Las historias de nuestros abortos: desde la clandestinidad a los acompañamientos socorristas

Durante 2016 las Socorristas en red acompañaron los abortos de 3.799 mujeres y personas con capacidad de gestar. Según el Ministerio de Salud de la Nación, son entre 370.000 y 522.000 los abortos clandestinos realizados por año. En un contexto de recrudecimiento de la violencia hacia las feminidades, el socorrismo no solo cumple un rol pedagógico y de compañía. A su vez releva datos concretos que de otra manera no podríamos conocer debido a la clandestinidad y la falta de una legislación para interrumpir los embarazos de manera legal, segura y gratuita. Ilegalización de la interrupción del embarazo. En esta crónica, historias de mujeres que abortaron: desde la clandestinidad hasta los acompañamientos. Con cada historia que sale del closet y es narrada por sus protagonistas #JuntasAbortamos.

Macarena pagó 20 mil pesos para interrumpir su embarazo en pleno centro porteño. Malvina abortó en La Plata acompañada de su novio gracias a la información que le dieron en un Hospital público. Amira lo hizo sola cuando tenía 22 años y luego decidió acompañar a otras a interrumpir sus embarazos. Luciana acompañó a abortar a una amiga en Córdoba en una clínica clandestina, un sótano horrible. Ahora forma parte de una consejería para que otras no estén solas. Las historias de mujeres y personas con capacidad de gestar que abortaron son múltiples como un mosaico de relatos diversos: la información cada vez llega a más personas por la persistencia del activismo socorrista y feminista.

A los 26 años Macarena quedó embarazada. En la puerta del baño de un bar porteño vio el número de las socorristas que acompañan abortos de manera segura. Llamó y le recomendaron esperar a la semana 8, pero su urgencia era mayor. Quería interrumpir ese embarazo ya. Ella es una de las 4.871 mujeres –un promedio de 657 por día– que recibieron información sobre aborto con pastillas el año pasado. No llegó a hacerlo de esa forma porque su premura la empujó al consultorio privado de un ginecólogo sobre la calle Arenales, a metros del shopping Alto Palermo en la Capital Federal. A cambio de 20 mil pesos podía darle fin a ese embarazo que no deseaba.

El recuerdo de la intervención es una síntesis del maltrato. El ginecólogo que había sido cálido y amoroso cuando ella lo contactó aquel 17 de marzo de 2017 se volvió frío y tajante. La trató como si fuera un trámite. Le levantó el brazo y la mandó al baño a desnudarse con un gesto autoritario.

¿Toda la ropa me tengo que sacar?

Y sí, ¿o querés mancharte toda la ropa de sangre? -respondió el médico.

A Macarena la actitud le pareció rara. “Dale, apurate, desvestite”, insistió el médico y ahí estaba, con las cuerdas en la mano, listo para atarla. Después vino la anestesia y un lapso de tiempo del que no tiene una noción clara. El anestesista la ayudó a despabilarse. Cuando volvió en sí se dio cuenta que estaba vestida y ya no estaba atada. En general, no había rastros de la intervención. Todo parecería indicar que ahí no había pasado nada.

Según Dedicimos (colectiva que forma parte de Socorristas en red), en 2016 fueron 1603 – el 42,2 por ciento– las personas que abortaron que habían sido víctimas de violencias sexistas en el proceso. De ellxs, únicamente 472 (29,5%) realizaron alguna denuncia en organismos estatales.

La historia de Macarena parece anacrónica pero ocurrió hace menos de un año. En la otra esquina de los relatos están las historias de mujeres que abortan acompañadas, en sus casas, con amigas, con sus parejas, solas, como ellas quieren y transitan la experiencia esquivando las violencias de un consultorio clandestino. En el paisaje de las mujeres que interrumpen sus embarazos también están las que no sobreviven a esa decisión por los obstáculos que se plantean por la falta de una ley que garantice aborto legal, seguro y gratuito.

Durante 2001, según datos del Ministerio de Salud de la Nación, 100 mujeres murieron por abortos clandestinos. Para 2015, este número descendió a 55, gracias a las redes de socorristas, los protocolos de acceso a interrupciones voluntarias del embarazo, las líneas de teléfono que asesoran sobre el aborto con pastillas, las alianzas de profesionales de la salud y desde 2012 el fallo F.A.L. –que clarificó aquello que dice el Código Penal desde 1921: el aborto es legal en caso de que el embarazo ponga en peligro la salud o la vida de la persona–.Entre otros factores, no hay dudas de que la lucha colectiva y comunitaria es clave en un contexto de ausencia e impunidad estatal.

