No ha sido fácil llegar a este encuentro. En 2019 cuando se votó cambiar el nombre de los tradicionales encuentros nacionales de mujeres por éste que refleja una nueva vocación política, jamás nos imaginábamos que una pandemia nos mantendría lejos de las calles tanto tiempo. Por ello, ese primer contacto que tuvimos todxs en el acto inaugural estaba repleto de la adrenalina de las primeras veces. Muertxs de frío, despeinadxs por el viento y cansadxs del largo viaje nos vimos las caras en ese playón polvoriento para celebrar que, a pesar de todo, habíamos conquistado ese encuentro. Esta crónica está atravesada por muchas emociones. Me confieso: hace tiempo que no logro conmoverme con la “mística” de los feminismos. Hay algo en la repetición de sus slogans que me resulta fastidioso, irreflexivo, hiper discursivo, impregnado de una lógica política muy característica de los ciberactivismos que en nada se parecen a lo que una se imagina cuando piensa en revolución. Sin embargo, acudí a este encuentro acompañando a un grupo de ocho pibas del Bachillerato Trans “Mocha Celis”. Para ellas soy “la profe de política” y entonces este viaje significó también conectar con esa emoción desde un lugar pedagógico. Sumado a todo ello, siempre hay una zurda troska dentro mío que permanece alerta y lista para dar debates. Con todo esto en la mochila y con el nudo aún trenzado en la garganta, se escribe esta crónica.
El viaje
Toda la noche estuvimos repletas de ansiedad. En el colectivo ya estaban todas dormidas, pero nosotras no. Nos quedamos hasta muy tarde rosqueando, tejiendo, delimitando las propuestas y proyectos que queríamos llevar al Encuentro. Las pibas habían trabajado en sus reuniones del centro de estudiantes algunas propuestas: un albergue para las vejeces trans, donde trabajen chicas trans; un fondo de dinero para ayudar a los entierros y funerales de las fallecidas, especialmente de las provincias; capacitaciones para operadoras socio-comunitarias destinadas a la población trans, para que en cada hospital haya una persona que ayude a garantizar la salud trans; el proyecto de reparación histórica travesti-trans, la demanda más urgente de nuestro colectivo.
Nos quedamos murmurando toda la noche. Intercalamos el debate político con el chisme y las memorias. Nos conmovíamos al recordar momentos de violencia extrema vividas en las calles y nos descostillamos de risa con las anécdotas de clientes con gustos raros. Las pibas se emocionaban contando su llegada a La Mocha y recordando lo mucho que sus vidas cambiaron cuando decidieron estudiar. Para todas resultaba inimaginable estar en ese colectivo viajando al Encuentro con la bandera travesti en alto. Aunque algunas ya habían participado antes del encuentro nunca habían vivido la experiencia de hacerlo junto a otras como ellas, de hacerlo en manada. Con esa ansiedad royéndole los huesos algunas empezaron a quedarse dormidas de madrugada. Cuando se prendieron las primeras luces del alba ya estábamos adentradas en el paisaje puntano. Decidimos a qué taller iríamos y empezamos el ritual de cada día: la base de maquillaje, los delineadores, el rouge, las pestañas, los brillitos. No importaba el clima, el viento, el frío… las travas acudiríamos a la cita montadas como nunca. En un triz bajamos nuestras cosas y armamos campamento, llenamos los mates y partimos rumbo a la inauguración con el cuerpo lleno de expectativas, emoción y siliconas cansadas.
Primera jornada
El encuentro es lo más parecido a un ejercicio político real. Es el feminismo en estado de asamblea permanente, de movilización permanente. Encontrarnos en estos espacios nos recuerda y reanima, como un ritual religioso al que nos convocamos para exorcizarnos y renovarnos. Al llegar al acto inaugural y volver a ver las banderas una chispa se nos encendió a todxs en la mirada. Aun entre la polvareda de esa mañana helada, estábamos reunidxs para celebrar que habíamos logrado encontrarnos. Todo inició con la ceremonia ancestral de quienes habitan aquel territorio huarpe, comechingón y ranquel, que lamentablemente no fue del todo respetado por las orgas que asistieron. En el desorden habitual de estas convocatorias primaban más los egos políticos que el respeto al carácter multicultural del encuentro. Aún así, para quienes vibramos en esa fibra fue emocionante saber que nuestra visita era saludada por sus habitantes originarios y que la bendición sagrada de la tierra estaba de nuestro lado. La inauguración estuvo repleta de aquella mística del encuentro, el agite, los cánticos, las banderas, el cotillón y la parafernalia típicos de una asamblea feminista.
