El libro Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin reconstruye trayectorias. Primero, las de Isabel y John, con más énfasis en Isabel, especialmente en las tramas familiares que pueden –es una hipótesis– haberla llevado a ser la protagonista que fue, especialmente en su feminismo: el lugar de la tía Susana Larguía, por ejemplo.
A su vez, este texto coloca su atención en la trayectoria de un concepto, el trabajo invisible, y en los contextos ideológicos y políticos que permitieron u obstaculizaron su desarrollo y difusión.
Primero, los contextos sociopolíticos y los climas ideológicos y académicos de la producción del concepto clave. La revolución cubana es protagonista, pero también lo son las sutiles y no tan sutiles confrontaciones de época (aunque no se habla en estos términos, la contradicción principal y las secundarias), el lugar de las mujeres, la definición de igualdad, la centralidad del pensamiento marxista.
Ahí me quedan algunas incógnitas a desarrollar, quizás en trabajos futuros: ¿de dónde surgió la idea? ¿Qué lecturas hubo? ¿Qué debates se presentaron a la hora de escribir?
Porque la discusión en el marxismo europeo –tanto el libro de Meillassoux como el debate inglés sobre la producción doméstica– fueron posteriores.
Segundo, hay una consideración importante de los contextos de recepción, o no recepción, olvido, desatención a ideas que estaban disponibles. Aquí resalto que, como pasa en situaciones periféricas, en la región se prestó más atención a las ideas que venían del centro que a la producción local. Por ejemplo, se prestó más atención a los debates británicos sobre el tema, que al pensamiento de Isabel y John, aunque vinieran de la admirada Cuba revolucionaria. Hay una geopolítica de los flujos del conocimiento jerarquizada, y esto sigue siendo así.
Y aquí va un reclamo, hecho con afecto y simpatía: hay poco (o menos de lo que me hubiera gustado saber) sobre el período posterior, sobre la trayectoria de ambos en Buenos Aires, pero, del mismo modo, sobre las personas en la conjunción de compromisos políticos y avatares personales. Esta ausencia ¿fue por respeto a la intimidad?. ¿O hay pocos datos? También podría deberse a no querer reavivar el dolor sufrido en esa época por Isabel, John, y quienes lxs rodearon. Todas estas hipótesis son factibles.
Sobre las ideas, su importancia
En cuanto a las ideas y su importancia, festejo y aplaudo su rescate y “puesta en valor” en Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin. La actualidad del tema, como eje analítico y como denuncia y demanda de cambio, es permanente, y sigue estando. A veces, encubierto y con otros rótulos, reclamando otras genealogías.
La exégesis es aquí completa, minuciosa y cuidadosa. En la tradición marxista, lo que Isabel Larguía y John Dumoulin colocaban sobre la mesa era la relación entre producción y reproducción. Recordemos el epígrafe de al menos una de las versiones del texto:
La división del trabajo […] descansa en la división natural del trabajo en la familia y en la división de la sociedad en diversas familias contrapuestas; se da al mismo tiempo la distribución desigual del trabajo y sus productos, es decir la propiedad, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud latente en la familia es la primera forma de propiedad […] (Marx y Engels, La ideología alemana, citado por Larguía y Dumoulin 1976: 8).
¿En qué consiste esta división del trabajo en la familia?
Fue sólo con el surgimiento de la familia patriarcal que la vida social quedó dividida en dos esferas nítidamente diferenciadas. La esfera pública y la esfera doméstica (Larguía y Dumoulin 1976: 11).
Convengamos que estas esferas tuvieron una evolución muy desigual. La mujer fue relegada a la esfera doméstica, acompañada por una poderosa ideología sobre el lugar y el rol tradicional. Así, su trabajo se fue limitando a la elaboración de valores de uso para el consumo directo y privado. Justamente, Larguía y Dumoulin destacaban la invisibilidad de las tareas de la domesticidad, en especial, en el régimen capitalista:
Si bien los hombres y las mujeres obreros reproducen fuerza de trabajo por medio de la creación de mercancías para el intercambio, y por tanto para su consumo indirecto, las amas de casa reponen diariamente gran parte de la fuerza de trabajo de toda la clase trabajadora. Sólo la existencia de una enajenante ideología milenaria del sexo impide percibir con claridad la importancia económica de esta forma de reposición directa y privada de la fuerza de trabajo […]
El obrero y su familia no se sostienen sólo con lo que compran con su salario, sino que el ama de casa y demás familiares deben invertir muchas horas en el trabajo doméstico y otras labores de subsistencia […]
El trabajo de la mujer quedó oculto tras la fachada de la familia monogámica, permaneciendo invisible hasta nuestros días. Parecía diluirse mágicamente en el aire, por cuanto no arrojaba un producto económicamente visible como el del hombre (Larguía y Dumoulin 1976: 15-18).
