Mujer y marrona: la primera rectora de la Universidad Nacional de La Pampa

En Argentina sólo el 11% de lxs rectores son mujeres. Verónica Moreno es la primera rectora de la Universidad Nacional de La Pampa. “Estoy donde tengo que estar”, dice. Y desde ese lugar se compromete a trabajar por una educación superior para una Argentina plural, diversa y con equidad.

Primera generación de universitarios de su familia, oriunda de General Pico, hija de una maestra y trabajador ferroviario, Verónica Moreno destaca la ascendencia ranquel de su padre. Para ella ser la primera rectora de la Universidad Nacional de La Pampa es “como una reivindicación” sobre la historia personal y social de la que es protagonista. Su área de trabajo es la política universitaria, pero es la política como práctica la que forjó su camino incluso antes de que fuera consciente de ello. Cuando era una niña, su hogar era el centro de reuniones y encuentros políticos que organizaba su padre.

En el mundo universitario donde todos los indicadores hablan de brechas de desigualdad, de techos de cristal, es donde la historia de Verónica Moreno es noticia. Desde hace décadas, el sector universitario sostiene una expansión constante. Entre 1974 y 2018 hubo un crecimiento del 280% en la matrícula de las universidades nacionales, que pasaron de tener 431.781 a 1.640.405  de estudiantes, de ese total, en Argentina el 58.6% son estudiantes mujeres.

Sin embargo, según Unesco-Iesalc, en 2020 apenas el 18% de las universidades públicas en América Latina contaban con rectoras mujeres. Mientras que la Asociación Universitaria Europea informa que en las universidades de los 48 países miembros sólo el 15% de las directoras eran mujeres.

En Argentina ese número desciende. De acuerdo al informe “Mujeres en el Sistema Universitario Argentino” realizado por la secretaría de política universitarias, en 2020 sólo el 11% de las autoridades superiores -rectores- son mujeres. 

De acuerdo al informe “Mujeres en el Sistema Universitario Argentino” realizado por la secretaría de política universitarias, en 2020 sólo el 11% de las autoridades superiores -rectores- son mujeres. 

Un ejemplo para ilustrar esta problemática: la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) es la universidad más antigua del país y tras 400 años de historia, recién en 2007, Carolina Scotto se convirtió en la primera mujer en asumir como rectora de esa casa de estudios. La Universidad de Buenos Aires, hace poco celebró sus doscientos años, pero la marea feminista no ha podido celebrar las primeras rectora/s mujeres o con otra identidad de género y así sucede en la mayoría de las universidades.

Desde su fundación en 1958, la  Universidad de La Pampa (UNLPam), siempre fue conducida por hombres. Hoy la profesora en Ciencias de la Educación,  “Mujer y Marrona”- como ella misma se define -, es quién ejerce el cargo de Rectora de la UNLPam, dado que su compañero de fórmula, Oscar Alpa, fue designado al frente de la Secretaría de Políticas Universitarias de la Nación.

Como la realidad de muchas mujeres y personas racializadas en Argentina, el paso de Verónica Moreno por la universidad no estuvo libre de obstáculos: la primera vez que ingresó a la universidad fue en el contexto de la última dictadura cívico militar. Además de todo lo que significó el proceso militar dentro de la universidades, se vió forzada a abandonar dada la crisis económica que atravesaba. Ya en la década de 1980 regresó para comenzar el profesorado de Ciencias de la Educación. Mientras estudiaba y durante esa década trabajó en un negocio, como vendedora en la calle, empleada doméstica, como alfabetizadora, educadora popular y en una posta sanitaria.

“He trabajado con los sectores mas vulnerabilizados, empobrecidos y he podido reconocer un patrón vinculado a las características de nosotros, por eso cuando conocí la Identidad Marrón me identifique rápidamente con el colectivo, porque ponen sobre la mesa esas desigualdades”, dice Moreno.

“Por eso, cuando hablo de identidad, siento que no solo hablo de mí, si no de las experiencia de miles de personas con las que compartimos situaciones, vivencias, violencias, relacionadas al lugar social que ocupamos”, agrega y cuenta que “cuando -en diversas notas- me he identificado como una rectora mujer, racializada y marrona, muchas personas se han acercado a apoyarme, saludarme y me han repetido una y otra vez que se han sentido identificadas con esas palabras”.

Universidad y colectivos

En los últimos años Verónica Moreno ha desarrollando su trabajo en política educativa pero actualmente sus intereses la acercan de manera más comprometida los colectivos de géneros, pueblos originarios y travesti-trans. “La universidad es una institución, jerárquica,  patriarcal, altamente conservadora y racista y eso se evidencia en una sumatoria de obstáculos que hace que muches jóvenes no terminen o siquiera comiencen sus trayectos educativos superiores”, dice Moreno.

Como buena docente, pone un ejemplo: “en General Pico, una de las sedes universitarias está ubicada en un barrio popular y los pibes y pibas que pasan por ahí no la ven. Les es totalmente ajena, pasan todos los días frente a ese edificio y no lo reconocen como suyo. Así mismo, trabajando en formación docente, he visto que muchos estudiantes son marrones o provienen de comunidades originarias y muchos y muchas no continúan sus estudios porque se vuelven a encontrar con distancia económica, social, cultural que muchas veces es expulsiva”.

