Restauradoras con glitter: las pintadas y graffitis como patrimonio

Hace unos días una movilización feminista tomó las calles de la Ciudad de México bajo la consigna #NoMeCuidanMeViolan, después de que se diera a conocer la noticia de que los cuatro policías acusados de violar a una adolescente en la Alcaldía de Azcapotzalco habían sido liberados. Ana Masiello es conservadora y restauradora, y escribe desde la Argentina sobre las pintadas (o graffitis) que dan testimonio de los reclamos y del paso de las feministas sobre los muros de ciertos edificios públicos y el movimiento de “restauradoras con glitter”, que toma fuerza con una propuesta concreta: borrar las pintadas cuando las violencias machistas hayan sido erradicadas.

En los registros fotográficos y audiovisuales que llegan desde Ciudad de México aparecen el glitter, los pañuelos verdes y los mismos cánticos que en las marchas argentinas. Esa transnacionalización tiene una lógica: las violencias machistas atraviesan a toda la región y el feminismo traza sus propios puentes, que no conocen fronteras y genera sus propios códigos. Parte de lo sucedido el último 16 de agosto -que como conservadora/restauradora me interesa especialmente y que también encuentra su espejo en el relato local- tiene que ver con las pintadas (o graffitis) que dan testimonio de los reclamos y del paso de las feministas sobre los muros de ciertos edificios públicos.

En el caso de Ciudad de México el punto climático del conflicto fue en el “Ángel de la Independencia”, lugar emblemático de la movilización social, así como para nosotrxs puede ser Plaza de Mayo. Hoy en este paradigmático monumento se lee: México feminicida en letras negras. Acá como allá, ciertos medios salieron a hablar de “lo caro que será la restauración del Ángel” sin poner el foco en el reclamo y mucho menos en el problema de fondo: en México hay 10 femicidios diarios.

Una paradoja: el Ángel fue enclavado a los cien años de la independencia mexicana como símbolo de libertad y soberanía. ¿Qué pasa cuando se plantea que un edificio patrimonial es más importante que aquello que representa? ¿Cómo puede ser más importante un edificio que el reclamo para que nos dejen de violar y matar? ¿Qué pasa cuando se tiran abajo edificios históricos para poder ensanchar una avenida y no molesta, pero sí molesta una pintada en una pared?

En el Encuentro Nacional de Mujeres de 2016 en la ciudad de Rosario se hicieron informes especiales en la televisión respecto de los graffitis que habían quedado en las paredes rosarinas. Como una respuesta perversa, a los pocos días nos enterábamos que en ese mismo momento violaban y mataban a  Lucía Perez en Mar del Plata.

En cada una de las marchas donde aparecen pintadas en edificios públicos vuelve a aparecer esto como discusión entre restauradorxs. Hay quienes hablan de destrucción y solo piensan en que “vuelva a estar perfecto”. En este punto, además, se confunden conceptos: restaurar no implica que un objeto “vuelva a estar como nuevo”. Eso sería una falsificación. Restaurar es devolverle la estabilidad y la funcionalidad, respetando su identidad estética. Los objetos son parte de una cultura como patrimonio y, como tal, complementan ese relato. Los objetos son capaces de contar su propia historia, sino ¿por qué no reconstruimos el Partenón? ¿por qué no le ponemos los brazos a la Venus de Milo?

En México sucedió, también, que un grupo de restauradoras se hizo eco de ese “enojo” de ciertos medios respecto de las pintadas en el Ángel, se juntaron y elaboraron una respuesta, ajustada a la disciplina en lo técnico y proponiendo un análisis más profundo de esa situación. En el documento que publicaron en su página de Facebook “Restauradoras con glitter” explican el concepto de patrimonio y hacen una propuesta concreta: borrar las pintadas cuando la violencia de género haya sido erradicada.

Ellas dicen: “Si [las pintadas] fueran borradas sin un registro sistemático que pueda dar origen a una reflexión, se estarían silenciando una vez más las voces de las mujeres que exigimos que se garantice nuestra integridad y se haga justicia a las víctimas de violencia.” Invitan a que ningunx restauradorx se preste a trabajar en borrar las pintadas del Ángel (que por cierto, aclaran que removerlas es absolutamente posible) hasta que no se resuelva el problema de fondo. El comunicado cierra destacando que “el patrimonio cultural puede ser restaurado, en cambio, las mujeres violentadas, abusadas sexualmente y torturadas nunca volverán a ser las mismas; las desaparecidas seguirán siendo esperadas por sus dolientes y las asesinadas jamás regresarán a casa. Las vidas perdidas no pueden restaurarse, el tejido social si.”

