Leyenda y brujerías africanas en una obra de danza teatro

“Iyamí, Mi Madre” es una puesta en escena independiente y de organización colectiva que trae la mitología de pueblos esclavizados en América para problematizar los mandatos, los estereotipos y las violencias patriarcales. La danza, la poesía, los cantos y los relatos llevan al espectador de la risa a las lágrimas, del desconcierto a la identificación, de la desazón a la excitación. Una obra potente y conmovedora.

El escenario está a oscuras. De repente, una luz de vela apenas alumbra algunos vestigios de lo que está por acontecer. Cuerpos de mujeres pájaros, mujeres brujas, mujeres que brotan de la oscuridad para encender las linternas sobre sus propios cuerpos, cuerpos diversos, cuerpos que sangran, que llevan consigo la historia ancestral de la opresión patriarcal, cuerpos que dan vida pero que también deciden no darla… o quitarla. Cuerpos que atraviesan los mandatos, los sufren y los desandan.

Así, desde la oscuridad, de pronto todo se enciende y lleva al espectador en una especie montaña rusa, donde las emociones pasan de la risa a las lágrimas, del desconcierto a la identificación más aguda, de la desazón y la angustia a la excitación.

Con una puesta escenográfica que muta constantemente y siete intérpretes mujeres que no salen nunca de escena a pesar de los giros dramáticos y de los cambios de vestuario, “IYAMI, Mi Madre” es una obra de teatro danza que está basada en una leyenda de los pueblos originarios de África occidental esclavizados en América. “Iyamí”, también, ilustra la crueldad con la que las mujeres han sido siempre vistas, encajadas y maltratadas: mujeres que no siguen los mandatos, mujeres temibles, mujeres a las que nada las sacía.

La puesta estética realza la originalidad de la obra, que está producida de forma independiente por el mismo grupo de danza teatro, llamado Iyamí Eleyé, que significa “Mi Madre, señora de los pájaros” y que hace referencia a la leyenda que fue materia prima de este proyecto.

Los diferentes cuadros de danza, canto y poesía se suceden casi sin respiro, se conjugan coreografías de danza afro, pero también de otros lenguajes, como el teatro físico, la antropología teatral y la expresión corporal. La variedad de músicas, que va desde ritmos africanos hasta una canción de Ludmila Carpio, desde un tema de Black Sabbath a uno de Björk, aportan enormemente a un diseño espacial que también provoca la tentación de mirar las sombras dibujadas en las paredes. Toda la sala se convierte así en un gran escenario, donde el dinamismo escenográfico, hecho de materiales reciclables, es protagonista de esta obra potente y conmovedora.

“A pesar de que yo ya había trabajado con la leyenda de las Iyamí hace muchos años, con el grupo comenzamos a trabajar en esta puesta en escena en 2016, mientras –y casi sin darnos cuenta— en el país estallaba el Ni Una Menos. Entonces esa historia fue tomando cada vez más cuerpo mientras nosotras nos repensábamos, nos debatíamos y nos transformábamos”, relata Marcela Gayoso, directora de la obra, coreógrafa y profesora de danza de matriz africana desde hace más de 20 años. Y cuenta que el proceso de producción fue largo porque se trata de una producción colectiva y colaborativa en la que participaron todas sus integrantes, provenientes de distintas disciplinas y con diferentes historias vitales.

“La danza y leyenda nos permitió abordar estos temas que siempre existieron pero que están tan presentes hoy por la explosión del feminismo. Esta representación de brujas viene a desandar ese temor a lo desconocido, al poder de los misterios femeninos: la capacidad de engendrar una vida, la capacidad de decidir interrumpirla, el proceso de la menstruación y las creencias que hay alrededor de ella. El miedo a este poder deriva en creaciones de mujeres monstruosas, incomprensibles, imposible de satisfacer. Por eso nos da la posibilidad de plantear en la obra sobre el aborto, la sangre menstrual, los mandatos impuestos en el cuerpo y la violencia”, agrega Gayoso.

La obra transcurre con poemas de Gioconda Belli, Eduardo Galeano, Anne Sexton, fragmentos de relatos recopilados por Zuleica Esnal, y canciones susurradas pero también cantadas a los cuatro vientos, donde el canto a capela se entreteje con otros acompañados por instrumentos como el charango, la flauta, la caja y la kalimba. Por otro lado, el vestuario incorpora elementos de reciclado, como cintas de casete y plástico.

La obra transcurre con poemas de Gioconda Belli, Eduardo Galeano, Anne Sexton, fragmentos de relatos recopilados por Zuleica Esnal, y canciones susurradas pero también cantadas a los cuatro vientos, donde el canto a capela se entreteje con otros acompañados por instrumentos como el charango, la flauta, la caja y la kalimba. Por otro lado, el vestuario incorpora elementos de reciclado, como cintas de casete y plástico.

La escenógrafa, Rosalba Zóccali, cuenta cómo trabajó en los efectos del decorado, que lejos de ser fijos “funcionan como complemento dinámico” y hasta llegan a ser manipulados por las propias intérpretes. “Son dispositivos transportables por las propias bailarinas con funcionalidades múltiples, que tienen la capacidad de mutar y transformarse para ser reutilizados a lo largo de todos los cuadros”, señala.

Y explica que “desde lo estético, se fusionaron estilos provenientes de diferentes géneros y disciplinas, como el arte plástico, el cine, la fotografía, la danza y el teatro”, y que “también se buscó referencias de otros campos como la publicidad, el diseño gráfico y el diseño industrial”. El decorado y el vestuario, diseñado por Zóccali y Ayelén Bustos Suárez, está realizado, además, con material reciclado: “Recopilamos principalmente material plástico, que es lo que más se produce y desecha, estudiamos sus propiedades y lo convertimos en algo nuevo, con una funcionalidad completamente distinta a la original arriba del escenario”.

La decisión de utilizar este tipo de material es parte de una práctica que el grupo viene utilizando desde que se conformó, en 2011, en todas sus presentaciones. “Lo hacemos desde la convicción de que el arte plástico puede ser considerado no como generador de basura sino, por el contrario, de rescate de esa materia”.

El elenco está integrado por Ana Inés Chibán, Lucía Gerszenzon, Patricia Sande, Lorena Tapia Garzón, Nadia González Villarroel, Silvana D’Aversa y Cecilia Ramírez. El equipo se completa con Verónica Ríos en la asistencia de dirección, Nicolás Croci en edición de sonido, y con Sebastián Serrán y Juan Martín Pozzo en el diseño y realización de iluminación.

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Iyamí, Mi Madre se puede ver todos los domingos de septiembre, a las 19, en Espacio Cultural Urbano, Acevedo 460, Villa Crespo. Las entradas anticipadas cuestan 250 pesos escribiendo a iyamiteatrodanza@gmail.com. En puerta el valor es de 300 pesos.