cuento con la gente que trabaja ahí, cuento con los oyentes de de la radio y con el apoyo de la comunidad. Entonces no me pesan tanto las cosas porque no me siento solita. Siento que soy parte de una cosa más grande, que represento una cosa también más grande. Y eso hace que pueda sobrellevar mucho más los embates. Los despersonaliza un poco.

—Hacés una una autocrítica o reflexión sobre los feminismos que me parece muy sutil, que va en contra de la idea de que nos pasamos tres pueblos. Ni siquiera decís estuvimos mal. Sino que nos quedamos cortas al no darle un espacio de pertenencia, un marco de identidad a las masculinidades o a los varones, a los chicos.

—Eso fue de las cositas que más quilombo generaron del libro. En realidad la autocrítica solo tiene sentido en tanto clave de futuro. Yo vuelvo a insistir, creo que no fueron los derechos conquistados. Ni siquiera fueron los errores, las cancelaciones, los escraches, todo eso que para mí fue terrible. Pero ni siquiera creo que fue eso lo que generó esta reacción. Yo creo que el ascenso de la nueva derecha tiene que ver con un montón de factores juntos, una especie de tormenta perfecta que se dio. Pero si vas a meter al feminismo en algún lugar de esa ecuación, en realidad habrá sido que los instruimos menos a los varones. Y en este mundo despiadado, cuando llegó una propuesta de identidad que por ahí hubiese llegado con o sin feminismo, que es este neofascismo, hay un montón de gente que se agarró de ahí.  Y tal vez de haber tenido cobijo en otra identidad más copada, no se hubiese agarrado a esta. Esa es la idea, básicamente. Entonces, para la próxima vez que nos volvamos a organizar y a proponer un mundo mejor y tengamos la fuerza para hacerlo, y creo que tenemos que ponernos pronto con eso, tiene que ser mucho más inclusivo.

En una entrevista con Malena Pichot en su ciclo Mirá quién vino, este punto de su libro sale a colación para el debate. “A vos te dan pena los chiquitos”, pica Malena, siempre desde el humor y la complicidad. Pichot es otra de las feministas más nombradas en el libro de Mengolini. Una verdadera aliada en el proyecto. Otra referenta que es central en el libro es Lohana Berkins: “Lohana fue una especie de hada madrina para mí”. Julia tiene miedo de haber sido malentendida y enfatiza: “Yo no creo que nos hayamos pasado dos pueblos, creo que están tarados: mirá cómo votaron”.

—¿Y por qué creés que se culpó tanto a los feminismos y hubo tan poco el reconocimiento?

—El capítulo sobre feminismo empieza diciendo que las mujeres votamos muy distinto de los varones. Las mujeres, en todo caso, tenemos el anticuerpo antifascista. Evidentemente, eso es lo que pasó. ¿Y por qué las mujeres acá, en Estados Unidos, en Alemania, últimamente, en todas las latitudes, estamos votando tan distinto los varones? Bueno, porque evidentemente se nos generó una nueva conciencia, que yo creo que tiene que ver con el feminismo organizado, con la militancia concreta. Eso debería ser pura gratitud. Pero es mucho más fácil inventar un chivo expiatorio que tratar de entender las cosas que pasaron. Y bueno, hicimos de chivo expiatorio. Para mí, muy ridículamente.

—Además, estando tan a mano y evidente la pandemia [del COVID 19].

—Sí, porque la cronología, además de ser muy clara, va muy in crescendo y es muy acotada. Fueron dos años donde pasó todo. Está lleno de paradojas también, porque el Estado nos salvó en la pandemia. Tanto a través del sistema de salud público, que salvó a la gente que se había contagiado, como con la llegada de las vacunas y el desarrollo de la ciencia mediante financiamiento público, que además logró en un tiempo récord el invento de un montón de vacunas contra el COVID. Y después el reparto, que aunque fue desigual en un primer momento, fue el Estado el que pudo llegar hasta la última persona que necesitaba una vacuna. Y de ahí salimos así, como con una con una diatriba anti Estado. 

