Hace unos diez días que entraron en circulación los spots de la Campaña #CambiáElTrato, promovida por la Fundación Avon, y aún siguen dando que hablar. Apoyos y críticas por doquier; algunos más taxativos, incitan a aplaudir o desechar, otros matizados, invitan a problematizar sus limitaciones, desafiándonos a trascenderlas.
Hay muchas aristas a analizar en este tipo de campañas. Reparar en quién produce y financia el mensaje, con quien se alía y con qué intereses, puede resultarnos más o menos esclarecedor, pero no será objetivo de esta nota. Analizar la recepción, interpretación y circulación del mensaje, sobre todo entre quienes parecen ser sus principales destinatarios, podría ser mucho más enriquecedor, pero de momento está fuera de nuestro alcance.
Sí quisiera, respondiendo a algunas consultas recibidas y haciéndome eco de algunos intercambios de opiniones, compartir algunas observaciones que me inspiran estos videos.
Las tres piezas publicitarias están protagonizadas por varones (aparentemente cis, hetero, y en su mayoría sub-30) en escenas donde alguno de ellos señala al otro -amigo, padre- que está ejerciendo algún tipo de violencia hacia una mujer. Porque la está acosando en la calle, porque envía fotos de ella desnuda sin su consentimiento, o porque la menosprecia y maltrata como mujer y pareja.
En primer lugar quisiera señalar lo que considero un acierto; apuntar a erosionar y cuestionar las relaciones de complicidad machista entre varones. Entiendo que en esa elección hay diagnóstico compartido; las violencias machistas gozan de impunidad, entre otras cosas, porque son naturalizadas y avaladas por el silencio cómplice hacia el interior de la corporación cis-masculina. Los varones somos los principales policías de la masculinidad de otros varones, los que legitimamos o deslegitimamos las actuaciones y credenciales de género de nuestros pares.
Reconocer este pilar de la socialización masculina en la reproducción de las violencias y privilegios patriarcales no supone necesariamente avalarlo, considerarlo justo o ético. Sino más bien, tener un análisis del campo de relaciones y vectores de poder sobre el que se busca intervenir.
Florencia Yanuzzio, directora de la Fundación Avon, lo expresa de la siguiente manera; “Hay que terminar con eso de decirle a las mujeres que se cuiden, que ojo con la ropa que se ponen, que el horario… A los que hay que hablarles es a los varones, y la idea es que escuchen, porque son la raíz del problema” (Clarín, 17-11-2018).
Al mismo tiempo, y aún en la ausencia en escena de las voces y cuerpos de las mujeres, la orientación de la campaña se hace eco de una de sus principales exigencias para con los varones; “cortense el mambo entre ustedes”, “no necesitan un lugar dentro del feminismo, lleven los reclamos de los feminismos a sus espacios compartidos con otros varones”, “las feministas no somos responsables de educar a los hombres”.
Retomando este diagnóstico y estas demandas, considero que la campaña incursiona en la producción de escenas y discursos en una dirección necesaria y escasamente explorada. Entiendo que allí radica, en buena medida, su capacidad de expansión viral, como también la buena recepción entre quienes desde diversos territorios buscamos interpelar estas relaciones de complicidad machista entre varones, contando con pocos recursos para ello.
Ahora bien, reconocer los posibles aciertos de la campaña no debe suponer su blindaje ante los señalamientos de sus limitaciones. Que ensaye en una dirección –en mi opinión- correcta, que sea eficaz en su objetivo viral, que sea compartida por varones otrora indiferentes, que habilite a su uso reflexivo en contextos pedagógicos, no debería ahorrarnos la posibilidad y potencialidad de su análisis crítico. Por el contrario, permitirnos discutirla es tan o más importante que compartirla.
Algunas de las críticas están orientadas al perfil de sus protagonistas, que en al menos en dos de los tres vídeos, representan a varones cis hetero, blancos, de clase media urbana, flacos, sin discapacidad aparente, y por decirlo de algún modo, corte cheto . Siendo estas representaciones tipo de la masculinidad hegemónica contemporánea, podríamos coincidir en que es un perfil indicado para un producto de circulación masiva por vía virtual. Aunque la posible eficacia publicitaria de la apelación al estereotipo, no la redime de los mecanismos de exclusión en que se sostiene, y alerta sobre los alcances y limitaciones en la posible identificación de los destinatarios con los protagonistas.
Más problemático aún resulta ser la puesta en escena de lo que Liliana Viola (Página 12, 23-11-208) señala como una “lógica del bien y del mal”. Un chico o padre malo que ejerce una violencia naturalizada, un amigo o hijo bueno que lo interpela, señalando las consecuencias del ejercicio de esas violencias sobre las mujeres.
