Las tareas de cuidado en la naturaleza

Dos biólogas que se dedican a la conservación de aves y, por tanto, del medio ambiente, cuentan cómo fue pasar de vivir la mitad del tiempo en el campo a desarrollar una investigación con hijes recién nacidos. ¿Cómo se hace para compaginar la investigación y el trabajo de campo con la maternidad? ¿Con qué costo físico y emocional? En esta nota publicada en Revista Aves Argentinas, algunas reflexiones sobre esa experiencia y sobre las deudas institucionales para evitar la desigualdad entre los y las investigadoras.

Estamos viviendo momentos efervescentes de reflexiones y de grandes cambios sociales. A nivel mundial, y particularmente en Argentina, la ola feminista se vino con todo, golpeando muros y sacudiendo viejas estructuras. Al mismo tiempo, la emergencia climática actual nos obliga a repensar nuestros modos de existir y vincularnos entre nosotras y nosotros, y con la Naturaleza de la que somos parte.

Por eso resulta interesante indagar de qué forma nuestras relaciones humanas se encuentran estructuradas socialmente y cómo interactúan con la realidad del trabajo de cuidado y conservación de la Naturaleza.

Hoy la maternidad es cuestionada como una “institución” que genera desigualdad entre varones y mujeres. Esto es así porque, socialmente, el reparto de las responsabilidades reproductivas y de cuidado hacia personas que lo necesitan sigue siendo una tarea asignada en su mayoría a la mujer. El Estado tampoco asume un rol igualador porque no ofrece servicios ni infraestructuras de apoyo para el cuidado de infantes y de personas dependientes. Aquí radica una parte importante de la discriminación laboral que afecta a las mujeres.

En primera persona

Laura Fasola, bióloga investigadora del CONICET, mamá de Camilo y parte del Programa Patagonia comenta al respecto: “La maternidad insume tiempo, dedicación y representa una inversión física importante. Son muchos meses en los que fisiológicamente nuestras mentes sufren cambios y esto tiene un costo para el trabajo intelectual. Luego, el cansancio acumulado también dificulta rendir en el trabajo al nivel de antes…es decir, se puede hacer, pero a un costo energético terrible”.

Su compañera en el Programa, Emilia Giusti, también bióloga, doctoranda y mamá de Oliver, agrega: “Mi trabajo es lo que más extraño en este proceso de transformación constante que es la maternidad. La recolección de datos en terreno es una etapa crucial para la investigación y desde que nació Oliver esto lo perdí casi por completo. Lo más cercano que hago son las horas de gabinete (oficina o casa). En mi trabajo creo que lo que más dificulta mi continuidad es que la provincia es muy hostil ambientalmente y Oliver no podía dormir. Yo estaba frustrada por no salir al campo, sin posibilidad de hacer las actividades que siempre hice. Este fue mi quinto verano en la zona del Macá; tengo muchos compañeros y colegas padres que fueron al campo a los 20 días de nacer sus hijos ya que sus compañeras quedaron a cargo del cuidado de los chicos. Hay una dependencia estricta, por parte de las madres con nuestros hijos e hijas, una dependencia emocional y hoy dejar a Oliver para salir al campo me cuesta, es un desprendimiento para el cual aún no me siento preparada pero que se dará a medida que Oliver crezca y sea más independiente. Creo que no se dimensiona en absoluto lo duro que es toda esta situación para una mujer que ama salir al campo o se dedica a la investigación”.

Compatibilizar la maternidad con las tareas propias del trabajo de conservación, como las salidas a campo, las largas horas de recolección de datos, la exigencia física y la constante producción de conocimiento plasmado en publicaciones científicas representa un gran desafío. Laura reflexiona “La actividad de gestión (tarea muy importante para la conservación, como la organización de reuniones) es muy dificultosa porque nuestra disponibilidad se ve muy reducida. Por otro lado, los viajes para realizar tareas de campo son prácticamente imposibles. Yo solía pasar más de la mitad del año en el campo, en lugares remotos y de condiciones climáticas exigentes y hoy no lo hago más. Mis salidas de campo deben ser coordinadas con el padre o con otras personas que puedan cuidar a mi hijo y duran una sola jornada”.

