Foto de portada: EFE/EPA/ Shawn Thew
Un ida y vuelta de aranceles recorre la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Esta nueva escalada empezó con la tabla presentada por Donald Trump en el denominado “Día de la Liberación”, que establecía aranceles desorbitantes para todo el mundo. Sin embargo, luego de casi generar un crash financiero de dimensiones históricas y de recibir los ruegos de las economías más vulnerables, el presidente de Estados Unidos anunció que solo seguirían vigentes los nuevos aranceles para China, mientras que los demás se pausarían por noventa días. Ahora, empieza el juego de la negociación. Pero será con un Donald Trump rebosante de soberbia que aseguró que quienes pidieron la renegociación son unos arrastrados que “le besan el culo”.
China no se quedó atrás en la guerra arancelaria: el gigante asiático respondió a cada subida de arancel, igualándolo. Del 34% impuesto en primer lugar, sumaron lo mismo. Luego, Trump agregó un 50% para alcanzar (con los que estaban vigentes previamente) un 104% total. En respuesta, China sumó un 84% para igualar el 104% total. Entonces, Estados Unidos anunció un 125% de impuestos a las importaciones chinas pero finalmente (al menos al cierre de esta nota) China respondió con un 145%.
El objetivo de este brutal proteccionismo es que las empresas estadounidenses vuelvan a producir en su tierra patria. Pero este movimiento es muy costoso, porque las empresas acceden a costos mucho menores y a mano de obra barata por producir en otros territorios como China o el sudeste asiático.
Luciana Ghiotto, doctora en ciencias sociales, investigadora del CONICET y docente especializada en economía política internacional, explica que la imposición de aranceles implica un aumento del costo de producción de las empresas que produzcan o importen desde China, así como directamente a todos los productos importados. Esto se debe a que la hora de mano de obra china ($6.63 dólares) cuesta menos de un 15% de la hora de mano de obra estadounidense ($31.47 dólares). Aunque no podemos predecir el futuro, la brecha de costos probablemente se traduzca al consumidor, generando inflación. Sin embargo, los costos también pueden ser absorbidos por las empresas, reduciendo sus ganancias para mantener los precios al consumidor.
Ahora, empieza el juego de la negociación. Pero será con un Donald Trump rebosante de soberbia que aseguró que quienes pidieron la renegociación son unos arrastrados que “le besan el culo”.
Algunos de los productos más afectados son los textiles, las tecnologías y los productos de venta minorista o retail (por ejemplo los que se compran en los supermercados como Walmart). Luciana recuenta que, además, esto genera un aumento de la competencia de las empresas estadounidenses con sus competidores en el extranjero. Por ejemplo, si tomamos el caso de Apple, ante el aumento del costo de la producción de los iPhones, se vuelve más áspera la competencia con los celulares que produce la empresa surcoreana Samsung o la china Huawei.

Por su parte, China también debe reorganizar su economía. En principio, anunció el cese de varias exportaciones incluidas las tierras raras, muy valoradas por su utilización en tecnología. Además, Pekín presentó una queja ante la Organización Internacional del Comercio (OMC), al igual que otros países afectados por los aranceles luego pausados. Sin embargo, no hay grandes expectativas sobre los impactos de esta queja en la OMC, un organismo que cada vez tiene menos peso en la economía política global.
En cuanto a las próximas medidas, China deberá diversificar la importación de granos de soja, que antes se importaban desde Estados Unidos. Una situación que podría favorecer a otras industrias como Brasil, productoras de granos de soja, que podrían verse beneficiados por una mayor demanda del gigante asiático. A su vez, China deberá buscar nuevos mercados para insertar sus productos, lo que podría generar una inundación de productos chinos baratos en países del Sur Global. Esto podría generar tensiones con la industria nacional de cada país, que no siempre puede ofrecer costos de producción (y en consecuencia productos finales) a tan bajo costo para el consumidor final.
