Dora Ríos y Stella Morales fueron enfermeras durante la Guerra de Malvinas, sin embargo, no se conocen. Dora trabajaba en el Hospital Naval Puerto Belgrano en Punta Alta y Stella en el Hospital Reubicable en Comodoro Rivadavia. Nunca hablaron entre ellas pero las dos pelean contra lo mismo: los recuerdos dolorosos de aquel tiempo, el silencio y el olvido. A 40 años del comienzo de la guerra recorremos sus historias.
Era 1976 cuando Dora hizo las valijas y dejó su Santa Fe natal para mudarse a Punta Alta, en la provincia de Buenos Aires. Había recibido el título de enfermera en la Cruz Roja Argentina y sus hermanos militares la invitaron a que se uniera al cuerpo de la Armada Nacional. Rindió los exámenes necesarios y comenzó a trabajar en el Hospital Naval de Puerto Belgrano ese mismo año. Ahí estaba junto a otras 170 enfermeras cuando el 2 de abril comenzó la Guerra de Malvinas. “No nos decían que era una guerra. No sabíamos nada al principio. Nos hablaban de operativos y, como era una base naval, operativos había siempre. Una vez que terminó, nos dijeron que no contemos nada a nadie de lo que habíamos vivido, que no hablemos, que era un secreto, un secreto de Estado. Y nosotras éramos muy obedientes”, cuenta Dora a LatFem. En ese entonces ella tenía 26 años y un marido. Durante casi 33 años no dijo nada a nadie. A nadie. Y nadie incluye a su marido y, luego, a sus dos hijxs.
Pero Dora también tenía sus propios secretos en el hospital. No le había contado a nadie que mientras atendía a los soldados que llegaban al borde de la muerte, trabajaba días y días seguidos sin descansar, estaba embarazada de su primera hija, Noemí Elizabeth Lucero.
Dos años después de que la Guerra por Malvinas terminara, Dora le dijo a su marido que se quería ir de Punta Alta, quería alejarse de ahí. Eligió volver a su provincia, pero a la ciudad de Rosario. “Porque es la ciudad de nuestra bandera, yo amo a mi país, amo mi bandera, amo el monumento”, dice Dora mientras ceba un mate. El termo tiene un sticker de las Malvinas y la bandera celeste y blanca. Ahí vive ahora, desde 1984, ahí crió a Noemí y a Ezequiel Nicolás. Ahí volvió a trabajar en hospitales, en terapia intensiva y en cirugía cardiovascular atendiendo a pacientes recién operados.
“A veces, cuando ingresaban ex combatientes o había veteranos internados, otros pacientes me decían: ‘mira, ese es un loquito de la guerra, tené cuidado’. Eso me abría una herida ¿Te imaginas si hubiera dicho que yo también era otra loca de la guerra? Entonces nunca quise decir lo que había hecho”, cuenta Dora. Aunque la guerra no salía de su boca, cuando llegaba un paciente delicado, imaginaba que todavía estaba en la guerra atendiendo a los heridos. “Era mi propia guerra, un proceso interno mío”.
El silencio comenzó a resquebrajarse para Dora hace siete años. Poco antes de jubilarse “se los conté para que ellos (su marido e hijxs) el día de mañana sepan realmente mi historia y para que cuando nosotros ya no estemos también la puedan contar”. Una vez que empezó a hablar, no paró.
—Tengo que poder decir para sanar mi corazón.
Sus ex compañeras agrupadas en Enfermeras Civiles 1982 HNPB (Hospital Naval Puerto Belgrano), cuenta, estaban sorprendidas de que aquella mujer que tanto había callado ahora hablara en todos lados. La organización que hoy preside Susan Lilian Gómez reúne a enfermeras y ex enfermeras veteranas de la Guerra de Malvinas de diferentes provincias del país, que se organizan para conseguir donaciones y hacer trabajos comunitarios y solidarios en los territorios. Dora, particularmente, fundó hace seis meses, junto a hijas de ex combatientes y veteranos, la organización Mujeres por Malvinas de Rosario, desde donde articulan con merenderos de los barrios y escuelas. La agrupación de Enfermeras Civiles recibió a lo largo de estos últimos años muchos reconocimientos y distinciones en distintas localidades y de parte de distintos organismos, sin embargo siguen sin ser reconocidas oficialmente como veteranas de guerra. Algo por lo que vienen luchando.
Pisar Malvinas
—¿Por qué nosotras que estuvimos en el continente, que hicimos enfermería, no merecemos el reconocimiento como veteranas?
“Malvinas es causa nacional, es causa de orgullo nacional. Quienes lucharon en Malvinas, quienes defendieron en condiciones, a veces, totalmente desfavorable el sentido de soberanía, de dignidad nacional, son una cuestión de orgullo y son una referencia constante para todos los argentinos. Nosotros sí lo reconocemos permanentemente y lamentamos profundamente el olvido”, declamó el 21 de julio de 2005 el entonces Presidente de la Nación, Néstor Kirchner. En ese acto, anunciaba la firma del decreto por el cual se le otorga pensiones honoríficas a los Veteranos de Guerra del Atlántico Sur.
En la ley argentina sólo es considerado veterano de guerra la persona que pisó las islas o que haya estado dentro de cierto perímetro de las mismas y las enfermeras no entran en esas categorías. En las listas originales sólo figura una sola mujer, Liliana Colino, que probó haber pisado las Malvinas. En tanto, las que trabajaron en los centros de la Fuerza Aérea son reconocidas simbólicamente como “veteranas” por esa institución, pero en los hechos no reciben la pensión vitalicia.