En 2016 las socorristas acompañaron los abortos de 3.799 mujeres y personas con capacidad de gestar. 714 (18,8%) de estos casos fueron acompañados únicamente por socorristas en el proceso de aborto con medicamento–, y 154 fueron dentro del sistema de salud para el acceso a ILEs (Interrupción Legal del Embarazo).

Puede fallar, se puede acompañar

Malvina se miró las piernas sentada en el inodoro y vió sangre; palpó lo único que soportaba puesto, un remerón. Lo siente empapado. Germán la espera afuera, recostado sobre la pared, transpirando nervios mientras imita cierta serenidad. Un Cristo crucificado la miraba desde la puerta y Germán se preguntaba, mientras tanto porque los métodos anticonceptivos fallaron. Es la tarde del 14 de octubre de 2017 en la ciudad La Plata. Malvina y Germán se cuidaron cuando mantuvieron relaciones sexuales pero el método falló y ni ella ni él quieren ser madre o padre por el momento. Ella tenía 23 años en ese momento. Este es su primer aborto.

El relevamiento de Socorristas en Red muestra que fueron 1713 de las personas que acompañaron a abortar, manifestaron haber usado algún método anticonceptivo (MAC). En el 30,9 por ciento de los casos, el MAC falló. Además, de las mujeres que no lo utilizaron, 877 (23,1%) dijeron que la decisión fue tomada por voluntad de su pareja. Del total de abortos acompañados en el año, 2078 (54,7%) de las mujeres tenían pareja estable en el momento del aborto.

Malvina abortó acompañada de su novio. Prefirió no compartirlo con nadie más. Recuerda las dos visitas que hizo a la consejería del Hospital Gutiérrez y piensa si todo estará saliendo bien, duda de ciertos dolores, e implora a algún santo que esta historia se termine. Ambxs son creyentes.

Fueron 2302 (60,6%) las mujeres y personas con capacidad de gestar que manifestaron ser creyentes. A su vez, el 68,8 por ciento de quienes asistieron sin compañía a los talleres informativos es creyente de alguna religión.

Aquella tarde de octubre Malvina le pidió a Germán, desde el baño de su departamento en la ciudad de La Plata, que por favor entrara, que no podía sola, que no quería sola. Germán hizo a un lado la palangana en la que ella dejó caer el sangrado. Lo revisó con un colador buscando alguna forma, alguna textura que le llamara la atención.

Aumenta todo, también el Miso

El misoprostol, que se comercializa como Oxaprost, es indicado para la protección gástrica. Durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner formaba parte del programa Precios Cuidados y costaba $400. Había sido una demanda de organizaciones sociales, políticas y feministas. A pesar de que la dosis necesaria para la prevención gástrica no es la misma que se usa para interrumpir el embarazo, el hecho de que la droga formara parte de la lista hacía que su acceso fuera más sencillo, incluso posible.

Durante 2016, apenas más de la mitad de quienes pasaron por un aborto contaba con trabajo. De ese total de 2085 personas, el 60,6 por ciento –unas 1263– no percibía lo dispuesto por el Salario Mínimo Vital y Móvil, en ese entonces de $7.560. Ello, en un marco en el que el medicamento valía en farmacias alrededor de $1800 y $2000. Hoy llega a alcanzar el valor de $3000. El acceso al aborto con pastillas tiene que pensarse con una perspectiva de género, de clase, de raza. La clásica frase de las pintadas o carteles en las marchas sintetiza la realidad: “las rican se lo pagan, las pobres se desangran”.

Abortar y acompañar

Cuando una persona va a abortar a una clínica privada, es común que el proceso se haga pasar como un embarazo perdido que se debe quitar. En La Plata, durante el mes de enero, el sol azota el asfalto de las calles vacías, ausentes de estudiantes. Puertas adentro, hay circunstancias que también hacen pesar esa soledad.

Amira se acuerda de la luz fría, del silencio, del chirrido de la puerta que llevaba al consultorio. Se acuerda de aquel lugar en el que lucraron con su necesidad de interrumpir su embarazo en aquel enero de calor y agobio de 2013, a sus 22 años. La acompañó su prima, su confidente.

