María Elena Walsh: “Las feministas no tenemos odio, tenemos bronca”

En el 90 aniversario del nacimiento de María Elena Walsh, compartimos su “Carta a una compatriota”, publicada en 1973, en la que se refiere principalmente a la participación política de las mujeres. “Naturalmente, algunos muchachos nos critican la indiferencia y la abstención, y las aprovechan para consolidar sus ancestrales argumentos: ¨La mujer no está preparada para actuar en política, su Destino es el hogar, etc.¨ Los mismos muchachos no suelen preguntarse por qué ningún presidiario triunfa en los Juegos Olímpicos, o por qué el gremio de chapistas no ha dado ningún escritor de la talla de Mujica Láinez. O, para ejemplificarlo mejor con una frase atribuida a Bernard Shaw: ¨Los norteamericanos blancos condenaron a los negros nada más que a lustrar zapatos; luego se pasaron la vida diciendo que los negros no servían más que para lustrabotas¨.

Querría empezar esta carta llamándote hermana, sea cual fuere tu edad y tu condición social. En realidad el parentesco es novedoso, un descubrimiento reciente del Movimiento de Liberación Femenina. Hasta ahora, sólo fueron hermanas las monjas, y al parecer no por ser hijas del mismo padre sino por ser esposas del mismo esposo ¿no? Porque hijos de Tata Dios somos todos. En la Gran Familia Argentina los varones fraternizan, se abrazan ruidosamente, se llaman ¡Hermano! con tanguero fervor, y en el paroxismo de la pasión fraterna llegan a desnudar a los futbolistas en plena cancha. Pero las mujeres nunca hemos sido hermanas sino entes aislados, parias sociales, menores de edad instigadas a traicionarse.
A pesar de todo, nos ha hermanado nuestra común condición de sombras, nuestro condicionamiento como satélites sujetas a implacables reglamentos. En materia de política venimos compartiendo demasiados sobresaltos y bastantes angustias. Es verdad que también las pasan nuestros varones, pero también es verdad que son ellos quienes las fabrican.

Querría decirte hermana, en fin, porque supongo que estás tan harta como yo de paternalismos y no es cuestión de que, aprovechando la invitación de la revista EXTRA a dialogar con vos, me trepe a un púlpito “maternalista” para endilgarte reprimendas y sugerencias, por no decir amenazas, como las que recibimos a diario desde todos los frentes.

Querría compartir con vos algunas incertidumbres, algunas indignaciones y algo que ha pasado a ser desesperación. O, para decirlo con una frase que muchachos graciosos podrían atribuirnos: “Querida ¿qué disfraz nos cosemos para estos carnavales preelectorales?” Porque las mujeres siempre estamos obligadas a disfrazarnos de algo para poder sobrevivir,

Si sos militante de algún partido nada tengo que decirte, sino que te deseo buena salud y que aprendas karate. Y que trates de no equivocarte, porque el error de un hombre —aunque sea un error a mano armada— no es más que un simple error: “¡es humano!”. Pero el error de una mujer es una afrenta pública y sirve a la generalización: “las mujeres no están capacitadas… etc.”.

Pero es posible que no milites ni creas, ya demasiado en plataformas, candidatos ni alocuciones. Seas quien fueres, estás sosteniendo un sistema que se cae de podrido, en tu doble calidad de víctima y de cómplice.
Sobre tus hombros el sistema descansa tranquilo, y por eso te recomienda tranquilidad, “femineidad”, que no te amachones abandonando los ruleros y usando la cabecita loca para pensar. Porque gracias a tu acrobática economía sobrevivimos, porque permites a los hombres, con tu mano de obra gratuita y/o peor remunerada, a soportar una situación que sin tu sacrificio sería intolerable y los obligaría a combatirla con mayor puntería y celeridad.

Seas quien fueres, brillas por tu ausencia en este período preelectoral. No estás en función de candidata, ni de dirigente gremial, ni siquiera como opinante, salvo rarísimas excepciones. Y lo que es más grave, cuando sos excepción y algún partido te permite integrarte para algo más que pegar estampillas y hacer café, tenes miedo —con razón— de representar a tus congéneres y pareces un simple testaferro de los intereses machistas y jugás a tu propia traición.

