Si nosotras paramos, el mundo se detiene. La consigna que cada 8 de marzo se repite en las calles de América Latina y el Caribe sigue siendo tan vigente como hace años, porque la realidad no cambia. Las mujeres continúan sosteniendo gran parte del entramado social a través de trabajos frecuentemente invisibilizados, precarizados o no remunerados, mientras la falta de políticas públicas y la desigual distribución de los cuidados perpetúan una crisis que aún no encuentra respuesta.
La crisis de los cuidados es un reflejo de la injusta distribución del trabajo en la región. En promedio, las mujeres dedican el triple de tiempo que los varones a tareas domésticas y de cuidado no remuneradas, limitando su acceso al empleo, la educación y la autonomía económica. En México, por ejemplo, las mujeres destinan en promedio 30.8 horas semanales al trabajo doméstico no remunerado, mientras que los varones solo 11.6 horas, según la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) de 2019. Esta desigualdad contribuye a la feminización de la pobreza: solo el 50% de las mujeres en edad laboral participa en el mercado de trabajo remunerado, en comparación con el 74% de los varones, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Incluso cuando las mujeres acceden al mercado laboral, a menudo lo hacen en condiciones de extrema precariedad. El trabajo doméstico remunerado es uno de los sectores más feminizados y vulnerables. Para el informe La autonomía económica de las mujeres en la recuperación sostenible y con igualdad, realizado por CEPAL, en América Latina y el Caribe, entre 11 y 18 millones de personas se dedican al trabajo doméstico remunerado, de las cuales el 93% son mujeres. Además, el 77% de las trabajadoras domésticas en la región carece de acceso a la seguridad social, lo que las deja sin protección en caso de enfermedad, desempleo o vejez.
En Argentina, la situación es aún más crítica. Según el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), en el último año se desmanteló el 90% de las políticas públicas de cuidado, afectando directamente a miles de trabajadoras y a quienes dependen de estos servicios. El salario real de las empleadas domésticas cayó un 22%, el de las trabajadoras comunitarias un 54% y el de las docentes un 29%. Además, un millón de niñeces perdieron su asignación familiar debido a recortes en los topes de ingresos y despidos de sus madres.
En Centroamérica, la crisis de los cuidados y la falta de acceso a una vivienda digna afectan de manera profunda a las mujeres, especialmente en contextos de violencia estructural y crisis económicas persistentes. Por ejemplo, en Honduras, donde más del 60% de la población vive en situación de pobreza, las mujeres y disidencias enfrentan barreras adicionales para acceder a empleo, seguridad social y servicios básicos. Según la CEPAL, el 87% de las trabajadoras domésticas en Honduras no tiene acceso a derechos laborales ni seguridad social, lo que las deja en una situación de extrema vulnerabilidad.
El derecho a la vivienda en clave feminista: ciudades para sostener la vida
La crisis del hábitat en América Latina y el Caribe afecta de manera desigual a las mujeres, las disidencias, las niñeces y las personas mayores. En la región, el 70% de los hogares en asentamientos informales están liderados por mujeres, muchas de ellas trabajadoras informales y jefas de hogar. Sin embargo, las ciudades han sido históricamente diseñadas sin considerar sus necesidades, dejando fuera del acceso a la vivienda digna a quienes sostienen la vida cotidiana en barrios y comunidades.
Pensar la vivienda desde una perspectiva feminista significa poner los cuidados en el centro de la planificación urbana. Significa diseñar espacios donde las niñeces puedan crecer en ambientes accesibles y seguros, con acceso a educación y recreación; donde las personas mayores no queden aisladas y puedan contar con redes de apoyo; donde las tareas domésticas y de cuidado no recaigan exclusivamente sobre las mujeres y disidencias. Un modelo de ciudad con esta mirada implica garantizar servicios básicos como agua, electricidad y saneamiento en todos los barrios, asegurando que las tareas domésticas no se transformen en una sobrecarga adicional para quienes ya sostienen la economía del cuidado.

