Lo brillante, lo chiquito, lo profundo “On the rocks”

Sofía Coppola y Bill Murray repiten fórmula en la comedia “On The Rocks”, una película sobre el encuentro de un padre y una hija en medio de un conflicto amoroso de ella. Crítica de la última película y la obra de la reina de los daddy issues.  

Sofía Coppola, la reina de los daddy issues, abre su séptima película con la voz en off de Bill Murray: “Y acordate, no le des tu corazón a ningún chico. Sos mía hasta que te cases. Y después, seguís siendo mía”. “OK, papá”, responde una niña entre risas. A continuación, lo que parece un comercial de perfumes musicalizado por Chet Baker es en realidad un flashback a la boda de Laura (Rashida Jones) y Dean (Marlon Wayans), recién casadxs escritora y empresario, elegantes, enamoradxs y divertidxs. Pero en el presente ya no hay ropa tirada en el piso sino juguetes que Laura va levantando uno a uno en penumbras mientras se ríe de un monólogo de Chris Rock: “nadie te dice que una vez que te casás, no volvés a coger nunca más”. Simpática, “for relaxing times”, On the rocks no sorprende en ningún momento, menos aún al principio y al final.

Dean vuelve de uno de sus tantos viajes de negocios y la cachondea a Laura, que ya está dormida, pero cuando escucha su voz -ella dice “hola”- se rompe el hechizo, pone cara de confundido y se tira a dormir. ¿Estaba pensando en otra? Laura se persigue y empieza a sospechar que su marido la engaña. ¿A quién va a llamar? A una amiga, pensaríamos. No, a papá. Felix es un mujeriego millonario, inmaduro, bon vivant, galerista de arte retirado tan encantador como posesivo y es, también, Bill Murray; la mejor forma de hacer ese personaje querible y el acierto en el que descansa la directora. Especialista en infidelidades (claro que engañó a la madre de Laura en su momento), Felix propone, más entusiasmado que preocupado, jugar a los detectives. Su hija le explica que Dean no es como él, que de hecho no todos los hombres son iguales. “Es un hombre, es la naturaleza. Los machos se ven obligados a luchar para dominar e impregnar a todas las hembras”, responde. “Hacete un favor, revisale el celular”. Y entonces ahí van, en un Alfa Romeo rojo y descapotable por todo Manhattan (es su primera película filmada en New York, su ciudad), una fantasía de binoculares y galletitas con caviar que por momentos parece filmada cuarenta años atrás. Whiskys y martinis en los más tradicionales bares, donde Felix aprovecha para coquetear y desubicarse con las mozas. “Cree que sos mi novia”, le dice pícaro a Laura, mientras ella revolea los ojos. Pero después relata el momento en que, a los nueve meses, la reconoció por primera vez como persona, “vi quién eras”, y la conmueve, a pesar de que sabemos que él no estuvo ahí siempre que ella lo necesitó. Por si Francis Ford Coppola no fuera figura paterna suficiente, vale recordar que Rashida Jones es hija de nada menos que el músico y productor Quincy Jones. No alcanza, pero es tierno ver cómo Laura intenta cuestionarlo. Felix dice que se está quedando sordo por la voz de las mujeres, y ella le dice que va a tener que encontrar una forma de escucharlas, porque tiene hijas y nietas. Cuando finalmente le explica por qué engañó a su mamá (porque toda la atención se había ido a las hijas), ella le responde: “sos un bebé, es agotador tratar de amarte lo suficiente”.

Para lxs enamoradxs de Rashida desde I love you, man (2009) y The Social Network (2010) resulta encantador verla -en sus remeras vintage de The Paris Review o los Beasties Boys, el indicador de que alguna vez fue cool (nada más cool que haber sido cool)- haciendo malabares para espiarle el teléfono al marido, mientras él juega con las hijas, porque “es un gran padre”. Las escenas en que la vemos desdibujada, ansiosa y paciente a la vez, ordenando su espectacular loft en el Soho (pero con un sticker de Bernie 2016 en la puerta), quejándose por aceptar el pago de un libro que todavía no escribió y esperando algo más -que al menos la mire- de los besos de despedida y entrada de Dean nos rescatan: ahí está el famoso mood, el universo Sofia Coppola, creado de detalles brillantes, chiquitos y profundos. La melancolía de tenerlo todo, pero sentirse sola; como las chicas de Las vírgenes suicidas (2000), Charlotte (Scarlett Johansson) existencial y aburrida en el Park Hyatt Tokio de Lost in Translation (2004), María Antonieta (Kirsten Dunst) en Versalles o, también, les chiques de The Bling Ring (2013). Esos que no veíamos hace diez años, porque A very Murray Christmas es un especial de navidad de Netflix y The Beguiled, un bodrio, aunque le valió el premio a Mejor Directora en Cannes, por segunda vez en la historia para una mujer (la primera fue la rusa Yuliva Solntseva por La epopeya de los años de fuego).

Coppola ya había dedicado toda una película a uno de sus tópicos favoritos, la relación entre padre e hija, en Somewhere (2010). Con esa apertura inolvidable -la Ferrari negra dando vueltas en el desierto, entrando y saliendo de la cámara fija- cuenta la historia de un actor famoso, Johnny Marco (Stephen Dorff), joven, rico, buen mozo y mujeriego que es a la final un miserable. La estrella es Cleo (Elle Fanning), su hija de once años que le cae de visita en el legendario hotel Chateau Marmont. Como niña que se sabe más madura que su padre, lo cuida, le cocina, se ocupa, pero el problema es que también lo admira. Diez años después, si trazamos una línea que una a Laura con Cleo, esa admiración por el ídolo (el padre) ha caído, y con ella una parte de la maestría y sutileza de Coppola para mostrarlo todo con pocas palabras. On the rocks es su película con más diálogos (también la más personal), y si bien unos pocos son memorables, sobre todo los de Murray, que envejece sensacional y vale la pena verlo hacer cosas tan sencillas como oler un ramo de flores o decir una línea sin esfuerzo, hay muchos momentos que no funcionan. Como si el bloqueo creativo de Laura fuera en verdad el de Coppola: el viaje a un México estereotipado, el desperdicio de la genial Jenny Slate (la ¿amiga? que la abruma con sus historias en la fila del colegio), pero sobre todo el final con moño estilo cuento de hadas. Laura se quita de la muñeca el reloj que su padre le regaló para ponerse el que su marido le regala y ahora sí: a ocuparse tranquila y feliz de sus hijas y escribir sus cositas. Tal vez, como con los padres inmaduros, tengamos que bajar las expectativas para evitar la decepción. O no, y volveremos a esperar con ansias y esperanzadxs su próximo estreno, una serie de época basada en la novela de Edith Wharton, Las costumbres nacionales.