“Dicen las raíces. Mujeres en la dictadura uruguaya”: un nuevo archivo para las memorias en plural

Para la periodista, escritora y colaboradora de LatFem, Azul Cordo, reconstruir biografías de las mujeres en la dictadura uruguaya fue como “ver una arena invisible que cae en un reloj que casi nadie mira”. Esa es la tarea del periodismo feminista: disputar sentidos y revisar la historia oficial para construir un nuevo archivo para las memorias en plural. “Dicen las raíces”, publicado recientemente por Lumen, es su primer libro. En el 50 aniversario del golpe de Estado de 1973 compartimos un adelanto, parte de una de las 10 historias que componen la publicación: la de Circe Maia, escritora, poeta, profesora y traductora uruguaya. Un relato que evidencia que la violencia política ya se vivía desde antes del 27 de junio de 1973, en Tacuarembó, más allá de Montevideo.

Circe Maia Querella a una fantasma

La casa de dos plantas a la que Circe Maia y Ana Nira Ferreira vuelven un día después de forzar el azar tiene un frente de venecitas beige y aberturas de madera. Está a una cuadra de la terminal de ómnibus de la onda y de la plaza 19 de Abril, a pocos pasos de donde empieza la céntrica avenida 18 de Julio en Tacuarembó. La mujer y la niña vienen de encontrarse con un preso político a bordo de un tren. El prisionero viajaba como pasajero común en un vagón de segunda clase. Bajo el número de puerta hay una placa de bronce: «Dr. Ariel Ferreira, médico». Pero el doctor Ariel no está.

El médico de los pobres del Barrio López, internista fundador de la Corporación Médica de Tacuarembó (comta), lleva un año y medio preso —no digas «preso», decí «detenido»—, bajo el eterno versito: «Atentado a la Constitución en el grado de conspiración», un delito no excarcelable, con pena de dos a seis años de penitenciaría. Ariel Ferreira integraba el grupo de sanidad tacuaremboense del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (mln-t), una célula cuya responsable era la enfermera Teresita Almada. Él nunca manejó un arma de fuego y no había llegado a atender a nadie de la organización herido en combate, aunque había jurado atender a todo el que lo precisase. Ariel Ferreira es el marido de Circe Maia, es el padre de Ana Nira.

El cuaderno donde Circe escribió “Un viaje a Salto”.

Eran las diez y media de la noche del 8 de enero de 1974 cuando Circe Maia y Ana Nira Ferreira tomaron un ómnibus de la onda hacia Paso de los Toros. En esa estación, a 130 kilómetros del centro de Tacuarembó, pararía el tren que venía de Montevideo y se dirigía hacia Salto. En esa máquina viajaba el doctor Ariel. Era la primera vez en un año y medio que Ana Nira lo vería sin una mesa entre ellos. Estaba optimista. La tercera hija del matrimonio Ferreira Maia pensó: «Vamos a respirar el mismo aire».

El 9 de enero, Circe y Ariel cumplían diecisiete años de casados. Era miércoles. Las visitas en el cuartel de Salto, que funcionaba como prisión política, eran los sábados. Pero los aniversarios de matrimonio o los cumpleaños podían habilitar visitas especiales, según el humor dictatorial, tal era la discrecionalidad.

*

Isis Maia, hermana menor de Circe, se había quedado en la casa de venecitas beige, junto con las dos empleadas domésticas, para cuidar a sus sobrinos Alicia, Elena, los mellizos Carlos y Jorge, y la pequeña Anita, que ya caminaba por todos lados.

Cuando Circe y Nira volvieron de ese viaje tan onírico, Isis le dijo a su hermana:

—¿Por qué no escribís lo que vivieron, antes de que se te olvide?

Circe le planteó la misma idea a Ana Nira, que todavía llevaba puesto el vestido marinerito blanco de bordes azules con el que había pasado frío durante el viaje, aunque era pleno verano y estaban en el norte del país.

