Foto: INDYMEDIA
Mariana se vistió apurada, preparó un almuerzo rápido, le dio la teta a la beba y salió de su casa sin mirarse al espejo. Camino a la reunión se dio cuenta de que tenía la remera manchada y se había olvidado el cargador del celular. Quería participar de ese encuentro porque hablarían sobre las próximas elecciones en el sindicato, pero se extendió tanto que no pudo quedarse hasta el final: tenía que volver a su casa a cuidar a sus hijas. Esta escena se repite a lo largo y ancho de todo el país y demuestra lo difícil que resulta que las mujeres que maternan o tienen personas a cargo puedan participar de decisiones y actividades en el mundo sindical.
En el informe “Feminismo y sindicalismo: estrategias y mecanismos para fomentar la participación gremial de las trabajadoras”, que Jimena Frankel, Julia Campos y Mariana Campos realizaron en el marco de un proyecto de la Fundación Rosa Luxemburgo en agosto de 2021, se profundiza sobre las realidades sociales y materiales de las mujeres, las dificultades que atraviesan a la hora de querer sindicalizarse, participar en las organizaciones sindicales y las acciones y estrategias que despliegan para modificar, o al menos mejorar esa realidad.
Para realizar el informe se hicieron veintidós entrevistas en profundidad a más de cuarenta dirigentas y activistas. Según explican las autoras, uno de los elementos que primó en la selección de las entrevistas fue la heterogeneidad en cuanto al sector de actividad, el lugar de trabajo y el nivel de participación dentro de la estructura gremial. Entre las entrevistadas hay activistas de base y de estructuras centralizadas, de sindicatos del ámbito público y privado, de la industria, de servicios y de la actividad rural.
—¿Cuál fue el criterio de selección para las entrevistas?
—Tratamos de que haya heterogeneidad en los cargos gremiales ocupados por las personas entrevistadas; es decir, que haya representantes de Secretarías o Direcciones, pero también delegadas y trabajadoras sin cargos formales; así como de los distintos ámbitos (público y privado) y sectores económicos. El resultado fue la realización de veintidós entrevistas a más de cuarenta mujeres cis de entre 30 y 60 años de edad, con y sin responsabilidades de cuidado de otres. La mayoría está empleada en el sector formal del mercado de fuerza de trabajo y vive en zonas urbanas, a excepción de las trabajadoras agrícolas.
Si bien el estudio no profundiza sobre otro tipo de opresiones, creemos que es importante avanzar en una mirada interseccional, para salir de los análisis binarios y explicitar cómo el sistema oprime (e incluso con mayor intensidad) a otras identidades de género como travestis, trans, intersex o no binaria, y la simultaneidad de otras opresiones tales como: clase social, racialidad, capacitismo y orientación sexual.
—¿Cuáles son los obstáculos estructurales para la sindicalización de las mujeres?
—Existen obstáculos para la organización gremial que son generales: la división sexual del trabajo genera una separación entre el trabajo productivo y las tareas reproductivas, el primero asignado a la esfera pública (el lugar de trabajo, por ejemplo) y el otro a la esfera privada (los hogares). En ambos casos opera un sesgo de género binario heterocissexista, sobre el que se monta la familia nuclear como forma de organización social, que impone determinantes materiales en el mercado de fuerza de trabajo y en los hogares, como también subjetivos. Mediante esta estructura, se le adjudica a los hombres cis un rol productivo, y a las mujeres cis un rol reproductivo con menos oportunidades/variedades de formación y empleos, con salarios mensuales más bajos, en empleos más precarios y en peores condiciones de ingresar o ascender a un puesto, incluso teniendo la misma (o mejor) formación que un varón.
Las trabajadoras asalariadas cargan con una “doble jornada” producto de las tareas domésticas y de cuidados en sus hogares, que implican un mayor desgaste de sus cuerpos y una limitación en las posibilidades de realizar otras actividades. Esta sobreocupación resulta clave para obstaculizar su militancia o participación gremial, situación que no se aplica en el caso de los varones.
—¿Cómo se viene trabajando en los sindicatos para lograr la paridad de géneros?