Este panorama, que se abre a partir de un Donald Trump que vuelve al gobierno para patear el tablero, da cuenta del fin de un momento geopolítico del mundo. Una era encabezada por Estados Unidos y las instituciones del orden liberal internacional (incluida la OMC) en la que reinaba el régimen del libre comercio como única política económica reconocida como viable y constructiva en el escenario internacional. Para Luciana, la guerra arancelaria impulsada por Trump muestra el fin de una era de hegemonía del orden liberal. Sin embargo, no es suficiente para terminar con la globalización ya que no alcanza el cambio de política interna de un solo país, por más central que sea, para finalizar con un sistema global de producción distribuida y relocalizada acomodada pos de abaratar los costos.
Es una lógica parecida a la de un patrón que no quiere que sus empleados se sindicalicen sino negociar uno a uno, con una clara y palpable asimetría de poder.
Mientras corre la pausa de 90 días y sin certezas sobre qué pasará después, los países intentarán negociar con Donald Trump para salir lo menos perjudicados posible. En América Latina, si Trump levantara la pausa el impacto en las economías de la región sería significativo, debido al volumen de las importaciones latinoamericanas que recibe Estados Unidos. Si tomamos como ejemplo el caso argentino, el año pasado nuestro país exportó alrededor de 6400 millones de dólares, con el arancel del 10%, implica un impacto de 630 millones que Argentina debe pagar y por ende se descuentan del ingreso de divisas. Por eso el amague del arancel tuvo un impacto casi inmediato en el petróleo y la soja, que cayeron un 7 y un 3% respectivamente.

En este escenario, cada gobierno reaccionó a los aranceles de diferentes maneras: el presidente chileno Gabriel Boric anunció medidas para proteger sus productos estrella, el litio y el cobre, de la guerra comercial mientras busca profundizar nuevas alianzas geopolíticas. Por su parte, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum respondió con cautela y no tomó medidas de inmediato aún cuando es de los países más afectados por los aranceles. Esta forma de reaccionar fue valorada por la Casa Blanca que celebró su falta de impulsividad calificada como pragmática y moderada, aun cuando desde Washington priman las medidas extremas aplicadas (y retiradas) de manera errática. El secretario de comercio de Donald Trump, Howard Lutnick, sugirió al mundo que tome de ejemplo la reacción de México, en una recomendación que parece ser un disciplinamiento que premia la no toma de represalias.
En el marco de la obsolescencia de las instituciones internacionales de gobernanza del comercio -una obsolescencia de la que Trump mismo participó cuando se retiró del organismo pero que ya estaba en curso desde antes-, la búsqueda del mandatario es priorizar el diálogo bilateral por encima del multilateralismo. Para explicar esta lógica, Luciana cita a Yanis Veroufakis -economista y político griego autor de Tecnofeudalismo- quien traza un paralelismo de la estrategia de Donald Trump con una rueda de bicicleta: Estados Unidos estaría en el centro, y cada alambre sería un país. No están conectados entre sí y todos van hacia el centro. Es una lógica parecida a la de un patrón que no quiere que sus empleados se sindicalicen sino negociar uno a uno, con una clara y palpable asimetría de poder.
La ineficacia de las instituciones liberales aparece en cada análisis sobre el tema porque este es un momento clave en el que servirían para mediar el desmadre que surge con la escalada arancelaria. El hecho de que estén en decadencia también es un síntoma del fin del orden liberal internacional como regla transversal al mundo. En cambio, Estados Unidos rompe con décadas de tradición para encarnar un proteccionismo voraz que tendrá costos y consecuencias para su población y sus empresarios. Aun bajo el horizonte final de reforzar la economía interna. Ante este escenario, los demás países del mundo se verán forzados a buscar nuevos horizontes comerciales porque, tal como explicaba Ghiotto, esto no significa el fin de la globalización. Y los productos que no entren más a Estados Unidos por el alto costo de los aranceles, buscarán nuevos horizontes. En esta revolución de la economía mundial, no hay monedas de referencia ni estabilidad. En cambio, prima la inestabilidad y la incertidumbre.