Fotos: SOL AVENA
Grupos de whatsapp estallados de mensajes: ¡Me llegó el turno! ¡Me vacuno el martes! ¡Tengo el líquido!. Lxs argentinxs, además de intensxs, insistimos en el archivo: el mensaje viene adosado del turno mismo, la foto post pinchazo, la foto con el cartoncito, la foto, la foto, la foto. ¿Estaremos construyendo un archivo viviente de uno de los planes de vacunación más ambiciosos del país? Ahora nos parece de lo más cotidiano pero lo que circula a diario por redes y chat es un registro de época. ¿Habrá nostalgiosos que guarden el cartoncito en su caja de victorias o triunfos?, ¿lo dejarán para las últimas generaciones?, ¿cómo se vive esta efervescencia en otros países?
Hace algunos pocos días Flor envió un mensaje al grupo de WhatsApp. Llegó el audio y, con él, el llanto. Flor estaba llorando porque le acababa de llegar el turno para vacunarse. Flor es de esas amigas que cuando abraza te hace sentir el cuerpo, te une los pedazos. Hace más de un año no recibimos ese apretujón que nos deja sin respiro, sin aliento. El llanto es con los dientes y los ojos y toda la cara, lo podemos ver.
Lucía se fue volando a Neuquén y, aunque hace muchos años vive en la Ciudad de Buenos Aires, su domicilio sigue en el Alto Valle. Esas cosas de ser migrante. Aterrizó y después de recibir el pinchazo nos mandó una foto escoltada por la sonrisa de dos mujeres: la de la enfermera y la de su nueva amiga, una señora que conoció en la fila del centro de vacunación. Nos contó que en la Casa de la Cultura de Centenario, uno de los cientos de centros de vacunación que funcionan en la provincia, retumbaban los aplausos.
Argentina es un territorio donde se toma posición sobre todo, o casi todo, y de manera constante. Esa intensidad con la que vivimos la política también estuvo presente en la campaña de vacunación. Mari nos mandó una foto de su papá. Detrás de sus bigotes, una sonrisa de oreja a oreja. Apoya una de sus muñecas en la cintura y deja entrever, orgulloso, la cara de Néstor en su remera y la frase “Insoportablemente vivo”, con el otro brazo —el vacunado— Jorge Luis sostiene los dedos en V. Juli, entre risas, nos cuenta que —al igual que con los fiscales de mesa en cada elección— su viejo les llevó los mejores carbohidratos degustados en este país, unas buenas docenas de facturas para quienes hace meses no paran de vacunar, vacunar y vacunar: las y los trabajadores de la salud.
La Cata, que odia a Putin y todo lo que venga de la mano rusa, saltó de la cama cuando la llamaron del Multicultural de Posadas, en Misiones. “¡Nene, yo ni loca me pongo la Espuni”, le había dicho a su nieto Juan la semana anterior, pero cuando llegó el turno La Cata casi se sube al remis con el camisón y pantuflas puestas.
“Quiero ser la primera persona a la que le mandes un audio hablando en ruso”, le pidió Candela a su abuelo tras recibir la primera dosis de la Sputnik V. Un audio incomprensible lleno de consonantes la hizo estallar: “JAJAJAJAJAJA”, “ajjajajajjjajajjaja”, “te quiero estoy muy contenta”.
Desde el inicio de la campaña de vacunación, Argentina lleva más de 30 millones de vacunas aplicadas en todo el territorio nacional. El 53% de la población recibió al menos una dosis: casi 18 millones de personas recibieron solo la primera dosis (39.6%) y 6 millones de personas completaron sus esquemas (13.4%).
Mientras tanto, la ministra de Salud de la Nación, Carla Vizzotti, insiste con la tranquilidad y entereza que la caracteriza con una frase sanitariamente fundamental: “La mejor vacuna es la que se da”. Sin embargo, por acá no paramos de preguntar: ¿Y a vos cuál te tocó?
Resistir a la individualización de los cuerpos
En las redes sociales circulan imágenes, emojis de corazones, agradecimientos al presidente, a la enfermera, al Estado. Más allá de la vacuna que te haya tocado o de la que no te haya tocado aún, hay algo que se repite: sonrisas bajo los barbijos y la felicidad por lxs otrxs. No importa si aún no te llego a vos. No importa si todavía no te pusiste la vacuna. Hay un sentimiento colectivo de alivio, una felicidad que, definitivamente, traspasa la virtualidad que impuso la pandemia.
