Foto: @nikitabuida
Asistimos a encuentros, congresos, leemos textos, compartimos charlas informales, escribimos publicaciones en redes sociales, donde la palabra masculinidad o masculinidades es cada vez más nombrada. Es un signo de época, pero también es la tracción política que los movimientos de mujeres, diversidades y algunos varones han decidido poner el cuerpo y luchar para que la categoría se convierta en concepto. En otro concepto. Y ese concepto, en urgencia a pensar, destrabar, desarmar y volver a armar.
Las masculinidades son un problema teórico, pero también práctico. Son una dificultad en el hacer, en el hacer concreto y en el hacer hacer. Sin más demoras, compartimos cinco preguntas -recurrentes- entre quienes nos dedicamos a pensar masculinidades contemporáneas
¿A quién hablamos cuando hablamos de masculinidades?
A veces a todos y, otras, a nadie. La ilusión que portamos a la hora de explicar qué es un “macho” -sus configuraciones, su historia, su modelación, las exigencias a las que debe responder- nos empaña el escenario que es mucho más diverso y difícil de asir. Por lo tanto, si imaginamos una sola forma de ser macho es probable que siempre tengamos la misma respuesta, que nadie nos escuche y que no podamos debatir con nadie porque todos coincidiremos. Es como un juego en donde todas las voces tienen el mismo color y todas sirven para cantar la misma canción, de la misma forma, todas las veces posibles.
Por eso insistimos en los análisis situados: de varones, de espacios de varones, de contextos, de técnicas de investigación y, principalmente, el diálogo comparativo entre diferentes hombres con trayectorias diversas. Necesitamos hablar, aún más, de masculinidades. Así, en plural.
No podemos hablar en nombre de los varones, de sus prácticas vinculadas a las violencias, desde lo que somos nosotros…como varones: somos varones estudiando varones. Pero a veces somos varones hablando de una idea general de lo que es un varón. Manualizamos y cristalizamos la idea de ser varón y, entonces, concluimos hablando de lo que no conocemos.
¿Cuáles son los riesgos de vincular un modelo de masculinidad a todos los varones?
Que nos perdemos la singularidad de los procesos emparentados con una forma de ser, estar, ver y escuchar de cada grupo de varones que, si bien mantienen regularidades grupales y colectivas, despliegan recursos vinculados a las violencias de acuerdo a un contexto. Existen miembros de hinchadas que son boy scouts, jugadores de fútbol que leen y lloran a escondidas, trabajadores fabriles (industria pesada) que escuchan música romántica latina, jugadores de rugby que lloran ante la separación de sus parejas. ¿Estas prácticas son la tendencia? En el hacer y decir en un grupo, no. ¿Son prácticas excepcionales? Tampoco. Entonces: ni todos los varones son iguales, ni desarrollan las mismas prácticas en todos los espacios donde intervienen, ni intervienen (ni siquiera) en los mismos lugares.
Este sí es un dato que nos acerca a otra de las hipótesis que trabajamos: si la masculinidad dominante es un ejercicio, una puesta en práctica validada por el resto, cuyos atributos centrales son las violencias y la correspondiente filiación a la heteronormatividad, pues tenemos que analizarla, desarmarla y dar respuestas en esas mismas relaciones de “carne y hueso” que ocurren, que son, que están, que (nos) duelen y poner a disposición -urgente- nuestra renuncia al sociocentrismo que nos devora (a veces, inevitablemente). “Mi masculinidad”, en muchas dimensiones, no opera igualmente como sí en un obrero de una fábrica del conurbano bonaerense, ni un sereno al sur de Santa Fe, ni un CEO de una multinacional en Mendoza. Y viceversa, por supuesto.
Hay un puente que nos conecta, claro: son los núcleos compartidos por una cultura interiorizada que nos exige y nos hace exigir (he aquí un problema, de los crudos) por intermedio de violencias, en nombre -y a veces en silencio- de nuestros privilegios.
¿Por qué es una tendencia vernos en el espejo y vernos todos iguales?
Tal vez estemos practicando una impostura, una línea que responde a la corrección política de los espacios que transitamos o, simplemente, porque no nos damos cuenta que ni siquiera no nos damos cuenta.
Este trabalenguas también lo pensamos a la hora de compartir y charlar sobre nuestras miserias con otros varones. Nuestra primera pregunta es: ¿les interesa que hablemos sobre “nuestros privilegios como varones”? ¿entienden a qué nos referimos con “privilegios”? ¿lo compartimos de una manera clara, empática y, otra vez, no viéndonos a nosotros en el espejo sino escuchando a los otros varones? ¿hablamos, fuera de los dispositivos que compartimos como “talleres de concientización con varones”, con otros varones? ¿conocemos, minuciosamente, la dinámica de los procesos identitarios de otros varones alejados de nuestras realidades? ¿las conocemos? ¿realmente las conocemos?