—La disparidad de géneros es una problemática bien compleja a nivel gremial. No es lo mismo pensar en abrir camino para el ingreso de mujeres en actividades masculinizadas como en la participación en los cuerpos de delegades, que en la forma en que se ocupan y distribuyen cargos en las estructuras. En este sentido, los avances que se vienen dando resultan muy diversos según la problemática que afronta cada colectivo. En nuestro trabajo, pudimos detectar al menos 8 estrategias que buscan abordar las inequidades desde distintos ángulos, como el cupo, la discusión sobre la contratación de mujeres, la formación en materia de género y diversidades, las estrategias para contrarrestar la violencia y el acoso laboral y la violencia doméstica. Y también las políticas de cuidado, la organización de mujeres en los lugares de trabajo y en las estructuras gremiales, los recursos para áreas y actividades de género, el crédito horario y las licencias sindicales, así como los espacios de intercambio específicos de mujeres.
—¿Cómo debería redistribuirse los trabajos de cuidados y en qué influye la desigualdad de estos a la hora de que las mujeres y disidencias puedan participar en las acciones y decisiones gremiales?
—La doble jornada es el principal impedimento tanto para el desarrollo de la actividad sindical de delegadas y dirigentes como para sumar a más trabajadoras al activismo sindical. Este problema, además, es transversal a toda la clase trabajadora y se relaciona con la forma en la que se organiza la división sexual del trabajo y la lógica patriarcal que impone el quehacer de las mujeres. Producto de la mayor inserción en el mercado de fuerza de trabajo y la acumulación política en la actividad sindical, en la actualidad, existen numerosas acciones gremiales (organizativas y/o económicas), para sortear los limitantes que impone la doble jornada. Esas acciones tienen distinto grado de formalidad y surgen de la necesidad, presión y práctica de cada organización. Van desde reuniones informales de mujeres y asambleas de mujeres en la jornada laboral hasta espacios de cuidados en los lugares de trabajo y el pago para el cuidado de hijes de dirigentes. La idea es fomentar ymantener la presencia de mujeres en las distintas instancias deliberativas gremiales y en las acciones conflictivas, garantizar la ocupación de mujeres en cargos gremiales, disputar el tiempo y los costos de los cuidados, deconstruir el esencialismo en materia de cuidados, en definitiva, socavar la concepción de la familia nuclear cis heterosexual.
—¿Por qué todavía se sigue viendo a la cuestión de género como algo menor y no transversal a todas las luchas?
—Quizás tendríamos que repensar y debatir cuáles son las luchas por la “cuestión de género” y cómo se manifiestan. Muchas veces nos limitamos a entender esas luchas cuando se trata de grandes movilizaciones, encuentros e incluso el paro internacional del 8M. Y si bien creemos que son hechos más que importantes, se desprenden de otros procesos que vienen por debajo y van generando cambios en las estructuras. Probablemente sea a tiempos más lentos de lo que quisiéramos, puesto que estamos atravesadas por una ansiedad y urgencia por revertir el orden impuesto, pero lejos están de ser menores.
El movimiento sindical en general, y las estructuras sindicales en particular, no son ajenas a la lógica patriarcal ni a la de otras opresiones, como cualquier otra organización. Esto genera, en muchos casos, un sesgo en materia de género. No obstante, cada vez empiezan a tener más presencia otras voces en las conducciones, secretarías, comisiones internas y en el activismo general. Y esto es posible debido a la militancia, la resistencia y la presión histórica de muchas trabajadoras por resquebrajar determinadas lógicas que las expulsan.
—¿En qué medida se ha avanzado en los sindicatos en la lucha en relación a la erradicación de la violencia de género?
—La violencia hacia las mujeres es ejercida dentro y fuera del ámbito laboral y condiciona las posibilidades de sostenerse en el empleo y organizarse para disputar mejores condiciones. Es posible que, por ello, uno de los espacios organizativos que reúne a más compañeras del sindicato y a la vez posibilita la participación de mujeres que no activan asiduamente dentro de la estructura gremial, sean aquellos destinados a remover algunas formas de violencia contra las mujeres, tales como la construcción de protocolos contra la violencia, la participación activa de mujeres en los comités mixtos de salud laboral o en actividades puntuales que busquen el logro de la licencia por violencia de género. Al mismo tiempo, desde las estructuras gremiales, se han organizado diferentes estrategias para contener situaciones de violencia específica mediante la organización de comités especializados o comisiones estructuradas a tal fin. Al asumirlo desde una postura integral pero principalmente desde los espacios de género, otorgan legitimidad y fortaleza a la construcción misma de estos espacios, muchas veces estructurados al margen de la normativa estatutaria. Así, en algunas actividades son espacios que visibilizan la organización y acción de las mujeres y al mismo tiempo explicitan su necesidad.