Un nuevo escenario político se abre en Argentina después de las PASO. Nadie salió ileso de los números que vimos el domingo a la noche. No importa la maratón de quién lo dijo primero. Ya no es relevante tener razón. En definitiva, este escenario es desafiante como lo era hasta el domingo 13 a la mañana con la inflación de tres dígitos y el deterioro del trabajo y la vida. Las primarias definieron las candidaturas que van a competir en octubre y aportaron información concreta sobre cómo esta sociedad canaliza el descontento. El descontento no es la novedad. Es momento de la remontada en la tempestad, de ordenarse, de salir del shock y organizarse para ganar. Y hoy ganar es conservar lo que construimos como sociedad con nuestras demandas, con mucho esfuerzo, tiempo y dinero: el Estado.
Mientras el dólar, la inflación y los precios —primos hermanos— se disparan post PASO, hay personas, muchas de ellas mujeres, que entregan su tiempo a reponer lo básico donde el Estado no llega, donde el mercado tampoco. Aunque ya lo dijimos una y otra vez, repetimos que las feministas están en los espacios comunitarios, atajando demandas alimentarias, sanitarias, de violencias, sociales, de todo tipo. Entendemos bien el enojo y sabemos que los derechos no llegan a las urnas si no tienen carnadura en un plato de comida. Hay vida feminista más allá de las manifestaciones masivas y el glitter.
El Estado es responsable
Aunque no sea un debate explícito, la cuestión central que se disputa es qué tipo de Estado necesitamos y con qué roles. Quizás hay jóvenes leyendo estas líneas y tienen que saber que ya tuvimos una economía dolarizada y un Estado mínimo que terminó de estallar en el 2001. Dijimos que sin Estado no era posible garantizar un piso básico de bienestar. Si nos quitan el Estado, ¿qué queda para quienes el mercado nunca fue una mano extendida?
Como feministas somos las primeras en señalar las ineficiencias del Estado, sus demoras en las respuestas, sus deudas, su carácter represivo fundamental. Y al mismo tiempo somos las primeras en reclamar a las instituciones estatales la responsabilidad por la satisfacción de nuestros derechos. Pero también sabemos por experiencia que sólo con Estado no es suficiente y que hay un entramado de organizaciones que muchas veces están primeras para dar respuestas. Con ellas el Estado tiende puentes más o menos tensos. En el medio, en el vacío o la falta de respuestas, está la insistencia y la organización feminista del plano de lo autogestivo y lo comunitario, en donde generamos prácticas y saberes. No esperamos la conquista y el reconocimiento de los derechos tiesas. Los ejercemos con convicción hasta que se vuelven institución y cuando eso sucede los vigilamos y cuidamos. Ningún derecho conquistado, para nosotras, es un punto de llegada. “No olvides jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”, dice una frase icónica de Simone de Beauvoir.
Las piantavotos
De un tiempo a esta parte, una porción del oficialismo peronista colocó a los feminismos y a la agenda feminista como explicación de los últimos fracasos electorales. De ser un fenómeno revolucionario que vino a dinamizar la política Argentina entre 2015 y 2020, y al que todos y todas querían pegarse, de convocar feministas por cupo y corrección política y epocal, el feminismo pasó a ser mala palabra, de nuevo. En 2021 se etiquetó nuestra demanda de justicia de género como “política de minorías” y se puso al feminismo como chivo expiatorio ante el resultado de las elecciones legislativas. No pusieron en ese lugar ni a la falta de justicia social patente en los números de la pobreza, ni a la falta de distribución de la riqueza, ni al achicamiento de los salarios, ni a la inflación, ni a la informalidad y precarización laboral. Esa explicación simplista imposibilitó poner un espejo al oficialismo sobre su propia desconexión con el pueblo, mostró la poca comprensión del feminismo como movimiento de justicia social y tuvo como resultado el borrado de las feministas y la agenda feminista en la campaña. ¿Escucharon hablar a los candidatos de desigualdad de género? Ni siquiera el oficialismo puso sobre la mesa las políticas públicas con perspectiva feminista que mejoraron la vida de muchas niñas, mujeres, adolescentes, lesbianas y trans y fueron parte de la reactivación económica post pandemia. La masculinización de la campaña fue tal que nadie les habló siquiera a las mujeres, que votamos. Aún cuando los indicadores sociales mostraban que éramos las que más estábamos cargando con el peso de la crisis. Aún cuando todas las encuestas, sondeos y focus señalaban que entre los jóvenes el apoyo al candidato de La Libertad Avanza tenía un sesgo de género: ellos lo apoyaban, ellas no tanto.
