Mirar más allá de lo visible

Octubre convoca a la comunidad trans a una serie de actividades, la más importante de ellas desde hace una década es el Día Internacional por la Despatologización de las Identidades Trans, que busca sacar la terminología estigmatizante de los Manuales de Trastornos Mentales (DSM-V) y la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). ¿Cómo podemos poner esta demanda en diálogo con las demás acciones políticas feministas? Escribe Marce Butierrez

“Los ojos de los demás son nuestras cárceles,
sus pensamientos, nuestras jaulas”
Virginia Wolf

Aunque pasen los octubres y progresivamente vayan modificándose los marcos normativos que observan nuestras identidades como a ratas en un laboratorio, lo cierto es que para muchas personas trans habitar nuestros cuerpos y atravesar las puertas de nuestras habitaciones sigue siendo una travesía que nos enfrenta a la violencia. La lucha por la despatologización de las identidades trans ha interpelado abiertamente a los discursos médicos y psiquiátricos y ha contribuido a modificar los paradigmas jurídicos que intervienen nuestras identidades, ¿Pero de qué manera se ha modificado nuestra cotidianeidad? ¿En nuestros vínculos más íntimos hemos dejado de ser una curiosidad circense que alimenta la maquinaria del morbo? ¿Las miradas de las personas cis han dejado de ser, al fin, nuestras jaulas?

Si bien la Argentina tiene uno de los marcos normativos más avanzados y ejemplares en materia de respeto por las identidades de género, esta situación no es comparable a las de otras latitudes. En muchos países sigue siendo obligatorio atravesar consultorios y burocracias para acceder al derecho a la identidad, exhibirnos bajo el microscopio de la medicina occidental y encajar en sus parámetros clínicos para obtener un diagnóstico psiquiátrico que nos de acceso a la salud. Sólo podemos existir bajo la lente de una patología, habitando cuerpos equivocados que deben ser inyectados, cercenados, modificados, diseccionados en categorías que lo vuelvan correcto. Dudo que alguna persona cis pueda imaginar lo estigmatizante de nuestras experiencias y luchas por acceder a algo tan básico cómo tener un nombre y una imagen que nos represente, dudo que alguien pueda imaginarse el martirio de despertar cada mañana y mirar en el espejo un rostro extraño, oír el eco de una voz que no es propia y verse nombradx una y mil veces con un nombre ajeno.

No me interesa compendiar las múltiples violencias y robustecer un discurso sobre nuestras identidades que nos coloca en un lugar de víctimas, aunque muchas veces es este el único lugar de enunciación que la sociedad designa para nosotrxs, como meros cadáveres que atestiguan la violencia patriarcal y son incapaces de reaccionar ante ella. La propuesta es por complejizar la perspectiva y recuperar la potencia crítica de nuestros activismos que no sólo hablan de la carne propia. Lo que las travestis y trans disputamos excede a la validación de nuestras propias experiencias y corporalidades, nuestras demandas son parte de la denuncia y reflexión necesaria que como comunidad debemos realizar respecto a la forma en que los discursos científicos operan sobre existencias reales, encarnadas y múltiples. Un diagnóstico es siempre un instrumento político y como todo enunciado sus implicancias y significados siguen un curso rizomático que establece designios, terapias y clasificaciones. Si algo se nos ha vuelto patente tras la brutal pandemia que actualmente atravesamos, es que la salud y la enfermedad no son meras conceptualizaciones circunscritas al campo de la medicina, sino que tienen efectos concretos en muchas dimensiones de nuestra vivencia social, emotiva, económica y vincular.

Cuando en 1954 el endocrinólogo alemán radicado en los Estados Unidos, Harry Benjamin, utilizó el diagnóstico de transexualismo como instrumento para identificar y narrar las experiencias de personas que se sentían inconformes con el sexo asignado al nacer, inauguró una forma de pensar e intervenir sobre las corporalidades que escapan a los parámetros aceptados como válidos por la medicina, el estado y la cultura occidental. El trabajo de Benjamin y sus discípulos Money y Stoller, continuó enfocándose en el malestar de las personas trans respecto a sus modos de vivenciar el género sin preguntarse por las condiciones sociales que producían el mismo y enfocándose en la intervención, corrección y modificación de los cuerpos como abordaje clínico. Sus investigaciones darán lugar a criterios diagnósticos que al delinear límites sobre lo que se considera un sexo enfermo, evidencian y dan cuenta de percepciones científicas, sociales y políticas cisnormativas sobre las formas válidas de habitar la sexualidad. Estos recortes, estas cartografías arbitrarias y rígidas reifican los privilegios de determinados grupos sociales, ya que la operación a la que las disciplinas científicas sometieron a nuestras identidades trans ha operado también sobre otros sectores en clave sexista, racial y de clase, por lo que quienes quedamos por fuera de la norma somos una multitud de vidas históricamente vulneradas.

