El club de mi barrio: resistencia, cultura y comunidad

Juntarse como hecho contracultural, sostener espacios de contención que se transforman en refugio. Ayelén Pujol cuenta lo que hacen desde el deporte y la cultura los clubes Huracán de Posadas; el 2 de abril en Lomas de Zamora y la Cultura del Barrio en Villa Crespo.

FOTOS: Sol Avena

En Posadas, Misiones, hay alerta amarilla por frío extremo. En el club Huracán preparan las camas para recibir, otra noche más, a personas en situación de calle. Marcelo Benítez, que participa de esta campaña solidaria desde hace cinco años, cuenta que este invierno todo está más difícil: el frío y el contexto. Hay socixs y vecinxs que colaboran como pueden. Hoy la buena noticia es que un señor acercó el arroz con pollo que le sobró porque se acordó del club y la movida, y trajo para que la gente comiera.

En diciembre de este año Huracán cumplirá 92 años de historia y desde el puntito en el mapa en el que está ubicado da varias batallas políticas, quizá sin proponérselo. Una, contra la idea de que los clubes de barrio tienen que dejarle lugar a las sociedades anónimas deportivas (SAD). Otra, frente al mensaje individualista. En Posadas, como en cualquier parte, nadie se salva solo y Huracán pone garra y corazón. Entonces, de noche, el club se convierte en hogar de asistencia.

En la sede que está sobre la avenida Santa Catalina acondicionaron un espacio del primer piso con 15 camas. Cuando terminan las actividades (hay patín, judo, boxeo, ping pong, vóley, hockey, bochas y fútbol 5) empiezan a llegar las personas a descansar. Aunque, en tiempos de crisis, hay veces que la demanda aumenta.

“Las personas ingresan, cenan, tienen un lugar para ducharse y pasan a la habitación. Tenemos lugar para 15, pero anoche vinieron 20. El club tiene un escenario, en el salón grande, así que pusimos ahí colchones y frazadas para el resto”, cuenta Benítez, que es parte de la Comisión Directiva del club.

Marcelo se acercó a Huracán por esta pata social y no por lo deportivo. Empleado público de 51 años quería ayudar y encontró aquí la posibilidad de dar una mano a quienes menos tienen. Cuenta que Huracán articula con el Estado: “En el club no nos da el cuero para cocinar, así que firmamos un convenio con el Ministerio de Desarrollo Social de la provincia y nos asisten con ropa de cama, cena y desayuno. El municipio pone los vehículos para traer a la gente y así funcionamos todo el invierno”.

Juntarse como hecho contracultural, pensar mejores mundos posibles o vínculos afectivos sanos, sostener espacios de contención aparecen hoy como ejercicios para enfrentar la angustia del avance de la ultraderecha.

Este año, dice, ve personas más jóvenes pidiendo ayuda. “Hay gente que tuvo problemas familiares o de adicciones, pero cuando hablás también escuchás que hay muchos que perdieron el trabajo y no consiguen; no pueden pagar un alquiler o tuvieron que vender sus cosas y salieron a la calle”, cuenta.

En estos días, con temperaturas casi desconocidas para los y las misioneras, según cuenta Benítez, pusieron énfasis también en buscar capacitaciones y cursos para ofrecerles y hace unos días recibieron la visita de un grupo de médicos del sistema público de salud que revisaron a quienes duermen aquí. A algunos los medicaron por casos de gripe y un hombre que tenía un golpe en la cabeza fue llevado al hospital por precaución.

Mientras el presidente Javier Milei no dice fútbol sino que habla de soccer o insiste en que hay clubes europeos que quieren comprar entidades argentinas porque las sociedades anónimas deportivas (es decir, la conversión de asociaciones civiles en empresas privadas) es lo mejor para el país; mientras la economía y la vida está en deterioro, hay clubes –y socios y socias, vecinos, vecinas, personas comunes– que se organizan para reparar las heridas sociales que las decisiones políticas generan. Hacen rancho como salida.

En Posadas, Huracán tiene 50 socixs activxs que pagan la cuota mes a mes, más todes quienes no pueden pero se acercan a alentar o dar una mano en lo que sea.

Y en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, en el club 2 de abril, un puñado de madres y padres empujan para que todo un barrio contenga a los pibes y pibas de Santa Catalina, en Ingeniero Budge. El fútbol es la excusa: 10 categorías de niñes y adolescentes de primera infancia hasta los 15 años, más los que concurren a la escuelita recreativa, pasan por ahí. Rosa Anger empezó a ir para llevar a su hijo hace 13 años y hoy es la secretaria, pero cumple funciones organizativas clave. Por ejemplo, es quien pelea para que se lleve a cabo la Copa de Leche y que les pibis puedan tener una merienda garantizada.

Rosa tiene 48 años. A los 11 se mudó a Santa Catalina desde Misiones con su mamá y sus hermanos. A los 17 tuvo al primero de sus tres hijos. Sabe lo que es pelearla. En la pandemia cerró la fábrica en la que trabajaba, y abrió un kiosco en su casa. Por entonces ya organizaba ollas populares en el barrio. El club es el espacio desde donde, junto a otras 30 personas, empuja para paliar la crisis.

