#MeQuedoEnCasa: un pellizco suavecito en la concha

En épocas de cuarentena, no queda otra que el sexo a distancia. ¿”Sexting”? Nada nuevo: la correspondencia erótica estuvo siempre. Fuente de inspiración y calentura para los tiempos que corren.

En medio de la pandemia y el peligro extendido de contagiarse con un beso aéreo o una caricia: ¿Quién está pensando en cojer? La respuesta te sorprenderá: es posible que a muchxs les de vuelta la idea. Sobre todo porque se acerca el fin del mundo. O al menos se acaba el mundo tal como lo conocemos. Además, es largamente conocida la relación carnal entre el sexo y la muerte. El engranaje que completa ese triángulo es la lengua. “Lengua, sexo, muerte, nombran entonces la misma imposibilidad, la de establecer una relación sustancial, permanente, natural, con la vida”, escribió el psicoanalista Jorge Aleman.

En un mercado de mariscos en China se originó -así parece- el virus que si no te mata te recluye. Paraíso de fóbicxs y neuróticxs, se cumple el sueño de quienes prefieren chatear que cojer. Un clásico. Eso si no estás encuevadx con tu partenaire sexual: ahí es otra cosa, o aumenta la frecuencia sexual o se terminan odiando. O las dos cosas.

Algunxs vaticinan un boom de nacimientos en diciembre y enero 2021 producto de los intercambios sexuales a los que propicia el confinamiento. La generación de lxs cuarentenials, pandemials, o como sea que se vayan a llamar tendrán una historia de origen que sus xadres contarán hasta el aburrimiento. Pero el sexo en estos días no sólo será procreativo, también será virtual y recreacional.

No será la primera vez ni la última en la historia en la que les amantes están lejos. El amor es signo. Y la escritura epistolaria erótica existe desde siempre y es cuantiosa. Aunque haya nuevos soportes, el arte de gozar en la postergación o la privación estuvo siempre. Así como los blogs, los estados de Facebook y la literatura del yo estuvieron siempre en las páginas de los diarios íntimos y las libretas de anotaciones, lo que hoy llamamos novedosamente “sexting” existe desde que hay papel y lápiz.

Desde Catulo o Safo de Lesbos, quien vivió unos 5 siglos antes de cristo, hasta hoy, el sexo se deshace en la lengua: “tú, mi diosa, la de la sonrisa inmortal en los labios (…) te estoy llamando y que es lo que mi salvaje corazón desea”; “una vez más, hermosa deseada: Tu túnica excita – éste es un hechizo – y yo que dudé de Afrodita ahora le pido que pronto estés otra vez conmigo…”

Tal vez el siglo XIX la retórica erótica haya alcanzado un punto cúlmine pero el que corrió los límites de lo decible fue Joyce. James Joyce deconstruyó para siempre la narración clásica, y en sus cartas a Nora Barnacle pone en palabras cositas que ni el atrevido Marqués de Sade se animó a decir. Bueno, quizás no tanto, pero casi. El siglo XX empezaba y Joyce escribía:

“¡Noretta mía! Esta tarde recibí la conmovedora carta en la que me cuentas que andabas sin ropa interior. (…) Me gustaría que usaras bragas con tres o cuatro adornos, uno sobre el otro, desde las rodillas hasta los muslos, con grandes lazos escarlata, es decir, no bragas de colegiala con un pobre ribete de lazo angosto, apretado alrededor de las piernas y tan delgado que se ve la piel entre ellos, sino bragas de mujer (o, si prefieres la palabra) de señora, con los bajos completamente sueltos y perneras anchas, llenos de lazos y cintas, y con abundante perfume de modo que las enseñes, ya sea cuando alces la ropa rápidamente o cuando te abrace bellamente, lista para ser amada, pueda ver solamente la ondulación de una masa de telas y así, cuando me recueste encima de ti para abrirlos y darte un beso ardiente de deseo en tu indecente trasero desnudo, pueda oler el perfume de tus bragas tanto como el caliente olor de tu sexo y el pesado aroma de tu trasero.”

Y también:

“Te sueño a veces en posiciones obscenas. Imagino cosas muy sucias, que no escribiré hasta que vea qué es lo que tú me escribes. Los más insignificantes detalles me producen una gran erección. Un movimiento lascivo de tu boca, una manchita color castaño en la parte de atrás de tus bragas, una palabra obscena pronunciada en un murmullo de tus labios húmedos, un ruido sin recato, repentino, de tu trasero y entonces asciende un feo olor por tus espaldas. En algunos momentos me siento loco, con ganas de hacerlo de alguna forma sucia, sentir tus lujuriosos labios ardientes chupándome, follar entre tus dos senos coronados de rosa, en tu cara, y derramarme en tus mejillas ardientes y en tus ojos, conseguir la erección frotándome contra tus nalgas y poseerte sodomíticamente”.

Okey, no inventamos nada. Pero siempre hay un huequito donde innovar y, además, la tradición sólo demuestra que el sexo verbal funciona. La tensión entre pasión y ausencia y la pasión puede encender un fuego. Entre lo que hay y lo que falta, brotan las palabras. Una correspondencia erótica famosa es la que sostuvieron Henry Miller y Anaïs Nin:

«Anaïs, cuando pienso cómo te apretás contra mí, cuán ansiosamente abrís las piernas y qué húmeda estás, Dios, me vuelvo loco de pensar en cómo serías cuando todo se disuelve. Ayer pensé en vos, en cómo cerrás las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre vos en la oscuridad sin saber nada. Y me estremecí y gemí de placer».

La poeta, narradora y autora de culto Hilda Hilst, que vivió en San Pablo, escribió, quizás en espejo al título de Kierkegaard, “Cartas de un seductor”: “Eso es exactamente lo que me imagino: un pellizco suavecito en la concha…”. El intercambio escrito sexual se pasó en buena parte a los celulares y los chats, pero sigue ardiendo. Los recursos están al alcance de tu imaginación. Y si no, están las nudes y los videítos, excelente herramienta para las trabajadoras sexuales en estos tiempos de restricción. Y para evitar la fiebre sin perder el calor.