Este colectivo mexicano entregó este martes a la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, una carta en la que piden que las pintadas realizadas al Ángel de la Independencia durante la marcha #NoMeCuidanMeViolan puedan ser documentadas minuciosamente por profesionales.

Muchas veces se habla de estas acciones como actos de “vandalismo”, por producir modificaciones sin ningún tipo de control en la apreciación del patrimonio. Estas enunciaciones descontextualizan el momento que se produce la pintada y no ponen en valor los procesos políticos y sociales que existieron para que un grupo de personas se organice ante un reclamo específico hacia el Estado y la sociedad. Si usamos esas categorías: fue más vandálica la modificación que se le hizo de edificios públicos para completar la traza del Metrobus en Ciudad de Buenos Aires. Podemos llegar a decir, en esos términos, que resultaría un acto vandálico el cambio de las luces en la calle Corrientes, que en primera instancia fueron reemplazadas por luces LED de tonos fríos, cuando históricamente se utilizó luz cálida en toda la Ciudad, modificando totalmente la percepción de los colores de los edificios, marquesinas, carteles y, por lo tanto, el patrimonio intangible relacionado a la identidad de ese espacio.

Otros ejemplos de vandalismo naturalizados y olvidados: el Cabildo fue cercenado en sus arcos para abrir Avenida de Mayo en 1880 y Diagonal Norte en 1930. Luego, el mismo edificio fue parcialmente demolido y reconstruido en 1940, modificado para hacer la salida del subte A y en varias ocasiones más. Sin embargo, lo que molesta, luego de cada movilización, son las inscripciones en sus paredes. Ahí están algunos medios esperando a que termine la marcha para sacar cientos de notas sobre “cuánto costará económicamente pintar el Cabildo”, sin poder hacerse eco o profundizar en los reclamos que esa pared aloja.

¿Qué pasa si pensamos que el Cabildo fue resignificado y ahora es el soporte donde se amplifican los reclamos sociales a través de su escritura? ¿No es, acaso, una forma de devolverle la vida al monumento?

¿Qué pasa si pensamos que el Cabildo fue resignificado y ahora es el soporte donde se amplifican los reclamos sociales a través de su escritura?  ¿No es, acaso, una forma de devolverle la vida al monumento? Estas preguntas también aparecieron en un grupo de restauradorxs, después de la movilización de este año donde se reclamaba justicia por Santiago Maldonado, donde una vez más, debatíamos sobre las paredes del Cabildo.

En ese debate algunxs planteaban la figura de lxs restauradrxs limitándola a una tarea meramente técnica. Esxs profesionales que aplicando sus conocimientos de química, de física, conociendo las condiciones ambientales y de uso, pueden predecir los deterioros y, por lo tanto, establecer estrategias para prevenirlos. Ese conocimiento de los materiales que componen y conforman el patrimonio también permite que pueda, por ejemplo, saber cómo hacer para borrar un grafiti de una pared. Sin embargo, la tarea de lxs restauradorxs es profundamente política, porque decidir qué borrar y qué conservar es una decisión que afecta directamente al relato que se construirá alrededor y en el propio estudio de esos objetos que por diversas razones tienen un valor artístico, histórico o social. Limitar esa tarea a una cuestión técnica es desestimar la responsabilidad que asumimos cuando intervenimos objetos y todo el universo de preguntas que surgen a partir de las decisiones a tomar y cómo podrían modificar su lectura a futuro. Esa es la parte más difícil de nuestro trabajo, mucho más difícil que borrar un graffiti, y es la que se pone en cuestión en el comunicado de las “restauradoras con glitter”.

Lo patrimonial no es algo estático, ni es algo solo referido al pasado que debe respetarse. Se resignifica y cambia como representante de la cultura en la que se encuentra inmersa. Cobra sentido en el uso que se le da. Esas pintadas tienen un reclamo concreto hacia un actor que está representado en un edificio público: el Estado. Esa pintada, además, hoy tiene un valor patrimonial en sí misma: es testimonio de una movilización histórica, que genera un hito social y político en la cultura de un país. 

Lo que molesta no es la pintada, sino la visibilización de la violencia machista, de los femicidios, del abandono del Estado. Escribir en una pared implica obligar a ver lo que nadie quiere ver, a hablar de lo que nadie quiere hablar. Es un grito desesperado que busca salir de lo privado y se amplifica en un lugar público.

Como dijimos en el primer paro de mujeres, lesbianas, travestis y trans- y que las “Restauradoras con glitter” también manifiestan en su relato-, LAS PAREDES GRITARÁN HASTA QUE NOS DEJEN DE MATAR.