Emilia y Oliver. En la foto de portada: Lali y Camilo.

Encontrarle la vuelta

A pesar de los cambios y dificultades que se imponen cuando se decide ser madre, estas mujeres que tienen el doble desafío de cuidar de pequeños humanos y de la Naturaleza encontraron formas de reacomodarse y de continuar con su carrera profesional, aunque no es fácil.

“Una podría llevar al campo alguien para cuidar al niño o niña, pero esto es muy costoso para ser afrontado con un sueldo de investigadora y además es difícil garantizar las condiciones como para que puedan acompañar cómodamente durante las jornadas. Yo continúo haciendo tareas de campo y pasando períodos en la Estación Biológica de Aves Argentinas pero realizo sólo las actividades que me permiten estar acompañada por mi hijo, así que mis tareas de campo han sufrido una adaptación tremenda a la situación de maternidad. En cuanto al trabajo intelectual (pasado el período en el que sentimos ese déficit de atención y actividad mental) es el que mejor se puede amoldar a los tiempos de la maternidad. Me volví noctámbula para poder trabajar en cosas que requerían mantener cierto grado de concentración por períodos más largos pero con los costos energéticos ineludibles. Sin embargo, creo que en este sentido podemos reacomodarnos”, explica Laura.

Emilia destaca cómo el equipo le permitió seguir adelante con su investigación: “En mi caso mi trabajo doctoral se enmarca en el proyecto de conservación del Macá Tobiano y es lo que permite que mi tarea de investigación no se detenga, ya que los datos se siguen recolectando con la ayuda de otros compañeros y compañeras. En otro proyecto doctoral o de menor tamaño, la investigación se hubiese detenido. Los técnicos siguen lineamientos que se definen de manera conjunta con mis directores”.

Otra de las complicaciones y fuente de desigualdad entre investigadoras e investigadores es la exigencia de las instituciones académicas de publicar constantemente y la poca disponibilidad de tiempo de las mujeres madres para hacerlo al mismo ritmo que los varones. Emilia agrega: “Puede traer complicaciones en mi futuro como investigadora ya que el CONICET y la investigación en sí misma se rigen por publicaciones y resultados materializados en publicaciones en revistas de gran impacto, y si la investigación queda detenida, las posibilidades se ven afectadas”.

Qué cosas ayudarían

“Las herramientas que podrían facilitarnos la tarea podrían ser prórrogas en nuestros estudios, licencias más prolongadas y el cumplimiento con el pago de las becas por maternidad. La relación sin dependencia en materia de derechos genera una situación laboral muy pobre y más para las que tenemos tareas como madres”, dicen las investigadoras. “Las horas que depositamos en la crianza de nuestros hijos en los meses iniciales no son visibilizadas ni por los padres, ni por las familias, ni por el entorno laboral… parecen horas perdidas o no laborales cuando son de absoluta importancia social porque tienen que ver con la formación de una nueva persona a partir de valores, horas de calidad, afecto, amor y educación”.

Laura agrega: “En cuanto al trabajo de campo y los subsidios que los financian, sería importantísimo formalizar la posibilidad de destinar dinero de los subsidios para afrontar gastos de acompañantes para los/las niños/as y así normalizar más rápidamente las tareas de campo de cualquier madre investigadora. A esto se podrían agregar dos cosas: que las fuentes de financiamiento que nos permiten realizar nuestro trabajo contemplen dinero para pasajes de los hijos/as a cargo y naturalizar a nivel institucional la disminución de la productividad científica durante los primeros años de maternidad, sobre todo en investigadoras jóvenes”.

El texto original puede consultarse en Revista Aves Argentinas