Naturalmente, algunos muchachos nos critican la indiferencia y la abstención, y las aprovechan para consolidar sus ancestrales argumentos: “La mujer no está preparada para actuar en política, su Destino es el hogar, etc.” Los mismos muchachos no suelen preguntarse por qué ningún presidiario triunfa en los Juegos Olímpicos, o por qué el gremio de chapistas no ha dado ningún escritor de la talla de Mujica Láinez. O, para ejemplificarlo mejor con una frase atribuida a Bernard Shaw: “Los norteamericanos blancos condenaron a los negros nada más que a lustrar zapatos; luego se pasaron la vida diciendo que los negros no servían más que para lustrabotas”.

Y esto me hace meditar en otra frase célebre: “Hay que educar al soberano”. Con la fragilidad mental propia de mi sexo no recuerdo si la dijo Sarmiento o Tu Sam. (Consulto el Manual de Zonceras de don Jauretche: sí, fue Sarmiento en uno de sus días nublados). ¿Hay que educar al pueblo o devolverle la cultura que miserablemente le robaron quienes la usan para mantenerlo en la oscuridad y la indigencia? ¿Hay que educar, preparar a las mujeres o dejarlas ser dueñas de sus vidas, restituyéndoles las energías que les saquean, embruteciéndolas? ¿Deben prepararse o lo han estado siempre sin que las dejaran ejercer? “¡Las mujeres no están preparadas!” “¡La intuición, virtud esencialmente femenina!” ¿Y nadie dijo que hay que capar a los cretinos, para que no se sigan reproduciendo y produciendo conceptos como éstos?

La cultura capitalista, su psicología dirigida, sus medios de difusión, sus revistas femeninas (con las que habría que hacer una pira en Plaza Mayo y quemarles el traste a sus editores), todo el aire que respiramos está contaminado de la misma falacia: la natural incapacidad y subordinación de la mujer. Y fueron mujeres y niños los primeros seres humanos a los que explotó a muerte la Era Industrial, arrancándolos por la fuerza del Sacrosanto Hogar. Y es nuestro mundo Occidental y Cristiano el que no permite a la mujer trabajadora disfrutar sin angustias de la maternidad, el que apaña burdeles y dos morales, una para damas y otra para caballeros, el que se escandaliza de actos terroristas pero hace la vista gorda ante todos los atropellos cometidos contra el cuerpo de la mujer.

“Las mujeres no se dan cuenta de cuánto las odian los hombres”, dijo una feminista. Tiene algunas ideas bastante ambiguas, pero se le escapó esta frase donde llama a las cosas por su nombre. Marginación, postergación, misoginia, no son sino eufemismos que suavizan una realidad llamada odio. Punto.
Con una estrategia típica de todo agresor con cola de paja, suelen defenderse por la acusación: “¡Pero ustedes las feministas odian a los hombres, les declaran la guerra a los hombres!” Las feministas no tenemos odio, tenemos bronca. El odio —con los fierros, sean armas o moneda— es cosa de hombres. Estamos hartas de odio, aunque venga empaquetado en sublimaciones y piropos. No hemos declarado la guerra, sino que señalamos que existe y tiene los años de nuestra civilización. Nos defendimos como pudimos , a veces con malas artes, por lo tanto es mejor que ahora parezca una guerra abierta, limpia, esta que declaramos contra todas las formas de la arrogancia machista. La guerrilla de la artimaña, el repliegue y la comodidad no hace sino reproducir series de esposas “achanchadas” y madres castradoras.
El Movimiento de Liberación Femenina es una ideología revolucionaria, no exprimida de libracos apolillados sino del cotidiano martirio de la mitad de la humanidad. Nace en las ferias y junto a las bateas, a la vera de las camillas de ginecólogos carniceros y a contrapelo de los viejitos célibes del Vaticano que vienen diagramando la conducta sexual según conviene a los intereses de los capitales y a las fluctuaciones del mercado bélico.