Recién en 2021, Alicia Reynoso y Stella Morales fueron reconocidas como veteranas de guerra después de haber llevado a juicio al Estado. El fallo de Alicia se conoció en mayo y el de Stella, en julio. Les llevó once y siete años respectivamente el proceso judicial. Los jueces incluyeron entre sus argumentos el proyecto de ley que fue presentado el año pasado y que promueve el reconocimiento como veteranxs a quienes tuvieron distintas tareas durante la guerra, también en el continente.
“Es muy triste esa grieta entre quienes pisaron las islas y quienes estuvimos en el continente, como si la guerra hubiese sido sólo en un lugar. Las enfermeras estuvimos ahí desde los inicios hasta el final atendiendo a los heridos en combate. Yo no pienso en la pensión ni el certificado, me considero veterana de guerra porque he participado de un conflicto bélico, no levantando un arma y matando, sino batallando contra el dolor y las heridas del cuerpo y el alma de los soldados que llegaban de ese infierno”, dice Stella Morales a LatFem.
Ella nació en Córdoba y en 1981 ingresó en la Fuerza Aérea. Era enfermera militar del Hospital Aeronáutico de Pompeya, en la ciudad de Buenos Aires y tenía 27 años cuando la convocaron junto a otras trece enfermeras a ir al Hospital Reubicable que estaría en las Islas Malvinas. Sin embargo, los planes cambiaron en el trayecto y el hospital se ubicó en la cabecera del aeropuerto de Comodoro Rivadavia, en Chubut. Allí llegó Stella en el primer grupo.
Alrededor de 1200 kilómetros separan al Hospital Naval de Puerto Belgrano en Punta Alta —donde trabajó Dora Ríos— de la ciudad de Comodoro Rivadavia donde estuvo Stella durante los dos meses y doce días que duró la guerra. En ese tiempo, 649 soldados argentinos murieron y más de mil resultaron heridos. Ambas tenían la misma tarea: atender heridos, curarlos, salvarlos de la muerte. Y para ambas, mantener el silencio fue una orden.
“Nosotras como enfermeras militares estábamos bajo órdenes de guerra y debíamos obedecer. No podíamos hablar ni siquiera entre nosotras. No era tema del día, ni del fin de semana, ni del franco. Cuando terminó la guerra, resultó que quedamos en silencio, nos guardamos. Cada una se sumió en su dolor y en sus recuerdos. Se fue haciendo carne y nos fuimos encerrando cada vez más”, dice Stella.
A fines de 1983, Stella pidió la baja de la Fuerza Aérea, siguió trabajando como enfermera en distintos hospitales de la ciudad de Buenos Aires, se casó, tuvo dos hijos y retomó la carrera de Artes Plásticas que había abandonado. El arte, dice, la ayudó a tramitar algunas experiencias y emociones. Pero siguió sin decir nada de lo que había vivido entre abril y junio de 1982. Y el silencio se amalgamaba con el olvido. A pesar de que en los años ‘90 el Congreso de la Nación les otorgó un diploma y una medalla a las enfermas del Hospital Reubicable y la Fuerza Aérea le había entregado un certificado, la memoria colectiva parecía no nombrarlas. “Lamentablemente la Fuerza Aérea se olvidó de anotarnos en las listas de personas que habían participado de la guerra, ni nos convocaban a los actos, nadie nos mencionaba, nos decían que éramos truchas, casi dejamos de existir”, recuerda hoy Stella. Hasta que en 2011 su amiga y compañera Alicia Reynoso la llamó por teléfono y le dijo: “Tenemos que pelear por nuestro reconocimiento, por nuestra visibilización”. Desde aquel momento se hicieron más cercanas y para ir desgarrando el silencio comenzaron a dar charlas en colegios sobre el papel de las mujeres en la guerra y sobre sus tareas como enfermeras.
Nombrarse. Dibujar su existencia en esa guerra. Los textos, los documentos, los libros que no las reconocían, no las mencionaban. Ni a ellas como enfermeras, ni a las radio operadoras, ni a las instrumentistas quirúrgicas. Hasta que en 2014, la historiadora Alicia Panero publicó el libro Mujeres invisibles en el que recupera la historia de aquellas profesionales militares y civiles que participaron de la guerra. Fue en ese mismo año en el que Stella decidió comenzar el juicio para ser reconocida como veterana de guerra. Las mismas autoridades de la Fuerza Aérea le dijeron que iniciara el juicio al Estado si quería ser considerada oficialmente. Y cuatro años más tarde, la propia Alicia Reynoso publicó el libro Crónicas de un olvido: mujeres enfermeras en la Guerra de Malvinas. Su objetivo estaba claro: quería que las enfermeras dejaran de ser “un grupo de mujeres NN vivientes entre nuestros pares”. Esa convicción de recuperar su historia y compartirla, de dejar de ser sombras apenas en la construcción colectiva de la guerra fue lo que también las llevó a participar del documental Nosotras también estuvimos de Federico Strifezzo, donde por primera vez ambas junto a Ana Masitto volvieron luego de 37 años a Comodoro Rivadavia, al mismo sitio donde estuvo emplazado el Hospital Reubicable.
“Son cuarenta años que teñidos de mucho dolor —y sobre todo de mucha violencia, porque el silencio también es violencia—. Fuimos sumidas en un silencio tan tremendo que por poco no nos sacan de la historia. Pero todas seguimos caminando, tratamos de sobrevivir y apostar a la vida. No nos quedamos encerradas en el año 1982 con nuestros tristes recuerdos, pero igual están esas heridas que no van a cerrar”, reflexiona Stella.