La narradora de la película recuerda haberse encontrado en la calle con un amigo de su padre, poco después de que él muriera en un accidente. Esa persona, hasta entonces desconocida para ella, le dijo, con mucho de rabia o de dolor: “cuando vos naciste, una parte de Jaime murió para siempre”. Ella, todavía una púber, escarbando en el sentido de esas palabras, corrió a revisar los bolsillos de la ropa de Jaime que todavía estaba en el placard. No encontró más que una convicción: cuando ella nació, en efecto, una parte de su padre había muerto definitivamente.
Este es el disparador de El silencio es un cuerpo que cae, de la cordobesa Agustina Comedi. La película, compuesta por testimonios y trozos de videos familiares, por la misma voz reflexiva y melancólica de la directora, va a la búsqueda de esa vida previa (aquella que había precedido a esa primera muerte), repentinamente escondida y silenciada cuando Jaime se casó al cumplir cuarenta años.
¿Quién era entonces Jaime antes de 1986, antes de adoptar una vida familiar tradicional? Era, según se va enterando Comedi, aquel niño “distinto” al resto de la familia, tan diferente que llegó a convencerse de que era mesías. Era, también, el amante adolescente de un juez; el militante que debía ocultar, al igual que otros compañeros homosexuales, sus deseos en Vanguardia Comunista; era el que iba a las fiestas secretas donde concurrían Alfredo Alcón y Manuel Mujica Láinez, el que organizaba viajes glamorosos por el mundo junto con amigxs y amantes. Jaime era, finalmente, un chico sensual y jovial –y ver sexies a los padres no es fácil para lxs hijxs– en un medio amedrentado por ocultamientos, persecuciones y miedos.
Entre estos relampagueos reaparece Néstor, el ginecólogo que trajo al mundo a Agustina (el primer contacto humano fuera de la panza de la madre) y el testigo de casamiento de Jaime. Ambos, Jaime y Néstor, fueron pareja durante años, antes de la decisión de éste de dar un giro a su vida. Néstor, que usaba bigotes a lo Freddie Mercury, murió de sida casi al mismo tiempo que el cantante de Queen. Comedi recuerda, entonces, a su padre llorando por la muerte del músico y redescubre, al mismo tiempo, en este juego de rodeos y de dobles, un sollozo por la pérdida de una persona amada.
El silencio es un cuerpo que cae avanza, en este sentido, menos por el revelación de un secreto que por el redescubrimiento y la resignificación de lo vivido (y de lo archivado). Los muchos viajes que Agustina realizó de niña junto a la familia no son sino retornos melancólicos de Jaime hacia aquellos lugares que ya había recorrido en su vida anterior. Los colores y los fuegos artificiales de los parques de Disney se convierten en el reverso doliente de una etapa y unas personas abandonadas. La cámara en manos de Jaime que estudia meticulosamente el David en la Accademia se transforma en imagen táctil de un deseo homoerótico.
La poética de la película abunda en los tropiezos de la imagen y de la palabra. Los fragmentos con movimientos y con nieve que integran buena parte de la película, propios de los videos familiares, son contiguos a los testimonios, poblados de rodeos, farfullas, desencuadres, vacilaciones, interrupciones. De silencios en los que se alojan el secreto, el vacío y el dolor. Como si estas texturas obstaculizadas y murmurantes, además de reflexionar sobre el mismo estatus de la imagen, dieran forma a la mecánica de ocultamientos y develamientos de los deseos divergentes.
El título de la película hace alusión a una caída de un cuerpo –el de Jaime, que se cae de un caballo, o, en un sentido extenso, el de otros que acompañan su vida partida en dos–. Existe un cuadro de Pieter Brueghel llamado Paisaje con la caída de Ícaro, del que escribió William Carlos Williams y a partir del cual realizó un film Claudio Pazienza (Cuadro con caídas). En esa pintura hay una escena de campesinos y pastores, algunos barcos navegando, la extensión de una ciudad y de una cadena de montañas. Es necesario prestar mucha atención para advertir el pequeño detalle de las piernas de Ícaro sobre el agua. Parece haberse hundido hace un instante, después de haber malogrado su vuelo. Esa caída pasa desapercibida para todos los que componen la escena, ocupados por sus labores cotidianas. Nadie se inmuta, nadie parece sorprendido por lo que acaba de suceder (“sin notarse mucho/ lejos de la costa/ hubo un chapoteo insignificante” escribió Williams). Es de esta misma gravedad (en todos sus sentidos) es la que piensa y siente El silencio es un cuerpo que cae.