A Laura Agustín la conocen como la antropóloga desnuda. Así se presenta en su blog y en las redes sociales. Intenta ponerle sentido del humor a los temas sobre los que escribe y la forma en que los aborda. Trabajo sexual y migración son los ejes de sus trabajos. En sus libros, ensayos e investigaciones desviste de prejuicios y estereotipos a estos temas. Los despoja de sentidos comunes para pensar nuevas categorías y abordajes complejos. Hace más de una década acuñó el término “industria del rescate” en el libro que se convirtió en bibliografía obligada para quienes investigan estas temáticas: Sexo y marginalidad. Emigración, mercado de trabajo e industria del rescate (Sex at the Margins: Migration, Labour Markets and the Rescue Industry). En él presenta los resultados de su investigación doctoral que se enfocó en personas de entidades de caridad, medicina, gobierno y activismo que trabajaban con migrantes indocumentadas en la industria del sexo en Europa. Su trayectoria de investigación coincidió con la salida de la narrativa del trafficking en el mundo de la ONU y la Unión Europea.
“Cuando empecé mi investigación a finales de los ´90 no conocía el término pero cuando la terminé me vi forzada a contestar la idea de que las migrantes eran víctimas de trata o contrabando. El discurso del trafficking triunfó rápido”, dice a LATFEM en un intercambio de correos electrónicos. Agustín escribe, investiga y participa activamente en las redes sociales (Twitter, Facebook y Youtube) y en su propia web. “Al principio me encontré en charlas donde fui atacada por ser enemiga del feminismo o proxeneta”, cuenta. “Me costó tiempo entender que para mucha gente no es tema para charlar con lógica y razonabilidad. Ahora muchos eventos en todo país se parecen a campos de batalla. Personalmente dejé de participar en eventos vivos con participantes que me gritan. Además me consta que esos llamados debates no sirven para nada”, señala.
“En el trabajo sexual lo que se venden son servicios personales: sexuales, emocionales, espirituales, lúdicos, turísticos, curativos y más”, describe la antropóloga desnuda, que sabe que en Argentina la campaña publicitaria de la cantante Jimena Barón para promocionar su tema “Puta”, volvió a poner en el centro de la discusión la demanda de derechos laborales para las trabajadoras sexuales. Laura Agustín conoce el trabajo de incidencia de AMMAR que tiene una historia de 25 años en busca de reconocimiento de sus derechos y mejora de las oportunidades laborales. En sus redes comparte y replica las propuestas de esta organización sindical y feminista. Hablamos con ella para desarmar dicotomías.
Me interesa hablar de la representación del trabajo sexual. Los medios masivos colaboran con la construcción de una imagen de las trabajadoras sexuales como una persona moralmente deficiente y necesitada de tutela (totalmente victimizadas). Cuando se intenta salir de ese enfoque, aparece la acusación de romantización de la prostitución ¿Cómo salir de esa trampa?
El sistema patriarcal separa las mujeres en dos tipos: las que tienen un rol y lugar definitivo vis à vis con un hombre jefe de familia; y las que no lo tienen. En Babilonia hace cuatro mil años se marcaba la clara división, con sus reglas para identificar el rango social de cada persona y no confundir las mujeres dignas, dentro del orden decretado, con las no sujetas al sistema de comportamiento, sitio y papel correctos para hembras.
Para que funcionara esta división entre mujeres había que aceptar que el sistema reproductor y su uso las define y que el significado del sexo se radica en la reproducción de la línea masculina, porque debía de quedar claro quién era el heredero. Fuera del proyecto de reproducción, las mujeres se concebían como vacías de sentido y moralidad e incapaces de ser fiables. El placer que produce el acto sexual se trataba como consecuencia insignificante y el deseo como característica varonil.
¿Y hoy en día?
El estatus de la mujer ha alcanzado cierto nivel de igualdad e independencia, según país y cultura, pero el sistema patriarcal sigue en pie en todas partes. Las mujeres que viven casadas o emparejadas, con profesiones y familias convencionales, son las que se valoran: son las mujeres respetables en el sistema burgués que ha reinado en Occidente y sus colonias, desde la Iluminación de hace dos siglos.
El sistema otorga a estas mujeres la capacidad de definir cuáles principios morales son correctos y cual es la manera honrosa de vivir —para toda mujer—. Ellas tienen influencia con los políticos y medios de comunicación, estudios para poder redactar documentos y leyes y acceso a redes que proporcionan la financiación de sus proyectos. Se sienten confiadas en pronunciar cómo se deberían actuar las fuerzas del orden en cuanto a todo problema femenino.
Entre las mujeres más liberales de la clase media, hay tolerancia hoy en cuanto a relaciones sexuales fuera del matrimonio. Parece estar bien vivir no controlada por un hombre. Pero escuchen la propaganda que se difunde continuamente sobre los peligros sexuales que amenazan a las esposas, madres e hijas. Presten atención al mensaje de cómo se tiene que proteger a estas sujetas vulnerables: siempre estarán más seguras en casas rodeadas de familia. El mensaje va acompañado de imágenes de mujeres arregladitas, obviamente de la clase media, alegres de ser protegidas.
