Huaco retrato es el nuevo libro de Gabriela Wiener, escrito en un lenguaje que inventa su forma a medida que avanza. Huaco retrato también es una pieza de cerámica prehispánica, una fotografía en 3D precisa, que en el libro va al autorretrato de la Gabriela narradora. Porque el autorretrato no es solo la descripción de nuestras facciones, ni el brillo del humor y los sentimientos, es también la época que nos hace, las memorias personales que nos hacen un rostro, la Historia que nos sitúa, la colonia que nos quiso barrer, las voces con las que construimos nuevos sentidos.
−¿Cuándo notaste la performatividad del racismo? Pensaba en esto de que lo que somos es una respuesta a quienes son les otres.
−Pues demasiado pronto para mi gusto. En ese momento en que eres niña y empiezas a moverte firme y decidida por las cosas, ahí precisamente comienzan a llegar los mensajes que socavan esa autonomía, esa seguridad. La experiencia más drástica del racismo no es la consciencia de que en la concepción binaria y racista del mundo tu cuerpo vale menos que otros cuerpos, es descubrir que por esa razón tu voz no va a ser escuchada. O que tendrás que hacer el doble de esfuerzo para que te escuchen. Todo, hasta haberme hecho escritora, tiene que ver con ese grito que ahogamos tanto tiempo en la garganta. Entonces sí, muchas nos construimos como respuesta al miedo y a nuestra falta de poder, eso es subversivo en sí mismo. Bell Hooks habla de la necesidad de un nuevo paradigma que incluya formas de transformar la consciencia vinculadas a los esfuerzos por transformar las estructuras. Por eso muchas reivindicamos la experiencia, incluso fallida y contradictoria, como fuente del conocimiento que lleva a la acción, que es lo realmente revolucionario.
−Pensaba en Charles, en qué hacer con las herencias, si hay que desplazarlas o ser heréticas con ellas. ¿Qué hiciste vos con esa herencia?
−Quise despojarme de una herencia impuesta, ficticia, entre lo patriarcal, lo biológico y euroblanco; a la vez recuperar, desenterrar y, cuando hiciera falta, hasta inventar una herencia propia, imaginativa, del cuerpo pero no sanguínea. La figura de Charles me permite hacer la reflexión sobre la volatilidad del linaje y los apellidos para las personas marrones. Somos hijes de hijos abandonados, negados, relegados, robados, olvidados. De ahí el constante juego de identificaciones entre esas identidades andinodescendistentes, las identidades migrantes y los huacos saqueados. Lo bastardo, lo dudoso, se presenta como la medida exacta de nuestra ancestralidad e identidad. O sea que el trauma también se hereda. Deambulan fantasmas en Huaco retrato con los que la protagonista siente más apego y parentesco que con personajes que constituyen su árbol familiar. Sin embargo, su desmontaje no es perfecto, en el proceso también se enroca en lo que hay aún de colonial en ella. Yo creo que lo que intenté hacer tiene que ver con la posibilidad de otro relato frente al relato oficial.
−Hay algo de la memoria que me gusta mucho en tu novela que se activa con la muerte del padre. ¿Habilitó lo político de lo personal?
−A veces hay que matar al padre y otras veces no queda más remedio que volver a nacer tras su muerte. O una vez muerto ya puedes matarlo en otra dimensión. La muerte del padre le permite a la Gabriela de Huaco retrato volver a su historia, a la historia de su madre, a una historia que es común a muchas familias latinoamericanas marcadas por ese tipo de masculinidad y paternidad patriarcales. Pero lo político viene de antes, viene en el pack de lo personal cuando quien habla no es el patriarca de siempre sino que es por primera vez el subalterno. En ese hacer memoria en oposición a la Historia cabe también el desmontar a todos esos admirables hombres, pensadores y militantes que lucharon y luchan por la justicia social en lo público, pero que luego en la esfera de lo “privado” han hecho toda clase de desarreglos y daños. Y en eso se parecen a los hombres de derecha conservadora.

−¿Cómo tensionó la condición de migrante en el país colonizador?
−Es una situación de conflicto vigente, es el día a día, digamos. Sabía que para el libro tenía que ir del presente al pasado y viceversa para hablar de colonización. Si hay una realidad en la que se expresa con mayor crudeza la actualidad de lo colonial y la perpetuación del racismo es en la migración en este siglo. Creo que en la segunda parte del libro está intentando contarse a través de cierto recorrido histórico pero sobre todo a través de la memoria del cuerpo y la herida, la experiencia del racismo en sus formas más sutiles y en las más violentas, de los zoos humanos a las fronteras, de la conquista a la ley de extranjería, del saqueo de ayer al de hoy, del cuentazo del mestizaje a los estereotipos contra las sudakas en el reino de España, del pasado de nuestras ancestras a nuestro presente. Y a la vez en este territorio hacemos casa, construimos tejidos de resistencia y comunidad frente al sistema racista y colonial del Estado español. Y reivindico hacerlo en primera persona del singular y del plural.
