Una remera que dice: El aborto es machista

En la marcha antiderechos del 25 de marzo alguien llevaba una remera que decía “El aborto es machista”. Esa remera guarda una parte de verdad. Pero esa verdad no es un argumento contra la despenalización del aborto, sino todo lo contrario. Y especialmente porque es en los sectores populares donde esa verdad es más grave pero también más invisible el aborto debe ser legal, seguro y gratuito. Un ensayo para pensar los límites de la autonomía y el mapa del acceso al aborto.

Por Avenida del Libertador, fieles al paisaje urbano, marcharon quienes apoyan los abortos clandestinos. El Día del niño por nacer, 25 de marzo, fue instituido en 1998 por un decreto del entonces presidente Carlos Saúl Menem. Meses después Zulema Yoma contó que se había hecho un aborto y que Menem consiguió el médico y la acompañó. Él no lo negó. Al día siguiente del aniversario del Golpe que dio comienzo a la Dictadura que secuestró bebés, les quitó la identidad, y mató a sus madres y padres, estaba hermoso para festejar.

El 24 llenamos la plaza, Lita Boitano, con 86 años, cerró su discurso con el pañuelo verde de la Campaña en alto: “¡Para las compañeras, derecho a decidir, anticonceptivos para no abortar, y aborto legal para no morir!” Y todo explotó en una sola ovación. El 25, entre la masa moderada que trasladaba un bebé de cartapesta gigante –un bebé de Troya del que amenazaba salir un ejército de femininjas enfurecidas–, había una remera que decía: El aborto es machista. Contra toda lectura rápida que vea ahí un oxímoron, una contradicción, podemos decir: a veces es cierto.

 

¿Autónomxs?

Esa remera guarda una parte de verdad. Pero esa verdad no es un argumento contra la despenalización del aborto, sino todo lo contrario. Y especialmente porque es en los sectores populares donde esa verdad es más grave pero también más invisible el aborto debe ser legal, seguro y gratuito.

Todavía hace calor y una pareja toma cerveza en el andén mientras espera que llegue el tren. Esperar es muy parecido a pensar, y pensar tiene mucho que ver con nuestra capacidad de ser libres frente a nuestros impulsos y deseos. Él dice que no se preocupe, que en realidad no es nada, es sólo una operación, ni es una operación, es sólo para que entre aire. Le dice que después todo va a estar perfectamente bien, como antes. Que la va a acompañar y que no tenga miedo. No la obliga a hacerlo si ella no quiere, aunque piensa que es lo mejor. Esta escena que se sostiene en el borde tenso de la perfección sucede ahí donde las colinas son como elefantes blancos, en un relato de Ernest Hemingway que condensa la contradicción entre la felicidad imposible y la posible. Que pasa como un tren, rápido y por el costado.

Mujeres y gestantes nos pensamos autónomxs y libres en las decisiones sobre nuestros cuerpos. Y en última instancia eso queremos. Pero hasta cuando estamos solxs frente al espejo con las dos rayitas que confirman la presencia de la hormona en pis, somos seres relacionales. Llenxs de presiones por seguir o no adelante con ese embarazo, porque se nos va la hora, la plata y las ganas. Porque somos pobres o no es el momento, porque queremos pero no podemos, podemos pero no queremos. Porque estamos con alguien que nos sugiere o nos coacciona. Incluso a no abortar. El carácter relacional de las personas no sólo es obstáculo de nuestra autonomía. También es lo que nos genera red. Pero la autonomía total es un ideal. Nunca somos solamente una persona.

 

¿Varones que deciden?

Abortar entonces puede ser también y a veces un mandato machista. Podríamos pensar quizás en la existencia de algo así como el aborto patriarcal. Ese que nos manda directo al espacio clandestino: que no se sepa, que no se vea, aquí no ha pasado nada. Varones que quieren borrar de un plumazo la paja de no haberse puesto forro ayer. Varones que cuando militan “por la vida” en realidad son pro-muerte de miles de mujeres en abortos clandestinos. Varones que negando un fenómeno existente chupan cirios pero mandan a la amante de turno con eufemismos a “sacárselo” si queda embarazada, en nombre de la familia y la propiedad. Varones que defienden el discutible estatus vital de un cigoto pero a quienes no les tiembla el pulso si hay que descartar el embrión de un banco por falta de pago. Varones que marchan por un bebé blanco gigante y deforme al punto de la hidrocefalia pero que si nace se borran, no pagan cuota la alimentaria, lo fajan o si es pobre le pegan un tiro por la espalda.

