El lesbianismo no es un barrio.
Luciana Caamaño
Está mi ex, la ex de mi ex, la ex de la ex de mi ex, que es
mi hermana también.
Ro Tirita
Me interesa continuar hablando de lesbianismo porque la teoría feminista lesbiana ha sido la que planteó al feminismo como una cuestión de vida y porque creo que es necesario preguntarnos continuamente qué hay de político en lo personal, y cómo nos hacemos cargo de que nuestras emociones y nuestros deseos no son tan nuestros como nos gustaría que fuesen. Me interesa pensar la utilidad de lo identitario para abrir la posibilidad de fomentar relaciones sociales. Por eso empecemos este apartado sosteniendo la incomodidad planteada en la introducción alrededor de la palabra “lesbiana”. Además de las inquietudes mencionadas al respecto por Judith Butler y Gayle Rubin vamos a sumar la propuesta de Foucault de pensar la identidad como algo útil siempre y cuando sea un juego. Y siempre y cuando ese juego sea un procedimiento para fomentar relaciones sociales y de placer sexual que determinen nuevos vínculos amistosos. Al contrario, si la identidad se convierte en el problema central de la vida sexual, si la identidad se vuelve algo propio a descubrir y este descubrimiento tiene el deber de convertirse en norma, principio y pauta de existencia, si la pregunta que invita a repetir es “¿actúo de acuerdo con mi identidad?”, entonces, dice Foucault, no será útil, sino que nos hará retroceder a una especie de ética semejante a la de la virilidad heterosexual tradicional. Respecto a la cuestión de la identidad propone partir de nuestra condición de seres únicos. Dice: “Las relaciones que debemos trabar con nosotros mismos no son de identidad, sino más bien de diferenciación, creación e innovación. Es un fastidio ser siempre el mismo. No debemos descartar la identidad si a través de ella obtenemos placer, pero nunca debemos exigir a esa identidad una norma ética universal”.
Me gusta que Foucault hable de fastidio, de aburrimiento, del tedio que significa ser siempre las mismas, corriéndose del moralismo identitario que conlleva esta autofidelidad. Con autofidelidad me refiero a estar haciendo nuestra danza queer, dentro de los márgenes que nos permite nuestra pequeña cajita identitaria, el set de ropa, de gestos, de gustos, de alimentación que tan prolijamente elegimos y que por momentos pareciéramos destinadas o condenadas a repetir. No tanto en el sentido de parecernos entre nosotras que es una estrategia de reconocimiento, hogar y supervivencia sino de parecernos a nosotras mismas —volviendo e interviniendo a Foucault—: “El problema no es descubrir en sí la verdad de nuestro sexo, sino servirnos, desde ahora, de nuestra propia sexualidad para acceder a una multiplicidad de relaciones. Y es sin duda ésta la verdadera razón por la que la lesbiandad no es una forma de deseo sino algo deseable. Debemos empeñarnos en devenir lesbianas y no obstinarnos en reconocer que lo somos.”
En la existencia hetero estas cosas también pasan, claro, pero pasan desapercibidas porque están naturalizadas. Nosotras en cambio en algún plano somos cons-cientes de que de cierta manera nuestro modo de vida, nuestro modo de ser, es una elección. Y aquí es donde se nos complica la existencia porque tenemos que defender con tanta fuerza quiénes somos, que implica un esfuerzo por definirnos, un pequeño infierno florido: reconocer que no es natural para después identificar que tampoco se trata de una elección libre, fresca y primaveral.
Y ahora que estamos todes con nuestros uniformes puestos según el club, nuestras camisas, pelos de colores, borcegos o respectivos rompevientos, vale también decir que el lesbianismo no es un barrio.
A la comunidad LGBTNB suele acusársela de autosegregante desde la heterosexualidad. A las lesbianas se nos acusa de endogámicas. Sin embargo, la “autosegregación” no es más que habitar, crear y recrear espacios que nos son más hospitalarios, un poco más libres de confesiones y explicaciones, en los que se pueden construir modos de vida que no son experimentados todo el tiempo como “otros”. A pesar de la endogamia de los grupos lésbicos, no nos conocemos todas, no somos vecinas. Estamos desperdigadas como migrantes ilegales en el territorio de la heterosexualidad y sin embargo construimos comunidad. Como repite Ahmed, un movimiento puede ser un refugio. Algunas compañías pueden ser trincheras.