“Hoy se nota mucho la necesidad de los chicos. Te preguntan si tenés yerba, si tenés azúcar, si tenés algo para darles”, cuenta. Es martes, feriado por el 9 de julio, y Rosa pide hacer una pausa en la charla para darse una ducha caliente porque pasó el día en el club y está helada. Al regreso, sigue: “Lamentablemente peleamos mucho para conseguir la mercadería para sostener la Copa. Pero bueno, si no conseguimos usamos los fondos del buffet para comprar lo que podamos. Acá damos mate cocido con leche o solo, si conseguimos damos chocolatada, pan, tortas fritas, bolitas. No es mucho lo que necesitamos para hacerla: leche, harina, azúcar, yerba, té. Yo mangueo porque es para los pibes”.

En 2 de abril el fútbol es mixto. Y cuenta con una organización comunitaria: son las mamás y los papás quienes administran cada categoría, y aquí también se dan clases de taekwondo. Pero sobre todo se arma red.

“Son tiempos difíciles. Creo que acá hay emergencia alimentaria, de salud, de seguridad. Y el club ayuda a sacar a los pibes de la calle. Los chicos entrenan todos los días, a veces estamos hasta las 9 de la noche. Vamos tapando problemas como podemos y avanzando, porque hicimos obras, hicimos ampliación, sacamos el techo de chapa, todo con fondos que juntamos por campeonatos, por bingos, por venta de locro. Ahora les compramos la ropa de invierno a los 120 chicos que tenemos compitiendo en la liga, ropa abrigada”, cuenta Rosa.

En cada respuesta repite que buscan y siguen buscando mercadería para hacer la Copa de Leche: “Con el frío es necesario cuidar la merienda en la semana”.

La noticia salió en varios medios: el Manchester City estaba interesado en comprar un club en Argentina. Casi nadie se preguntó cuántos integrantes de la vida de los clubes estaban dispuestos a vender algo mucho más grande que una cancha o un equipo de fútbol de varones. El universo de entidades en el país es inmenso. Hay algunas con origen histórico, como Huracán de Posadas, pero hay otras que nacen del deseo de juntarse. A ver si queda claro: acá la gente se junta, arma tribu, consigue espacios, teje estrategias de supervivencia. Y las defiende. Como en 2 de abril en Santa Catalina. O como en la Cultura del Barrio en Villa Crespo, en la Ciudad de Buenos Aires.

Un grupo de amigues que formaba parte de la organización Acción Antifascista, que había participado del Movimiento de desocupados, buscaba un lugar de pertenencia. Eligieron Villa Crespo, alquilaron un galpón en octubre de 2012 y hoy son parte de un espacio deportivo, cultural y autogestivo que propone lógicas contra el individualismo y la crueldad.

El edificio de la calle Murillo está abierto de lunes a lunes. Gabriela es una de las socias fundadoras y es quien trata de ponerle palabras a la identidad que crea la Cultura del Barrio en quienes lo habitan o lo visitan: “Una de las actividades que nos hizo crecer es el boxeo y creo que es porque tiene que ver con lo barrial, pero además porque acá se practica bajo la propuesta de disfrutar del deporte, sin prejuicios, para todes, que sea un lugar de encuentro”, dice.

Eso que surgió como un grupo de 10 amigues tiene hoy por semana alrededor de 500 personas transitando el espacio, entre charlas, shows, muestras, talleres, espectáculos de música, ferias, entrenamientos. Y claro, con el barrio como protagonista: “Acá cualquier persona del barrio que quiere llevar adelante una propuesta tiene las puertas abiertas”.

Juntarse como hecho contracultural, pensar mejores mundos posibles o vínculos afectivos sanos, sostener espacios de contención aparecen hoy como ejercicios para enfrentar la angustia del avance de la ultraderecha.

En la Cultura del Barrio todos los fines de semana se juntan alimentos para distintos comedores en los eventos culturales, se retiran ahí bolsones de verdura que se pueden comprar a precios accesibles y si la asamblea del barrio necesita reunirse por mal clima usa el espacio.

Gabriela nació en el Hospital Méndez, es de Villa Crespo y dice que hoy también enfrentan la gentrificación en el barrio. A la Cultura del Barrio las fuerzas de seguridad de Patricia Bullrich la allanaron en 2018. Los y las vecinas salieron a defender el espacio. En este contexto el temor también está vinculado al lugar: “Somos un club reconocido por Ciudad y Nación que no tiene espacio propio, así que estamos atados a lo que decidan los dueños de las propiedades que habitamos”, dice Gabi.

También remarca que después de la pandemia se dieron cuenta de lo importante de construir comunidad: “Nuestro espacio es necesario para las generaciones que vienen. Uno de nuestros mensajes más claros en el área deportiva es contra todo prejuicio, somos un espacio inclusivo en el que no se tolera la violencia. No podríamos estar de acuerdo con alguien que acompaña las ideas neoliberales porque esas dinámicas son violentas y van en contra de todo lo que sostenemos”.

Y no sólo tienen acciones en Villa Crespo. En la Isla Maciel llevan adelante un proyecto de boxeo popular con la idea de garantizar el acceso al deporte para los pibes y pibas y brindarles una mano en lo que necesite la comunidad. Los niños y niñas que van a las clases toman ahí la merienda.

–¿Cómo es sobrevivir como club en tiempos de Milei, Gabriela?

–Nuestra mayor acción política es abrir el club todos los días. Entendemos que es muy importante que existamos. Acá se acerca cada vez más gente joven a tocar con sus bandas, por ejemplo. Que vean que existimos, que lo comercial no nos atraviesa les abre la cabeza o les hace pensar que existen otras formas.