El enigma del padre

En La otra hija de Santiago La Rosa (Editorial Sigilo), un hombre enfrenta los presagios sobre su hija develando el pasado ominoso de su propio padre. El modo de construir la paternidad en la novela dialoga con las reformulaciones de los lazos parentales instalados por la teoría feminista y por los activismos. El padre, en la novela, es un enigma; figura opaca que exige la reconsideración de los fundamentos de la familia. “La ficción de la sangre, apoyada sobre la idea de un aglutinante “natural”, biológico o genético, es engañoso”, escribe Marcos Zangrandi en esta reseña.

Según el clásico de Suetonio Vida de los doce césares, el asesinato de Julio César fue vaticinado por numerosos presagios. Entre ellos, un pájaro que se había colado en la curia pompeyana fue perseguido, apresado y despedazado sin piedad por otras aves. Una imagen paralela funciona como disparador de La otra hija de Santiago La Rosa. Un pájaro choca contra un vidrio de la casa de las sierras donde una familia busca paz, lejos de la vida estresada de Buenos Aires. El animal permanece herido y atontado; luego se refugia entre las piedras a esperar su muerte. Los ojos abiertos del pájaro en agonía le advierten al narrador, un joven padre treintañero, sobre el destino que se cierra sobre su familia.

Es que, después de haber nacido su hija Luna, este hombre ha recibido un mensaje de su padre con la carta astral de la niña. Las predicciones son sombrías. Proyectan una vida difícil y conflictiva. El oráculo socava de inmediato la armonía que parecía aparejar el nacimiento de Luna. A su alrededor se reiteran las amenazas y se ponen de manifiesto las señales de la discordia. Por esto la mirada del joven padre se vuelve temerosa –en ocasiones, por la enumeración de los detalles, paranoica– frente a los peligros que parecen asaltar una y otra vez a Luna.  

Pero estas tribulaciones son solo uno de los efectos que provocan las predicciones. A la manera de un impacto inverso, el padre del narrador (ese que envió la carta astral) se esfuma y sólo se comunica esporádicamente enviando imágenes misteriosas. El narrador comienza a investigar a ese padre, un hombre exitoso, elegante y mundano, que sin embargo tuvo una tragedia de joven (el asesinato de su hija en manos de su primera esposa, que luego se suicida). Las averiguaciones entre amigos y familiares van oscureciendo progresivamente esta figura: un presunto farsante y un mentiroso, tal vez un embustero y un advenedizo seductor, acaso un asesino. La investigación va sumando informaciones solapadas sin que ninguna de ellas alcance a definir el pasado de este padre. El efecto es doble: las premoniciones sobre Luna se acrecientan y se redimensionan con la irrupción de cada uno de los rasgos negativos de su abuelo. Las sospechas obsesivas alrededor de los hijos ponen a esta novela en diálogo con Distancia de rescate de Samanta Schweblin; más aun, el trazado de la figura destructiva del padre y su peso sobre la trama familiar vincula a La otra hija con La sucesión de Cynthia Edul y sobre todo con El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza. 

La otra hija no opera con figuras novedosas del espectro del género. De hecho, su propuesta parece distante del marco contemporáneo de diversidades y de las reformulaciones de los lazos parentales instalados por la teoría y por los activismos. Sin embargo, mucho de lo que está presente en esta novela puede considerarse adyacente a ese marco. Primero, por el modo de construir la paternidad. La muerte del padre aparece insistentemente en La otra hija con el referente de la escena edípica (el narrador es psicólogo; su padre, un psicoanalista); más aun, como motivo recurrente de la literatura (el narrador dice tener afición por las narraciones de la muerte del padre). Dentro de la literatura argentina, la muerte del padre tiene un anclaje específico. Fue la novela de los años cincuenta –pensemos en Cayó sobre su rostro, de David Viñas, en Fin de fiesta de Beatriz Guido, en la generación de los parricidas– la que recurrió frecuentemente a esta figura. La caída paterna en aquellas narraciones era la imagen de una transformación cultural y de un giro político. Nada de esto hay en La otra hija. Aquí el padre no tiene ese poder simbólico ni está dotado del peso que le otorgó el relato psicoanalítico. Reducido a un laberinto de fachadas, se desintegra en la red de relatos hipotéticos que se abren a su paso. El padre no cae ni muere (ni su supuesta ley, ni su poder disciplinador dentro del hogar). Su contorno no es el de un fantasma, sino más bien el de un enigma. En su efigie escurridiza, ese padre- enigma (hacia el final de la novela se lo define como “un agujero”) exige una reconsideración de los fundamentos de la familia. 

La cualidad de fragilidad se extiende, en verdad, a todos los lazos sanguíneos que propone la novela de La Rosa. No sólo atraviesa la hilo abuelo/ padre/ hija, sino el conjunto de los vínculos que el narrador tiene con su madre, su hermano, su abuela, sus tíos, sus primos, incluso con su pareja. La metáfora textil ha sido habitual para referirse a la familia. En La otra hija cada hilo y cada punto de la trama están deshilachados o a punto de desprenderse. La idea de inestabilidad que parece reservada al padre contamina toda la red parental.

No es la familia la que está en estado de desintegración. Son sus cimientos sanguíneos. La ficción de la sangre, apoyada sobre la idea de un aglutinante “natural”, biológico o genético, es engañosa. La sangre arrastra consigo la premonición de los desastres familiares. En La otra hija los territorios de lo natural están bajo un manto de sospecha. Las dietas macrobióticas o bien son prédicas de farsantes o llevan a sus adeptos a la locura y a la muerte –sus adeptos más cautos advierten que hay que considerar el régimen con sumo cuidado–. Más aún, el escenario natural que el narrador, guiado por el oráculo, elige para vivir junto a su pareja y su hija, las sierras, está lejos del paraíso promisorio o de una comunidad armoniosa, imágenes habituales de la imaginación urbana. Por el contrario, abundan los pleitos entre los vecinos, la soledad y el frío incontenible asolan la vida cotidiana, las alimañas peligrosas invaden la casa. Nada hay de natural, del mismo modo, en la paternidad, en la figura y en los legados de padres a hijos. ¿Qué es entonces la familia, la herencia, la paternidad? No más (ni menos) que un relato, como tantos de los que proliferan sobre el pasado del padre. “Tenía un personaje” –cavila en este sentido el personaje narrador, agotado de buscar una verdad en su familia– “Una versión para contarle a mi hija. Mi propio invento.” Inmersa en una trama de ficciones, La otra hija se cierra en el momento en que se va a contar esa historia.