No es un entretenimiento destinado a distraer de la liberación de los pueblos, sino que esa liberación es mentira mientras la determinen exclusivamente los varones. Así como ya no es posible pensar en términos previos a Marx o Freud (por no decir a Galileo y a Colón), tampoco es posible seguir pensando sin erradicar de cuajo los prejuicio sexistas, base y modelo de toda opresión.
Causan gracia, por no decir otra cosa, las declaraciones apresuradas de algunos de los candidatos: “La mujer, durante nuestro gobierno, gozará de iguales derechos, etc”. Esta manera burda de captar los votos de quienes fueron olvidadas durante la confección de plataformas y de listas, causa una melancólica ternura otoñal. Promesas… ¡a mamá!

Si los dirigentes se propusieran solucionar los problemas de la mujer tendrían que empezar por conocerlos. Y, que yo sepa, las mujeres no hemos sido convocadas para traerlos a luz, valga la femenina expresión. Y mucho menos las brujas sospechosas de feministas, que son todas feas y viejas (en cambio nuestros dirigentes son todos jóvenes y hermosos … Rucci tiene un no sé qué de Paul Newman ¿viste?).
Darán las soluciones que ELLOS consideren oportunas, y siempre que no molesten a la Curia, las Fuerzas Armadas, las Compañías Petroleras, el Rotary Club, la masa societaria de Boca Juniors y el Centro de Damas-con-las-cabecitas-reducidas-por-los-Jíbaros. Eso sí, alguna señora será nombrada subsecretaria de la Intendencia de Saladillo, y con eso quedará demostrado que la Mujer Sabe y Puede y Que La Dejen.

Así como ahora nos dejan usar pantalones para compensar la falta de autoridad real, es posible que nuestros próximos gobernantes nos concedan algunos beneficios. Y bienvenida sea toda reforma, si remedia urgentes dramas que no pueden esperar. Pero ya sabemos que la política del Gatopardo no sirve a la larga sino para reforzar el statu quo: es bueno conceder una que otra mejora accesoria para seguir escamoteando lo esencial: la definitiva liquidación de las barreras de clase y de sexo.
El Movimiento de Liberación Femenina no se conforma con paliativos, aunque no tenga más remedio que aprobarlos en primera instancia. Tampoco busca a ciegas la igualdad con el hombre (¿igualdad en fuerza bruta, en tácticas de opresión, en fracasos?). Lucha para conquistar una absoluta autodeterminación, para acabar con el reparto de privilegios, funciones y sanciones según el sexo, para construir a la larga una nueva civilización, humana y cooperativa.

Las mujeres, como los negros, los colonizados, la clase trabajadora, a medida que tomamos conciencia, menos queremos dádivas; queremos lo que nos pertenece por derecho y nos arrebatan día a día, es decir, TODO. Las mujeres, que fuimos custodias de la vida —para que fuera rifada en guerras— queremos más que nunca defenderla de los fabricantes de muerte. Pero según, cómo y cuándo lo determinemos nosotras.

Una de las más perfectas y sutiles perfidias de nuestra sociedad es el condicionamiento y la esterilización mental de las mujeres y los niños. Pero luchar contra ella es la lucha de todas las mujeres. Como cumplo con el pacto de no aconsejarte, y menos en estos momentos de apresurado proselitismo, no te pido que te conviertas en improvisada militante. Pero tengo la obligación de decirte que procures saber de qué se trata, desconfiando de las admirables cátedras de ignorancia que pueden darte los medios de difusión.
Releo esta carta escrita al correr de la máquina y supongo que puede resultarte agresiva. Lo siento. No pude hacerla peor. Por más que aguce el estilo me es imposible reflejar la agresividad de una villa de emergencia, de un aborto clandestino, de los precios de la farmacia. Estos ingredientes configuran un naufragio en el que las mujeres y los chicos entran primeros. Así como en los éxitos nacionales nos colamos por la retaguardia. Gracias, caballeros.

Creo que en este juego de los votos, como en tantos otros, las mujeres no somos nadie. Creo que nuestro partido se jugará, a la larga, en otro frente. Lo que no significa que no te celebre si vas a votar con fe. Yo también la tengo, pero en vos.

 

La Carta a una compatriota fue publicada en la Revista Extra el 7 de marzo de 1973.