En Honduras, la Cooperativa de Vivienda Marcovia (COVIMARL), fundada hace más de nueve años, es un ejemplo de organización comunitaria para garantizar el derecho a la vivienda y al cuidado. “Necesitábamos un espacio que nos permitiera vivir de manera digna, pero también que fuera sostenible en el tiempo”, cuenta Amada Martínez, integrante de la cooperativa.
El modelo de COVIMARL se basa en el cooperativismo de vivienda por ayuda mutua, un sistema que permite a las familias involucrarse directamente en la construcción de sus hogares y en la toma de decisiones. Además, cuentan con un fondo de socorro comunitario que garantiza que ninguna familia pierda su casa si atraviesa dificultades económicas. “Si una compañera tiene problemas para pagar, podemos ayudarle con ese fondo. Ya hemos evitado que varias familias pierdan su hogar”, explica Amada.
Pero la vivienda no es suficiente sin espacios de cuidado. La comunidad también identificó la necesidad de un espacio de cuidados para las niñeces, para que las mujeres puedan acceder a educación y empleo. “Nos dimos cuenta de que muchas compañeras no podían trabajar o estudiar porque no tenían dónde dejar a sus hijos, ¿Al cuidado de quién iban a quedar?”, se pregunta Amada, reconociendo que si las mujeres no creaban un espacio de cuidados nadie lo haría.
El Centro de Cuidados Comunitarios de COVIMARL abrió sus puertas hace tan solo un año, el 6 de enero de 2024, con dos mujeres de la comunidad a cargo del espacio. Actualmente, atienden entre 12 y 14 niñas y niños, en horarios fijos y eventuales. “Para algunas puede ser solo media hora, pero para nosotras es la diferencia entre poder salir a trabajar o no”, señala Amada.
La construcción del centro de cuidados no fue solo una obra física, sino un reflejo del espíritu cooperativo de COVIMARL. “La cooperativa destinó el terreno y nos capacitamos en técnicas de construcción”, cuenta Amada. El proyecto fue sostenido a través de la ayuda mutua, con el trabajo de las familias y el apoyo de cooperativas de vivienda de El Salvador y otras comunidades que tenían experiencias previas.
Hábitat y crisis climática: pensar las ciudades desde el cuidado
El acceso a una vivienda digna no solo depende de tener un techo, sino de habitar espacios que sean sostenibles y pensados para la regeneración de las comunidades y los territorios. En un contexto de crisis climática, las ciudades deben incorporar estrategias para mitigar los efectos del cambio ambiental, algo que en América Latina y el Caribe aún está lejos de ser una prioridad.
En los barrios populares y asentamientos informales de la región, las olas de calor, las lluvias intensas y la falta de acceso a agua potable afectan de manera desproporcionada a las mujeres y las familias a cargo de cuidados. “Por eso decidimos construir el centro con adobe mejorado, porque es un material culturalmente nuestro, pero también porque nos permite mantener la temperatura del espacio y hacerlo más fresco para las niñas y niños”, explica Amada Martínez.
Para ellas, recuperar técnicas ancestrales es también una forma de pensar el urbanismo desde una perspectiva de cuidado y soberanía. Desde esta mirada, la vida digna no puede ser un privilegio, sino un derecho. Ciudades con infraestructura que sostengan la vida y no que la precarice. Barrios donde el trabajo de cuidados no sea una carga individual, sino una responsabilidad colectiva. Modelos de hábitat donde la justicia social sea el punto de partida y no una promesa a futuro.
La historia de COVIMARL es un ejemplo de cómo las mujeres organizadas han dado respuestas concretas a problemas estructurales que los gobiernos siguen sin resolver. En este 8M, cuando miles vuelvan a marchar exigiendo derechos, su historia es un recordatorio de que la lucha por los cuidados y la vivienda es, también, una lucha feminista. Porque sin cuidados no hay vida, y sin vivienda digna no hay autonomía posible.