Esta lógica binaria, llevada a la escena de cuestionamiento de la complicidad machista, conlleva un riesgo que los varones que trabajamos sobre estos temas venimos advirtiendo; una vez que identificamos la violencia machista en otro varón, rápidamente la señalamos, repudiamos, tomamos distancia. Creemos que así nos hacemos responsables, cuando contrariamente, suele funcionar(nos) como un mecanismo de rápida e impostada des-responsabilización de las propias violencias que aún ejercemos. Colocando al violento y a las violencias fuera de nosotros, esquivamos el temor de ser señalados como cómplices o encubridores, y nos re-ordenamos del lado de los buenos . Sería interesante explorar en la producción de escenas y discursos ni tan binarios ni tan prescriptivos, donde puedan confrontarse las violencias ajenas desde la identificación con las propias, donde se pueda mostrar que la intención de ser parte de la solución, no suponga negar que aún somos, también, parte del problema.
Además se señala, que de un lado hay mucha (demasiada) facilidad y claridad de palabra para explicar por qué tal o cual práctica debe ser entendida como violencia (aunque no sabemos cómo ni de quién lo aprendieron estos sabios varones). Y del otro lado, aunque con algunas resistencias, una permeabilidad asombrosa.
Aunque entiendo que siendo una escena de cuestionamiento entre pares, el diálogo deba ser entre varones, y aunque estas escenas se monten sobre el diagnóstico de que hay una valoración diferencial de la palabra de los varones por parte de sus pares (y no solamente por parte de ellos), resulta poco verosímil y algo irritante que en escasos minutos el agresor reconozca sus violencias, sin manifestar más que algunas primeras reticencias y resistencias.
Es comprensible que siendo una campaña que busca promover la intervención de los varones ante las violencias de otros varones, no muestren escenas que nos desalienten o disuadan de hacerlo. Ahora bien, esas respuestas de rápida toma de conciencia y conversión al feminismo mirando a cámara, no reflejan las reacciones defensivas-ofensivas ante las interpelaciones que cuestionan la impunidad, el status y prestigio de los varones agresores. Y por tanto, también omite los costos que tiene cuestionar esa complicidad para los varones que lo hacen, que van desde la expropiación de las credenciales de masculinidad y heterosexualidad, la acusación de traición al género, la expulsión corporativa de espacios colectivos de pertenencia, la pérdida de amistades o vínculos de afecto, mecanismos de aislamiento, y con todo ello, también la desposesión de los propios privilegios. Aunque no siempre sea así, aunque no queramos mostrar sólo eso, por no considerarlo deseable, conveniente u oportuno, también es una realidad importante de visibilizar. Si los varones no tuviéramos nada que perder al cuestionar estas formas de complicidad, o si por el contrario, solo ganáramos el pase al bando de los buenos, estas escenas no serían tan excepcionales.
Por último, resulta incómoda la total ausencia de mujeres en escena. Y a mi entender es una incomodidad de difícil resolución, puesto que se apuesta al cuestionamiento entre pares varones, y como ya dijimos, tiene sentido hacerlo. De haber mujeres presentes como meras receptoras de la violencia que un otro varón va a cuestionar, se caería fácilmente en estereotipos heroicos, paternalistas y de sustitución de la agencia femenina/feminista. Por lo contrario, de estar las mujeres presentes siendo las responsables de cuestionar la agresión, se hace difusa la responsabilidad del otro varón en “cortar el mambo”.
Ante esta complejidad (al menos a mí se me representa complejo, y quizás mi propia masculinidad esté operando como obstáculo epistemológico), creo que se halla uno de los mayores, sino el mayor problema de esta campaña. La madre-esposa que padece maltrato psicológico, la chica en short acosada por la calle, la chica cuya foto desnuda circula de grupo en grupo de whatsapp , todas, son estabilizadas por varones, y por la campaña que les hace hablar, en posiciones de víctimas silenciosas.
No sabemos si respondieron, si gritaron, si denunciaron, si se organizaron, aunque sí que están tristes, humilladas, asustadas o traumadas. En esa heterodesignación de las mujeres en tanto víctimas, hay una suerte de restitución de autoridad y superioridad viril del varón denunciante, que marca un límite y una advertencia: el cuestionamiento de la complicidad machista puede ser, y probablemente deba ser entre varones. Pero su resultado nunca puede ser la revictimización e inferiorización de las mujeres.
Seguir ensayando la producción de discursos y recursos para cuestionar los lazos de complicidad machista entre varones, es necesario, y es urgente. Reconocer que esta campaña, con sus limitaciones, nos está ofreciendo esa posibilidad, también lo es.
*Luciano Fabbri – Politólogo y docente universitario (UNR). Integrante de MasCS (Instituto Masculinidades y Cambio Social). Militante de Mala Junta-Nueva Mayoría.