Música para bailar, música para perrear. La cámara muestra los fragmentos de un cuerpo que se mueve al ritmo de la música, que acompaña. El plano detalle no nos deja ver nada más que los movimientos. En la pantalla aparece escrito Baronesa. Dos mujeres acostadas en unas camas hacen cuentas para comprar materiales de construcción. Una de ellas lleva puesta la camiseta del Club Atlético Mineiro, el club más popular de Brasil fuera del eje Río de Janeiro-San Pablo. En la pared, un póster de Superman.
Baronesa, la ópera prima de Juliana Antunes, ganó –junto a la dominicana Cocote de Nelson Carlo de los Santos Arias– como Mejor Largometraje Ex Aequo de la Competencia Latinoamericana de la 32° Edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. “Juliana” también es el nombre del barrio de Bello Horizonte donde llegó Antunes. Allí viven Andreia y Leidiane, dos amigas, vecinas, compañeras, casi familia que pasan los días entre cervezas, hijxs, parejas y violencias. Si los hombres que viven en las favelas de Brasil son marginados y estigmatizados en y por las grandes ciudades, ¿qué ocurre con las mujeres? ¿Qué pasa con las mujeres que habitan esos territorios?
Si los hombres que viven en las favelas de Brasil son marginados y estigmatizados en y por las grandes ciudades, ¿qué ocurre con las mujeres? ¿Qué pasa con las mujeres que habitan esos territorios?
Los hijos de Leidiane hablan del padre que no está como si fuese un superhéroe que algún día va a volver a rescatarlos. Leidiane también lo espera, por eso ha decidido no estar con ningún otro hombre que no sea él. Andreia junto a Rose, otra vecina, le dicen -entre risas, confesiones y alcohol- que tiene que abrir su mente y experimentar ella misma sus deseos, dejar de reprimirse.
Las violencias que atraviesan nuestras heroínas no se reducen solo a las “guerras” entre los barrios, no son solo los tiros entre bandas de Río de Janeiro y Mina Gerais. Hay violencias pasadas que se cuentan en voz alta, para exorcizarlas, que se comparten para comprender el porqué de ciertas decisiones. Juliana Antunes pareciera volverse invisible, lejos de todo morbo o prejuicio, la cámara de Antunes acompaña a estas mujeres que ven pasar los días. Son dos mujeres que esperan, están continuamente esperando: Leidiane que su marido y padre de sus hijos salga de la cárcel mientras que Andreia hace los últimos planes para irse a vivir a un barrio de Santa Lucía llamado “Baronesa”.
El público irá armando el barrio como una red de mujeres poderosas que comparten charlas con duras críticas al matrimonio, conversaciones sobre el presente y el futuro en los umbrales de las casas, historias de experiencias sexuales (de las que querían vivir y de las que no, los abusos) que nos definen como sujetos políticos, en constante estado de alerta, en mujeres críticas de la realidad, que luchan día a día para transformar los espacios que ocupan.
Las que bailan
Llueve, por primera vez es de noche en la Juliana y casi veinte mujeres bailan zumba al ritmo de “La ametralladora”. Ellas bailan simulando tener entre sus manos un arma de fuego, la letra dice: “mujeres atrevidas en esta guerra mundial, les ordeno un movimiento criminal”. Tal como cuenta Mónica Santino, (jugadora de fútbol y DT del equipo “La Nuestra” de la Villa 31 en Buenos Aires, poner los cuerpos a moverse es una apropiación del espacio. El tiempo libre es un derecho, las grupalidades que se reúnen en las villas, en los barrios, son formas de vida, de resistencia feminista en tiempos donde el machismo mata, encierra y abusa. Son mujeres que esperan pero que también se animan, se empoderan la una a la otra, han sabido construir espacios seguros, de compañía y respeto mutuo. Entendiendo, tal vez, que los lazos entre ellas son la única defensa posible en este mundo hostil.
La “guerra mundial” de la que habla la canción podría entenderse no de bandos de hombres que se disputan territorios sino de la matanza del machismo -en toda América Latina- hacia la mujer latina, negra y pobre de las periferias, de los barrios marginados por las ciudades. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), anunció este año que “por cada 100 varones pobres en América Latina hay 118 mujeres y niñas en esa condición”. Sin dudas, el documental de Juliana Antunes pone en foco a estos cuerpos disidentes, creadores de nuevos tipos de transformaciones sociales.
Andreia piensa. Juliana la filma. La cámara nos acerca a sus reflexiones sobre la lluvia y los estados de ánimo. Tal vez esos momentos y la escena de los tiros sean las únicas donde Antunes pareciera decir “acá estoy, acá estuve y es necesario mostrar también esto”, luego la cámara desaparece, funciona como una ventana al mundo interior de ambas mujeres. Leidiane y Andreia cantan un fragmento del rap de los años 2000, “Povo da Periferia” de Ndee Naldinho: la vida cotidiana no es fácil en la periferia, hay muchas desigualdades del otro lado de las ciudades. Juliana Antunes nos muestra que en los barrios hay mujeres deseantes, que deciden cambiar de vida por un rato o para siempre. Que hay mujeres que entre cervezas y cigarros arman sus casas, construyen su futuro, sus historias, con risas, con errores, con dolores, con vidas y con muertes. Pero también con otras mujeres. Ahí se hacen fuertes.
El Festival de Mar del Plata además ha premiado a Juliana Antunes con el Premio INCAA del 3er Encuentro de Coproducción Internacional LoboLab para su próximo proyecto, Ida y vuelta Copacabana, producido Marcella Jacques, de Brasil.
Baronesa también ha sido distinguida en el Festival Internacional de Cine de Valdivia (Chile) como mejor largometraje internacional y logró ser la mejor película de la Competencia Óperas Primas en el Festival de Cine Internacional de Ourense (España): “porque la directora aborda con fuerza y una mirada sensible sobre términos urgentes como la intimidad y la sexualidad femenina, creando un retrato valiente y vital sobre los espacios de resistencia y perseverancia de las mujeres”.