Un año en pandemia: ¿qué aprendió la ciencia argentina?

Hace un año, el presidente Alberto Fernández anunciaba el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), la cuarentena, para la gran mayoría de lxs argentinxs. Cómo pasamos de asimilar la presencia de un virus desconocido a desarrollar una batería de respuestas para un evento global que aún sigue –y seguirá- vigente por un tiempo. Carolina Vespasiano, nuestra periodista especializada en ciencia, habló con investigadorxs y expertxs para repasar la experiencia argentina frente al COVID-19.

El 19 de marzo del 2020, una cadena nacional confirmaba la situación que lentamente se había ido instalando en la realidad planetaria: el “nuevo coronavirus” detectado por primera vez en la ciudad de Wuhan, China, había arribado a tierras latinoamericanas, cuando aun poco se sabía de sus formas de contagio, de posible tratamiento, y de su peligrosidad.

Hoy, con varios modelos de vacunas aprobados para combatir el SARS-CoV-2, y más de 2.700.000 dosis aplicadas a nivel local, la luz al final de este 2020 que parece no haber concluido se comienza a divisar. ¿Cómo fue la experiencia argentina frente al COVID-19? ¿Cómo nos encontró? ¿Qué aprendimos? Y, fundamentalmente, ¿Qué nos falta?

“Nunca hubiéramos imaginado que solo tres meses después de comenzar el mandato, entraríamos en Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, que enfrentaríamos esta pandemia absolutamente inédita, que costaría tantas vidas y que perjudicaría tanto la economía”, dice a LatFem la actual presidenta del CONICET, Ana Franchi. Ella asumió su cargo en un contexto delicado para el sistema científico-tecnológico argentino, largamente dañado por la crisis económica e institucional, la precarización laboral, los salarios desactualizados y la inflación, pero pese a ese diagnóstico, inmediatamente puso manos a la obra para ofrecer soluciones en distintos flancos.

Fue así que, unos días antes de que comience el aislamiento, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Productivo y la Innovación (Agencia I+D+i) y el CONICET crearon la Unidad Coronavirus COVID-19, una plataforma en la que el sistema público de ciencia y el sector privado ejecutarían más de cien proyectos destinados a paliar las urgencias de un sistema de salud avocado a atender la contingencia. Al cabo de un mes y medio, esa usina permitió el desarrollo del kit serológico “COVIDAR IgG”, de la mano de la investigadora Andrea Gamarnik y su equipo de la Fundación Instituto Leloir (FIL), que permitía la detección, en pocas horas, de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 a partir de muestras de sangre o suero.

Foto: Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación

“A partir de ahí –agrega Franchi- varios kits fueron desarrollados por investigadorxs en las universidades, que se pusieron al servicio del testeo de los posibles casos de COVID-19. También se generaron distintos artefactos como máscaras, barbijos y respiradores, y, además, empezaron a desarrollarse nuevas terapéuticas como el plasma de pacientes recuperados, el plasma equino, el estudio de la ivermectina, entre otras”.

Foto: Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación

Según la funcionaria, la unidad puso en marcha un tejido de organización sin precedentes: “Esto nos enseñó que lxs investigadorxs, lxs becarixs y lxs administrativxs podían correrse de su línea de investigación específica y trabajar para resolver problemas, o lo que se dice investigar por misiones”, dice.

Tal es el caso del virólogo, científico de CONICET e integrante de la Red Argentina de Investigadores e Investigadoras de la Salud (RAIIS), Juan Manuel Carballeda, quien puso a disposición sus conocimientos en virología y genética para seguir la huella del virus a nivel poblacional: “Cuando empezó el aislamiento, frenamos nuestras líneas de investigación y nos pusimos a trabajar en la detección de SARS-CoV-2 en aguas residuales, algo que nos servía para el seguimiento epidemiológico de la enfermedad”.