Aquí cabe una aclaración: en un país donde asesinan a una mujer, a una travesti o a una persona trans, cada 24 horas, sólo por el hecho de ser mujer, travesti o trans, el problema de la masculinidad dominante es grave y urgente.
Dicho esto, ¿vamos en una buena dirección si damos por sentado que miembros de una hinchada, jugadores de rugby, policías varones, trabajadores fabriles, docentes universitarios, comprenden qué implica tener “privilegios” al ser varones y, más aún, que deban pensarlos en un ejercicio de reflexividad que, a duras penas, lo hacemos como podemos quienes nos preocupa el problema? Queremos decir que conocer las singularidades, ayuda a las construcciones más generales. De lo contrario, seremos constructores de otredades imitándonos a nosotros mismos en un papel que suele ser correcto pero que no agrega mucho, señalando la imposibilidad del otro y no explicándola desde su singularidad hasta su complejidad.
¿Qué sucede con las violencias machistas en el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio?
Es difícil indagar en “caliente” pero entendemos que es necesario reflexionar sobre las violencias en estos tiempos de pandemias. ¿Qué está sucediendo? Las masculinidades tienen varios espacios de afirmación, y no sólo en la vida doméstica debe probarse la hombría.
Las identidades de género se caracterizan por su inestabilidad, siempre deben ser probadas. La masculinidad, en nuestra sociedad, ha hecho de la violencia una de sus pruebas más eficaces. Es visible, palpable. Otras pruebas de la masculinidad tienen pocas evidencias. El uso de la violencia física es una evidencia palpable. De allí su eficacia.
Reducidas a otros lugares donde la hombría se prueba, el aislamiento confina un uso de la masculinidad y principalmente una forma de prueba: la violencia. En la vida cotidiana será posible intentar un enfoque preciso sobre rutinas bien sencillas: ¿quién delimita el uso y administración del espacio doméstico? ¿quién imparte y ordena las tareas domésticas? ¿quién organiza el sistema familiar de la economía? ¿todos los varones se vinculan de la misma manera entre la relación que se establece con/mediante la violencia? ¿cómo salimos de esas violencias sin pensar lo micro y lo macro, a la vez? Lo diacrónico y lo sincrónico. Hacer el esfuerzo hasta el cansancio de deshacernos de la imagen de un varón igual a todos. Porque en esas singularidades tal vez esté la caracterización de cada violencia. Y allí, tal vez, en la particularidad, encontremos soluciones. A partir de estas (y tantas otras) cuestiones, aparentemente simples, se podría iniciar un desmontaje de los dispositivos materiales y simbólicos que establecen un orden –dinámico- que se ha ido configurando a lo largo de la historia.
¿Hablamos de violencia o violencias?
Hasta aquí hicimos un esfuerzo para hablar de masculinidades y diferentes formas de privilegios, todos atados con la dominación, ahora nos cabe pensar las múltiples formas de las violencias. Porque si reducimos la violencia a la piña y al asesinato nos estamos olvidando de otras formas cotidianas y recurrentes. Hablar de violencias es ampliar el foco e intentar entender las violencias físicas y las simbólicas. Sus conexiones invisibles.
También es darnos cuenta que todas sus manifestaciones son parte de un sistema de dominación que tiene múltiples caras. No es lo mismo un grito que una piña, no es lo mismo celar que matar, pero todas las violencias están conectadas en la legitimidad de la dominación. Legitimidad que debemos demoler.
Las violencias y las masculinidades tienen tantas caras como contextos, comprender esa multiplicidad, enraizada en la unidad de la legitimación social, nos permite pensar políticas de prevención eficaces.
Indagar en la legitimación social de las violencias asociadas a las masculinidades nos mostró su dinámica y su crudeza de siempre estar ahí…en el plano de lo urgente. Desnudar los préstamos de dominación con consecuencias privilegiadas para los varones es una tarea tan compleja como diversa. No se pueden generalizar las prácticas ni sus sentidos porque las mediaciones que intervinieron han sido diferentes, pero en la matriz patriarcal permanecen y se fortalecen las lógicas de dominación/subalternización materializadas desde el lenguaje hasta en las formas de vinculación social.
Generar nuevas preguntas sobre las preguntas tradicionales es un camino para vislumbrar nuevas respuestas que puedan diseñar políticas más eficaces, más contundentes y menos endogámicas.