El texto “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana” de Adrienne Rich es importante para pensar la presencia histórica de las lesbianas, así como nuestra continua creación del significado de esa existencia. Esta existencia no solo significa el rechazo a un modo de vida impuesto, sino también un “no” al patriarcado, un acto de resistencia, “un ataque directo o indirecto contra el derecho masculino de acceso a las mujeres.” Esta es una de las pocas producciones que se encarga activamente de visibilizar la alegría y el potencial político de llevar una vida lesbiana y también logra deslizar, incluso desacoplar, la idea del lesbianismo de su definición médicopatriarcal, o bien, del confinamiento que implica limitarla al “hecho de que alguna mujer haya tenido o haya deseado consciente o inconscientemente una experiencia sexual genital con otra mujer”. Sin embargo, también me interesa tomar este texto en tanto continúa siendo una de las grandes referencias para el pensamiento lésbico, por lo que no pierde vigencia para cuestionar otras dos de sus ideas principales: por un lado, la de la experiencia lésbica como algo profundamente femenino y por otro la de continuum lesbiano.
Con respecto al primer punto, hay un caudal nada desdeñable de investigaciones y ensayos que insisten en que lo masculino no está desligado de la lesbiandad (ni tampoco de las mujeres). Sin embargo, aunque podamos re conocernos femmes, machonas, butchs, andróginas, todas a la vez o según el día, pareciera que el sentido común y el académico e incluso entre lesbianas activistas, sigue presente la caracterización ¿e idealización? de las afectividades lesbianas como puramente femeninas. De allí que sea necesario continuar desestabilizando los binarismos, empujando hacia distintas direcciones que dejen a la luz las complejidades y las limitaciones no solo de las identidades de género y orientación sexual sino de las categorías femeninas y masculinas pegadas a esas identidades. En cuanto al segundo punto, Rich diferencia al continuum lesbiano de la existencia lesbiana y sostiene que el continuum debe considerar tanto a las mujeres que se autodenominan lesbianas como también a las que se au-todenominan heterosexuales ya que hay un deleite extraño en su mutua compañía y una atracción entre sus mentes. Y agrega que “necesitamos narrativas mucho más exhaustivas de las formas que ha tomado la doble vida”. Por un lado, Rich acierta cuando dice que la experiencia lesbiana tiene opresiones, significados y potenciales específicos que no podremos comprender si nos limitamos a etiquetarla junto con otras existencias sexualmente estigmatizadas (es decir, es necesario hacer el ejercicio de trascender la noción de gay) pero, por otro, incluye a las mujeres heterosexuales haciendo un borramiento distinto, aunque similar al que propone evitar. Apreciar la compañía y la mente de mujeres no es lesbiano, simplemente es no-misógino. Al respecto dice Rubin, que Rich desplazó la preferencia sexual por una forma de solidaridad de género, un desplazamiento moral y analítico. Es claro que necesitamos una narrativa más exhaustiva, sin embargo, que todas podamos ser lesbianas no quiere decir que lo seamos. Que todas suframos las opresiones y las violencias por el hecho de haber sido asignadas y/o autopercibirnos mujeres no hace que habitemos el mundo de la misma manera. Tampoco es lo mismo vivir en un mundo de lesbianas que en uno de mujeres.
Es aquí donde Sara Ahmed abre una nueva perspectiva, dice que el hecho de que algo sea obligatorio demues- tra que no es necesario. Sin embargo, “negarse a ser forzada por las narrativas de la heterosexualidad ideal en la orientación de una hacia los otros, sigue siendo una manera de verse afectada por esas narrativas: funcionan como un guión de la orientación propia en la forma de desobediencia”. Los efectos de no seguir los guiones pueden ser múltiples, por ejemplo, el hecho de amar un cuerpo que se supone que deberíamos repudiar implica someterse a esas normas en relación los costos y daños correspondientes.
En este punto resulta interesante mencionar que la preocupación por la felicidad (en su versión positiva) de personas lesbianas o queer, o la evasión de los costos y daños de no buscarla, resulta fundamental para la imposición de la heterosexualidad.