−Discursivamente al menos en occidente de impusieron discursos liberales, igualitaristas, maquillaje, pero el racismo no se altera. Tu libro es colosalmente contemporáneo. ¿Tendríamos que empezar a estudiar la blanquitud como ideología?
−Por supuesto. Justo esta semana escribía sobre el libro de Claudia Rankine, Solo nosotros, quien sostiene que es urgente hablar del privilegio blanco y de cómo la blanquitud es un sistema que se beneficia del dolor de los demás. Por ejemplo, la identidad marrón es clave en el libro, desde ahí se planta cara al régimen. Soy muy fan del colectivo Identidad marrón que activa en Argentina, conecto sus luchas antirracistas con las luchas antirracistas en España donde vivo, territorios blanqueados, que aparecen en el imaginario como blancos y que invisibilizan su marroneidad, su extensa cholitud y andinidad. Hasta el presidente dijo que los argentinos habían venido en barco. Ni lo izquierdista, ni lo feminista te quita lo racista. Identidad marrón responde con una frase reveladora: “Argentina no es blanca”. Y la literatura tampoco lo es. Ni siquiera la argentina, que tanto lo parece. La literatura es elitista, blanca y clasista, allá donde vayas, pero hay muches escritores creando fuera de esa literatura. A mi presentación en Buenos Aires el colectivo Identidad Marrón acudió con un cartel que te preguntaba “¿A cuántos autores marrones has leído en tu vida?”. Esa interpelación es necesaria en un medio como la feria del libro de Buenos Aires con su invitado especial Vargas Llosa. Te alegras un montón por la maravillosa literatura que están escribiendo las mujeres en español pero luego te asomas un poquito más y ves que son sobre todo mujeres blancas. Es decir, como en cualquier actividad y oficio es difícil que sea la gente marrón la que esté destacando y copando los espacios, salvo excepciones, por razones estructurales que han precarizado a las personas no blancas. Y está bien que se visibilice y denuncie para que las cosas empiecen a cambiar.
−Me gusta la escritura degenerada, ¿cómo fue la operación de descolonizar la escritura? ¿Fue deliberado o se impuso en la escritura?
−Y a mí, y me gusta llamarla de género fluido también. Tenía muy claro que quería que el libro se parafraseara en su doctrina, se viniera arriba en la sátira de cómo se entiende el estatus de lo literario y dónde se ubica la escritura respecto a éste, que se adelantara a sus etiquetadores y se riera de sus propias limitaciones. Otra cosa que quería lograr es que el libro fuera tan descolonizador en su contenido como en su forma. Yo he escrito siempre así pero ahora me inventé un discurso para justificarme, porque eso es lo que tiene la institución literaria y su aparato, que siempre están intentando generizarte o haciendo una valoración desde arriba. También me voy de eso. Me adhiero a los movimientos contra la binariedad opresiva, porque además parece que quisieran seguir entendiendo las cuestiones artísticas como disputas de poder para apuntalar una sola visión del mundo. Qué antipático cuando viene alguien a pedir hegemonía para algún género o corriente, a decretar siempre el comienzo y el fin de algo en literatura porque es lo que ellos hacen. Hace tiempo que escuchaba esas voces de “Gabriela tienes que escribir LA novela que todo el mundo espera de ti”. Pues me descolonicé también de esas demandas e hice lo que pude, un libro que apuesta por la degeneración, por todo lo que no se deja atrapar. Hay que descolonizar vida y escritura.
−¿La familia heterocis también es una forma de la colonia?
−Sí, viene directamente de ahí. La mal llamada “familia tradicional” monógama, cis y nuclear, es más bien la familia moderna, en el sentido de aislada y jerarquizante respecto a otras formas de relación, de familia ampliada, vecindad o amistad o comunidad, y que es una estructura relativamente reciente que responde a los modelos de trabajo/consumo que se desarrollan en las distintas fases del capitalismo y que abonan a la propiedad privada y al control social (algo muy distinto a las familias ancestrales insertas en su comunidad y que solo subsisten gracias a ella). Luego estamos algunos que hemos venido a infectarla con nuestra abyección, que a los machistas homófobos racistas de izquierda o derecha nunca les parecerá valiente sino “postmoderno”. Ya sabes, cada vez que escuches hablar de “familia brilli brilli” o “familia queer postmoderna” de lo que estarán hablando es de núcleos de gentes diversas, de clase trabajadora en muchos casos, a las que les ha costado un montón zafar de esa familia donde te encierras con maltratadores, teletrabajo y a llamar a rapid para que te traiga comida. Así que vale la pena volver al ayllu o formar nuestros propios nidos disidentes. Es bonito.