Sin pan y con más trabajo no pago: las que le ponen el cuerpo al ajuste

El Gobierno de Javier Milei llegó con la promesa del ajuste sobre la casta. Pero mientras los funcionarios engordan oficinas y billeteras, el ajuste lo paga la población más vulnerada. Historias de organización, resistencia y solidaridad al borde del abismo.

Fotos: Sol Avena.

“Yo estaría despreocupadísima si el laburo que hacemos nosotras nos generara guita”, dice Natalia Molina, referente de la Corriente Villera Independiente del barrio Zavaleta 21-24, en la Ciudad de Buenos Aires. Tiene el mate en la mano pero hace varios minutos que estamos charlando y no tomó ni uno. ¿De qué laburo habla? Los cuidados, la cocina, el reciclaje, la contención a las compañeras que ya no pueden más. Es todo eso y mucho más.

Natalia pispea las labores matutinas: si hay bolsas, si llegaron las cajas de comida, si cada quien está en su puesto de trabajo.  Menea la riñonera y revisa el teléfono que tiene en la parte de atrás del pantalón. La música viene de dos parlantes que están en el piso, suena cuarteto y son las 10 de la mañana. La gente que entra y sale del galpón de la calle Iguazú siempre tiene algo que preguntarle. Estamos en el centro de operaciones de la Corriente Villera Independiente y el espacio donde convergen cocineras, recicladoras, promotoras de salud y personas que sostienen el barrio a como dé lugar. Son una Cooperativa que lleva más de 20 años trabajando en el barrio, pero nada de lo que hacen es reconocido institucionalmente. Por el momento, solo tienen alimentos provistos por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los Potenciar Trabajo que aún no cayeron y una voluntad arrolladora para amortiguar las consecuencias que traen las políticas de ajuste de la gestión libertaria con los y las vecinas del barrio.

La mayoría son mujeres, algunas sub 50 muy obstinadas en no abandonar los espacios de organización a pesar de que el trabajo se cuadruplicó en el último año. Los conflictos en el barrio escalan, nunca salen solas, siempre de a dos y con protocolos internos para el cuidado. Disputan cuerpo a cuerpo con cooperativas asignadas a dedo por el Gobierno de Jorge Macri: “¿Cómo puede ser que nosotras barremos el barrio hace años y no nos ofrezcan un contrato?”, dicen —llenas de rabia— en una ronda matutina en donde conversan a propósito del primer aniversario de la asunción de Javier Milei.

Al borde del abismo

El panorama es desolador. El índice de pobreza en Argentina fue del 52,9% durante el primer semestre de 2024, un incremento de 12,8 puntos porcentuales con respecto al mismo período de 2023 (40,1%). “Eso en el barrio se nota”, dice una compañera mientras acerca la silla para sumarse a la ronda. Así y todo, frente a la desolación y la incertidumbre, ellas son el corazón donde se anuda —como se puede— el lazo social deshilachado. Son una cooperativa, pero también son militantes de una esperanza por vivir mejor. Aún cuando las rispideces con las dirigencias generaron un descreimiento de las bases hacia arriba, ellas siguen resolviendo y construyendo una conciencia social que nada tiene que ver con el asistencialismo ni con el conformarse. Es pura prepotencia de trabajo.

Sus labores van desde los cuidados hasta llenar bolsas de reciclaje, parar la olla o  inventar una palabra de aliento para una compañera frente al desastre. Nada de eso es reconocido monetariamente porque en este entramado comunitario circula todo menos la plata: “Con el recorte que se hizo del Potenciar Trabajo muchas se fueron y ahora es como que cada uno se tiene que arreglar como pueda y si no puede, tiene que morir directamente”, dice Natalia haciendo alusión a los 78.000 pesos que cobran los y las beneficiarias de un plan que fue recortado en la gestión de Javier Milei. Su reflexión no es desatinada, el presidente dijo en Mayo de este año en la Universidad de Standford en Estados Unidos:  “Va a llegar un momento donde la gente se va a morir de hambre. De alguna manera va a decidir algo para no morirse. No necesito intervenir. Alguien lo va a resolver”. Uno más de los numerosos exabruptos del mandatario presidencial pero que tiene algo de verdad: las mujeres de la 21-24 son parte de ese “alguien” que lo va a resolver.

