PostPASO: El feminismo es una agenda de justicia social

Nos declaramos a favor de imaginar el futuro, pero en el bazar de la vida que queremos hoy, hay muy poco para elegir. Una propuesta de mayorías, que pueda traducir derechos en vivencias, tiene que hacer tangible y real esa posibilidad. Las leyes solas no hacen cosas, los derechos necesitan condiciones materiales de acceso. Desde el cinismo realpolitik se sugiere meter bajo la alfombra la “agenda de género”. Recordemos una cosa: la derecha viene a cobrarse toda ampliación de derechos. Y recordamos otra: la reactivación de la producción es política de cuidados, tener pan es una política de género, lo mismo que tener techo y un salario justo. Escribe Vanina Escales.

En qué momento comenzó a gestarse una grieta de otro tipo: la disociación entre el gobierno y les votantes que lo llevaron ahí. En qué momento la derecha que abraza el negacionismo y el neoliberalismo se volvió más atractiva que las narrativas emancipadoras, colectivas y transversales. En medio de la crisis económica y social, pandemia y herencia macrista mediante, todavía no es claro por qué boleta se decidirá en noviembre este voto advertencia. 

Este voto muestra hartazgo, pero de qué tipo. La economía parece ser la columna vertebral pero como siempre, es más complejo. En lo más acuciante de la pandemia, desde el gobierno se dio la bienvenida a la soberanía alimentaria, pero no tardó mucho en despedirla mientras el precio de los alimentos aumentaba sin demasiado control. El tono paternal, medido y moderado para las mayorías que no llegan al sueldo mínimo, choca con el tono que calcula en twitter el impacto y el avance de una política que puede afectar los intereses de los poderes fácticos. Quizás sí, es la economía, pero eso no explica exclusivamente la estampida a los extremos. Como ejercicio post PASO, volvimos a escuchar el discurso de cierre de campaña del presidente: lawfare, jueces federales, la oposición para que la telefonía sea un servicio público. Suerte que nombró las vacunas y la salud en un país donde el derecho a la salud pública no está en discusión. ¿Cuál es la línea? ¿Quién paga la crisis? ¿Cuál es la propuesta política para resolver los problemas de la vida? Nos reconocemos a favor de imaginar el futuro y construir utopías, pero en el bazar de la vida que queremos hoy, hay muy poco para elegir. Una propuesta de mayorías, que pueda traducir derechos en vivencias, tiene que hacer tangible y real esa posibilidad.

Por derecha y desde sectores cínicos se critica la agenda de género del gobierno y no faltaron quienes la culpan de la derrota. En verdad, la crítica antiderechos anuncia el recorte futuro en el caso de llegar nuevamente al Estado o la declarada posición en el Congreso. Sin embargo hay otra crítica desde les votantes y simpatizantes: las leyes solas no hacen cosas. Los derechos necesitan condiciones materiales de acceso, se eslabonan. La reactivación de la producción es política de cuidados. Tener pan es una política de género, lo mismo que tener techo y un salario justo. 

Somos parte de la misma sociedad empobrecida, con salarios retraídos, sin políticas de cuidados: les niñes que no fueron a la escuela, ¿quién les cuidó, con el trabajo impago de quién? Queremos derechos y queremos pan. La IFE aportó a sostener a las jefas de hogar —las mujeres representan el 56% de quienes recibieron ese ingreso de emergencia—, pero duró poco. La posibilidad de contabilizar el cuidado de hijes como años de aporte para la jubilación es una política feminista poco comunicada. No hubo ingresos por cuidados ni ingreso universal. Queremos entender el razonamiento detrás de la ecuación: dos salarios mínimos no alcanzan para salir de la pobreza a una familia con casa. ¿Y sin casa, como muchas de las tomadoras de tierra para tener vivienda? La información sobre la enorme desigualdad distributiva se completa con el dato sobre el excedente empresario: aumentó un 15% en términos reales, según el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas. Si hay reactivación, que se empiece a ver para las mayorías. El feminismo no es una agenda de minorías, es una agenda de justicia social.

El voto de derecha no implica que toda la narrativa deba ir a ese escenario a debatir. Eso es una expresión de deseo: la no derechización. Milei es la expresión de un fenómeno global que los feminismos veníamos advirtiendo, pero que la clase política tradicional subestimaba. Es un voto ideológico por el restablecimiento de las jerarquías más duras vertebradas por el capitalismo neoliberal, abrazado a una moral conservadora. Y es un voto enojado, si, ¿qué vamos a hacer con ese enojo, cómo se encauza? ¿Dejamos que sea el caldo de cultivo para las derechas mientras esperamos que nos estalle en la cara? ¿Qué contención política le damos? En aquel momento decíamos: “llamamos la atención en particular sobre la utilización del feminismo como enemigo, una amenaza que hay que eliminar, controlar, sobre el que este gobierno [macrismo] ensayó la primera gran represión, con detenciones al boleo. La doctrina de las nuevas amenazas, la categoría terrorismo usada sobre lxs activistas sociales y su criminalización, la militarización de las policías y los territorios se ensambla a la perfección con la alianza entre antiderechos y neoliberalismo”. Desde el cinismo realpolitik se sugiere meter bajo la alfombra la “agenda de género”. Seguramente con un problema de interpretación sobre qué es eso, recordemos una cosa: la derecha viene a cobrarse toda ampliación de derechos. 

Una cosa parece admirable: cómo la reacción conservadora se montó sobre la crisis sanitaria mientras los progresismos se fragmentaron, silenciaron, perdieron la calle y el territorio en pos de la urgencia y los cuidados, mientras el retraimiento en lo privado nos despojó de otras lógicas de acompañamiento comunitario, mientras nuestros magros ingresos se iban en alimentos. Qué hacer hasta y desde noviembre. Ni idea. Se podría asfaltar ese bache, apelar a una construcción política y social que incluya y conmueva.