De pronto, un día, alguien se ve en la necesidad de contar con cuidadoras para su madre o padre. Claro, las situaciones de cuidado muchas veces no son previsibles o no sabemos cuándo se pueden desatar. Sin embargo, lo importante es que esas cuidadoras se transforman en parte de nuestra familia ampliada. Conviven con nuestros familiares y son quienes cuidan de forma sostenida su vida cotidiana.
Esos cuidados se transforman en una pieza clave de nuestra dinámica familiar. El trabajo organiza nuestra vida. Y los cuidados son un trabajo. En el caso de las cuidadoras domiciliarias hablamos de un trabajo específico, de un universo concreto de las tareas de cuidados. Estamos hablando de esas personas, en un porcentaje altísimo mujeres, que se ocupan de las necesidades de personas adultas mayores, personas con discapacidad o personas que atraviesan algún tipo de enfermedad o tratamiento.
“Las cuidadoras domiciliarias viven en una situación laboral crítica y en emergencia. Su estado en términos de derechos laborales es pre-peronista”
Las cuidadoras trabajan en función de las necesidades de la persona que tienen asignada. Cuidan su alimentación, se ocupan de la higiene personal, administran medicamentos, conocen tratamientos de distintas enfermedades, tienen el vínculo con el médico de cabecera. Tienen una mirada y un conocimiento sobre el día a día de esas personas que les permite advertir momentos de alerta. Este trabajo tiene un componente emocional fundamental. Son soporte emocional de las personas que cuidan. Personas de confianza que pasan a compartir un tiempo de intimidad y de cuidados en el sentido más pleno del término.
Sin embargo, las cuidadoras domiciliarias viven en una situación laboral crítica y en emergencia. Su estado en términos de derechos laborales es pre-peronista. Sin seguridad social, sin aportes jubilatorios, sin obra social, sin registro laboral, capacitaciones o formaciones, sin sindicatos, sin vacaciones, sin horarios regulados, sin tarifas de referencia. Ya sabemos que lo que no regula el Estado lo regula la crueldad del mercado. Se mercantiliza el trabajo, su condición humana pasa a ser un servicio con el cual especulan quienes lo contratan a partir de un poder desigual y una escena de dominación.
En este contexto, hicimos una segunda presentación del proyecto de ley para formalizar y regularizar su trabajo. Proyecto que construimos con cuidadoras y cooperativas de todo el país, de forma colectiva, horizontal, participativa. Cuando decimos que todxs tenemos algo para aportar no es una frase hecha, es un método de trabajo. Un proyecto que recolecta la experiencia y las necesidades, los deseos y derechos de una comunidad de trabajadoras postergadas, en la sombra de los cuidados, invisibles para la vida laboral formal.
Poner en valor la tarea de las cuidadoras es generar las condiciones laborales para que trabajen con dignidad y de forma justa. La valoración de su trabajo, su centralidad en nuestras vidas, necesita de un correlato en los derechos como trabajadoras. Es decir, con horario laborales vivibles, porque sabemos que hay jornadas muy extensas e inhumanas. Y también sabemos que viven un nivel muy alto de desgaste que no es solo físico sino también psicológico, emocional. Acompañar a una persona en el proceso de recuperación de operación o enfermedad es una situación que requiere de un cuidado integral. Estas mujeres tienen un saber hacer, son profesionales de los cuidados.
La pregunta por los cuidados nos lleva a mirar nuestros esquemas familiares, los roles socialmente asignados, la división de tareas (por género, por clase) y, por supuesto, nos lleva a preguntarnos por quienes hacen la vida cotidiana. ¿Y saben qué descubrimos? Sí, que son las mujeres pobres de nuestro país, las mujeres a la intemperie social, las que empujan la rueda de la mecánica social todos los días.