A un año de la asunción de Javier Milei, ¿qué pasa en los lugares donde mercantilizar la vida y salvarse solo no es la alternativa? ¿Cómo funciona este espacio en donde la mayoría son mujeres que lidian con la falta de trabajo, comida, crisis habitacional y problemas profundos de salud mental? Pareciera ser una lucha al borde del abismo, sin embargo hay una convicción de que frente a la coyuntura actual hay que seguir germinando solidaridad y vida en común.

Gritar: ¡reciclado!

La villa 21-24 tiene casi 80.000 habitantes, se divide por sectores y desde 2015 que desde la cooperativa vienen pensando el circuito de los residuos sólidos urbanos en el barrio. La iniciativa surgió como la mayoría: detectar la ausencia del Estado e intentar accionar al respecto. En el caso del reciclado se propusieron objetivos bien concretos: reducir los residuos sólidos que desbordaban en los tachos de basura, minimizar la reproducción de ratas que transmiten enfermedades y evitar los taponamientos fluviales y cloacales que existen por la falta de urbanización.  

La tarea es puerta a puerta, y pueden jactarse de haberle hecho conocer a muchas personas en el barrio la importancia de la práctica. Ellas tienen el 40% del reciclado de toda la villa pero enfrentan embates desde todos los frentes: no solo los recortes del gobierno nacional, la disputa con punteros políticos y la inseguridad en el barrio que crece sino también la llegada de empresas extranjeras al “negocio” del reciclado: “El gobierno nacional abrió la comercialización al extranjero y por eso el reciclado bajó un 150%.  Tenemos un montón de laburo, pero no generamos ingresos” dice Natalia. Frente a semejante panorama desde la cooperativa encuentra una sola alternativa: salir a discutir, abrirse camino y hacer trinchera en la organización. 

“¿Sabés lo que es que vos grites ´reciclado´ y salga alguien con la bolsa? Eso lo logramos nosotras, que vos grites y que te den el reciclado en la mano, es un logro nuestro” le dice Natalia a Eva, que tiene 44 y vive en el barrio desde los 22. Es madre de 4 hijas, además de trabajar en el reciclado “hace lo que sea”.

Natalia explica que vienen peleando por el reconocimiento de este trabajo a nivel institucional pero hasta ahora no lo han logrado. La respuesta del Gobierno de la Ciudad es contratar a gente afín para que haga el trabajo que ellas vienen haciendo hace años: “Vienen los pechitos amarillos, así les decimos nosotras porque son del Gobierno de la Ciudad.  Nosotras venimos laburando desde la economía popular el tema del barrido dentro de los sectores hace muchos años para lograr el reconocimiento de ese trabajo, en definitiva que nos contraten. Y lo que hizo el gobierno de la Ciudad este año es meter cooperativas de barrido y limpieza afines a ellos y no reconocen el trabajo que venimos haciendo” dice Eva. A los trabajos invisibilizados de cuidado se le suman los que realizan comunitariamente por, en este caso, abordar la sustentabilidad y la higiene.  Marcela tiene 55 años y llegó a la Cooperativa en diciembre de 2018 porque estaba sin trabajo: “Empecé con el barrido y después me metí de lleno en el reciclado porque me interesaba el tema. Este año está siendo bastante difícil, mi hijo estaba laburando en la Cooperativa y yendo a la facultad, cuando le cortaron el Potenciar dejó los estudios porque ahora encontró un trabajo que le demanda más tiempo” explica. Marcela contiene a su hijo y también tuvo que pensar una estrategia para poder disputar el terreno del reciclado porque cuando llegaba a las casas que le correspondía alguien ya había retirado las bolsas. Son cooperativas que se instalan en el barrio con el apoyo del gobierno de la Ciudad. “Tuve que pensar una estrategia, ir más temprano. El tema es que nadie de las compañeras me podía acompañar”. Natalia levantó el guante, la acompañó durante algunas semanas para que las vieran juntas. “La gente empezó a sacar el reciclado más temprano, me reconocían que yo había hecho un trabajo ahí” cuenta Marcela. Según dicen, la situación después se acomoda, en definitiva son vecinos del barrio los que forman la otra cooperativa: “El gobierno te pone una cooperativa de vecinos para enfrentarte con el puntero” dice Natalia, que comienza a levantar el tono. “Ahí es donde aparece la pregunta. ¿Y el que te tenía que representar? Se sentaron a firmar un contrato que no nos reconoce como trabajadoras y lo que es peor nos suman más laburo.