La labor doméstica, como parte de la vida cotidiana, representan el conjunto de tareas, habituales y repetitivas en su mayor parte, que asegura la reproducción social, en sus tres sentidos: la “reproducción estrictamente biológica”, que en el plano familiar significa gestar y tener hijos (y en el plano social se refiere a los aspectos socio-demográficos de la fecundidad); la organización y ejecución de las tareas de la “reproducción de la fuerza de trabajo consumida diaria”, o sea las tareas domésticas que permiten el mantenimiento y la subsistencia de los miembros de la familia que, en tanto trabajadores asalariados, reponen sus fuerzas y capacidades para poder seguir ofreciendo su fuerza de trabajo día a día;. Por ultimo, la “reproducción social”, o sea las tareas dirigidas al mantenimiento del sistema social, en especial, en el cuidado y la socialización temprana de los niños/as, enfermos y ancianos, que incluye el cuidado corporal pero también la transmisión de normas y patrones de conducta aceptados y esperados (Larguía y Dumoulin 1976).
La tradición encarnada en Larguía y Dumoulin está anclada en el análisis de la organización social y el desarrollo del capitalismo, vinculando allí familia y domesticidad junto con el mercado de trabajo y la organización de la producción. En términos más amplios, se trataba, en su momento, de develar la “invisibilidad social de las mujeres” en el trabajo doméstico no valorizado y oculto a la mirada pública, en la retaguardia de las luchas históricas, “detrás” de los grandes e importantes hombres.
El debate teórico y político en la época fue intenso
Tema 1: ¿qué producen las mujeres cuando se dedican a su familia y a su hogar?, ¿quién se apropia de su trabajo? El reconocimiento del ama de casa como trabajadora generó también un debate político significativo ¿debe ser reconocida como trabajadora con derechos laborales?, ¿debe otorgársele una remuneración o una jubilación? ¿O hay que transformar las relaciones de género en el interior de la vida doméstica?
Tema 2: las mujeres, ¿son una clase? Respuesta negativa, están en todas las clases sociales. El análisis de Larguía y Dumoulin habla del desarrollo capitalista en su conjunto, aunque el eje está puesto en la relación entre el trabajo doméstico de las mujeres y la reproducción de la fuerza de trabajo – es decir, se trata de un análisis centrado en los procesos sociales- ligados a las clases trabajadoras. La diferenciación en clases está implícita en todo el análisis, inclusive, cuando analizan la situación post-revolucionaria cubana.
La exploración y el debate, sin embargo, tan central en la afirmación de un pensamiento feminista y en la formación de una perspectiva de género, no penetraron en el “establishment” de las ciencias sociales de la región. Fue más bien un desarrollo que quedó en – o ayudó a constituir – un espacio segregado, conformado por las académicas y militantes que comenzaban a reivindicar el feminismo y la lucha por los derechos de sus congéneres.
Vengamos al momento actual. Hay dos palabras clave que, aunque lxs autorxs no lo hagan explícitamente, refieren directamente a los planteos de Isabel y John: las políticas de cuidado y la “teoría” de la interseccionalidad.
Sobre cuidado: permaneció como parte de esa domesticidad, oculto e invisible, hasta que, acuciado por el “déficit de cuidado” que los cambios en la posición de las mujeres ocasionó (en especial en los países centrales, provocando lo que se llama “cadenas de cuidado”) atención al tema y discusión de políticas públicas. A su vez, se tornó significativo para las economistas feministas, que comenzaron a prestar atención a las tareas de cuidado –tanto en el hogar (las labores maternales familiarizadas) como todo el campo de la economía del cuidado (mercado, estado, familia).
Sobre la interseccionalidad: es un concepto muy usado por las feministas de países centrales. La idea es que las desigualdades de género no pueden ser entendidas de manera aislada, sino que siempre deben ser vistas en combinación y en su intersección con las otras múltiples desigualdades, de clase social, de etnicidad, de edad o de ubicación territorial. Para quienes hacemos investigación social, esto es obvio, aunque sea necesario volver a decirlo y exhortar a no mirar el género de manera aislada de su contexto. Lo que necesitamos es abordajes conceptuales y teóricos para mirar esas intersecciones complejas. El trabajo de Larguía y Dumoulin nos ofrece uno de estos caminos conceptuales. Centra su atención sobre la relación entre desigualdades de género y de clase social, y lo hace con un anclaje teórico fuerte que vincula ambos planos. Y esto constituye una guía para el trabajo de las nuevas generaciones, con el desafío de incorporar cuestiones de etnicidad, raza, edad, lugar de residencia u origen en los análisis de las desigualdades de género y de clase.
*El libro Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin, de Mabel Bellucci y Emmanuel Theumer se puede descargar en este enlace.