En la novela de Ana Ojeda las mujeres se hartan de les hijes, de sus amigues, de sus parejas, de sí mismas; es un canto a la madre estropicio y a las mujeres rotas. También a la comunidad de amigas.
El grupo enfrenta una situación sorpresiva que requiere del armado estratégico de una red afectiva —y operativa— para paliar la adversidad, y en el mientras tanto de esa construcción, va sucediendo la vida. Y la vida en Vikinga Bonsái es dificilísima. Les personajes son mujeres trabajadoras que hacen malabares con el dinero, son habitantes de una ciudad húmeda y ruidosa, y son madres de unes niñes muy niñes: de jugar y correr y comer.
El texto está escrito “con e”, en un lenguaje inclusive que permite la lectura fluida a quienes viven en comunidades de hablantes del inclusive, y que quizás requiera un esfuerzo interpretativo para quien lee desde otro marco. Pero ese no será el único esfuerzo (para qué leer si no para eso), la narradora construye una Babel desde donde manan todas las lenguas acumuladas: el inglés, italiano, francés, lunfardo, la lengua hashtag, la lengua de tweet, del mensajito, y todo fluye como si fuéramos les lectores también políglotas de ese surtido abanico lexical, o como si fuera posible aprender más palabras en una época de saturación de tales.
Entre la lengua del menudeo de esas mujeres que hacen lo que pueden con sus trabajos, con sus hijes, con su cuerpo y sus ganas, aparece un mandato social: hay que cuidar. No hay escapatoria, las mujeres debemos cuidar y, además, las mujeres debemos cuidar de nuestras amigas y su prole. “Digamos que lo hacemos mal, las mujeres cuidamos mal, a ver si así nos dispensan de la tarea”, decía una economista feminista. En Vikinga —como si se asumiera esa máxima: “no, no hemos nacido para esto”— el cuidado se vuelve un circo colectivo donde la casa, la comida y la ropa empieza a ser de todas, las heridas de les pibes lo mismo, la educación de elles también. El grupo de amigas trama una salida corporativa al problema de ser (madres, mujeres, personas) y el resultado es un cambalache patafísico de ternura y disparates, una resistencia de último momento a un chiste que aparece en la primeras líneas: “todo ha sido deconstruido”.
Todo menos qué nos toca a las mujeres, podríamos discutirle. Mientras la grupa destraba todos los niveles de compromiso con el futuro, el “maridito” de Vikinga está perdido en la selva paraguaya. Que no vuelva más, decimos les lectores de Ana Ojeda, que nos regala una novela más donde una mujer escribe sobre la vida de las mujeres en el espacio doméstico y demuestra que aún es posible escribir literatura desde ese campo de batalla, en inclusivo y conviviendo con amigas.
144 págs.
ISBN 978-987-712-171-1
14 x 22 cm.
ANA OJEDA es escritora y editora. Nació en Buenos Aires en 1979. Se recibió de licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Publicó las novelas Modos de asedio (2007), Falso contacto (2012), No es lo que pensás (2015) y Mosca blanca mosca muerta (2017), los relatos de La invención de lo cotidiano (2013) y Necias y nercias (2017) y el volumen de microrrelatos (o poemitas en prosa) Motivos particulares (2013). Por su obra literaria ha obtenido el segundo premio Casa del Escritor 2005, resultado finalista con mención de honor en el III Premio Nacional “Laura Palmer no ha muerto” 2012 y primera finalista del Premio Indio Rico 2014, otorgado por la fundación Estación Pringles. En los Premios Nacionales 2018, obtuvo menciones en las categorías “Cuento y relato” y “Novela”. Por su labor editorial, en 2018 fue seleccionada para participar en el Frankfurt Fellowship Programme, dependiente de la Frankfurter Buchmesse, junto a quince editores de todo el mundo, y distinguida como “Fred Kobrak Fellow”.