Desde allí había unas treinta cuadras hasta Plaza Pringles, el corazón de la ciudad y por ende del encuentro. Alrededor de la plaza cientos de feriantes ofrecían sus productos. En este punto de la ciudad se producían los abrazos, los reencuentros, las discusiones. Toda la ciudad estaba atravesada por nuestra presencia. A primera vista se notaba tan extraño nuestro andar por las calles, daba por momentos la sensación de que habían vaciado la ciudad para dejarnos solas. Pero poco a poco se iban notando los rostros de los locales, quienes aunque miraban con miedo también parecían interesados en saber lo que hacíamos. En un café al que entré, unos señores muy formales sentados como en la mesa de los galanes me dijeron “gracias, es muy importante lo que están haciendo en esta ciudad. En San Luis somos muy tradicionales, muy antiguos y está bien que ustedes las jovencitas, nos enseñen cómo debemos hacer las cosas ahora”. Otra señora se acercó a contarme que en la radio habían dicho que tenían que tenernos miedo, que los hombres tenían que quedarse en la casa todo el fin de semana y que por eso no había muchos hombres en las calles, porque en la radio decían que los íbamos a golpear. Los relatos y las voces que llegaban a mis oídos parecían de un cuento del realismo mágico, pero es que para muchas ciudades de provincia el feminismo es todavía una gorgona espeluznante.
Y ese temor en el aire, ese rumor social se trasladaba a nosotrxs a través de la constante presencia de la policía. Muchas partes de la ciudad estaban valladas, edificios públicos, iglesias, sedes gubernamentales y otras instituciones tenían gruesas vallas metálicas a su alrededor, soldadas entre sí para que sea imposible traspasarlas. Del lado de adentro de aquellas vallas el personal policial estaba listo para atacar. Cuando nos convocamos para la Marcha contra los Travesticidios, Transfemicidios y Transhomicidios vimos cómo las puertas de las iglesias estaban tapadas con placas de metal, valladas y rodeadas por policías con máscaras antigases que prometían disparos. Sin embargo, a pesar de ese escenario amedrentador la marcha transcurrió sin sobresaltos. Y sin sobresaltos no siempre quiere decir algo positivo, porque parte de lo que esperamos de las marchas es convocar adhesiones, provocar comentarios, generar algo en el espacio que atravesamos. Esta marcha fue bastante extraña, por momentos el recorrido parecía delineado a propósito para que marchemos por callecitas vacías, por barrios de casas bajas y humildes que para nada parecían incomodarse con nuestra presencia. Aunque las pibas le ponían brillo y entusiasmo al larguísimo recorrido de la marcha, llegado un punto no se sabía hacía dónde marchábamos. De hecho, esta marcha lejos de volver a Plaza Pringles o de terminar frente a un juzgado o sede de gobierno, se fue disolviendo sobre Av. Lafinur frente a la vieja estación de trenes, disgregándose sin sentido… como quién llega al punto final de una maratón sin más.
Segunda jornada
La tarde anterior cuando habíamos llegado al taller 10 mujeres trans, travestis, transexuales y transgénero encontramos las dos comisiones abarrotadas de gente, por lo que espontáneamente se convocó una tercera comisión reunida en el patio, bajo el calentito rayo del sol. En ese taller, las pibas del Mocha habían tenido un rol fundamental, por lo que en la segunda jornada nos organizamos para permanecer en dicho taller y seguir convocando participantes. Fueron en total tres intensas jornadas de trabajo junto a 200 compañerxs que se convocaban en ese espacio. Para mí fue un ejercicio didáctico: las estudiantes se turnaban las funciones dentro de la asamblea, aprendían a respetar el orden de la palabra, ejercitaban lúdicamente el teje de la política, practicaban el voto, las mociones de orden. Fueron jornadas completas de un aprendizaje que les sirve a las estudiantes para todos sus proyectos futuros. Esas tres asambleas fueron la oportunidad para hablar de conceptos políticos muy comunes de los que pocas veces podemos hablar en el aula, como qué significa que te quieran aparatear una asamblea y qué hacer en esos casos o que significa rosquear para obtener una declaración política.