Estaba prácticamente sola en la ciudad, no sabía qué hacer. Busqué información en Internet y fui a dar con aquel lugar. Hubiese sido un aborto totalmente distinto si encontraba la página de Socorristas en Red. Estaba convencida, pero lo más hiriente fue la suma de dinero que tuve que pagar y el miedo a que me pasara algo”, cuenta ella a LATFEM cinco años después.

Ese año se incorporó a la colectiva feminista Decidimos en La Plata (Socorristas en Red). Cuatro años más tarde, a principios de 2017, Amira pasó por un segundo aborto. Esta vez, se acuerda de sus compañeras y amigas socorristas; de aquello que su militancia le enseña a diario y de cómo ha cambiado su perspectiva.

Su adolescencia en Junín de los Andes coincidió con una época de “boom de maternidades adolescentes”: las pibas quedaban embarazadas y daban que hablar a la pequeña ciudad al sur de la provincia del Neuquén. ¿La alternativa? Viajar a Bariloche y practicarse un aborto protegido por la clandestinidad de siempre y solventado por el buen pasar de las adineradas familias de esa porción de la Patagonia.

Sabía por mis amigas que estudiaban en colegios católicos que corrían el riesgo de que las echasen en caso de quedar embarazadas. Por eso también estuve atravesada por el derecho a decidir, tanto para elegir maternar como no”, recuerda Amira.

A comienzos del 2000 en Córdoba Luciana acompañó a una amiga a realizarse un aborto. Asustadas, cruzaron unas pocas palabras en una inhóspita sala de espera. Un lugar que recuerdan como un sótano horrible, espantoso.

No pueden hablar entre ustedes –la voz de un tipo las frenó en seco. Ellas optaron por el silencio.

Luciana cuenta que acudió a una red feminista. Así consiguió el contacto de otra médica con la que finalmente su amiga interrumpió su embarazo. La militancia por el aborto ocupa desde hace años un lugar clave en su vida. Decidimos surgía en La Plata en 2013 –primero como una consejería– cuando ella quedó embarazada. Una vez que su hija nació, se reincorporó.

Milito hace un montón el derecho al aborto, desde que soy muy chica, porque me identifiqué con la causa de la lucha feminista desde pequeña. Encontré en el socorrismo, algo propio en mi identidad de acompañadora. Sí, pelear contra el capitalismo, contra el patriarcado, pero teniendo la práctica. Ponerle el cuerpo a lo que se dice”, dice.

Los años y la lucha no bastan todavía para que quiten los rosarios de nuestros ovarios. A pesar de las leyes que no se cumplen y las restricciones sanitarias las mujeres continúan abortando. La iglesia católica, y otras iglesias fundamentalistas, es la enemiga acérrima de la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito. La otra es la corporación médica que hace un negocio con nuestra salud. Dice Luciana: “nos ha quitado un saber ancestral sobre nuestros cuerpos que es el de abortar y el de parir y de eso hace un negocio”.

La Iglesia católica ha tenido diferentes posturas a lo largo de la historia con respecto a esta práctica que antes era el método anticonceptivo, la manera con la que las mujeres elegían cuántos hijos tener hasta que después, con la anticoncepción, se pudo empezar a anticipar un poco –y a veces no tanto– el elegir cuándo querer maternar y cuándo no.

¿Por qué abortar tiene que significar soledad, miedo, silencio?”, se pregunta Luciana en relación al aislamiento intencional que el patriarcado ejerce sobre las mujeres de la mano de estructuras cada vez más fuertes y más violentas sobre los cuerpos, en un contexto político en que la violencia se ha recrudecido.

Y agrega: “Hay todo un intento de sostener este poder como está porque el status quo se siente amenazado por nosotras que a lo largo de tantos años hemos ido sembrando, como hormigas, roído las bases de este sistema”.

El socorrismo y el feminismo no se quedan quietos cuando los derechos se ven cercenados sino que buscan nuevos sentidos y significaciones. La pelea por la legalización del aborto es, como la llaman las socorristas, una lucha de hormiga. Una lucha feminista más a la que no dudan en ponerle el cuerpo y en la que el socorrismo hace la diferencia.

El socorrismo y el feminismo no se quedan quietos cuando los derechos se ven cercenados sino que buscan nuevos sentidos y significaciones. La pelea por la legalización del aborto es, como la llaman las socorristas, una lucha de hormiga. Una lucha feminista más a la que no dudan en ponerle el cuerpo y en la que el socorrismo hace la diferencia.