Con 63 años, Ivanna Aguilera —militante histórica del activismo trans en Córdoba— cada semana recorre la casa de compañerxs trans y travestis para llevarles comida, ropa y medicación, ya sea para tratamientos hormonales o retrovirales, que si se abandonan provocan un grave desequilibrio en el organismo de las personas. Cuando comenzó la pandemia asistía a más de 60 personas y con muchxs de ellxs terminaba tomada de las manos, oraban y agradecían a Dios. Así surgió la organización La Vieja Guardia, cuando empezaron a hablar de la fe para expresarse y visualizarse como personas trans y travestis católicas que deciden nombrarse así aun sin estar de acuerdo con los dogmas de la iglesia hegemónica.
Aunque está cansada y a veces se muerde los labios por las ganas de llorar, La Tía —como muchxs le dicen— cada domingo sale a repartir lo que recolectaron en la semana. La colecta solidaria que lleva adelante es una de las iniciativas del Área Trans, Travesti y No Binarie de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Junto con la decana de la Facultad, Flavia Dezzutto, Ivanna coordina el área: es la primera funcionaria trans en el ámbito universitario. Como parte de una política de inclusión laboral, ella logró que en la cantina de esa institución trabajen más de 30 compañerxs trans y travestis, que ante el confinamiento que se inició por la pandemia dejaron de contar con esa fuente de ingreso. Ahora ella les brinda asistencia: lava la ropa, separa lo que está en condiciones, higieniza los alimentos, lxs visita y a veces rezan juntxs. Es así como pone en práctica sus creencias, a través de tareas comunitarias.
“Somos cristianxs que profesamos y llevamos adelante la palabra de nuestro hermano Jesús, que fue asesinado por haberse salido de las normas, como hombre que compartía el pan con sus hermanxs, que iba a ver a lxs enfermxs, que compartía con las putas, con leprosos, que era de carne y hueso, que eran un hombre diverso, y que no gestionaba esa religión dentro de un templo, lo hacía en la comunidad: iba a donde había necesidades”, dice Aguilera en diálogo con LatFem.
En esos encuentros, la fe aparece como un trazo que forma una red de sostén entre lxs compañerxs que visita en distintos barrios de la ciudad. Romper con los dogmas para ellxs es la convicción de que la comunidad se construye por fuera de la iglesia, pensada como un espacio cerrado. “Yo creo mucho en el calor humano”, dice en referencia al momento en que rezan juntxs. “Las compañeras no van a la iglesia. Nosotras no necesitamos ir a un templo o a esa casa de ladrillos que es el negocio de unos pícaros para profesar la fe o para ser hijas de Dios, que es lo que somos. Cada unx de nosotrxs es parte de la iglesia. Somos la iglesia. Cada una imparte el Evangelio y eso es lo que importa”, afirma como referente de La Vieja Guardia.
El feminismo que irrumpe en la religión
Cada vez son más lxs actorxs y organizaciones que desafían los mandatos hacia adentro de las distintas iglesias, incluso crean por fuera sus propios espacios religiosos. A la vez, son estrategias del movimiento feminista y de la población LGBTIQ+, como una forma de disputa de sentidos. También como una forma de reivindicar la pluralidad de voces —en contraposición con el discurso hegemónico de las jerarquías eclesiales— y de interpretaciones posibles sobre las escrituras sagradas, como la Biblia o el Corán. Esas lecturas surgen de las teologías feministas que reconocen a la teología latinoamericana de la liberación como fuente y que surgen en defensa de los Derechos Humanos de las mujeres y de las diversidades.
“Una de las preguntas clave que proponen hoy las teologías feministas y otras teologías de la liberación frente al creciente fascismo fundamentalista es si la teología tradicional ofrece una visión religiosa y una práctica comunitaria que pueda intervenir en las luchas para alcanzar la igualdad. La respuesta es negativa. Por eso, uno de los grandes desafíos de las teologías feministas es que las comunidades religiosas mantengan vivo el sueño de la libertad y del bienestar para todxs. Denunciar la violencia de género y la desigualdad que provoca el dogmatismo religioso es una forma de concretar ese sueño”, explica a LatFem, María de los Ángeles Roberto, teóloga y biblista feminista.
En ese sentido, el 2010 fue un año bisagra dentro de algunas parroquias o espacios religiosos. Algunas personas y grupos de jóvenes querían dialogar sobre la ley de matrimonio igualitario pero la gran mayoría de los sacerdotes expresaban su descontento y enojo por los cuestionamientos que hacían sus comunidades.
Fue un punto de quiebre. Así lo explica Natalia Rodríguez, coordinadora del Área de diálogo ecuménico e interreligioso de Católicas por el Derecho a Decidir Argentina (CDD): “Algunas personas se fueron de las comunidades porque ya dejaron de creer en el supuesto compromiso con lxs más necesitadxs. El velo se corrió para mostrar la cara de los fundamentalismos religiosos”. CDD es una de las organizaciones pioneras en construir argumentos progresistas que contrarrestan, desde una perspectiva teológica y feminista, los fundamentalismos religiosos y que, además, trabaja por los derechos sexuales y (no) reproductivos de mujeres y personas gestantes.