En el mismo sentido, los distintos brazos institucionales del sistema de Salud orquestaron un enorme operativo federal de testeo, en el que laboratorios cualificados de todo el país, armados con la experiencia de la epidemia de Gripe A en 2009, pudieron cubrir la demanda de análisis de biología molecular conocidos como PCR, capacitar a otros equipos de investigadorxs en esa y otras metodologías, y contar con todo una red ampliada de más de 200 laboratorios públicos y privados, mientras que la cuarentena temprana aportaba tiempo para adaptar al sistema sanitario conforme aumentaban los casos.

“Esto nos permitió saber que podíamos tener un problema o un desafío que podría venir desde la salud, desde la producción, desde el desarrollo humano, al que nosotros podríamos abocarnos para tratar de resolverlo. Esto le mostró a la población por qué era necesario tener una comunidad científica, tecnológica y universitaria”, completa Franchi.

Medir el problema

Mientras se testeaba, se rastreaban las rutas que tomaba el virus, cómo variaba y afectaba a la población, más herramientas iban emergiendo para, cuanto menos, conocer la magnitud de la pandemia a nivel local. Según la presidenta de la Red Argentina de Investigadorxs de Salud (RAIIS), Soledad Santini, el hecho de tomar medidas tempranas de aislamiento contribuyó a incorporar ese nueva realidad sin comprometer al sistema: “Para mí, los primeros pasos fueron muy acertados: gran parte de la población escuchó e hizo caso a las recomendaciones que se estaban dando. Creo que las políticas sanitarias en Argentina fueron las acordes en función lo que se sabía en ese momento”.

“Desde el punto de vista de la producción de estadísticas, se ha mejorado mucho a nivel nacional la producción de datos. Ahora contamos con datos abiertos que permitieron conocer mucho más en detalle lo que estaba sucediendo a nivel departamental en cada provincia. Y en la actualidad, además, se ha sistematizado, a través de una sala de situación, lo que es el reporte diario de casos”, explica a LatFem la ingeniera de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), Soledad Retamar.

La recolección de datos fue cambiando con el ritmo de la evolución de la curva de contagios. En un principio, por ejemplo, el dato principal era la cantidad de días en que se duplicaban los casos. Ahora, lo  que se mide es, por un lado, la incidencia acumulada cada 100 mil habitantes en los últimos catorce días y, por otro, la razón de crecimiento de casos entre cada periodo consecutivo de catorce días: si ese número da mayor que uno, la pandemia sigue avanzando, si es menor, desciende la curva.

Hoy, ese tipo de estadística permite prever el devenir de la curva y tomar decisiones sanitarias más asertivas. En otras palabras, se evalúa el comportamiento de la población, la respuesta a las medidas y el posible impacto de nuevas actividades mientras, en paralelo, se incorporan las nuevas recomendaciones –como la ventilación cruzada en espacios cerrados- y se avanza en el plan de vacunación.

Las otras pandemias

A mediados del año pasado, la obtención de una vacuna ya resonaba como el retorno posible a la “normalidad”. Pero si algo puso sobre la mesa el contexto pandémico, fueron las estructuras desiguales de esa añorada normalidad que, entre otras cosas, delimitan las posibilidades reales de bienestar que tiene cada territorio, no solo en lo que respecta al acceso a la vacuna –en el norte global hay países, como Canadá, cuyas reservas de dosis superan incluso el tamaño de su población mientras otros Estados aun no tienen reserva- sino en la posibilidad misma de enfermarse por las condiciones de su entorno.

Para Santini, “en Argentina lo que hay no es pandemia, es una sindemia, porque converge con un montón de otras problemáticas sanitarias, tales como el dengue, leishmaniasis, chagas, tuberculosis, leptospirosis, entre otras”. Con este panorama, la sanitarista e investigadora refleja que, a contramano del sentido común que circuló en los primeros tiempos de la pandemia, en el que se pensaba que muchas de las soluciones que ejecutaron otros Estados se podían aplicar al contexto argentino, la propagación del virus y su impacto en la población tendría efectos diferentes según la región y, por eso, reclama políticas específicas para esas condiciones.

En ese sentido, a la desigual distribución de los recursos y el conocimiento a nivel internacional, que respeta el devenir histórico de la dominación, se le suma que, al interior de cada país, son sus condiciones económicas, su idiosincrasia, su acceso a bienes y recursos fundamentales, su cultura y sus ambientes lo que hace de la pandemia una experiencia diferente.