Todavía existe un modelo del sexo bueno, con reglas sobre cómo y con quiénes se hace, aún si ahora puede a veces ocurrir fuera del matrimonio. Entre las formas y prácticas sexuales aún estigmatizadas está el sexo pagado. Se escucha en discursos judiciales que la prostitución es una mal social, y entidades de policía entienden que la deben reprimir. ¿Por qué? Porque la prostitución se considera capaz de perjudicar al sistema patriarcal.
No es de sorprenderse que las mujeres que tienen estatus dentro del sistema quieren mantenerlo, y el acto continuo de desaprobar a las mujeres no respetables subraya y reproduce su propio rango. Necesitan mujeres malas. Pero parte de su razón de ser es pronunciar sobre la moralidad; y la prostitución, al ser imposible de abolir, presenta un blanco fácil y permanente.
La diferencia hoy día es que en vez de etiquetar a las mujeres prostitutas como malas y perversas —su identidad durante siglos —, las victimizan. Aparentemente culpan a los hombres, pero es evidente que las trabajadoras sexuales son las personas que sufren la propuesta de la abolición. De ahí se mantiene la separación entre las mujeres. En cuanto a los hombres, la división entre mujeres les conviene: no tienen que hacer nada para mantener su posición suprema.
Entonces vender sexo representa algo profundo que el concepto de ser un trabajo convencional no toca, lo cual explica la disfuncionalidad de los llamado debates.
Quisiera que me expliques el concepto de “industria del rescate” para quienes no leyeron tu libro. Creo que este marco es útil para pensar dos cuestiones: por un lado, cómo la categoría de trata empieza a expandirse y cómo esta idea de “industria del rescate” amplía el poder de policía. ¿Cuándo aparece esta idea del rescate y para qué ha servido? ¿A qué intereses es útil?
Desde la Iluminación, la figura de la prostituta en vez de verse como mala o perversa se ha visto como “mujer caída” que se puede rescatar y volver a la dignidad. Para lograr su rescate y reinserción en la sociedad se necesitan personas dedicadas, sacrificadas o profesionales. De ahí el desarrollo de un sector social que ha continuado durante 200 años sin que la situación de la prostituta misma mejorara. Los proyectos de rescate eran pequeños, muchos de religiosas. Pero ¿qué ocurrió? La migración se volvió un problema apabullante en Europa.
A comienzos de la década del `90 había empezado a preguntarme por qué la prostitución causaba tanto escándalo. Mi contexto fue países de América Latina y el Caribe donde muchas mujeres viajaban a vivir en partes de Europa donde se les presentaban dos opciones para ganarse la vida: ser criadas en casas particulares, limpiando y cuidando a niños y ancianos, o vender sexo en diferentes ambientes, desde ventanales de Amsterdam hasta pisos residenciales de Madrid. El primer trabajo, aunque la interna vive de forma medieval, no molestaba a nadie; el segundo escandalizaba —sobre todo a las mujeres consideradas dignas que creen que saben cómo todos debemos vivir—.
La “industria de rescate” contemporánea basa su trabajo en una fantasía sobre la mujer migrante. La imagina como pobre, sin estudios, inocente, doméstica, pasiva, de cultura primitiva y por lo tanto fácilmente engañada. En realidad la gran mayoría de estas migrantes son contrabandeadas: pagan a intermediarios por ayudarles con billetes, papeles falsos y otros servicios. Se agrupan a todas las migrantes indocumentadas en el mismo saco pues el total de víctimas-traficadas es enorme. No importa de qué país viene o cómo es su historia individual, la mujer migrante cumple perfectamente con los requisitos fundamentales de la prostituta-víctima que necesita salvarse.
Entonces con el concepto “industria del rescate” quería resaltar el desarrollo de un sector social y económico que prolifera en proyectos no solo de carácter caritativo sino gubernamental, policial, médico, psicológico y comercial. Tiene ramas educativas y jurídicas. Algunos gobiernos tienen departamentos dedicados al problema. Provee muchos miles de empleos en todas partes del mundo y ha creado un sinfin de expertas y expertos en la materia.
¿Y cómo surge la industria del rescate moderna?
Se empezó con la decisión de ciertos gobiernos de subir un fenómeno ordinario, la venta de sexo, al estatus de un nuevo problema mundial, en conjunto con identificar la migración indocumentada como peligro aliado con el terrorismo. El concepto del tráfico de personas, al enmarcarse dentro de la criminalidad internacional, provee oportunidades para intervenciones continuas policiales y cuasi militares, y no es casualidad que así se proporciona otra justificación más para endurecer las leyes migratorias.
La idea del rescate mantiene la división de las mujeres en dos grupos: las que supuestamente son libres y capaces de elegir todo lo que les pasa y las que supuestamente son esclavizadas y sin capacidad de elegir nada. Reducir tanto las complejidades de la migración y los mercados laborales no solo es absurdo sino que ha confundido los temas claves que sí necesitan soluciones. Identificar a las mujeres que venden sexo como engañadas y traumatizadas aporta la excusa de descalificar sus voces de los debates donde la industria del rescate proclama el significado de sus vidas. Eso vale tanto para mujeres autóctonas con plenos derechos como para mujeres sin papeles que se van a deportar.
El intercambio de correos con la antropóloga desnuda termina pero la conversación e invitación para pensar este tema desde nuevos enfoques sigue abierta en los feminismos.