El vaso intacto y resistente. Salvadora Medina Onrubia y el aborto

La cultura del aborto y la lucha por el aborto legal voluntario son dos dimensiones que dialogan entre sí. Como en estos collages de Rocío Teves no hay mujer o masculinidad trans o persona no binaria con capacidad de gestar que pueda sustraerse del aborto, para rechazarlo o abrazarlo: es nuestra figura de fondo o la que nos atraviesa. Vanina Escales se encontró con estos collages invitada por el Lesyc y pensó esas dos dimensiones, junto con una referencia inaugural en la literatura argentina. Esta semana comienza el debate que puede llevar a un fin de año con ley.

Hace pocos días se cumplieron 69 años desde que las mujeres votamos por primera vez. No hace mucho tiempo, pensemos en la edad de nuestras madres y abuelas. Intenté hacer un ejercicio de extrañamiento y preguntarme por qué, con qué argumentos, en base a qué ideas. Solo se justificaba en el reverso de la definición política de Angela Davis: las mujeres no somos personas, ¿somos menos personas?, ¿tenemos cuerpos disociados como en algunos collages de Rocío Teves? De ahí el menosprecio, el control, mantener dependientes, sin derechos. Y para eso los ideólogos de pasión autoritaria, fruncida y dedo amenazante, pesaban cerebros, decían saber en el Congreso para qué una mujer era útil y se deslizaban por la canaleta del ridículo gris sin dejar una nota al pie en la historia democrática.

69 años después damos las mismas discusiones pero alrededor de otro tema: el aborto voluntario sin persecución penal, en condiciones de salud y respeto a las decisiones personales. Por eso cuando decimos que el aborto es una deuda de la democracia todo esto también entra en el escenario de esa afirmación. La ilegalidad del aborto discrimina. Solo quienes podemos gestar necesitamos esa atención específica en salud y nos la niegan, nos proponen el aborto clandestino e inseguro. Para nosotras es una democracia recortada. El rayo verde de las figuras democratiza, no recorta.

Retengamos la palabra respeto y la palabra voluntario. Porque así como hay muchas razones para tener hijes y derecho a planificar cuándo, hay muchas circunstancias en que no es posible por motivos íntimos en donde no estamos invitadxs a meternos. Muchísimas personas pasan por ambas situaciones (gracias socorrismo y misoprostol). Si se aprueba la ley de interrupción voluntaria del embarazo y la ley de los mil días, ambas decisiones tendrán que ser respetadas, ninguna será obligatoria y el Estado deberá garantizar su acceso.

Hacé clic en la imagen para ir a la muestra de Rocío Teves.

La primera marcha con un cartel visible a favor de la maternidad elegida fue en 1984, en el primer 8 de marzo después de la dictadura. Pero ya era un tema desde hacía años. El aborto tiene tanta historia como la posibilidad de gestar. El aborto tiene una historia no política, no pública, en la cocina de las abuelas, en las conversaciones con las comadres y las vecinas, en la intimidad y la confianza de las amigas, en la historia de la planificación familiar y de la ayuda mutua. Se escribe en los rostros de estos collages, en los cuerpos, en la historia de la píldora y de la pastilla, en la botánica casera llena de fracasos y sangre, en nuestros cuerpos sujetos a opiniones y normas. Se vuelve político cuando decimos a la clandestinidad no volvemos nunca más.

En 1926 Salvadora Medina Onrubia publicó el cuento “El vaso intacto”, con tres personajes principales: Juan Manuel, María Divina y Doña Pierina. Pierina tenía una casa muy grande con varios patios y habitaciones, y es que era partera y hacía abortos. Juan Manuel y María Divina eran pensionistas a cambio de pocas monedas, porque el muchacho, estudiante de medicina, la ayudaba en la casa con los arreglos, y con la atención de las pacientes o de las “enfermas”. María Divina a veces atendía el consultorio y Pierina la quería formar en sus artes de cuidados.

¿Por qué Pierina hacía abortos, además de ayudar a parir? Porque todas las parteras lo hacían, dice Salvadora en el cuento, “y se habría horrorizado si alguno le hubiera dicho que su oficio era infame”. Ni Salvadora ni Pierina lo creían así, pero tampoco el resto de los personajes. El único problema que ven es tener une hije, hacer todas las tareas de una mujer casada, sin los beneficios del casamiento en términos de ayuda y manutención.

Pierina era religiosa, italiana, iba a misa. “Ponía su honradez cuando se trataba de lo prohibido en que las enfermas no pasaran de tres meses”. Juan Manuel había encontrado a María Divina en la calle, cerca del puerto, perturbada, pálida, se iba a suicidar. Era de una familia muchas veces millonaria, de la que se había escapado tras un desengaño sin retorno. Juan Manuel, sin saber muy bien qué hacer, la llevó a la casa. Pierina al verla, la mañana siguiente se dio cuenta de inmediato de su estado y le preguntó de cuánto estaba. La muchacha de 18 años susurró cinco meses.

-¡Cuánto tiempo!… ¿Cómo han dejado pasar tantos meses? Ahora tendrá que tener el chico. Con esas cosas no se puede jugar y es muy peligrosos suprimirlo ya.
-No, señora; si yo no quiero suprimirlo. Es eso, es por eso…
-¡Ah!, comprendo, ya me doy cuenta, los señores hombres nunca quieren responsabilidades.

La atención de Pierina y de Salvadora siempre estuvieron con María Divina. Spoiler: el cuento termina bien, no hay planteos morales sobre “suprimir”, no hay policía, no hay muertes: hay cuidados mutuos y compartidos, ese es el vaso intacto. Y es que el aborto, como las “pensionistas” de Pierina que se instalaban por tres días o una semana en las habitaciones de esa casa chorizo en San Telmo, entraba en una cultura femenina y una ética del cuidado. Una resistencia, sin decirlo. Una sororidad en práctica sostenida como realidad durante décadas y redes. Una práctica que tal vez dentro de poco deje de ser clandestina.

El texto fue publicado en la web del Laboratorio de Estudios Sociales y Culturales sobre Violencias Urbanas para la muestra de Rocío Teves.