De ahí que Santini apunta a devolverle a las políticas públicas su entidad principal: la capacidad de producir, acelerar o ralentizar enfermedades. “Una decisión política que se hace en un Senado, en una Cámara de Diputados o bien en un municipio puede generar escenarios óptimos para lo que es puntualmente la producción de enfermedades, es decir, que es el mismo ser humano el que dispara estos escenarios para que ocurran transmisiones u ocurran problemáticas sanitarias de diverso tipo. Habilitar determinadas destrucciones territoriales es un ejemplo de esto”, dice. 

La respuesta argentina logró articular los recursos disponibles para contener las necesidades sociales y sanitarias. A la vez, el foco puesto en la previsión intentó evitar, por un lado, situaciones de colapso y, por otro lado, poder contar tempranamente con la adquisición de distintas formulaciones vacunales con el objetivo de reducir la mortalidad por infecciones graves de COVID-19.

“El intercambio de lxs constructorxs de conocimiento, científicxs y demás con pensadorxs en políticas públicas puso en jaque a la ciencia para responder rápidamente produciendo vacunas o viendo qué estrategias se pueden utilizar para detener la transmisión. Pero, al mismo tiempo, puso a lxs políticxs a pensar directamente políticas públicas que repercutan en la producción de enfermedades”, reflexiona Santini. Y agrega que, a la estrategia de la contención, hace falta sumarle un enfoque integral, de fondo: “Tenemos que profundizar la mirada desde la multidisciplina. La única manera de sanar una problemática sanitaria no es con una ingeniería como son las vacunas o con la presencia de un medicamento. Todas las mesas de todos los asesores tienen que ser mucho más heterogéneas, multidimensionales, donde se integren muchas miradas y que, por supuesto, contemple a las disidencias”.

Futuro post pandemia

Como si se tratara de un paréntesis temporal, el 2020 parece no haber terminado aún. Sudamérica ingresa en las estaciones frías y, con esto, más la continuidad de actividades habilitadas, la llegada de una segunda ola de contagios resulta prácticamente inminente. Como si no hubiera resultado suficiente, la pandemia se desató al calor de graves fenómenos, como las fuertes sequías y extremos climáticos, inundaciones e incendios, que ya no pueden verse como eventos sin conexión.

“La pandemia hizo que mucha gente se diera cuenta de lo que implican estas enfermedades emergentes. Los patógenos que conviven en la fauna silvestre son muy silenciosos. Entonces, para ver las consecuencias de los cambios que se generan, estas tienen que ser muy sustanciales”, explica a LatFem la investigadora de CONICET Marcela Orozco, quien trabaja en el desarrollo de estrategias sanitarias globales, conocidas como “una salud”, en las que la salud humana, animal y de los ecosistemas se aborda como una sola. “Eso implica entender la ecología de los patógenos, la epidemiologia de los ciclo de trasmisión y una serie de conocimientos que permiten de algún modo empezar a tomar otro tipo de decisiones”, define la especialista.

Desde esta mirada, Orozco entiende que las agendas políticas deben  repensar el uso de los recursos naturales y aprovechamiento de una manera sostenible. “Hoy conocemos cuales son los impulsores antropogénicos de la aparición de enfermedades emergentes, como son el cambio de uso de la tierra y el agua, el cambio climático, la contaminación, el comercio de especies, la resistencia microbiana, etcétera. Lo que hay que empezar a trabajar es en sistemas productivos sostenibles que minimicen todo este daño que se ha hecho al medioambiente y que disminuyan el impacto que estamos haciendo”, desarrolla.

La pandemia de COVID-19 permitió ver, casi a la fuerza, un escenario construido por la intervención de todos. Hoy la salud o la enfermedad son nociones que trascienden el campo de la medicina, y que no se pueden pensar ya en términos singulares, individuales, por separado. Algunos sectores comenzaron a ver una luz al final de este recorrido y entendieron que, si hay que apuntar a una normalidad, ese destino se tiene que construir, sin dudas, de forma colectiva.