A las cuatro de la tarde ya se despliega una feria de economía popular feminista en Plaza Congreso: muffins laicos y aborteros, libros piratas, tangas y pines, puestos de glittering y make up. El 3j de este año también es esto: saldo organizativo reflejado en mini pymes que se abren paso un día de sol en el ocaso macrista. Militar es también juntar los pesitos, ser creatives para navegar la crisis. Cumbia, copeteo y lágrimas, dice un bordado a mano que se vende de parche, la frase alude al libro de Lohana Berkins. Mientras, van llegando las bandas.
La bandera de arrastre también llegó puntual y se abre a lo ancho de la Avenida de Mayo. En el faldón que sostienen trabajadoras despedidas, afro, travas, candidatas, se lee: “Ni una Menos por violencias sexistas, económicas, racista, clasista a las identidades vulneradas. Aborto legal YA. Abajo el ajuste de Macri, el FMI y les gobernadores”. La jerarquía del extracto de las violencias tuvo consenso, más discutido fue —en las asambleas que fueron sólo dos esta vez— el repudio a les gobernadores. No todaes estaban de acuerdo, pero quedó. La lucha por el aborto legal, seguro y gratuito fue protagonista otra vez, en la estela que dejó el jueves 28 pasado, cuando se presentó al parlamento un nuevo proyecto de ley.
Violeta, magenta y sobre todo el verde de la marea marcan la zona segura. “¡Estoy donde quiero estar!”, dice una piba como bailando. El Ni Una Menos es así, un cementerio de fotos y cruces, madres destruidas con la remera de sus hijas víctimas de femicidio, y batucada y brillos. El carnaval los ponen las pibas, que son mayoría otra vez.
Es la quinta vez que salimos a la calle en esta fecha, la del Ni Una Menos, y la última que esperamos salir mientras Macri sea gobierno. Por eso, también, se respira un aire de transición. La multitud no tiene la contundencia de otros años, se disipa en las concentraciones por el aborto, las campañas presidenciales, los paros internacionales de mujeres lesbianas, travestis, trans y no binaries de los 8m. Pero NUM tiene ganado el lugar en el calendario y estar acá es para muchas encontrarse libres de patriarcado.
Una nenita sostiene un cartel: No se rindan, pibas. Llegamos a esta marcha con el caballo cansado, porque el caballo somos nosotras, que nos venimos montando y cargando sobre la espalda ya casi un mandato cumplido de ajuste, inflación, precarización, despidos. Nos queda poca nafta. Pero nos gusta la gasolina y sostenemos la llama encendida. En las mantas hay soquetes de Las sororas, la liga interpartidaria de diputadxs que bancó la parada durante el debate por la ley de IVE. Hay vinchas iluminadas. Las madres de este dragón de 20 mil cabezas, las pioneras del primer Ni Una Menos allá por 2015, miran la multitud de costado, un poco como quien crió un cachorro y ahora lo ve andar solo.
Ni Una Menos es movimiento y consigna, hoy tiene más reverberancia simbólica que potencia callejera, pierde pelos pero no las mañas. Las demandas se expandieron desde esa primera vez y eso dejó afuera a unxs cuantxs, porque el femicidio es un motivo aglutinante contra el que batallar. Pero darle curso a los reclamos por la violencia económica que se traduce en nosotres no tiene absoluto consenso. Muy politizadas.
En parte, de eso se trata esta marcha: hoy, a menos de veinte días del cierre de candidaturas, las orgas están concentradas en el armado de listas y a la marcha vienen más que nada las “ramas femeninas”. A la vez, el cabildeo pre electoral está impregnado de feminismo: puede que en la foto sigan saliendo varones, pero hay un pujo incesante del movimiento por conseguir un cambio estructural en las maneras de hacer política.
El cancionero se viene repitiendo hace tiempo, pero se agrega leña para el carbón en versión feminista. Cuando la movilización llega a Plaza de Mayo, parece haber más móviles de los canales de TV que manifestantas: esa expectativa también es Ni Una Menos, una consigna que ni el presidente menos pensado puede pasar por alto y que lo hace lanzar un hilo de baba en twitter. Que provoca un desubique como el de Túñez, la Fabiana que duele porque la creímos más cerca y defraudó. Ahora compara la lucha con un edificio. Fuera de escala, como el video de las chicas de Orange is the new black que nos saludan desde Netflix, y no sabemos si emocionan o indignan como los comerciales de Nike.
El camión se rompió y el escenario es la improvisada estructura de sonido. Une por organización participante de las asambleas leen el pliego de demandas consensuado entre fiebres, sábados y noches. Los consensos contienen divergencias. Pero los reclamos se concentran en “decir basta de violencia económica, sexista, racista y clasista contra las mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, no binaries, gordes e intersex; de la clase trabajadora: ocupades, desocupades, precarizades, piqueteres y de la economía popular, visibilizando especialmente a las mujeres indígenas, originarias, afroargentinas y negras en pos de empezar a saldar la deuda histórica para con ellas y todas las identidades vulneradas por el capitalismo patriarcal y el modelo económico de Mauricio Macri y la alianza Cambiemos”.
Sobre las paredes del Cabildo hay carteles con las fotos de Wanda, de Lola, Candela. Nombres emblemáticos en la cuenta de femicidios de los últimos años que son más de mil desde 2015. 30, 29, 23, son las horas que marcan un nuevo feminicidio según distintos registros. No hay, aunque se pide desde la primera convocatoria NUM, un registro oficial unificado. Hay quienes vinieron “por la causa”, así de amplio como convocante; quienes saben que está en riesgo su jubilación como amas de casa. Hay pibas que crecieron bajo el sol de NUM y ésta es de algún modo su casa, un refugio en el que empezaron a cursar a la par que la secundaria su historia como sujetxs políticxs, y desde la escuela de la marcha feminista releyeron su propia historia, sus primeros besos. Banderas de movimientos y de El Gondolín, la pensión autogestionada por travestis y trans. Banderas con nombres y cintas de duelo, colectivas de tambor. Hay mujeres villeras, sindicalistas organizadas, movimientos sociales. La desigualdad mata, la ausencia del Estado también. Un cartel condensa: FMICIDIO. Respetá nuestra existencia o bancate nuestra resistencia.
Las fechas son balances y las coyunturas cambian. En un claro del asfalto, ese hecho concreto que a Macri le gusta mostrar, una persona apenas cubierta de carteles golpea unas cañas. Capta la atención por la rareza, no se sabe bien qué es o qué significa. Parece una ceremonia chamánica o algo así, pero obliga a detenerse y pensar dónde estamos paradas. Dos chicas comparten una vulva de chocolate y entran a la boca del subte para volver. No persiste la euforia de los cantos, sólo se oye a la nena madre que pide 20 pesos por dos paquetes de pañuelos de papel.