Durante décadas el movimiento feminista sostuvo y sostiene que los varones deben mantenerse al margen de los debates sobre el aborto: Nuestro útero, nuestra decisión. “Usted se calla si no tiene los ovarios”, dijo una diputada en Estados Unidos mientras se discutía en 2010 la obligatoriedad de ecografías antes de abortar. Pero de nuevo: ¿hasta qué punto el aborto no integra la agenda de los intereses masculinos? Desde los inicios de la lucha por el aborto en países donde hoy es permitido, los hombres estuvieron metiendo la mano para mover la aguja. Algunas feministas pensaron, como Alice Paul a comienzos de siglo XX, que el aborto era la forma de explotación máxima de las mujeres. Alice Walker, en el mismo artículo en el que se pregunta “¿Qué pueden decir los hombres blancos sobre las mujeres negras?”, afirma que “para muchas mujeres abortar es un acto de piedad, y un acto de autodefensa”. Por eso nos preguntamos: ¿qué tienen para decir los varones sobre los embarazos de las mujeres? En el caso de estar en sus funciones, podrán votar a favor de la legalización de su interrupción voluntaria. Todavía hoy la mayoría de quienes votan las leyes son varones.

“Estamos todos de acuerdo en defender la vida y prevenir el aborto. Los que están a favor de la vida también están a favor de la libertad de decidir y viceversa”. En la tele el Ministro de Salud de la Nación se pronuncia. La suya y las de legisladores no son las únicas voces de varón que se oyen y se ven. En los paneles se repite también la escena “all male”. En la facultad de Derecho, en los programas de radio y tv, en los debates religiosos.

A comienzos de los años 70 Hugh Hefner se declaró a favor y utilizó la revista Playboy como plataforma para promover “la libertad de ambos sexos, no sólo en la cama sino en todas partes”. Frente a eso, la polémica Catherine McKinnon dijo que en la medida en que el aborto exista para controlar las consecuencias reproductivas del coito, el acceso al aborto estará controlado por “un hombre o El Hombre”. En otras palabras, bajo condiciones de desigualdad, la supuesta libertad sexual que daría el aborto no liberaría a las mujeres sino que mantendría la división de poder entre géneros. Según este concepto, el aborto permitiría que los hombres escapen a la responsabilidad sobre su propio comportamiento sexual. Pero esta idea relega a las mujeres a una posición pasiva como sujetxs de goce y deseo, y sabemos que allí donde hay relación sexual –o más precisamente donde no hay, siguiendo a Lacan– se ponen en juego todxs quienes forman parte de nuestras relaciones y contradicciones. Existe aquí también una “superposición de estados”.

Encuestadxs

En el último tiempo, a raíz de la explosión que tuvo el debate sobre el aborto seguro, legal y gratuito, surgió una serie de encuestas de diversas consultoras que arrojaron resultados más que interesantes. Más de la mitad de la sociedad argentina apoya la legalización de la interrupción del embarazo. Esto es un hecho, son números, estadística pura. Aunque el movimiento de mujeres es el que llevó históricamente este reclamo adelante, entre quienes se declararon a favor, el porcentaje mayoritario se lo llevan los varones. Primer dato que destaca, o no, si logramos entender que los varones cuentan con mayores grados de libertad subjetiva que las mujeres.

Segundo dato, aunque no por eso menos importante, los sectores populares de bajos ingresos, aquellos donde los abortos clandestinos son más riesgosos y causan más muertes maternas, muestran bajos niveles de apoyo a la medida. Parece que Juan Grabois tenía razón cuando dijo que “las bases están divididas” respecto del aborto. Eso generó el enojo de muchas feministas. La ampliación de derechos no debería generar contradicciones en la dirigencia del campo nacional y popular. Por eso, lo que urge es intentar problematizar estos datos, entenderlos para descular su origen. Con perspectiva de género quizás podamos ver que lo que allí queda solapado es un conjunto de factores que movilizan a la población hacia cada posición.

