Es lo que queda luego de levantar los pespuntes de una prenda ya cosida: lo que se lee prolijo y corregido, el texto, fue antes retazos unidos por costuras, partes que no entraron pero que dieron sentido. Me gusta dejar las puntadas a la vista, como cuando en el cine se ve en pantalla el dispositivo, cuando en un documental alguien mira a cámara.
Todo acercamiento al archivo implica un trabajo de interpretación. Donde hay un archivo hubo alguien o un conjunto de personas que lo instituyeron, que decidieron guardar, que consideraron que había un valor en esa adición de materiales. Sobre Salvadora Medina Onrubia, una señora que conozco de cerca, no se guardó mucho o se guardó como un interés secundario: es el caso de las cartas de Radowitzky. Para decirlo de forma más explícita, la formación de un archivo implica una idea de autoridad que define qué es importante para la sociedad o para un grupo de personas, y que define sobre qué necesitaremos volver.
El archivo implica un orden. En el caso de Salvadora, ese orden no existía, entonces el trabajo fue leer en la dispersión y encontrar ahí un recorrido, dibujar los contornos de un archivo posible. Pero también notar que hay políticas históricas del ninguneo e intentar una política actual ligada a una operación de memoria sobre escritorxs contrahegemónicxs, antiburguesxs, anarquistas.
El archivo nos obliga, además, a pensar en el vacío, en los recortes no aparecidos. Las historias tienen olvidos y memorias, pero la materialidad del archivo sobrevive por azar o por interés personal. Damos gracias a la cadena de preservación. Damos gracias porque aún en la dispersión fue posible armar un rompecabezas sobre una de “las que no fueron”. No fue famosa, no fue respetada, no fue admirada, no fue conservada por quienes establecían los parámetros de valor en la literatura, no fue hegemónica ni perteneció a la burguesía vacuna. La posición de Salvadora, ese descentramiento, es explícitamente un desplazamiento al margen, es una operación política y su sombra divertida: una provocación.
Una investigación implica sobre todo reflexiones por el lugar propio, por la voz, por la subjetividad, por el enmascaramiento, por cuánto del reverso es narrable y necesario, por el estilo de la escritura. Darle un orden a todo eso, lo hagamos explícito o no, nos lleva a reflexiones sobre el poder, porque no hay una forma externa de la verdad ni una ontología del objeto, el objeto es nuestra construcción, las verdades son sinfónicas y están localizadas.
Qué significa un acercamiento feminista al archivo y a la investigación. Implica, para mí, hacer explícitos los puntos de partida, los intereses, las contingencias. Poner las costuras subjetivas a la vista. Esto es lo que Sandra Harding llama una objetividad encarnada o que podemos llamar objetividad feminista encarnada, se trata de una objetividad que coloca lo político en la base de la producción de conocimiento. También implica no escindir la obra literaria de la vida y de las condiciones de producción. No es una invitación al anacronismo, dejemos eso lejos. Un archivo implica también una hermenéutica, una interpretación, que no es obvia ni igual, que se espeja como Narciso en el lago de nuestras lecturas y circunstancias.
La perspectiva feminista, específicamente, implica avanzar sobre los nudos que una lectura patriarcal no observó, que una lectura clasista, racializada -y un etcétera que podría incluir la mirada sobre las provincias y la ruralidad- desplazó. Cómo miro lo ya visto. Es el caso de Salvadora narrada por su hijo. Las memorias de Poroto Botana fueron durante años la puerta de acceso a Salvadora y nunca fueron cuestionadas. Y son las memorias de un hijo que le decía Papito al padre y Salvadora a la madre, como me dijo David Viñas a modo de pista. Para Poroto, sus memorias son la manera de tener la última palabra en una discusión larga, cuando ya nadie puede oponer réplica. La frase “odio, odio, odio”, muestra su reclamo como hijo a una idea de madre que él tenía y que Salvadora no era. El libro de Poroto era un problema por todo lo que se había repetido como cierto, sin chequear, en una suerte de confianza absoluta por el testimonio solitario -¿cuántas veces leíste que tuvo un hijo a los 16 años?-. La tarea archivística puede servir, entonces, para desarmar un discurso conservador, para revisar sus pilares. Conocimiento más política, a través de los ácaros y el polvillo.
¿Necesitamos archivo porque olvidamos o necesitamos archivo como un puente y una voluntad social hacia una memoria futura? La memoria rompe la hegemonía narrativa, cuestiona las interpretaciones tan armaditas sobre el pasado. Tenemos memorias que también vienen con marcas generizadas, con jerarquías en las voces de autoridad que fijan posiciones, con voces marginales que son el arañazo en el pizarrón, el corazón delator. Guardamos y hacemos archivos porque queremos hacer nuevas preguntas y porque no sabemos las preguntas que vendrán.