La decisión que tuvieron que tomar los Estados de la cuarentena, decir todo el mundo se queda encerrado en la casa, era una decisión muy grave como para ser enunciada y anunciada sin considerar que había que hacer un laburo comunicacional, incluso psicológico a nivel social, que tenía que ser importante porque el hecho fue muy traumático para las sociedades. Y se anunció casi como si fuera algo bueno. Y para mí también hay que pensar en la pandemia en clave de futuro. Otra vez vuelvo a lo mismo, porque por ahí hay otra pandemia. ¿Entonces ahí qué? ¿Qué va a pasar si están gobernando las ultra derechas? Bueno, no sé. Muerte y destrucción. 

Mi papá se murió porque fue a un cumpleaños. Capaz si hubiesen sido más enfáticos con que no fuéramos a los cumpleaños no se hubiese muerto. Entonces yo estoy a favor de la cuarentena. Hubiese querido que fuera más larga la cuarentena, la verdad. 

—Desde el momento en el que estamos ahora con el gobierno de Javier Milei es difícil pensar en las políticas de género, porque prácticamente no hay. Entonces es muy difícil evaluar. Pero, ¿qué pensás de la institucionalización del feminismo, o de cierto feminismo? ¿Pensás que eso tiene algo que ver con la atomización que sufrió el movimiento?

—Yo siempre fui una una feminista muy institucionalista. A mí me parece que está muy bien que las consignas se traduzcan en políticas públicas, en leyes concretas y luego, entonces, en realidades concretas. Y en un mundo 100% igualitario no hace falta un Ministerio de las Mujeres. Está claro eso. Pero en un estadío intermedio, me parece que hace falta sí tener leyes de cupo y todo eso. Respecto de la gestión en concreto del Ministerio de las Mujeres, sería muy arrogante de mi parte decirte si fue buena o fue mala. Posiblemente se haya quedado a mitad de camino porque nunca es suficiente. Y sería injusto también para con las trabajadoras del Ministerio de las Mujeres, que seguramente muchas de ellas habrán entregado horas y corazón en mejorarle la vida a otra. Jamás hablaría para desprestigiarlo como institución.

—También hay muchas dificultades porque de entrada el sistema político está armado desde una estructura súper patriarcal. 

—Claro, además, también hay una cosa, un problema con la institucionalización, aunque yo estoy a favor, que es que la cuestión de género es demasiado trabajosa como para tenerla en un ministerio encapsulada. También es difícil porque de hecho, la Ley de Violencia contra las Mujeres habla de absolutamente todas las áreas de la realidad. Para aplicar esa ley vos tenés que tener una gestión que sea absolutamente transversal. Pero bueno, se avanzó un montón. Ahora ya ni se preocupan por meter una mina por lo menos para la foto. Bueno, pero también pasa en los medios, ni hablemos de los streams.

—¿Qué lectura hacés de los feminismos en el presente? Es evidente que en Argentina están atomizados pero, ¿te parece que ante esta coyuntura se pueden volver a organizar?

—Estuve en Resistencia (Chaco) presentando el libro, y me preguntaron si iba a venir al Encuentro [Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries] este año, que es en Corrientes. Y yo dije, ¿pero para qué? Como que ya no le veo ni siquiera mucho filo. Estoy siendo muy dura, eh. Pero ojo, al mismo tiempo creo que nosotras vamos a tener que ser la potencia que venga a discutir esto. Y esto me lo decía Dora Barrancos también: para ella la resistencia y la potencia contestataria, en este momento, lo tendremos las mujeres y lo tendremos desde los feminismos, de hecho. Bueno, dijimos hace un rato ya: la brecha en el voto ya muestra que estamos paradas en otro lugar respecto de todo este horror que estamos viviendo. Sí me parece que hay una forma de hacer feminismo que posiblemente esté un poco agotada. Y yo soy crítica, por ejemplo, de un horizontalismo a mansalva, casi religioso, que no creo que sirva más. Cuando te hablo del horizontalismo me refiero a la negativa a tener referentes claras, a que haya referencias. Pero es una negativa casi visceral. Es como si el movimiento feminista no se bancara que pudiera haber referencias. Y también pasa a veces que nosotras las mujeres no nos bancamos tener referentes. Eso es un problema.