Natalia cuenta que, en aquella época, comenzó a escuchar cada vez con más frecuencia la historia de profesorxs de catequesis o catedráticxs de los institutos de formación católicos que expresaban su identidad de género y eran despedidxs luego de iniciar sus trámites para acceder al matrimonio igualitario. “Nos quedamos algunas personas tratando de trabajar dentro de nuestras comunidades; investigando, para encontrar referentes cristianxs que nos ayuden a argumentar por una iglesia más incluyente y por el sueño de matrimonio religioso para todas las personas LGBTIQ+”, recuerda Rodríguez. En esa búsqueda, se encontraron con teologías queer y con iglesias protestantes que eran abiertamente inclusivas.
“No fueron pocos lxs cristianxs que migraron de sus congregaciones hacia otras que fueran más abiertas con el tema. Comenzaron a armarse grupos para debatir, para intercambiar material y para saber de cursos sobre estudios bíblicos con clave de género. Las iglesias no son homogéneas, no son monolíticas, no son tan impermeables como se imagina. Hay espacios incluyentes, aunque faltan aquellos que lo sean abiertamente. Creo que en los últimos años más personas religiosas han accedido a espacios de formación y de diálogo sobre diversidad sexual y religiones”, explica Rodríguez a LatFem.
Una lectura queer de las escrituras sagradas
Fue en un curso de teología queer donde Natalia conoció a Noemí Farré, la psicóloga y pastora laica lesbiana que fue iniciadora de un espacio de fe abierto para la comunidad LGBTIQ+. Desde comienzos del 2020, construyeron su propia comunidad de fe. Estaban convencidxs de que la fe también es un derecho de las disidencias y en las iglesias tradicionales fundamentalistas que ellxs integraban, en donde se leen las escrituras sagradas de forma literal, lxs condenan. En el curso, dictado por el académico y teólogo queer Hugo Córdova Quero, se propone una lectura de esos textos que sale del binarismo y del biologicismo: dos formas de condenar o discriminar a quienes desean a personas de su mismo género. Amplía la mirada y así la diversifica.
En un principio, cuenta Farré, en las iglesias más progresistas del metodismo, a las personas LGBTIQ+ les permitían formar parte de la comunidad pero les pedían que fueran discretxs o que no se expongan porque había personas que no estaban de acuerdo con tener dirigentes o líderes homosexuales: así lxs llamaban. Dieron la disputa desde adentro durante un tiempo pero finalmente decidieron abrirse.
“Por la misma fe que sentíamos y el mismo respeto por el texto sagrado (nuestra interpretación difiere muchísimo de la mirada tradicional) decidimos abrirnos para aquellas personas LGBTIQ+ que necesiten de lo espiritual y que no se sienten incluidas en las iglesias convencionales. Nosotrxs tenemos muy en claro que la misión es de Dios y somos colaboradorxs de su misión en la tierra: nuestro trabajo es de los muros de la iglesia para afuera. Acompañamos a las chicas trans y a los varones trans, de manera espiritual y también en sus necesidades básicas. Creemos que eso es ser cristianx”, afirma Farré en diálogo con LatFem. Durante la pandemia, además, prestaron sus instalaciones en el marco de un convenio con el Centro Trans Córdoba para brindarles asistencia.
La gran deuda histórica
Desde La Vieja Guardia reclaman falta de políticas públicas dirigidas específicamente a la comunidad LGBTIQ+. Sostienen que hay una deuda histórica respecto a la inclusión laboral. Aseguran también que una política de cupo no es suficiente y que el trabajo sexual no puede ser la única opción para obtener una remuneración económica. Además, debido al confinamiento, debieron pasar muchos meses sin poder ejercer ese oficio que para muchxs era su única entrada de dinero.
Frente a la pandemia, la población trans y travesti tuvo que organizarse entre sí para garantizar necesidades básicas en todo el país. Ivanna convive con esa carga sobre su espalda. “Soy una mujer mayor que tiene todas las necesidades que cualquier persona de mi edad, pero triplicado porque soy trans. No tengo jubilación. No tengo servicios médicos. No tengo contención. Y sin embargo, pongo en mis hombros el rol del Estado para contener a otrxs compañerxs que están en la misma situación que yo o peor. Es algo que tengo que hacer. No me lo cuestiono. Sé que me tengo que cuidar pero también tengo la convicción y la necesidad de acompañar a otrxs”.
Peronista, creyente y kirchnerista por convicción. Ivanna afirma que hace su trabajo por justicia social. “Hay una frase de la marcha peronista que dice Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad. El peronismo es hacedor de derechos. Y tiene una gran deuda con la población trans y travesti. En la última elección muchxs de nosotrxs militamos y trabajamos para que este gobierno nacional y popular esté donde está. Hasta que el peronismo no nos garantice el derecho a trabajar todavía esa frase que tanto ponderamos no la vamos a poder cantar. Yo necesito trabajo para poder cantar la marcha pero con orgullo y hasta ahora no lo puedo hacer. Necesitamos el acompañamiento de toda la sociedad para tener esa carta de ciudadanía plena que tienen todes”, dice Ivanna. Nombra así la gran deuda que aún falta saldar: el derecho a decidir y elegir qué trabajo quieren las personas travestis y trans.