Finalmente, el 28 de agosto el ministro Hernán Lacunza termina por anunciar un default de las letras de corto plazo (que no quieran renovar o rollear como dicen los financistas), y el inicio de una reestructuración voluntaria bajo el eufemismo de reperfilamiento de los bonos bajo ley nacional y extranjera y hasta con el FMI. El ex-ministro bonaerense puso en palabras lo obvio, aquello que Nicolás Dujovne no quiso asumir. Los dólares de las reservas, con el ritmo al que se fugaban, no alcanzan para completar el mandato de Mauricio Macri. Se estiró y se forzó la cuerda al máximo, hasta que ya no se pudo más. Mientras tanto, la racionalidad política del PRO indica que, si quieren conservar un pedacito de poder y competitividad de cara a rearmarse como catalizador de alguna alternativa opositora, deberían hacer lo que están haciendo: disputar el discurso social y mediático sobre las responsabilidades del fracaso y exigirle a la oposición que compartan los costos. Asimismo, la reestructuración de numerosas letras de corto plazo para el 2020 les permite transformar los primeros seis meses de la futura gestión de una luna de miel a un verdadero campo minado lleno de vencimientos.
A los grupos de poder, también les conviene traer al Frente de Todos a la arena prematuramente. A aquellos que eufemísticamente denominamos los mercados les queda presionar para condicionar una próxima gestión. Aunque no se conoce a ciencia cierta la magnitud del legado que dejará el gobierno actual, se le exige que se defina “llevando paz” sobre las medidas que tomaría al asumir. Sin ser siquiera un gobierno electo, se le exige sentarse en la mesa de negociación y entregar las banderas con las cuales ganó las elecciones primarias. Compartir los costos, pero no las decisiones, que en el marco democrático le caben todavía al gobierno actual. Ser responsable parece, es asegurar una reestructuración (o reperfilamiento) cediendo a todas las condiciones que el mercado pretende.
Este reperfilamiento cumple ambas cuestiones: por un lado le permite al macrismo postergar vencimientos de deuda para de esa forma capear la crisis y llegar a hacer una elección decorosa en octubre, paso fundamental para poder liderar una oposición al futuro gobierno. Y por otro lado cumple en incrementar los vencimientos del programa financiero 2020, condicionando la política económica y reduciendo aún más los grados de libertad de un gobierno del Frente de Todos.
El 16 de diciembre de 2015, a menos de una semana de asumir la actual gestión de la Alianza Cambiemos, el entonces presidente del Banco Central Federico Sturzenegger fijó la tasa de política monetaria a 35 días en 38%, registrando una inaudita (en ese momento) suba de 8 puntos. Podríamos fijar ese hito como el inicio del tercer período de valorización financiera de la Argentina. Siendo el primer período el que abarca aproximadamente desde 1977 a 1982, coincidiendo con la gestión de Martínez de Hoz y la última dictadura militar. El segundo se extiende durante la década de convertibilidad. El final de ambos es harto conocido. Como cualquier historización, los puntos de partida son arbitrarios y podríamos sumar muchos condimentos, antecedentes y discusión sobre la herencia recibida por gobierno de Macri y los grados de libertad que tenía inicialmente. Pero la realidad es que cada vez que tuvo la oportunidad de reperfilar el modelo, se decidió por el contrario perseverar en la misma trayectoria vigente desde el 16 de diciembre de 2015.
¿Qué es un modelo de valorización financiera, y por qué están condenados a fracasar estrepitosamente? Estos modelos se producen cuando los incentivos están dados hacia la especulación y no hacia la producción de bienes y servicios. Y debe remarcarse que se habla de incentivos que las autoridades económicas instalan, no de cuestiones éticas, morales o de idiosincrasia social. Las altas tasas de interés generan oportunidades de ganancias financieras extraordinarias que atraen tanto capitales nacionales como extranjeros, lo que en el corto plazo puede generar un veranito de dólar barato por la gran afluencia. Pero en algún momento, un evento externo (puede ser la suba de tasas en Estados Unidos, la guerra comercial o la recesión en Brasil), o el propio sentido común de los inversores descubre que no existe la olla de oro al final del arcoiris. Porque la contracara de una tasa de interés alta y dólar barato es que las empresas y las familias no pueden conseguir acceder al crédito para inversión y consumo. Mientras tienen que competir contra las importaciones. Silenciosamente, el precio que se paga se mide en puestos de trabajo, comercios y PyMEs cerradas. La economía real se frena a pesar de la euforia de los mercados, y queda al descubierto que era todo era un gran mandala de la abundancia, sólo sostenible mientras las expectativas se mantengan altas, sigan entrando nuevos capitales y los que están no se quieran ir y pedir su parte.
A partir de abril de 2018, el modelo dio fuertes señales de agotamiento. El crédito internacional dejó de ver a la argentina como una plaza segura y no había crédito a tasas razonables. La denominada tormenta del mercado terminó en varias rondas de devaluaciones del peso: entre abril y septiembre de 2018, pasó de menos $20 a $40 con picos de $47. En el medio, el BCRA perdió cuantiosas reservas aplicando erráticas intervenciones. Tal vez, si se hubieran tomado las decisiones correctas en ese momento: bajar la tasa de interés, reconstituir salario y poner en marcha el consumo, se podría haber cambiado el rumbo de la economía. Pero en cambio, se acudió al fondo y se decidió que los costos los paguen les trabajadores y los sectores más vulnerables mediante un feroz ajuste fiscal. Lo que viene a continuación es más de lo mismo: reservas en picada que periódicamente se recomponen por la toma de deuda a condiciones cada vez más desventajosas y los desembolsos del FMI. En definitiva, desde 2018 sólo se prolongó un modelo que estaba agotado: dólar que entró, dólar que se fugó y el fondo actuó como garante y copartícipe necesario. Lo que pasó desde 2018 y que llegó a su punto cúlmine con los anuncios de Lacunza, son las señales tardías de agotamiento de un modelo insustentable por más voluntarismo y sobreactuación de compromiso con los mercados. Porque no se puede cumplir con lo imposible, porque el problema es el modelo.