En una nota publicada recientemente en El Diario Ar, Pablo Seman señaló que la vacunación genera un “alivio ontológico” y que “el espíritu social también reacciona a la inmunización”. No queremos caer en un optimismo ingenuo, ni mucho menos cruel, pero hace bastante tiempo no notamos este fervor por el bienestar del otro. ¿Nos estaremos vacunando también contra la apatía? ¿Contra el desánimo? ¿Cómo afecta la vacuna —más allá de las posibles recaídas propias del líquido— en nuestro ánimo?
La última dictadura económica cívico militar fue la primera experiencia más acabada del impulso del neoliberalismo como matriz de pensamiento. Su objetivo fue —tal como indicó la socióloga y especialista en Michel Foucault, Susana Murillo— la destitución de los lazos colectivos y de las resistencias emancipatorias, la construcción de la competencia como núcleo de las relaciones entre seres humanos y la constitución de un yo emprendedor y consumidor. ¿Estará el Estado —una vez más— resarciendo ese lazo roto, estropeado? ¿Cómo opera la vacunación en la construcción de lazos sociales? Insistimos, no somos ingenuas, pero ¿cómo explicamos esta alegría colectiva?
La importancia de organizarnos frente a una percepción en común
Desde que comenzó la pandemia volvió a ponerse en el centro el debate sobre el cuidado. ¿Quiénes cuidan? ¿Cómo se producen y distribuyen los cuidados? ¿Cómo poner en valor ese cuidado que sostiene la vida día a día?
Quedarnos en casa nos obligó a mirar por nuestra propia cerradura, los lazos, lo íntimo. El #QuedateEnCasa tuvo sus efectos sobre la reducción de la circulación comunitaria del virus durante 2020 (y 2021), pero también se convirtió en un imperativo en boca de personas que no se cansan de pregonar yutismo sentimental y actitudinal. Tampoco faltó la opinión apresurada y falogocéntrica de los que, desde el sesgo europeísta, nos vienen a intentar “tranquilizar” con certezas acerca del devenir catastrófico del mundo.
En el momento en que muchos países empezaron a producir de manera masiva sus vacunas comenzó a ponerse en debate la urgencia de liberar las patentes. ¿Es esto posible? ¿Cómo circulan los bienes/vacunas en un mundo signado por el mercado y la competencia? No es nuestro objetivo entrar en ese debate, sin embargo, tal como señalan desde el Comité Invisible —un grupo de pensamiento anónimo que ha escrito diversos trabajos literarios sobre la cuestión revolucionaria y las revueltas recientes— “organizarse jamás ha querido decir afiliarse a la misma organización. Organizarse es actuar según una percepción común, al nivel que sea”. Entonces, si estamos asistiendo a tiempos de catástrofe, es necesario tomar una postura humilde y difícil: prestar atención a los mundos que nos rodean, tal como nos sugiere la antropóloga estadounidense, Anna Tsing.
Sabemos que con la percepción no alcanza, que el hambre y la pobreza a la que asisten demasiados compatriotas (19 millones de personas, según datos del INDEC) no puede esperar y no se subsana con un optimismo ingenuo. Pero no necesitamos construir un mundo nuevo, necesitamos construir nuevos modos de habitarlo; nuevos modos de pensar y de narrarlo. Contra la gran derrota del mundo, otra vez otra vez otra vez, insistía Juan Gelman en Esperan.
No hay recetas mágicas, vivimos en un presente que por momentos pareciera ser sórdido, pero no lo es, en tanto y en cuanto asumamos la difícil y sencilla tarea de mirarnos y reconocer también un mundo devastado, encontrar una tercera dimensión detrás de la pantalla. Que emerja un abrazo, una lágrima, una sonrisa. Hay vida detrás de la pantalla. Las calles volverán a ser ruidosas, Flor nos va a volver abrazar. La vacuna no solo nos protege del virus, sino también de la insistencia de la matriz liberal en destituir los lazos comunitarios. Contra la gran derrota del mundo: otra vez, otra vez, otra vez.