La primera novela lésbica que se convirtió en best seller, Spring Fire, publicada en 1952 en Estados Unidos y escrita por Marijane Meaker bajo el pseudónimo de Vin Packer, tuvo que cambiar su final para ser publicada, ya que según su editor un final feliz como el que tenía originalmente haría que la homosexualidad, en este caso el lesbianismo, pareciera atractivo.
La hipervisibilización, hipernarración o sobrerepresentación de estos daños y castigos funciona como disciplinamiento heterosexual, mientras que la invisibilización del goce y la existencia lésbica hacen de sostén de la heterosexualidad obligatoria. Sin embargo creo, como Heather Love, que necesitamos elaborar una genealogía del afecto queer que no sea fatalista ni dramática hasta la muerte pero tampoco deje de lado los sentimientos de vergüenza, negativos y complicados que han ocupado un lugar tan relevante en la existencia queer a lo largo del siglo pasado. Algo así como canta una canción de Dog Park Dissidents: “Not gay as in happy but queer as in fuck you” (No gay como alegre sino queer como fuck you).
Comencé este ensayo partiendo de la incomodidad que habitamos y que a su vez moldea a las personas que vivi- mos vidas no normativas, por eso me interesa rescatar estas dos necesidades y contribuir a visibilizar otras aristas de lo lesbiano procurando, como propone Ahmed, “adoptar una actitud activamente incrédula en lo que concierne a la necesariedad del alineamiento de la felicidad con el bien.” Trabajamos durante mucho tiempo en visibilizar el lesbianismo y las violencias que se ejercen sobre las lesbianas y ya tenemos muchas, quizás demasiadas representaciones sobre el dolor, la represión, el drama y la desolación. Es necesario buscar derivas nuevas que escapen a los clichés discursivos y que expresen también experiencias lésbicas placenteras vinculadas a la amistad, la fiesta y el placer.
La existencia lesbiana es mucho más que sexualidad entre mujeres, entre lesbianas y/o bisexuales. Parte de esa existencia lesbiana tiene que ver con las formas vinculares, la relación con las ex, la amistad lesbiana, la familia lesbiana, la cultura lésbica. Eso que pensamos como endogamia lésbica es la estela de constelaciones que nos acompaña a lo largo de nuestras vidas y es un lazo so- cial específico. Pensar las implicancias concretas e imagi- narias de estos lazos nos permite sostener con la palabra toda la carga de ruptura que poseen.
En esa estela de constelaciones, de endogamia, se encuentra la figura de “la ex” que aparece como algo posible a partir de los corrimientos del libreto heterosexual y ocupa un lugar liminar entre la amistad y la familia. Goza de una intimidad que no se acaba al terminar la relación, que se transforma con la plasticidad suficiente para sostener la cariñosidad y los cuidados dando lugar a nuevas relaciones sexoafectivas, usualmente cediendo por completo lo explícitamente sexual sin convertirse en una amistad como cualquier otra, guardando cierta incondicionalidad que la acerca a lo familiar.
Se le presenta la ex a la nueva pareja con una solemnidad parecida con la que se la presenta a la familia, se espera que caiga bien, que no sea celosa. La figura de la ex vuelve a ser disruptiva, aunque no esté cruzada por la sexualidad, genera incomodidad e incomprensión en las personas heterosexuales, molesta, se queda por fuera del marco de inteligibilidad de la heterosexualidad. Se sigue pensando que tiene que haber sexo de por medio o al menos algún desengaño amoroso que mantenga el lazo.
Las existencias no normativas tienen que ver justo con esto, la invención de otras formas vinculares y de existencia, de hablar un lenguaje no descifrable para la maquinaria binaria cisheterocapitalista amorosa y familiar.
“La fiesta de las amigas.Sacudir el discurso del amor”, de Mana Muscarsel Isla será publicado por la editorial Asentamiento Fernseh en los próximos meses. El arte de tapa del libro es de la artista Samantha Nye.
Mana Muscarsel Isla nació en la Patagonia argentina en 1987 y migró a Buenos Aires en 2006. Estudió psicología y se especializó en Educación en Géneros y Sexualidades.
Publicó el poemario La ruptura no será televisada en Editorial Palíndroma (México, 2020) y en Editorial Liliputienses (España 2022); en Argentina publicó la novela Casino Casa Grande,EME Editorial (2018) y el libro infantil con música originalUn regalo de Cuento en la Editorial Muchas Nueces (2017).
Es compositora e intérprete en su proyecto musical Mana Isla