De este taller salieron claras conclusiones que dan cuenta de las urgencias de las travestis. En primer lugar y como posición política central el taller se manifestó a favor de la urgente sanción de una ley de reparación para las personas travestis y trans víctimas de la violencia estatal. Este tópico merece ser tratado en próximos encuentros como un taller especial para profundizar estrategias, alcances, definiciones. En los talleres eran muchas las compañeras que sobrepasaban los 45 años o más y que habían asistido al encuentro con el convencimiento de que son los espacios feministas el principal aliado en la lucha por la reparación. De aquellos talleres se instó también a participar el día jueves 20 de octubre al mediodía frente al Congreso Nacional de una protesta por la ley de reparación, así como a generar iniciativas locales para quienes no vivan en CABA.
Por otra parte el taller se pronunció en contra de la avanzada de la derecha y repudió a los políticos libertarios y del PRO que promueven el odio contras las disidencias sexuales: a Larreta que prohíbe el lenguaje no binario en las escuelas, a Macri que dejó un gobierno desfinanciado, a Granata que insistentemente declara su odio contra las identidades trans, a Milei y Espert que niegan las víctimas del genocidio y se oponen a las libertades sexuales. También se votó el repudio a la doctrina de seguridad asesina llevada adelante por Sergio Berni y Aníbal Fernández, insistiendo en que con la misma ferocidad con la que hoy persiguen al pueblo Mapuche mañana van a venir por nosotras las travestis, las trabajadoras sexuales, las masculinidades trans y las disidencias sexuales en general.
Con la emoción de los talleres a flor de piel, un grupo se encolumnó en la marcha de cierre del encuentro, mientras otras nos fuimos al albergue. La exigencia física del encuentro no es fácil de seguir para el cuerpo de las travestis. Muchas veces los padecimientos de salud impiden ponerle el cuerpo a las extensas jornadas de militancia. Las siliconas pesan, estorban, se ponen duras y frías. Pero para quienes fue posible llegar a la marcha, el retorno estuvo lleno de emoción, de expectativas por la próxima sede, de la alegría del encuentro y la ansiedad de los posibles conflictos. La marcha no tuvo mayores incidentes y transcurrió con bastante calma, quizás porque la vocación de la comisión organizadora fue priorizar los acuerdos gubernamentales antes que los de las asistentes, tratando de llevar la marcha por un recorrido que no implique confrontaciones. Por ello, la marcha culminó dividida entre quienes acordaban con la comisión organizadora y quienes elegían hacerle frente a ciertas instituciones patriarcales aún a expensas de los acuerdos políticos previos, algo ya tradicional de los encuentros en donde la fractura y la disidencia es parte de la retórica siempre.
Última jornada
Sí algo quedó en limpio después de este encuentro es que la pluralidad de voces deben respetarse a rajatabla y que el movimiento feminista tienen dimensiones exorbitantes. Fuimos en San Luis 140.000 voces, todas ellas particulares y diversas. Cada una pudo tomar parte en un taller, en una charla de pasillo, en una discusión espontánea en una plaza. De entre esas voces, las de travestis, trans, lesbianas y no binaries fueron por primera vez invitadas formalmente al diálogo y ese gesto vale y mucho. Habla de la madurez de nuestras discusiones y de la importancia que le damos al derecho a enunciarnos en primera persona. Durante el taller una compañera dijo “por nosotras no habla ninguna” cómo un grito de batalla que establece límites. Pero esta frase puede leerse con más de un sentido: es por un lado un reclamo a aquellas mujeres feministas que pretenden tutelar la indisciplina trava traduciendo nuestras palabras a los discursos bienpensantes de las burguesías, pero también una declaración de principios colectivos: ninguna de nosotras puede arrogarse la representación colectiva sin antes pasar por las discusiones de la asamblea. Esta es una premisa que las travestis hemos llevado al límite, aún a sabiendas de las dificultades que significan en la retórica política tradicional. Nosotras estamos aferradas a la voz propia, pero somos plenamente conscientes de que nuestra experiencia es única. Por eso insistimos en la construcción colectiva, siempre.
Y esta reflexión es útil en tiempos de funcionarias que no son funcionales a las bases del movimiento, de cooptación partidaria de nuestras victorias, de expropiación y pinkwashing permanente. Ninguna habla por nosotras, sólo es a través de lo colectivo, del ejercicio democrático, del debate permanente que se configura la voz de las travestis. No hay herederas legítimas de la voluntad popular de las travas, no hay representación posible mientras no se saquen los pies de la comodidad de las oficinas estatales para caminar las calles con las que hacen la calle, no hay representación internacional que valga si no se escucha los acentos provincianos que hacen a nuestro colectivo trava. Ninguna podrá hablar por nosotras, sin venir a los encuentros, sin pisar los talleres y sin hacerse carne y silicona con nosotras en Río Negro.