 

La defensa de la vida

Facundo Ferreira tenía doce años y la mochila lista para empezar el primer año del colegio secundario. Iba con su amigo en una moto cuando la policía tucumana lo fusiló por la espalda. Facundo era varón, joven y pobre. ¿Cuánto vale la vida de un pobre en una sociedad que construye rangos de desigualdad? ¿Cobra un sentido distinto en un contexto de precarización? El discurso “pro vida” de la derecha conservadora impacta en aquellos sectores en los que la vida se escurre por los márgenes de un Estado presente para meter balas y ausente para cumplir su función como nivelador social. La derecha sabe de batallas culturales por hegemonizar el sentido común, y entiende lo estratégico del peso simbólico que tiene la utilización del término “vida”. Se apropiaron de la vida, del “niño por nacer”, pero si ese niñx nace y es pobre, es chorrx o se droga, piden mano dura.

Ante todo la propiedad privada. El cuerpo de mujeres y personas gestantes también es propiedad privada del patriarcado. Según Silvia Federici, con la quema de brujas se intensificó el dominio del Estado sobre el cuerpo de las mujeres, porque se criminalizó su autocontrol sobre su capacidad reproductiva y su sexualidad (las parteras y las ancianas fueron las primeras sospechosas del delito de brujería). El resultado de esta forma de tormento y suplicio fue la subordinación de la posición social de las mujeres y la explotación de su trabajo, como una condición central de la reconfiguración del sistema productivo. Por eso, en la transición al capitalismo “los úteros se transformaron en territorio político controlados por los hombres y el Estado”.

Podemos pensar en el valor social que tiene la maternidad para la comunidad y el reconocimiento que eso imparte, para explicarnos la oposición a la legalización del aborto en los sectores de bajos recursos. Ser madre otorga determinada estatura social y un sentido fuerte de pertenencia.

 

Los rosarios

Un factor ineludible para pensar el corte de clase que reflejan las encuestas sobre aborto, es la inserción y el enclave territorial que tienen las instituciones religiosas en los barrios, y que muchas veces funcionan como centros de contención, acompañamiento y asesoramiento de las mujeres. A esto se le suma el vaciamiento y desmantelamiento de la ESI por parte de la alianza gobernante, que implica un profundo retroceso en términos de igualdad de oportunidades, porque equipara para abajo en lugar de saldar falencias ahí donde más se necesita. La Ley de Educación Sexual Integral obliga al Estado, entre otras cosas, a brindar contenidos a chicos y chicas, desde el nivel inicial hasta el secundario, sobre cómo cuidarse y disfrutar de su cuerpo además de producir y difundir manuales, realizar capacitaciones docentes, y promover en las aulas la anticoncepción, la prevención del abuso sexual y los noviazgos violentos. Ese agujero que hoy el Estado deja al descubierto, desoye su precepto laico, y le da un pase libre a la religión.

Pero hasta el Sumo Pontífice se ablandó en relación a la cuestión del aborto y autorizó a los sacerdotes a conceder la absolución a quien lo realice. Es que sí: las cristianas también abortan. “¿Perdón?”, dice Gloria Steinem, ¿Me está cargando? ¿Absolución?”. Steinem, quien dedicó uno de sus libros al médico que a sus 22 años le realizó un aborto cuando todavía estaba penado, dijo en una entrevista reciente a sus más de 80, que el hecho de que se siga discutiendo el aborto le resulta profundamente deprimente. “Se pueden lograr avances en otras áreas: matrimonio entre personas del mismo sexo, igualdad de remuneración y oportunidad, pero el aborto será el último problema en caer”. Steinem, como las pioneras de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito en Argentina, sostiene que la cantidad de intervenciones no fluctúa con la despenalización, simplemente mueren menos mujeres. Y repite una frase que acuñó hace más de 40 años: “Si los hombres pudieran quedar embarazados, el aborto sería un sacramento”. Lo sabemos, Gloria. Acá cantamos: Si el papa fuera mujer, el aborto sería ley. Pueden faltar siglos para que en la Iglesia católica haya una Papa mujer, si esa institución sobrevive. Las que no sobreviven son las mujeres que mueren cada día por abortos clandestinos. La única papa que quema aquí y ahora es que salga la ley.