La Libertad Avanza capitalizó las emociones políticas de un tercio del electorado en esta fase de PASO. Desde el oficialismo, la moderación y la búsqueda de un centro no dejó lugar a la emocionalidad. Quedarse quieto no conmueve a nadie, y sabemos que hoy vivimos en una emocracia, donde “las emociones mandan más que las mayorías y los sentimientos cuentan más que la razón”. “El que haga sentir más y mejor será recordado”. No vamos a mal juzgar a quienes votan con el corazón, ni vamos a tratarlos de básicos, justamente nosotras que habitamos la política desde eso que Joan Scott llamó “las pasiones críticas”, justo nosotras para las que la política es un sentimiento. Y como tal no es para nada irracional.
La feminización de la política como fenómeno que penduló entre la participación callejera masiva y la acción “palaciega” de funcionarias y legisladoras para transformar las vidas de las personas en cuestiones concretas fue obturada por la política tradicional oficialista. Entre los ataques que esmerilaron, la fragmentación del movimiento, la pérdida del espacio cívico para el ahora demonizado “progresismo”, el gender washing y nuestra propia endogamia, las feministas quedamos lejos de la campaña. Hace unos años, en 2021, nos quejábamos de cuánto nos estaban usando en las elecciones de medio término, todavía no éramos piantavotos.Y sí, ahora nos quejamos de que no mencionan ni la palabra que empieza con m. Mujeres.
Los salvadores blancos
Somos conscientes de que polarizar con nuestra agenda y nuestras propuestas le funciona más a quienes encarnan la reacción conservadora. Por eso no sorprende que en menos de 24 horas Javier Milei, el candidato más votado, salga a hablar sobre lo que haría en su gobierno con el aborto. O que ahora sí les pregunten sobre qué harían con la ESI en los programas de TV. Las feministas, junto quizás con “los zurdos”, somos las villanas favoritas para esta derecha liberal en lo económico pero tan conservadora en materia social que hace sospechar qué hay detrás, quién le mueve los hilos además de cierto capital global que busca permanentemente intervenir en la política y la economía nacional y soberana de Argentina.
El fenómeno de la derecha desdemocratizadora lo conocemos bien de cerca. Fue una construcción a largo plazo, se propusieron dar la batalla cultural frente a derechos que fuimos conquistando y transformaciones culturales que fuimos dando no solo desde los feminismos sino también desde el amplio universo de movimientos sociales que tomaron voz y voto en el debate público. No vamos a decir que los medios determinan ganadores o perdedores, pero es innegable que las empresas mediáticas construyen escenarios. Para muestra basta un botón. Milei fue el economista más consultado por programas de radio y televisión en 2018: le hicieron 235 entrevistas y tuvo 193.547 segundos de aire, según el relevamiento de Ejes Comunicación. Milei emergió como parte de un ecosistema, un movimiento, una constelación que no puede analizarse con las mismas herramientas que se analiza y piensa la política tradicional. La denominada “reacción conservadora” es un movimiento post-secular tan novedoso como difuso para poner bajo la lupa. Sus líderes con voz pública se multiplicaron y siguen la lógica de las redes sociales. Son como influenciadores sin estructura, sin aparato. Y así llegan a quienes están más afectados y afectadas por la crisis y desatendidos por el Estado: las clases bajas y medias, los jóvenes a los que la clase política tradicional parece no escuchar —y, mucho menos, hablarles—, aquellos a los que la idea de perder derechos no los asusta porque ya perdieron todo, esos que ya no pueden seguir esperando.
Una patriada
Habrá que insistir como lo hicimos tantas veces. Animarnos a una nueva patriada. Argentina llega a sus 40 años de democracia con el desafío de cuidar los laureles que supimos conseguir y seguir ampliando derechos. Para hacerlo es necesario involucrarse. Hace 96 horas en Argentina fuimos a las urnas. Había aplausos para los y las jóvenes que votaban por primera vez y largas filas, en especial en Ciudad de Buenos Aires. Votamos el 69,62% del padrón. Parece bastante pero es la segunda elección nacional con menor participación desde la recuperación de la democracia. El 30,38% del padrón no fue a votar. Son más de 10 millones de argentinos y argentinas.
En total, fueron 1.148.342 los argentinos que no encontraron una opción electoral que los atrajera en el cuarto oscuro y pusieron el sobre vacío en la urna: el 50,75% de esos votos en blanco fueron en la Provincia de Buenos Aires. Imposible abstenerse frente a este nuevo escenario político.
Ahora a la clase política le queda escuchar el mensaje de las urnas y actuar en consecuencia. El desafío es salir de la burbuja de hablar entre nosotros o con la amenaza permanente de la derecha como si fuese el hombre de la bolsa. Ofrecer respuestas concretas a los problemas del presente y un proyecto de futuro que no sea mera supervivencia. Escuchar y comprender el hartazgo, dejar de negarlo o discutirlo con aires de superioridad. El desafío es volver a poner un oído en el pueblo, incluso —y sobre todo— en ese pueblo que no acompañó en este primer tramo de la carrera electoral. Pero la carrera recién comienza y tenemos una gran tarea colectiva por delante. Allá vamos.