Al día siguiente, buscaron un cuaderno de tapas negras y una birome, se sentaron en la mesa ovalada del comedor, donde, puntualmente, cada mediodía y cada noche se reunían a almorzar y a cenar todos los Ferreira Maia.

—Escriba m’hijita —recuerda Circe que dijo.

O tal vez haya dicho:

—Nirita, escribí tu parte, después yo escribo la mía.

O quizás:

—Anotá, Nirita, todo lo que te acordás, todo lo que puedas.

Importan los detalles, la realidad está llena de ellos y una los pierde. Circe no quisiera olvidar nada, por eso escribe. En el mismo movimiento hace un ejercicio filosófico: escribe para poner orden al caos.

«Estos son los recuerdos de Nira y después están los míos. ¿Cómo serán los tuyos?» es el acápite en la primera página del cuaderno. La letra cursiva de Nira, con ribetes entusiastas, comienza por el título: «Viaje con mi papá en tren a Salto».

Salimos con mi mamá de noche a las 10 y 1/2. Mi madre se quería encontrar con él en el tren que venía de Montevideo, con él y unos soldados vestidos de ropa particular. Primero salimos para Paso de los Toros en O.N.D.A… Mamá me llevó a mí por si a ella no la dejaban hablar con él un rato; a mí, que era la hija y era chica me podían dejar charlar con él.

El relato de la niña de once años se extiende por seis páginas. En el original no aparece la referencia al aire asfixiante del ómnibus, en la versión impresa tampoco. Pero en el recuerdo oral, hoy, sí:

—Cómo me acuerdo el humo en la onda, todo el mundo fumaba.

Nira dibuja volutas con sus manos. Está sentada en el mismo living donde hace cincuenta años escribió esta historia, frente a la estufa donde se quedaba dormida y su papá la aupaba para acostarla en el cuarto de arriba. Tiene sobre su regazo varios cuadernos de Circe, las hojas amarronadas, el enrulado oscurecido: han pasado medio siglo oxidándose. El sol del mediodía entra a rayas, suave, filtrado por una rojiza persiana americana —en la luz de estos días podemos apoyarnos—.

El cuaderno de tapas negras donde escribieron Un viaje a Salto se guarda en un rincón especial de una biblioteca del living. La misma en la que Circe protege la edición valenciana de Teogonía, de Hesíodo, ese libro donde aparece su nombre de diosa griega. Editado en 1931, el ejemplar había pertenecido al padre de la escritora, Julio Maia, y ella lo recuperó cuando murió la segunda esposa del escribano.

En el borde superior de cada hoja del cuaderno de tapas negras Nira dibujó caritas que condensan la sensación que transmite cada línea. Es la prehistoria de los emojis: una nena sonriente (comienza el viaje); una nena enojada, los ojos grandes, la boca hacia abajo (el soldado le dice a Circe: «¡O se queda quieta o la bajo del tren!»); una lágrima se desprende del ojo de la nena («Mamá estaba que se le caía el corazón al suelo»).

Una crónica, un registro de los hechos únicos e irrepetibles, en un tiempo y lugar determinado. Un viaje a Salto es la única obra de este género literario que la poeta nacida en Montevideo el 29 de junio de 1932, residente en Tacuarembó desde 1962, escribirá en toda su carrera. Una crónica publicada por primera vez recién trece años después de lo vivido, en 1987, por Ediciones del Nuevo Mundo; reeditada en 1992 por Banda Oriental y en 2018 por Rebeca Linke Editoras; con ediciones en Estados Unidos (The University of Chicago Press, 2004, traducida al inglés por Stephanie Stewart), en Jordania (traducida al árabe por la escritora iraquí Sarah Ahmed en 2011, reeditada en 2018) y en España (Las Afueras, 2021).

El capítulo completo de este adelanto en “Dicen las raíces”, de Azul Cordo publicado por Lumen en junio de 2023. Disponible en Uruguay en formato físico.