¿Qué me das?

La crisis de representatividad viene desde abajo, después de la victoria de Javier Milei hace un año, Natalia no duda en decir que las dejaron tiradas. Cuando los trabajos se cuadruplicaron para poder sobrevivir, no tuvieron respuestas de los armados políticos: “Los compañeros que estuvieron al frente y tuvieron la representatividad de los movimientos sociales, no pelearon por nosotros.  Eso lo sentimos y ya no le creemos más a nadie”, dice. 

El retraimiento tiene que ver con muchos aspectos: por un lado la criminalización de la protesta y también resistirse a poner los cuerpos y tener que asimilar las heridas de la primera línea:  “Siempre tenemos que estar en la primera línea: de cuidados, en las marchas. ¿Para que vamos a salir? Si el gobierno ya nos sacó lo poco que teníamos. ¿Quién va a pelear por eso? ¿Qué dirigente se va a poner al frente? Entonces cuidemos lo que tenemos en el barrio” dice Natalia.  

En ese puerta a puerta los y las vecinas no quieren acercarse a ninguna instancia organizativa. “Nos dicen, ´vos estás haciendo política, no queremos saber nada´. Y si no nos responden ´¿Qué me das?´” dice Marcela.  Frente a eso ellas responden: “Si no tenemos agua, nos tenemos que organizar porque sino nadie nos la va a dar. Es así con todo, hay quienes te escuchan y quienes no” dice.

“Hace 15 años nosotras no existíamos, ahora nuestra presencia transforma el barrio todos los días. Eso tracciona muchas cosas”,  Natalia se sostiene como puede, si bien sabe que su trabajo tiene efectos concretos en la vida de las personas, cuando llega a la casa y ve a sus hijos hay una espina que no se puede quitar: “Yo tengo dos hijos que están recontra deconstruidos,  mi hija se crió prácticamente organizada pero yo la padezco un montón porque ellos ven todo maximizado y a mí me genera una frustración muy grande. Me dice que esto es una mierda, que para qué va a seguir estudiando si hay acomodo, que salis y te chorean, que si lo matan que lo maten. Y yo que estoy en contra de eso, escuchar que mis hijos me digan eso, es re chocante” 

Natalia quiere que sus hijos tengan una vida mejor, confía en que eso es posible: “Desde que nacemos heredamos injusticias dentro de estos barrios, eso es así.  Tiene la convicción de que le transformaron la vida a las personas pero también de que hay una circulación de la política partidaria que hoy está en crisis: “Te vienen los punteros a disputar, también de manera más amigable se genera rispideces con otras organizaciones. Los movimientos están bien, pero no fuimos capaces de poder llegar a mucha más gente -y acá también hablo de las dirigencias- para que entiendan por ejemplo porque salimos a la calle” . 

