La madrugada del 29 de agosto de 2019, Iván Márquez, integrante de las FARC y ex cabeza del equipo negociador durante los acuerdos de paz entre las FARC y el gobierno de Santos firmados en 2016, anunció mediante un video que él, junto a Jesús Sántrich (otro integrante de las FARC) y múltiples integrantes del mismo grupo, abandonaban la vida civil para volver a las armas. Es decir, oficializaban lo que ya se sabía desde hace tiempo y nadie quería aceptar: la vuelta del conflicto armado. El retorno formal de la violencia legitimada. La vuelta a la guerra, que parecería ser nuestro estado natural.
El video entristece, pero no sorprende. Nadie está sorprendidx porque todxs sabemos que desde que el presidente Duque asumió en 2018, respaldado por el expresidente Uribe, no hubo un solo día en el que no asesinaran a líderes sociales, a ex guerrilleros de las FARC y en el que no intuyéramos el rearme de las formas más ruines de violencia del país. Es evidente y brutal el resurgimiento de los grupos paramilitares en los territorios más vulnerabilizados del país, que habían quedado acéfalos cuando las FARC se desmovilizaron y que tampoco fueron ocupados por el Estado, que nunca llegó. Porque el Estado en Colombia nunca llega, nunca cumple y nunca está. Así que lo que vimos esta mañana, la mayoría de nosotrxs con tristeza y angustia, muchxs otrxs dándose la razón sobre su cinismo y algunos otros celebrando, es la crónica de una guerra anunciada que nunca realmente se fue, pero que durante un breve periodo en el que las fuerzas de la racionalidad parecieron alinearse, pudimos creer que sí.
Sin embargo, esta no es la primera vez que Iván Márquez hace su retorno a la clandestinidad. En 1986, ese mismo Márquez era representante a la cámara por Caquetá. Ocupaba un cargo público para el que había sido elegido democráticamente. Un año después, frente al genocidio de la Unión Patriótica -que en 2014 sería reconocido como un crimen de lesa humanidad en el que fueron asesinadxs más de cinco mil militantes políticos, incluidos dos candidatos presidenciales-, acorralado por las amenazas y por la incapacidad del Estado colombiano para garantizar su vida y su ejercicio político, Márquez abandonó la vida civil, así como ahora, para refugiarse en la selva infinita que parece ser la colombiana en lugar de exiliarse.
No puedo dejar de pensar en la imagen de hace 30 años y en la de ahora. Aunque el contexto es diferente y aunque muchos consideramos la postura de Márquez como incorrecta y más desconsiderada -teniendo en cuenta que la mayoría de sus compañeros siguen en la vida civil, defendiendo la paz- hay un actor constante detrás de la miseria y la violencia: atrás de esta escena y de la de hace 30 años estaba también el Estado colombiano. El Estado siempre en las mismas manos invisibles de los intereses de los privados y de los señores que negocian, especulan y asesinan sin consideración alguna. El Estado incapaz de defendernos, de garantizarnos derechos, el estado que asesina muchachos y los hace pasar por guerrilleros, el Estado que roba, saquea, rompe la tierra en dos, seca los ríos, tala las selvas, el estado patriarcal, brutal y femicida sólo conducido por hombres hijos de otros hombres violentos y machistas. El estado en Colombia es nuestro peor enemigo.
¿Por qué? Porque el Estado en nuestro país siempre estuvo en manos de los mismos. Porque desde que legitimamos la muerte y el asesinato de cualquiera que exprese descontento y oposición, el Estado siempre ha sido arma y herramienta de saqueo, hambruna y violencia.
Escribo esto con tristeza y angustia. Lxs muertxs, como siempre, los pondrán otros y otras. Los cuerpos afectados por la guerra estarán siempre lejos de mi cuerpo, que ni siquiera vive en ese país y de mi familia con privilegios, pero esos cuerpos estarán, como han estado siempre, mutilados y asesinados en ríos y carreteras alejadas de las capitales. Escribo esto con un nudo en la garganta que no me es ajeno, como la imagen de Márquez abandonando la vida civil. Escribo esto y pienso en la frase de Simone de Beauvoir que habla de lo escandaloso que es acostumbrarse al escándalo, y pienso en nuestras emociones como colombianxs que ya están hechas de cuero y nuestras ilusiones frías por tanta guerra y tanto muerto. En un rato se nos va a pasar y finalmente, como siempre, no vamos a poder hacer nada, porque en Colombia los malos siempre ganan y no hay esperanza que no se rompa ante la dureza de la realidad.
Pero también escribo esto y pienso en Victoria Sandino, ex guerrillera de las FARC y ahora congresista comprometida con la construcción de una paz duradera y feminista. Si ese Estado es el mismo y ese Iván Márquez -más avejentado- también, nosotras ya no somos las mismas, nuestras ilusiones están en otras formas de construir y hacer política, finalmente está Victoria defendiendo la paz feminista y estamos todas nosotras imaginando un nuevo mundo, que es la mejor herramienta que tenemos para defender lo que todavía ni siquiera pudimos experimentar: un país en paz. Nosotras no podemos caer en la desesperanza, así estemos acostumbradas y sea lo único que conocemos. Así sea tentador y así sea el título de esta columna. Parafraseando a Cristina, nosotras somos militantes políticas y feministas, tenemos la obligación (así ahora cueste) de ser optimistas, porque si no creemos que podemos cambiar las cosas, nos tenemos que ir a nuestras casas.
Pasaremos la bronca y la tristeza, pero con el feminismo le haremos frente a la violencia del Estado, a la guerra, a la desidia y a la indiferencia.