Sandra Hoyos es politóloga y parte del Espacio de Graduades Perifériques de la Universidad Nacional General Sarmiento (UNGS). Ella dice: “El acceso o no acceso a la educación superior está mediatizado por múltiples razones y  causas. La cuestión de la presencia de determinados cuerpos (blancos) y la ausencia de otras corporalidades/identidades (marrones, migrantes, afrodescendientes, discas, maricas o travestis) construye obstáculos. Son barreras que se consolidan y hace que existan grupos familiares que orgullosamente cuentan con tercera generación de graduades y otros que  nunca han tenido a un familiar en la universidad.  La brecha de acceso a la educación y a derechos en general tienen en la variable étnica una gran explicación. Aún esos datos no existen, no se producen, no sé relevan. En Argentina no se generan estadísticas sobre este tema”.  Sin números “es difícil tener políticas públicas, destinar recursos y que el Estado se reconozca racista. Sin embargo esas presencias negadas están siendo, construyendo,  transformando y ampliando horizontes de posibilidad y de acceso a derechos”.

“¿En Argentina, cuántas mujeres, personas racializadas escriben, están en áreas de investigación y producción de conocimiento? ¿dónde circulan estos contenidos?”, pregunta Moreno. Y ese interrogante se basa en que el área de investigación no escapa a la brecha. Los informes de UNESCO marcan que en 2020 solo el 30% de las investigadoras del mundo en las universidades eran mujeres. Situación que repercute también en las publicaciones: los hombres publican más artículos que las mujeres. Según Elsevier, la mayor editorial de libros de medicina y literatura científica del mundo, la relación a nivel mundial es de un 62% de hombres ante un 38% de publicaciones de mujeres. Aunque vale mencionar que Argentina es uno de los países que en este índice reflejó más paridad solo en lo relativo a relación varón mujer. 

“A este panorama se le suma también la idea de que el conocimiento es aséptico y apolítico, que esta disponible  hacia todes y para todes. El problema es que ese conocimiento debe reconocerse como político y que sirve a los intereses de sectores sociales específicos, de lo contrario termina siendo profundamente racista, clasista y brindando legitimidad al sistema”, plantea Moreno. 

Rol del Estado 

Según un informe publicado por la UNESCO en marzo de este año la pandemia de Covid-19 ha exacerbado los escenarios de desigualdad a los que se enfrentan las mujeres de todo el mundo, “obligando a las académicas de todo el mundo, en particular a las que se encuentran en las primeras etapas de su carrera, a dar un paso atrás o a posponer sus obligaciones profesionales para dedicarse a las tareas de cuidado”.

El mismo informe refuerza la responsabilidad de los estados nacionales y recomienda “un esfuerzo coordinado de las universidades y los gobiernos para aumentar la participación de las mujeres y diversidades en la enseñanza superior”.

Se trata de impulsar programas de inclusión, protocolos ante situaciones de violencia, paridad en los cargos electivos, incorporación de miradas y políticas de diversidad cultural y medidas concretas para que les estudiantes puedan puedan culminar sus trayectos educativos, y para todo ello también es importante mirar los presupuestos.   

Según el informe Financiamiento Educativo Universitario. Estudio sobre la evolución histórica del presupuesto universitario nacional en la Argentina (1974-2019), del Observatorio Argentinos por la Educación, desde 2012 el presupuesto universitario en términos del PBI mantiene una tendencia a la baja. 

Sobre rol del Estado, Moreno dice: “de la misma forma como cuestiono, también lo defiendo porque tengo clarísimo que yo y otres somos posibles dentro de este estado de derechos. Soy consciente que si no hubiera un Estado fuerte, con políticas de intervención,  tanto la expresión de mi identidad como el rol que ocupo serían todavía desafíos y no realidades”.  

Sin embargo, afirma que “no solo se trata sólo de visibilizar y legitimar simbólicamente la existencia de los colectivos, tiene que quedar claro que las diferencias clasistas, racistas, de género, que se traducen en  brechas de acceso a derechos, a oportunidades de vidas dignas y por eso me comprometo por una educación situada, necesitamos conocimiento vital, con los pies en el territorio y vamos a trabajar con el compromiso de las colectivas sociales y las instituciones universitarias”.

“Por eso creo que en el marco de la crisis que vivimos, el desafío es poder imaginar otra educación superior. La universidad legitimó muchas veces la excelencia de una minoría y nosotros debemos pensar en una educación que abra puertas y brinde oportunidades a las grandes mayorías y las nuevas agendas que impulsan. Esto incluye cuestionar quién y con quienes se produce conocimiento, porque como educadores, estudiantes no no nos vemos como reproductores de algo, si no también como hacedores de las reglas con las convivimos en el mundo”, cierra.

Por la representación de todes

“Parafraseando a Lohana Berkins: cuando una marrona, indígena, migrante o campesina  entra la universidad, le cambia la vida, cuando muches marrones, indígenas migrantes, o campesines entren a la universidad le cambiará la vida a la sociedad”, dice Sandra Hoyos.

¿Qué indicadores, debates, conocimientos y prioridades podrían reflejar las universidades si la representación de todas las identidades que conforman nuestras sociedades fuese más equitativa? ¿La respuesta nos sorprenderá?

Toda política pública debe estar acompañada de datos estadísticas. Sobre eso es importante poner sobre la mesa que los informes consultados para esta nota toman la variable binaria hombre/mujer y nada dicen sobre otras identidades de género. Tampoco están desagregadas la condición étnico/racial por lo que se obstaculiza la visibilización de esas diversas dimensiones de la desigualdad como un elemento clave tanto para el análisis de la realidad social en la región como para el desarrollo de las políticas públicas de equiparación y reparación.