Esta necesaria lectura interseccional de las violencias hacia las identidades y cuerpos que habitamos los márgenes del sistema, es quizás una de las razones centrales por la cual los feminismos actuales deben apostar a pensar en el “sujeto” de su acción política más como un caleidoscópico espectro de experiencias antes que como un microscópico lente acotado y reducido a la mujer “biológica”. Los posicionamientos separatistas que algunos sectores de los feminismos han adoptado no hacen más que repetir la operación con que los discursos médicos y jurídicos vienen operando hace años, la de trazar fronteras infranqueables, levantar muros y poner la complejidad de lo social en vitrinas herméticas: aquí las travestis, allí las transmaculinidades, más allá las comunidades indígenas y en aquel rincón lxs migrantes. Es imposible sobrevivir en esos escaparates y es absurdo intentar leer nuestro panorama actual produciendo tantos recortes, que tienen más de estrategia política que de herramienta de análisis. A la manera de un recorrido por un museo, las disciplinas científicas y los dispositivos biopolíticos han organizado el entramado de relaciones sociales en colecciones de piezas dispersas que pretenden narrar una historia en la que las otredades no somos bienvenidxs.

En definitiva, esos lugares de la abyección han estado reservados en distintas épocas a diversas manifestaciones identitarias. La galería de los horrores de la modernidad hemos sido alternadamente las negritudes, lxs indígenas, lxs enfermxs psiquiátricos, las maricas, las putas, lxs insurrectos, lxs herejes, les discapacitadxs, etc. A todxs nos han robado nuestros cuerpos, como diría Miquel Missé. Y con nuestra carne expropiada han producido el andamiaje de su validación, de su normalidad, de sus rutinas. Han revestido de nuestra piel la comodidad de sus universidades, hospitales y edificios de gobierno.

Por otra parte, el avance de la derecha en todo el mundo y en particular en la región nos obliga a pensarnos colectivamente y no como sectores disgregados. Estamos ante una fuerte reconfiguración del poder mundial: el enrarecido clima electoral norteamericano, la extrema derecha bolsonarista en Brasil, la inestabilidad política de Bolivia y Chile y el surgimiento de sectores conservadores en España y Argentina, atentan sistemáticamente contra la consecución de derechos para los sectores históricamente vulnerados e incluso amenazan con hacer retroceder algunos de los pocos avances conseguidos en las últimas décadas. ¿Vamos a poner en peligro los escasos derechos conseguidos en nombre de disputar por la visibilidad de una identidad por sobre las otras? ¿Estamos dispuestxs a perder los pocos espacios conquistados para competir por quienes están más oprimidxs? La discusión sobre la forma en que los dispositivos técnicos de la medicina obturan y desarticulan nuestras experiencias y narrativas pueden servir para algo más que disputar la despatologización y despsiquiatrización de las identidades trans, aunque este sea un objetivo que seguiremos demandando ante las instituciones que producen dichos recortes. Esta es una discusión que debe impregnarnos, que contra todas las lógicas que apuestan por estancar los debates hasta pudrirlos, la necesidad de perspectivas interseccionales y críticas que nos reunan, es un fluido sobre el cual podemos remontar las olas.

Es una falacia pensar que algunas de las luchas que nos atraviesan en carne propia van a dejar de ser visibles si le prestamos el cuerpo a otras demandas. Visibilizar nuestras experiencias, vivencias e identidades ha servido para dar muchas batallas, pero estas nunca han sido ni serán configuraciones cerradas, estamos narrándolas y produciéndolas constantemente. Ante los discursos que buscan acotar, cercenar, enajenar y reducir nuestras experiencias a categorías estáticas, que mejor estrategia de lucha que multiplicarnos, que volver porosas las fronteras, que agudizar las críticas incorporando más y más perspectivas a nuestros análisis. Frente al panóptico que nos pretende individualizadxs y obedientes, nuestra respuesta debe ser un aluvión de cuerpos deformes e inclasificables listos para enfrentarlo todo, para quebrar con las prisiones de sus miradas y obtener la libertad de ser, desear y habitarnos en nuestros propios términos.

*Ilustración: @motherofqueer