En las organizaciones del barrio son mayoritariamente  mujeres, madres y madres solteras,y son también las que sostienen las tareas de cuidado, que es “un trabajo no pago” dice Alvaro, parte de la Corriente. Recién llega de la facultad, tiene 20 años y su mamá Claudia también es parte de la organización:  “Yo lo que veo en este tiempo es que muchas mujeres se volvieron más pobres porque además de sostener los hogares, en general pertenecen a la economía popular que fue muy golpeada durante este año” dice.  “Acá en el barrio  en los años de elecciones el PRO sale a comprar las  voluntades de los los vecinos a través de recursos o de mercadería”. Natalia  

Para Natalia ese  “que me das” está fundando en años de asistencialismo, pero “el problema no es que agarren la heladera, lo que tienen que hacer es agarrar lo que les dan pero votar a quienes ustedes quieran” 

Mica se ríe, y después la sonrisa se le va de la cara. También es recicladora y aprovecha para recordar que cuando asumió Milei estaba muy triste porque sabía lo que se venía. Hace un año se encontró a una vecina que dijo que lo había votado y que estaba contenta. Hoy la misma vecina según Mica  está peor que antes: “Me dio bronca, aunque lo entiendo, pero eso también pasa porque la gente no se acerca a la política. Pero es verdad que hoy decir “política” es decir una mala palabra. Entonces la pregunta es ¿cómo hacés para acercarte y decirle algo a la compañera?”

La escucha

“Acá las compañeras vienen con un montón de problemas, vos  podés escuchar y la podés orientar, pero no le podes resolver el problema. Y a veces se sienten abandonadas, y no es que vos la están abandonando, porque no sos el gobierno, no sos el que tiene el recurso” dice Natalia, que hace unos años pensaba que si alguien la podía sacar del barrio era la policía para llevarla presa. Hoy eso cambió: “Yo soy la que estoy más loca que todas, a mí de acá me sacan con un chaleco de fuerza” . El corrimiento de la cárcel a una institución que trate su salud mental no es casual, el sostenimiento de la cooperativa no solo lleva un gran esfuerzo físico sino también mental. 

“Yo trato de decirle a las compañeras lo maravillosas que son y la importancia del trabajo que hacen, porque imaginate cobrar dos pesos con cincuenta y afrontar todo lo que les pasa, los hijos que dejan los estudios, situaciones de violencia, la falta de trabajo en los núcleos familiares” 

Sostener el espacio en donde funciona este engranaje les lleva casi todo el día “No tenemos tiempo para armar el espacio para que los vecinos y las vecinas vengan a que charlemos, que cuenten sus penas” dice Natalia. Frente a la precariedad los conflictos entre las compañeras crecen, por el mal humor, por la sobrecarga de trabajos que además no son reconocidos. Los gritos y las peleas en la cooperativa aparecen y son cotidianos. Frente a eso, intentan dar cuenta de lo importante que es cada una en su rol, un rol que no solo tiene que ver con aportar una tarea concreta sino con la militancia que sostienen. “Marcela antes no podía ni hablar con otra compañera porque se agarraba de los pelos, y ahora está coordinando uno de los espacios de reciclado”.

Sandra se la pasaba tirada en la cama, ahora es quien lleva los números y los datos de la cooperativa. Tiene todo escrito y no le falta ni un solo detalle. “¿Te das cuenta la capacidad que tenés?” le dice a Sandra y ella sonríe. 

A la cooperativa llega mucha gente que no sabe qué hacer y según Natalia “llega porque no le queda otra, aunque sea tienen un plato de comida”. Pero el trabajo es poner en juego la interdependencia, en contraposición a la idea viral de individualización. 

“No es lo mismo ser un pibe con problemas de salud mental en Caballito que ser un pibe con problemas de salud mental que vive  en al villa 21-24. No son las mismas condiciones en general, pero tampoco es que se conoce mucho sobre el tema. El contexto del barrio, la pobreza, la falta de vivienda y oportunidades afectan directamente a los pibes y a su salud mental, que no se prioriza en los barrios populares porque siempre adelante está la alimentación” dice Álvaro.

Entre la comida que no alcanza, la precariedad de las vidas y el dolor de la injusticia heredada de la que habla Natalia en los barrios, hay un trabajo que brota, como una flor porfiada que nace en pleno otoño. Ahí donde todo se cae, estas minas se levantan a veces con una sonrisa, otras llorando mares, con sus bolsas puerta a puerta le dicen a la vecina “buen día” y se llevan el reciclado, basura para transformar en otra cosa.