Abuso, política y tv: gritá más fuerte

Con The Loudest Voice se completa el ciclo de series y películas que retratan el semillero del #MeToo. La serie The Morning Show, con Reese Witherspoon y Jennifer Aniston, la película Bombshell, con Nicole Kidman, y ahora The Loudest ponen en escena el detrás de escena de los canales de noticias. Más específicamente, de Fox News y la cultura del manoseo no consentido en las oficinas y los pasillos.

The Loudest Voice [La voz más fuerte] gira en torno a Roger Ailes, gurú de campañas políticas y creador del alma de la cadena de noticias Fox, de profundizar la grieta en los Estados Unidos, de propagar como nadie las fake news, y de cocinar el caldo donde se cultivó la presidencia de Trump, la nueva derecha norteamericana, y hasta el #MeToo. Todo eso en 7 capítulos. Ailes, interpretado muy, muy bien por Russell Crowe, es un personaje asqueroso y fascinante, que está adelantado en el tiempo, un desbocado. La serie empieza cuando Ailes es despedido de NBC, otro canal de noticias, a mediados de los 90. Como en toda década que transcurre, todavía se está inventado. Y es importante ser diferente de la anterior.

Como una especie de Durán Barba con un canal entre manos, Ailes se dirige a un público específico: a los republicanos blancos, propietarios, con sentido patriótico y conservador, a quienes la avanzada “liberal” (en Estados Unidos, liberal es otra cosa) del clintonismo no les gustó y quieren recuperar lo suyo. Furiosxs por la propiedad privada, se convierten en el nicho fiel que agita a coro frente a Slim Shady. Esa inmensa minoría nada despreciable va en aumento junto a las decisiones arriesgadas de Ailes, que pone a conducir a un tipo cualquiera, un “hombre común” que dice lo que piensa sin tapujos, y después a otro un poco más osado que mientras pasan los años y llegan las elecciones dice que Obama es un racista, porque odia a los blancos.

Entre las decisiones de Ailes también están las mujeres en los paneles de los programas. Las elige rubias nacaradas, ex Miss America, obligadas a mostrar las piernas. Esa obligación no está tan clara -como podría decirse ahora de las conductoras de Canal 26-, pero sin dudas es una decisión editorial. Esa es una potestad del jefe, como todas las que siente cuando pisa el mundo como hombre heterocis estadounidense blanco nacido en la primera mitad del siglo XX: está convencido de que todo lo que lo rodea es básicamente suyo de nacimiento y no quiere que nadie se lo quite. 

Ailes hace lo que quiere porque puede. No sólo tiene el aval del dueño del multimedio, tiene el espaldarazo del machismo socialmente existente y reinante, ese que hace pasar por natural un manotazo en el culo de cualquiera de “sus” trabajadoras del canal, empujarles la cabeza hacia abajo para que le chupen la pija. Un mérito de la serie es hacer estallar esta problemática con la narrativa bastante avanzada, de manera que la naturalización de esas prácticas se impregna en la trama. 

Los años pasan, el canal vive el atentado a las Torres Gemelas y Ailes decide poner al aire las tomas con personas que se tiran de los edificios en llamas, decide ponerle un nombre al enemigo -antes de que se llamara Bin Laden-, lo bautiza Sadam Hussein, agita la guerra y le dice a Barack Obama “Barack Hussein Obama”. Alguien le pregunta, ¿no será mucho? ¡No, es un gesto de respeto, es su segundo nombre, es como decir Martin Luther King!, responde Ailes. Ailes siembra la sospecha sobre la nacionalidad y la religión de Obama. ¿Es verdad que no es estadounidense? Para Ailes no importa la verdad, “la verdad es cualquier cosa que la gente crea”.  

La complicidad y el silencio incluyen a varios directivos del canal pero también a la propia secretaria privada de Ailes que ve salir del despacho de su jefe a mujeres con arcadas (“fue como ver una hamburguesa cruda, como besar a mi abuelo”, dice una y resuena el eco de Lucía, la niña tucumana violada y embarazada por su abuelastro en el presente, en Argentina). La cosa estalla con la menos pensada, la conductora del programa matutino, basureada en vivo por sus coequipers y por el propio Ailes en la oficina privada, pero una de las pocas que tiene pantalla y que fue acosada pero no sexualmente abusada. Bueno, sólo le agarró el culo, hasta al marido le parece poca cosa cuando Gretchen Carlson le cuenta su padecimiento y su decisión de denunciarlo. 

Es pelear contra un gigante, y como muchas veces y como a muchas otras, le ofrecen dinero a cambio de silencio. Pero ella quiere una disculpa. Todxs, hasta la esposa de Ailes (Sienna Miller), un personaje que podría salir de una secuela de Mrs. América, niegan todo y defienden al jefe. Pero otras mujeres empiezan a hablar, a contar lo que les hizo a ellas. ¿Les apuntó con un revólver mientras las hacía recostarse sobre su escritorio y decir este es nuestro secretito? No. ¿Ellas quisieron, se dejaron, no pudieron decir que no? En primer plano queda la cuestión de poder, esa que no se discute ni se modera. 

Ailes cae de la torre cuando la denuncia es colectiva. Así cobra fuerza. No es una iniciativa de Carlson, al fin y al cabo ella (acá Naomi Watts, en Bombshell Nicole Kidman) también fue parte de la familia de Fox muchos años. Pero este no es un tema de derechas o izquierdas, lo sabemos. Es transversal e interseccional. Queda revisar si el poder es un imán o un cuchillo. O las dos cosas.