 

Mamadxs

“Mama la libertad, siempre la llevarás dentro del corazón”. En 1980, en un contexto en el que la Dictadura comenzaba a replegarse, Serú Girán tocó en el Luna Park y selló una idea de libertad en el Inconsciente Colectivo. Todavía faltaba Malvinas, y faltaba también la segunda contraofensiva. Faltaban más muertxs, más desaparecidxs, y las tumbas nn. Faltaba Galtieri y su “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Mamar, mamá. El acto de amamantar, un acto que es de por sí de una enorme generosidad y una profunda entrega, también marca a las mujeres en un rol que la sociedad espera de ellas. El Senador Esteban Bullrich hizo alusión a esto con un poema: “Te amo mami (…) Quiero beber de tu pecho la vida y no entiendo quien te dice que no es mía”. El texto fue publicado en sus redes sociales en el Día del Niño por Nacer. La mujer es madre santificada o puta estigmatizada. “Vieja, si me encuentro una que cocine milanesas como vos, me caso”. Y si la mujer es madre o puta, ¿en qué lugar puede pensarse esa libertad de la que hablaba Charly García? Somos igualmente libres para el rock progre, y también para la Constitución. Llegamos a esa igualdad supuesta cuando las cosas ya tenían nombre. A letras y leyes escritas por varones. Y nuestra libertad se cercena a medida que nos movemos en el escalafón social.

La graduación de grises entre madre y puta empieza a verse más nítidamente cuando contamos con mayores recursos simbólicos y materiales para abrir nuevas variantes, cuando podemos tomar distancia crítica de los mandatos que el Patriarcado eligió para nosotras. Claro que de forma siempre limitada. A la de 36 que todavía no tiene hijxs porque no quiso, porque no pudo, porque no y listo, también le resuenan en la cabeza las vocecitas de sus tías marcándole el tic tac de un reloj biológico diabólico. La libertad de circular sin miedo, de decidir sobre nuestros cuerpos, de pagar 20.000 pesos para abortar en un consultorio privado de Barrio Norte o tener que meterte perejil en el útero, de construir proyectos de vida que escapen al binarismo, y la libertad para poder franquear el precepto de vivir por y para otro, encuentra en la intersección de género y clase un parámetro de acción o de censura social.

 

La libertad liberal

Vindicamos el derecho a decidir. Pero hay algo en la libertad sobre el propio cuerpo, individual, que tiene un tinte liberal al que las campañas norteamericanas pro choice no le escapan. Es cierto, como estrategia semántica la del “derecho a decidir” es más efectiva que la de manifestarse a favor del aborto. Antes que del aborto, todxs estamos a favor de la educación sexual para decidir y anticonceptivos para no abortar, como reza el lema de la Campaña. La legalización del aborto pasa hoy, en Argentina, por una cuestión de derechos y de salud pública. Lo decimos y lo repetimos, las que se mueren son las mujeres pobres. Basamos los argumentos del reclamo por el aborto seguro legal y gratuito en la justicia social y la democratización. En una tradición de construcción política anclada en lo popular que piensa el problema del aborto en términos de inclusión, del derecho a no ser gestante obligatorix. La democracia es derecho a tener derechos. Y desde el movimiento de mujeres en la Argentina, desde el feminismo popular, vamos por todos.

Las agendas de derechos pueden ser lideradas por cualquiera. Pero los avances en la cuestión del aborto fueron históricamente, desde comienzos de los años 60, llevados adelante por varones. Es lógico, si pensamos que son los varones quienes se mantienen hace décadas y con mayoría en el poder.  Las mujeres nos movilizamos en las calles, marchamos, en un hilo que va del 8 al 24 de marzo pasando por el pañuelazo, y llegando atrás también al 21F. Las razones que tengan los varones para movilizar la agenda del aborto pueden ser muchas y mejor o peor intencionados. Pero nuestro objetivo es claro. Y ahora que el feminismo pisa fuerte en los programas políticos, ahora que sí podemos, ahora que sí nos ven, el aborto va a ser ley.